Los guayacanes me hacen guiños

Por Ernesto Ochoa Moreno

Está ahí, a la entrada de Otraparte, según se llega a Envigado viniendo de Medellín. Es un hermoso guayacán que revienta como un resplandor amarillo en el vértice del terreno donde surgirá el Parque Cultural que, integrado a la Casa Museo, construirá el municipio de Envigado para potenciar la labor de la Corporación Fernando González – Otraparte.

Ahí está, como un monumento a la vitalidad, como un himno a la Presencia, junto a la ceiba Simona, todavía adolescente, nacida en el techo del templo de Santa Gertrudis de una semilla de las ceibas de la plaza —que tanto amaba el maestro— y que unos meses antes de morir sembró en este sitio Simón González Restrepo; que por eso se llama la Simona.

Es muy probable que este guayacán lo haya sembrado el solitario de Otraparte. Bajo sus ramas sin hojas, pero tupidas de flores amarillas, como bajo el domo encendido de una catedral, siento su presencia, apenas unos días después de conmemorarse, el 16 de febrero, un aniversario más de su muerte. Revivo sus palabras al padre Ripol en la dedicatoria del Libro de los viajes o de las presencias: «No se dirá murió, sino lo recibió el Silencio. Y no habrá duelos, sino la fiesta silenciosa, que es Silencio». Es la sensación que me invade: una luminosidad silenciosa. Tal vez la eternidad sea eso: un inmenso guayacán amarillo florecido eternamente.

Hace unos días, Gustavo Restrepo Villa, director de la Corporación, y Sergio Restrepo, su gestor cultural, le llevaron a Pilar Velilla, como regalo para el Jardín Botánico, un guayacán niño, hijo de este de Otraparte. El agradecimiento de Pilar llegó con un mensaje que ellos se apresuraron a comunicarme: ya están listos 1.500 guayacanes para sembrar en el cerro El Volador. El alcalde Sergio Fajardo y la secretaria del Medio Ambiente, Marta Ruby Falla —me contó después la misma Pilar—, contrataron con el Jardín Botánico la siembra de los árboles, para lo cual se están adecuando los terrenos. Omito otros detalles del proyecto, porque no los he recibido directamente de las fuentes oficiales y porque cedo el privilegio de informar sobre ello a mis colegas periodistas.

El sueño se ha hecho realidad. Como tal vez recuerde el lector, en mi columna del 27 de agosto del año pasado, titulada «Un futuro de guayacanes florecidos», rescaté la idea de sembrar guayacanes en los cerros Nutibara y El Volador, lanzada en los años 50, como después supe y así lo dejé sentado en otro escrito, por el abogado y sociólogo Juan Fernando Mesa Villa. A él, antes que a nadie, quisiera que llegara primero esta noticia. En las semanas siguientes aparecieron en otras de mis columnas tanto su testimonio, en cuanto padre de la iniciativa, como mensajes de muchos lectores entusiasmados con la idea. No había vuelto a tocar el tema, pero en lo íntimo presentía que la semilla no había caído en tierra seca.

Contemplo, pues, al guayacán de Otraparte, que ilumina como un fanal de luz gualda este sueño que empieza a tomar cuerpo. Y recuerdo dos poemas de Fernando González, escritos en 1935 y que aparecieron en el número 6 de Antioquia, la revista que en 1936, después de salir en mayo Los negroides, hace exactamente 70 años, creó el escritor envigadeño para publicar sus escritos y que logró mantener por varios años contra viento y marea, entre odios y escándalos, pero enhiesta siempre su lucha por la verdad y la autenticidad. El primero, titulado «A mi tumba», un bello poema en la línea de su poesía dura y densa, antípoda —según su propia expresión— de las versificaciones melifluas de la época, incluye esta referencia a los guayacanes: «Son las luces, las sombras, los matices/ que hay en el camino para la estación,/ en donde los guayacanes hacen guiños/ a mi corazón».

El otro poema se titula precisamente «Bajo los guayacanes». Lo trascribo completo:

Salud: adorámoste;
también a tus hijos:
               la belleza
y el proteico dinero.
¡Eres madre prolífica!

Tuyos los frutos todos
que alimentan al guerrero:
concentración, irradiación
y la bella serenidad.

Pero ¿cuál ese bailarín,
ágil como lagarto luciente
y duro como vergajo?…
Es
el claro concepto mental.

Y como tú, Salud, eres mía,
yo soy el joven,
soy el irresistible
bailarín cósmico;
soy
¡El brujo!

Eso es. Me hacen guiños el guayacán de Otraparte y los otros 1.500 listos para ser sembrados en El Volador. Cuando estos florezcan seremos, ya en la Presencia, bailarines cósmicos. Brujos en la plenitud de la amencia. Eternamente jóvenes.

Este sueño de un futuro de guayacanes florecidos es apenas una flor amarilla cayendo sobre la tierra, gozosamente resignada al marchitamiento que precede a las resurrecciones.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 25 de febrero de 2006.