El silencio de los locos

Por Óscar Domínguez Giraldo

Un buen día, Envigado despertó sin un sitio que era a la vez café cultural, salón de cine y exposiciones, lugar de encuentro de tertulias, lecturas, amores, música, pintura, fogatas, péndulos y poesía. Pero, ante todo, lugar de amigos, cómplices, de besos, abrazos, solidaridades, lealtades.

Hasta el 16 de septiembre funcionó este centro bautizado «Stultífera Navis» para despistar al enemigo. «La nave de los locos», en cristiano. El nombre se inspiró en un libro que circuló en Basilea, Suiza, en 1494, y sirvió de musa a cuerdos como El Bosco, Erasmo de Rotterdam, Michael Foucault.

«No la hundieron, no naufragó. Simplemente la obligaron a irse de esa agradable bahía donde navegaba tranquila», proclamó uno de sus compungidos activistas. Los navegantes envigadeños, encabezados por su líder, Sergio Restrepo Jaramillo, El Silencioso, le decían confianzudamente «La Nave». Había dado su primer grito de independencia —uno de los alias de la locura— en noviembre de 1999 en el Barrio Mesa.

«Los locos viven infinidad de mundos y los cuerdos viven en mundos inventados», era uno de sus postulados.

La casa donde operaban estaba llena de elementos «subversivos» como proyectores y cintas, péndulos, libros, revistas, ceniceros, mesas que semejan una cinta de 35 mm, con paredes y pisos de colores. Sus navegantes recordarán siempre la vieja casona larga, con habitaciones, corredores, la música gregoriana de fondo cantada por monjitas vecinas, una que otra sospecha de fantasma y la luz del patio central eternizada por Marta C. Jaramillo en una de sus fotografías.

A sus espaldas de soñadores, alguien compró la casa. Les tocó irse con su música a otra parte. O sea, a ninguna parte y a todas. Sesionarán donde palpite el corazón de alguno de sus animadores. La administración municipal nunca les brindó oxígeno económico.

Ningunió a sus directivos que camellaron por amor-humor al arte. Aparte del de pobreza, la cultura no produce más votos.

Estos locos se dedicaban a asuntos «perturbadores». Por eso «La Nave» murió por segunda vez: los jóvenes envigadeños encontraban allí un refugio para conversar, oír música, jugar pacífico parqués, solucionar diferencias por la vía imaginativa del ajedrez, hacerle carrizo a un tinto, beber cerveza o un señoritero ron para alebrestar el espíritu.

En «La Nave» se podía encontrar un amor, un desamor, volver arte el tiempo libre, leer, asistir a un recital, escuchar un concierto, ver películas de esas que jamás presentan en las salas comerciales, conocer el abc del oficio de pintor, con David Manzur, o de la poesía, con Jaime Jaramillo Escobar, admirar la pintura de algún pichón de Débora Arango.

Los locos que quedaron a la deriva, después del cierre, andan por ahí, desperdigados, cada uno en lo suyo: la universidad, el trabajo, no pocos vinculados a la Junta Directiva de la Corporación Otraparte. Asistiendo los miércoles a las películas de Cine Móvil y los domingos a las lecturas de Las mil y una noches. Sergio Restrepo, el que calla mientras hace el café, riega las matas, mima a «Simona», la ceiba, gestiona proyectos, atiende visitantes, recoge reblujos, vigila que las abejas hagan el amor tranquilas, desorganiza el escritorio…, seguirá dedicado a Cine Móvil y a Otraparte, de la cual es de facto y ad honorem su flamante director cultural.

Sus integrantes seguirán celebrando la locura de estar vivos y trabajando con las uñas por una sociedad en la que sea posible vivir sin miedo (con razón los cerraron). «Los locos se sienten libres y los cuerdos los encierran», era otra de sus directrices.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Columna Desvertebrada», jueves 13 de octubre de 2005.