Simón cabalga
sobre Rayo de Luna

  • El Brujo, Brother Simón, Monchito, hijo menor del escritor Fernando González.
  • De niño, aprendió a volar en un árbol de Envigado; luego practicó en altamar.
  • Par él, «ser bobo es muy importante» y es una condición parienta de la felicidad.

Por Margaritainés Restrepo Santa María

Al frente suyo estaban un señor de bata blanca, y Pedro con cara poco amigable, y gente que gritaba: «¡Ha vivido mucho, ha pecado mucho, ha querido mucho; quémenlo!». Pero él pidió que lo dejaran volver a una isla de la Tierra donde unas negritas que bailaban reggae lo llamaban. El de blanco soltó una carcajada y le pospuso la cita. Tras esa breve pausa, Simón González Restrepo regresó a un hospital de este planeta, hace como un año.

Simón, para recordar al Libertador. Moncho, Monchito, para su padre. El Barracuda, por sus encuentros con seres submarinos. Brother Simón, en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, de las que fue Intendente y Gobernador. El Mago o El Brujo, por su fuerza interior —cuentan que se curó una fiebre con fuerza vital y que hizo llover en San Andrés, en tiempo de sequía—.

El poeta, por sus versos de vida y la autoría del libro Sin amor todos somos asesinos. Simón El Bobito, condición fundamental para gozar con el éxito de los otros, dice. El loco, porque, además de hablar francés, inglés e italiano, practica desde el alba, dialectos de vegetales, minerales y animales, de árbol, muralla, guacamaya.

Hijo menor de Fernando González —filósofo y escritor— y de Margarita Restrepo, hija del presidente Carlos E. Restrepo. Hermano de Álvaro, Ramiro, Fernando y Pilar. De los perros Maito (Shaipei, de raza china e hijo de Mao, ya fallecido) y de Seamoon (Mar y luna). De la barracuda de ojos verdes y lágrimas azules que no quiso cazar con su arpón. De Bruno, el pavo real que vigila su siesta. De los cisnes Sol y Luna. Y de los guacamayos Moná y Cocó (Cocó le decía la niñera). El ahijado de José Vicente Gómez —venezolano que llegó a ser dictador.

Universal de 1.70

Ciudadano universal nacido el 24 de octubre de 1931, en Medellín, y empacado en aproximadamente 1.70 mts. de estatura. Hombre de sol en la piel y mar en el atuendo; muchos sueños, bajo el cabello blanco cubierto por una cachucha azul cielo; infinito en los ojos claros —hoy grisáceos—; y firmeza y argumentos en sus pequeñas manos —la derecha, con una pulsera de cobre, desde hace 30 años, motivo bursitis—.

Simón González Restrepo. «Rebeldía amorosa», pasión, chispazos de silencio y respiraciones profundas, que se sostienen en tenis o sandalias, cabalgan sobre Rayo de luna (una Harley Davidson con trenzas de cuero, 300 kilos y 1.100 cms.) o se movilizan en Chicanero o Maíto, un Suzuki azul y blanco, modelo 81.

Terrícola con sensibilidad que advierte lunas verdes, disfruta con los pájaros que se bañan en las fuentes, carga dije (un tigre) de arahuacos y presiente mensajes nocturnos por correo electrónico.

Bachiller jesuita que hizo hasta quinto bachillerato en una banca de su casa —con maestro privado—. Amigo del vallenato que bailó «go-go» en El Infierno de Bogotá y Zorba el griego en las playas sanandresanas. Gerente del Incolda que tuvo sobrevolando, en su oficina de un décimo piso, 70 canarios sicólogos (sólo cantaban ante visitantes con buena energía).

Gobernador al que se le erizaba la piel por cada papel que alguien tiraba al suelo, que conformó gabinete infantil —para escuchar a la infancia— y que por no tener con qué hacer desayuno, un primero de enero, sembró en una anciana vecina (a la que acudió para comprarle los ingredientes) profunda desconfianza en su mandato.

«No se rinde porque es esencialmente un rebelde, no claudica porque es esencialmente un guerrero. Es un humanista, un poeta empresario, taciturno silencioso, devorado por un fuego interior…», escribió en Cromos, en 1967, Gonzalo Arango.

«Simoncito: ¡Siempre alegre y nunca preocupado! ¡Nunca angustiado! ¡Nunca varado! Esta es la orden y la llave de la beatitud», le escribió su padre el 17 de octubre de 1950.

«Por motivo de un viaje casi hasta el más allá», ha vuelto a Medellín con frecuencia, este hombre que cree en el destino, y en una «amorosa revolución violenta», y en darle la pelea a la muerte, con amor, hasta el momento final.

¿Solitario puro?

