El día que lloró la barracuda

(A Edgard Collazos, en su dolor)

Por Gustavo Álvarez Gardeazábal

El pasado 22 de septiembre, a las 5 y 10 minutos de la tarde, la barracuda de ojos verdes derramó lágrimas azules. A esa hora, en la tierra de sus mayores, bajo la sombra de Otraparte, el nieto de Carlos E. Restrepo, el hijo de Fernando González, el más grande de los brujos de agua salada, el señor de las islas, Simón González Restrepo, viajó a la eternidad.

Poeta del poder, ingeniero de la poesía, armó su visión del mundo con la misma soltura con que su padre filosofó en un país de ígnaros. Entendía el ejercicio de la autoridad como una delegación del dios Neptuno, la ironía de sus discursos como una advertencia a la Luna Verde y no como un llamado a sus gobernados. Por eso, y por mucho más, Simón el Brujo alcanzó la gloria antes de la muerte y se quedó grabado en el corazón de quienes gobernó o de quienes disfrutamos de su amistad y comprensión.

Ningún otro paisa ha sido como él. Jamás abjuró de su estirpe y de sus genes aunque los vistió de aguas coralinas, de gorros playeros y de sonidos inescrutables de ballena en celo. Inteligente, culto y resabiado. Precoz, atrevido y vertical. Dotado de una entereza mayúscula cubrió con la soledad el vacío de su ancestro y con sus gestos cargados de simbolismo escapó de la maraña atrapadora de la burocracia que no supo nunca cómo exprimirlo.

Amado por los cangrejos de Providencia, idolatrado por los negros de Agua Dulce, ejerció de gran maestre de la brujería pero jamás perdió su aura de monje estilista. A la orilla del camino o en lo alto de la cúspide de Cayo Cangrejo donde arrimó por último la barracuda sobre la que siempre traspasó los mares, Simón González le quiso enseñar a su Colombia frenética que la solución no estaba en los arpones sino en el poder cicatrizante del agua de mar. Por eso, tal vez, anunció de su muerte a través del aviso inolvidable con que en la tercera página de este periódico nos contó a sus amigos y familiares que había viajado a la eternidad y que desde la Luna Verde y junto a su barracuda de ojos verdes y lágrimas azules nos estará acompañando para siempre.

Fuente:

El Colombiano, martes 30 de septiembre de 2003, página 4A.