Un viejo libro joven

Por Ernesto Ochoa Moreno

El martes pasado, 24 de abril, fecha conmemorativa del nacimiento del escritor Fernando González (1895-1964), se presentó en la Casa Museo Otraparte una nueva edición de Pensamientos de un viejo, su primera obra, que había aparecido por estas mismas fechas, el 12 de abril de 1916. Además de ofrecer al lector un libro que ya se había agotado en sus cuatro ediciones anteriores, la importancia del volumen radica también en que con él se inicia la «Biblioteca Fernando González», un proyecto de la Corporación Otraparte y el Fondo Editorial Eafit, que contempla la publicación de las obras completas del filósofo antioqueño.

Es un bello ejemplar, que cabe entre las manos y en el bolsillo del saco, como deseaba Fernando González para sus libros, y cuyas tapas de color café oscuro de madera de ataúd (como él las quiso para el Libro de los viajes o de las presencias), imitan las pastas de una de esas libretas de carnicero que usaba para hacer los apuntes y notas diarias que, a la postre, se convertían en la materia prima de sus obras.

Se reproduce en el volumen, con acierto, el prólogo de Fidel Cano que acompañó la primera edición y que resulta, releído una vez más, un texto casi consubstancial a la obra. Fue éste el único libro en el que Fernando González acudió a un prologuista. El fundador de El Espectador, tan afín con el joven González en rebeldías y búsquedas de autenticidad incómoda para los demás, pronostica certeramente el futuro del novel escritor:

«Puede que me engañe en mis pronósticos sobre las futuras sendas de González; pero me parece verlos ya cumplidos, acaso porque los hago con fe nacida de un férvido deseo, de dos férvidos deseos diré más bien: el de ver dichoso al amigo y el de ver realizada —hecha gloria— una esperanza de la Patria. Fernando tiene ya ganado puesto de honor entre los escritores nacionales, con las producciones que en diarios y revistas ha publicado hasta hoy, y es para mí seguro que la aparición de este libro le confirmará la posesión de un nombre distinguido en el escalafón intelectual de Colombia; pero todo esto, con ser muy brillante, no es todavía más que una aurora: el orto de la inteligencia que así se anuncia no tardará, y será espléndido».

En Pensamientos de un viejo está en germen todo Fernando González: su proceso vital; sus posiciones y actitudes frente a la vida, a la sociedad y a los grandes interrogantes de la existencia; sus búsquedas y descubrimientos; sus rebeldías y sus desencuentros; sus concepciones filosóficas y sus iluminaciones espirituales; sus libros todos, desde el que siguió cronológicamente, Viaje a pie, hasta las dos obras finales de plenitud: Libro de los viajes o de las presencias y La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera.

Por eso, este libro de Fernando González se puede leer, o releer, tanto a la luz incipiente de esa «aurora», de que hablaba Fidel Cano, como bajo el esplendor diluido del ocaso, es decir, desde la cima de toda su producción literaria y filosófica. Leerlo para empezar a conocer al escritor, o leerlo para corroborar los logros de toda su obra. En ambos casos brotará una sorpresa. Y el asombro de que Fernando González es un autor de primera lectura. Siempre que se lee, por más que se haya trasegado por sus obras, es como si fuera la primera vez.

Termino con un texto de Alberto Restrepo González, el más profundo conocedor del pensamiento y la obra del solitario de Otraparte, en el ensayo «Fernando González, testigo de la madurez de la fe», de su libro Testigos de mi pueblo (Colección de Autores Antioqueños, n.º 95, página 409). Al hablar de Pensamientos de un viejo, dice así: «Se trata de una obra inmadura. Su mérito estriba en ponernos al desnudo, desde su primera juventud, la fidelidad de González a las líneas fundamentales de su pensamiento». El citado autor ilustra con frases del libro esas líneas que, por espacio, apenas enumero: «… la centralidad del yo; el vitalismo antiintelectualista; la burla de todo lo que fue impuesto alguna vez y no adquirido por esfuerzo propio; la inquietud por Dios, que apenas negado se hizo sentir; el anhelo por conseguir la mesura y el dominio de sí; la idea casi obsesiva de que lo esencial es la autenticidad, el vivir la propia vida».

En mis manos, como un ave que se rebulle para alzar el vuelo, este ejemplar de un viejo libro joven.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», sábado 28 de abril de 2007.