Nuestro maestro
Fernando González

Espera humildemente ¡oh solitario! a tu silenciosa visitante… ¡Sufre! ¡Que pronto comenzará para ti el divino diálogo con tu propio corazón!

Por Iván de J. Guzmán López *

Hablar del maestro Fernando González Ochoa es no sólo un ejercicio de la razón; también lo es del corazón. El hijo de Daniel González Arango y Pastora Ochoa Estrada nació en Envigado, Antioquia, el 24 de abril de 1895. Filósofo aficionado —como gustaba llamarse—, inauguró en Colombia un claro método de introspección, certero para conocerse y conocer.

Este método, sencillo para un filósofo oficiante de día y de noche, pero difícil para un medio como el colombiano, habitado por «el hombre que hace fortuna», se basa en la introspección. Esta introspección, seguida de una rigurosa toma de notas en su «libreta de carnicero», lo llevó a estructurar el pensamiento de sí mismo, del hombre colombiano y americano, de subrayar sus débiles comportamientos y criticar sus complejos y su crónica tendencia a imitar.

Buscador incansable de su propio interior —práctica tan difícil en nuestro medio, y que siempre eludimos—, solía estructurar sus ideas y convertirlas en auténticas cogitaciones convocantes a la autoexpresión y la crítica. Esta tarea, matizada por un riguroso oficio de escritor, permitió que en 1916, con apenas 21 años, diera vida a Pensamientos de un viejo, prologado, por esas calendas, por el director de El Espectador, don Fidel cano. Es éste el germen de la obra trascendental del pensador. Aquí, la intimidad implacable del filósofo de Otraparte, como también se le conoce, se vuelca en vivencias, expresadas en palabras que aspiran a decir «la realidad»: «La parábola de la llaga», «Así habló el loco», «La parábola del jardín», «El paralítico», «Dolor y alegría», entre otros, son apartes que muestran la finura y la frescura de un pensador maduro, sometido a largas jornadas de reflexión y estudio de pensadores ya cercanos —no obstante su corta edad— como Schopenhauer, Spinoza o Nietzsche.

A Pensamientos de un viejo le sigue Viaje a pie: un viaje simultáneo por su interior y por los caminos, abras y montañas que van de Envigado al Valle del Cauca. Diario de quijote, lectura de arroyos, de sencillos espíritus humanos y de una naturaleza feraz y virgen, es el Viaje a pie.

Cronológicamente, le siguió El derecho a no obedecer, tesis de grado que escribió y que la Universidad de Antioquia le obligó a cambiar por el insustancial título de Una tesis (1919). Mi Simón Bolívar, que escribió en 1930, muestra, mediante el método emocional, al Libertador como conciencia continental y, a veces, cósmica. Le siguen: Don Mirócletes (1932), El Hermafrodita dormido (1933), Mi Compadre (1934), El remordimiento (1935), Cartas a Estanislao (1935), Los negroides (1936), revista Antioquia (1936-1945); luego, Santander (1940), El maestro de escuela (1941), la dura historia de Manjarrés, el pobre hombre incomprendido, donde el maestro de escuela paga un doloroso precio por haber predicado idealismos donde no había más que utilitarismos.

En 1959 publica el Libro de los viajes o de las presencias; más tarde, La tragicomedia del padre Elías y Martina la Velera (1962). Póstumamente, Salomé (1984), Las cartas de Ripol (1989) y Correspondencia con Carlos E. Restrepo, su suegro, en 1996.

El filósofo de envigado, el habitante de Otraparte (nombre de la corporación que, dicho sea de paso, cumple una invaluable labor promocionando el pensamiento y la vida del maestro), el filósofo aficionado, el enamorado de la vida, de la belleza, de la verdad, de la justicia; el pensador instalado eternamente en su yo, el maestro Fernando González Ochoa, murió en su Envigado un 16 de febrero de 1964, dejando un legado de autenticidad, de fe, de queja y de amor por Colombia, a la que amó, no obstante las duras miradas decimonónicas e incomprensivas sobre él.

* Coordinador Fomento de la Lectura Comfama.

Fuente:

El Mundo, sección «La Metro», columna de opinión «Letras al sol», sábado 17 de febrero de 2007.