Un propósito nacional

Por Gustavo Restrepo Villa

«Ya sé por qué no se habla de Fernando González en Colombia: porque está vivo y tiene el suficiente sentido del humor para darse cuenta que los demás están muertos». Así decía la crítica de arte y escritora argentina Marta Traba en 1963, pocos meses antes de la muerte del escritor envigadeño. Y concluía: «Al fin he encontrado un hombre admirable y las palabras sobran».

Cuarenta años después, de manera espontánea y vía correo electrónico, en la Corporación Fernando González – Otraparte recibimos un concepto igualmente sobrecogedor de otra mujer extranjera. La historia, sin embargo, es diferente porque se origina en una persona ajena por completo a la realidad colombiana.

Se trata de Beate Rudigier, periodista radial alemana, quien un día, según sus propias palabras, se topó inesperadamente con el escritor en una biblioteca alemana (se preservaron la redacción y ortografía originales):

«El “encuentro” con Fernando González fue tan casual como provechoso: descubri en una mesa unas hojas copiadas que alguien allí había dejado. Fueron cartas que el maestro escribió a su hijo Simón. Leyendoles me impactaron por la sabiduria, la lucidez y el cariño que hallé en ellas. Me daba ganas de leer más de éste autor. Entonces fui a la Biblioteca Ibero-Americana de Berlin para averiguar que disponen de Fernando González. Asi me encontré con Salomé.

Más bien pueda darle una idea de mi acercamiento a la obra que ya un concepto maduro: Leí el libro con un trasfondo de estudios literarios y teológicos, más una inclinación a la poesia. Así leer Salomé fue un gozo. Una invitación enfatica y seductiva a la filosofia por un aficionado. Me impresiona la radicalidad de su planteamiento filosofico, una filosofia existencial que parte de la experiencia propia y por eso no aleja de la vida sino se aplica en ella de forma consecuente.

Una filosofía ocilando entre opuestos conceptos (dualistas): materia-espiritu, especie-individuo, lo mediterráneo-lo tropico, la determinación-la libertad, la vida-la muerte, tierra y cielo. Subiendo y bajando ligeramente sín fin la escala de Jacob. (Sutileza encantadora…)

Que genialidad de condensar tan compleja reflexión en una “novela-diario”, contar de una primavera fugaz y al mismo tiempo recorrer como de paso la filosofia del pasado y de su presente.

En esencia para mi el libro es un credo en el amor y en la vida, una (cosmo) vision humana y optimista. (Credo saliendo de la perspeciva de una “hechura” que es consciente de serlo). Y hay que ver esa afirmación de la vida en el contexto politico de los años trenta marcados por el surgir del facismo y nacional-socialismo con su “filosofia” de la muerte.

Para mi Fernando González parece ser un pensador muy original que escapa a todas las categorias, autor preferiendo los espacios intermedios. Entre fe y filosofia, entre diferentes culturas y conceptos, trashumante permanente a la vez conservador y visionario».

Después de leer el libro, Beate Rudigier comenzó a investigar más sobre el autor, y fue de esta manera como descubrió la existencia de Otraparte.org y estableció contacto con la Corporación Otraparte.

Es sorprendente que esta mujer, quien jamás había oído hablar sobre el autor colombiano, después de la lectura de uno solo de sus libros lo haya descrito con tanta lucidez. E incluso emprendió la tarea de traducir el libro al alemán con el ánimo de publicarlo en su país.

Nadie en Colombia, por supuesto, está obligado a leer a Fernando González, ni mucho menos a apreciar su obra. Sin embargo, en el contexto general de la cultura en Colombia, es notable la indiferencia del Estado y de la empresa privada cuando se habla de invertir en cultura y de promover los valores humanos locales, el pensamiento propio.

Olvidan que las personas, aquí y allá, siempre han sido y serán el patrimonio más importante de una Nación. A la gente, en contravía del parecer de quienes dirigen el país, le gusta estudiar, le divierte aprender, le interesa la cultura, el enriquecimiento intelectual y espiritual.

Colombia jamás será un buen país si no cuenta con una población educada y culta. No importarán para nada los tratados de libre comercio, ni los procesos de paz, si no se generan cambios profundos en el ser humano colombiano. Pero, al igual que en 1936, Colombia es hoy un pueblo con una «clase directora que vuela como los murciélagos, bajamente».

Lo anterior es una denuncia de Fernando González en su revista Antioquia. Allí, además, dice en otro artículo:

«Al observar a los políticos y a la prensa colombianos, lo primero que resalta es el espíritu de partido: para estos, todo en el gobierno está bien; para aquéllos, todo está mal. No hay una sola publicación, un profesor, un profesional, nadie que juzgue los acontecimientos patrios con criterio que esté a un metro siquiera por encima del presupuesto. […] Es preciso estudiar este fenómeno, su origen, sus modos, su determinación, pues, al hacerlo consciente, quizá lo destruiremos en dos o tres jóvenes, y eso sería bastante para ayudar a Colombia en los días negros que se avecinan».

«Los días negros que se avecinan», advierte doce años antes del asesinato de Gaitán y el inicio de la época conocida como La Violencia. La situación actual de Colombia no es gratuita, no surgió espontáneamente «porque sí». Ha sido un largo proceso de abusos y errores. Y no es el «país» quien tiene que cambiar, somos los colombianos quienes debemos hacerlo. No es algo que se logre de un día para otro, pero es urgente emprender la tarea. O mejor, continuarla, porque sería injusto negar el trabajo de tantos que lo han intentado. O mejor aún, generalizarla, para que la educación y la cultura y la creación sean un propósito nacional, tarea de cada uno de los colombianos.

Hay mucha riqueza humana, inteligencia en abundancia, pero el pueblo de Colombia es como una mina de oro aún sin explotar. Los colombianos que se han destacado de alguna manera, en cualquier campo, lo han hecho con grandes sacrificios, esfuerzos y soledades.

Fernando González es apenas un ejemplo, pero uno muy visible que tiene todavía bastante para decir y enseñar. Así lo describió el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal:

«¿Quién es Fernando González? Es un escritor inclasificable: místico, novelista, filósofo, poeta, ensayista, humorista, teólogo, anarquista, malhablado, beato y a la vez irreverente, sensual y casto… ¿Qué más? Un escritor originalísimo, como no hay otro en América Latina ni en ninguna otra parte que yo sepa».

El objetivo, sin embargo, no es idolatrar o endiosar a Fernando González. Lo que se pretende es que en el futuro la admiración de un extranjero no nos asombre tanto. Que sea algo natural. Y que sean muchos los admirados.

Fuente:

Radiomunera.com, 23 de julio de 2004.