70 años de la
revista Antioquia

Por Ernesto Ochoa Moreno

Tras una prolífica producción literaria en la primera mitad de la década de los años treinta del siglo pasado (Viaje a pie, 1929; Mi Simón Bolívar, 1930; Don Mirócletes, 1932; El Hermafrodita dormido, 1933; Mi Compadre, 1934; El remordimiento y Cartas a Estanislao, 1935) Fernando González publicó en mayo de 1936 su libro Los negroides y ese mismo mes apareció el primer número de la revista Antioquia.

Durante los meses siguientes, hasta diciembre, circularon ocho números. Esa continuidad se frenó al año siguiente, ya que el número 9 apenas fue publicado en noviembre de 1937 y el 10 en febrero de 1938. En septiembre, octubre y noviembre de 1939 aparecieron los números 11, 12 y 13. El proyecto editorial del pensador envigadeño sufre luego una larga interrupción hasta 1945, cuando renace con un fugaz entusiasmo con apenas dos números, el 14 y el 15, en julio y el 16 en agosto, para morir en septiembre con el número 17.

La revista «Antioquia» fue un proyecto editorial que no ha sido suficientemente estudiado en la producción literaria y filosófica de Fernando González. Por la misma caducidad de las revistas, sus ejemplares, que tanto dieron que hablar en su tiempo, se fueron perdiendo y apenas se conservaron unas pocas colecciones y viejos números sueltos.

Sólo en marzo de 1997 la Editorial de la Universidad de Antioquia publicó en un mismo volumen todos los números, con una magistral introducción de Alberto Aguirre.

Fernando González se lanza a la aventura de publicar sus escritos por entregas mensuales, en formato de revista, cuando se le cierran las puertas del mundo editorial de entonces, en una Colombia y en una Antioquia ofendida y escandalizada por el pensamiento y la amorosa acidez de su crítica a la realidad nacional, a los personajes de la época, a los acontecimientos del momento. «Panfleto amoroso» será el subtítulo que el autor pondrá al último número, casi como epitafio a su hazaña editorial.

No es difícil rastrear la forma como González confeccionaba su revista, de la que fue director y redactor único. Trascribía apartes de sus libretas, ya sea con sus reflexiones y pensamientos, ya con comentarios sobre hechos y personas, ya organizando y dando cuerpo a textos de nuevas obras publicadas por entregas, a manera de folletín (Don Benjamín, jesuita predicador, o La primavera, que después de su muerte será publicada como Salomé), ya con esbozos de nuevos libros. Basta mirar el índice de la edición mencionada para descubrir la versatilidad de Fernando González y su gozosa y sufriente vocación de escritor.

En Antioquia hay de todo. Desde el implacable estilo panfletario hasta bellos poemas, pasando por los análisis sociológicos, ensayos, cuentos, narraciones de costumbres y un inesperado ejercicio periodístico sobre los hechos de actualidad. Porque la revista fue, a mi juicio, una aventura periodística que todavía está por descubrir.

Dice Alberto Restrepo en Testigos de mi pueblo («Colección de autores antioqueños», 1995, pág. 466): «La revista Antioquia es un intento de llevar al pueblo a la reflexión sobre la realidad nacional. En las tiendas de abarrotes, en las zapaterías, en todos los lugares donde lucha el pueblo, es posible encontrar la revista de Fernando González».

De Antioquia dice Javier Henao Hidrón (Fernando González, filósofo de la autenticidad, 4 ed., 2000. pág. 199): «Revista personal, sin antecedentes ni continuadores en Colombia. La psique en toda su majestuosa manifestación, captando hechos sobresalientes de la realidad colombiana e internacional; analizando a los protagonistas de esos sucesos con penetración e ironía; fluctuando entre los ensayos filosóficos, sociológicos e históricos; y con frecuencia inusual, explayando el matiz profundo y tierno de su vena poética. Revista para satisfacer íntimos deseos intelectuales y trascender, tibia y nueva, a los lectores…».

Dice Alberto Aguirre en la introducción citada (pag. xxxvii): «Esta colección de la revista Antioquia, recogida aquí por primera vez entre tapas, es un libro de filosofía, escrito a veces en clave de poesía o de novela o de sociología o de crónica de la realidad. Fuera de aquellos atisbos y manifestaciones, a cada paso brotan las observaciones penetrantes, los asedios, las propuestas, las inquietudes. El filósofo se manifiesta por múltiples modos. Y lo que nos propone es la inquietud, el desasosiego. Y el permanente asombro».

Y unos párrafos antes (página xxii): «Es como un vademécum de su pensamiento, como mirar por el revés del catalejo, y advertir, en síntesis, su idea, múltiple, variada, contradictoria. Aquí se manifiestan sus dotes, sus valores, su estilo, sus ideas, su filosofía, sus tendencias. Es ocasión singular, pues fue siempre alguien que no se dejó encasillar por el concepto. Al tiempo que buscaba el mundo, se buscaba en el mundo. Buscaba el ser. Y la revista, por su misma condición de apego a la actualidad, indica esa búsqueda de la palpitación del mundo».

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 16 de septiembre de 2006.