Una tumba en
el mar para Simón

El pasado lunes, víctima de un cáncer, falleció el exgobernador de San Andrés y Providencia Simón González, un paisa amante del mar que ayudó a afianzar la identidad del archipiélago.

Tenía por costumbre ponerles nombres a los vehículos en los que se transportaba. Su moto, una Harley Davison, se llamaba Rayo de Luna, y a un bote que había comprado hace poco le puso Rayo.

Y también una manera particular de vestirse. Al punto, que un día Simón González se apareció en el Palacio de Nariño, recién nombrado intendente de San Andrés por el Gobierno de Belisario Betancur, en yin y con una mochila de fique colgada.

Por supuesto, no lo dejaron entrar hasta que una de las secretarias fue hasta la puerta y dijo que el señor allí presente tenía un cargo muy importante y que lo dejaran seguir.

Así lo recuerda Hernán Ospina, uno de sus amigos desde el colegio San Ignacio, de Medellín, donde estudiaron bachillerato. «Simón era una persona correcta, inteligente, buen estudiante, muy íntegro, muy loco».

Un loco que según Gloria Triana, otra de sus amigas, «hizo lo que nadie ha podido volver a hacer en las islas: reafirmar las tradiciones y la cultura. Simón despertó un gran sentido de cohesión e identidad. No era isleño, ni costeño, pero consiguió tejer identidad».

Y es que Simón González, que nació en Medellín el 24 de octubre de 1931, no era un habitante más de las islas sino un hijo del Caribe. «Siempre defendió sus teorías de la luna verde, que era para los enamorados; su barracuda de los ojos verdes y lágrimas azules y su mar de los siete colores», sigue Triana.

Incluso, se dice, en el lenguaje mitológico de las islas que González tenía comunicación directa con las diosas del mar y del viento.

Incendio en Providencia

Tres veces fue gobernador de San Andrés y Providencia, dos por nombramiento presidencial y uno por elección popular.

En sus administraciones realizó mejores en los servicios públicos y también privilegió el turismo y las actividades culturales. Fue, además, uno de los creadores del Festival de la Luna Verde, que impulsó la música del Caribe desde San Andrés.

Cada vez que tocaba tierra firme hablaba del mar de los siete colores y motivaba a la gente a que visitara San Andrés y Providencia. Y en esta última isla construyó una casa que fue quemada porque, como dice Gloria Triana, «mucha gente lo amaba y muchas personas, también, lo detestaban».

Y en este punto la antropóloga cuenta que hasta el incendio de esa casa tuvo un sentido mítico. En la tradición de las islas, las mujeres, cuando sienten que sus hombres las están engañando, les queman la ropa, para que no tengan qué ponerse y no puedan salir a la calle.

Pero la calle principal de González era el mar y la naturaleza en general. Durante una de las épocas que vivió en Bogotá, “El Brujo”, como era conocido, tenía una oficina con un escritorio de madera rústica y pájaros revoloteando por todas partes que solo salían del recinto cuando él les abría la puerta.

«Y en su casa de Bogotá, de cuatro pisos y construida en una loma, tenía un tigrillo como mascota. El animal vivía en la buhardilla y le gustaba sentarse cerca a la chimenea y junto a una de las ex mujeres de González, cuyo nombre no recuerdo, que lo acariciaba», cuenta Ospina.

Simón González, hijo del maestro Fernando González, no era, definitivamente, alguien del común. Ni siquiera aparentaba los 71 años que tenía y lejos estaba pensar que se iba a morir.

Su sobrino Lucas González, que lo cuidó en sus últimos días en Medellín, a donde el exgobernador había llegado el 11 de septiembre pasado para realizarse un chequeo médico, lo recuerda como un ser «lleno de energía y dinámico. Pero también, en el fondo, muy solitario y enamoradizo. Todos los admirábamos y lo veíamos como el Maradona de la familia».

Y se ríe cuando cuenta que no hace mucho, cuando Lina María Moreno de Uribe, esposa del Presidente, visitó el Museo Otraparte, donde murió Fernando González, su tío salió a saludarla luciendo unos tenis rojos, naranja y negros. «Así era él».

En 1975 organizó en Bogotá el Congreso Mundial de Brujería, certamen que provocó polémicas y que contó con la participación de expertos en asuntos esotéricos. También, hizo parte del grupo Los Nadaístas, un legado de su padre, al que pertenecieron filósofos y escritores.

Ahora, Simón González ya no está. Queda su esencia en San Andrés y Providencia. Y en uno de los lugares donde más se siente su sello es el Coral Palace, sede de la gobernación del archipiélago. Allí, cuando fue nombrado intendente, mandó a construir un acuario para barracudas, que su sucesora en el cargo, María Teresa Uribe Bent, reemplazó por una Biblia hacha en mármol.

Cuando regresó como regente, recuperó el acuario e instaló de nuevo la barracuda.

Sus cenizas, por voluntad propia, serán tiradas al mar en la isla de Providencia. Las diosas del mar y del viento seguramente estarán ahí. Y no faltarán las lágrimas azules de la barracuda de ojos verdes.

Reacciones

Belisario Betancur, expresidente de la República

Simón González vivía de la utopía, escanciada en el propio pensamiento filosófico de su padre, Fernando González, en el cual aprendimos los contemporáneos del maestro a poner siempre la mirada y la acción en instancias más elevadas que el veleidoso quehacer cotidiano de la política. Tuve el privilegio de estar muy cerca de él, más en lo personal que en lo administrativo, no obstante que fui quien se atrevió a nombrarlo intendente del archipiélago, contra el querer de muchos de sus compatriotas de todos los sectores. Fue el gran realizador que los sanandresanos consagraron después, con el voto popular, como gran gobernador. Todos los recuerdos que tengo de Simón, todas las evocaciones que su muerte inesperada me suscitan, giran en torno a la memoria de un colombiano que se salía del común. Mi familia y yo estamos muy afligidos porque tuvimos el privilegio de su amistad, que ahora se ha cortado súbitamente.

Susanie Davis Bryan, gobernadora de San Andrés

Sus huellas están plasmadas en cada rincón de las islas. Ningún lugar está lejos para los seres con imaginación y Simón siempre estará presente en el viento que trae una y otra vez la magia de su esencia, y en la mar de los siete colores que siempre lo inspiraba.

Eduardo Escobar, poeta nadaísta

Era un hombre muy singular, porque reunía las cualidades de un hombre de mundo, práctico, con una profunda espiritualidad. Simón debería ser recordado porque fue uno de esos servidores públicos —muy raros entre nosotros— que en realidad se dedicó a servir a lo público, sin afilar las uñas y sin robarse los presupuestos. Fue el precursor de esa pedagogía pintoresca que después puso de moda Mockus. Es lo que más admiré en él.

Fuente:

El Tiempo, sección «Perfil», miércoles 24 de septiembre de 2003.