«La soledad es gran compañía, gran intimidad. Mi padre, quien soñaba con Otraparte (su casa) como una escuelita de solitarios, decía que sólo cuando uno se siente solo vive y tiene fuerzas para dar. Eso queremos que pase en la Corporación Fernando González – Otraparte (que estamos impulsando). Que sea una vacuna, algo que construya, que a ella vengan los niños y sientan que están solos y tienen que conquistar el mundo, y las ideas, y la vida, que es lo que Dios nos dio».

Ingeniero mecánico, industrial, metalúrgico, economista, sociólogo. ¿Qué le dejó tanto estudiar?

«Haga lo que quiera, eche azadón o estudie, pero sea auténtico, me decía mi padre. Ama tu profesión, pero no se te olvide que eres un experto en conocer a los seres humanos. Tanto estudio fue una búsqueda. Me dejó disciplina y conciencia de que siempre hay que buscar. Cuando uno cree que encontró la verdad es animal peligroso; si se siente ignorante, hay esperanza de poder ser útil a la sociedad».

Probó el poder, y ¿qué aprendió del mismo?

«Aprendí que gobernar es hacerle sentir a los gobernados que ellos son los que están gobernando; y es ser antorcha que alumbra el camino y enseña. Hice obras, pero de pronto me equivoqué, porque no expliqué que gobernar no son obras, sino un espíritu de alegría con la vida, es paz, es repartir. Me di cuenta de que no hay que juzgar muy rápido y que la gente es buena cuando se le toca la parte humana y se siente importante: barriendo, pidiendo limosna, cosiendo…».

¿Hay presencias, momentos, personas que se le hayan quedado en la piel?

«Me cogió el tiempo y se me quedó todo. Hace poco más de un año me tocó casi desprenderme de todo, porque el destino lo quiso; y me pregunté lo mismo. Uno guarda recuerdos de familia y me dije: la familia no es de uno; Fernando González no es de nadie; qué bueno que lo que predicó, escribió y vivió estuviera vivo en algún sitio, para la familia universal. Eso fue como un relámpago. Y detrás de todo eso está la Corporación Fernando González – Otraparte».

¿Cómo y qué es lo que tanto habla con el mar, con el viento, con las aves…?

«Hablo con Rayo de Luna, mi moto: “Niña, que estás bien bonita hoy”, la acaricio (antes tuve otra que se llamaba Caballito de hierro); la monto a las 5:00 de la mañana (de botas, casco, morral), por una autopista que va de Cartagena a Barranquilla, al lado de la mar. Y ahí están las lagunas, donde duermen las garzas y los pelícanos, los alcatraces. Me gusta hablarles cuando el sol nace. Quien no habla con la naturaleza está perdiendo la mitad de su vida».

Perdonó a quien quemó su casa en las Islas. ¿Pero cómo no tener rencores en un país con tantas heridas?

«Prefiero gobernar sin casa que con odio, me dije. Siquiera la quemaron, de alguna manera eso me liberó. No digo que hay que perdonar y perdonar, pero sí entender. Hay que desnudarse por dentro, ante Dios. Es hora de abrirnos y creo que la “violencia” más grande es el amor. Cuando uno ama, no puede ser malo; y si es malo, también es bueno. Es mi esperanza. Sin amor, puedes ir a misa y ser un asesino».

Una receta de cocina con ingredientes sociales…

«Espaguetis a la Simón. Un día tenía poco con qué hacerlos. Herví el agua, puse sal, aceite de oliva, y comencé a hablar: espaguetico, ya estás quedando al dente; te voy a echar estas goticas de ron, que te las manda el tomate que no pudo venir, el pimentón que se quedó en casa. Quedaron fantásticos… Creatividad, imaginación, es lo que necesita el país de sus gobernantes».

¿Qué sensación acerca de las profundidades de la vida le queda a un buceador?

«Bucear es el silencio, la comunicación extrasensorial. De pronto, pasas el cuerpo por un coral rojo y, cuando sales, te arde, te rasca o te da un calambre. En ese momento dices: no me vuelvo a meter. Pero esto no dura más de diez minutos. La vida es lo mejor que nos ha pasado, está incluso en lo que llamamos desechable. Tuertos o sin piernas o sin lengua, es un regalo. Hay que vivirla intensamente. Si lo comprendiéramos, nadie haría daño a otro».

Una imagen de plenitud eternizada…

«Una moto bien grande con una mujer bien bella atrás, vestida con uno de esos bluyines rotos que se ponen ahora, abrazándome. Y en la carretera, montañas, arena y mar, y una luna verde al fondo y muchos niños cantando. Y que la velocidad me lleve a un punto que no sé si me choqué o llegué al destino, porque el destino es eterno».

Fuente:

El Colombiano, sección «Nuestra Gente», domingo 10 de marzo de 2002.