Notas sobre la poesía
de Fernando González

Por José Manuel Arango

En una dura y burlona carta al “ilustre y viejo coplero” Antonio José (Ñito) Restrepo, dice Fernando González que una de sus finalidades era “acabar con la literatura de palabras”, con “la intemperancia verbal y sentimental” (CE, pp. 10ss).

Es que tenía el sentido de la palabra esencial. Sus libros son palabra desnuda. Es decir, poemas.

“¿Cuál será el criterio para el valor del estilo, del arte, sea cual fuere? La transparencia” (LVP, p. 46).

Su paladar de la lengua

“El español fue hermosísimo y prometedor hasta Fernando de Rojas… Era idioma ágil, juvenil, sin repujos, preciso, directo y de grandísimo futuro. Pero llegaron esos ascendientes de Fernando el Católico, con sus posesiones italianas…, y el maridaje de Aragón y Castilla, y el Imperio en Flandes, en Italia y en América…; el Carlos V flamenco…, y el español se convirtió en esto farolón, repujado, desarticulado, que es el español de Góngora, Quevedo, Gracián y la revista A.B.C.” (LVP, pp. 130-131).

Sus libros preferidos eran Libro de buen amor, La Celestina, Lazarillo de Tormes y El coloquio de los perros.

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Y ¿quiénes eran sus poetas? Entre los nuestros, Epifanio. “Mi amigo Epifanio”, lo llama. Y lo pone de “ángel campesino”. “Epifanio habita muy alto; es un brujo. Vino, viene siempre a visitarme aquí, a El Retiro. Y en Colombia no lo aman. Aman a los imitadores. Con su pan se lo coman…” (LVP, p. 70).

Pero también están Baudelaire y Rimbaud

¿Cómo es eso?, ¿Epifanio y Baudelaire? Sí, así es: Epifanio y Barba Jacob y Baudelaire. “En Baudelaire y en Barba Jacob, la desnudez de sus vivencias sexuales es tanta, que aparece el llanto de la Intimidad o Paraíso Perdido”. “En estos dos viajeros por los infiernos hay tanto arte o desnudez que la Intimidad nos habla en ellos. Son grandes guías o maestros para el viaje por regiones tenebrosas” (LVP, pp. 76-77).

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Resulta pues que la transparencia es desnudez, y que en fin de cuentas no es asunto de forma sino de vida.

Y la desnudez que propone es todo lo contrario del exhibicionismo. La publicidad le daba náuseas. ¿Publicarse? La putica dice: Yo ya me publiqué. “Todos somos aquí publicistas: poesía, filosofía, pintura, escultura, santidad pu-bli-ci-ta-ria. Todos somos poetas-periodistas y putas-periodistas” (LVP, p. 21).

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Su manera de escribir es harto significativa. Escribir libretas, andar por ahí atisbando. Atisbando agonías, como le gustaba decir. Y sacaba la libreta del bolsillo y, debajo de una ceiba o de un pisquín, o en la mesa de un café, escribía. Hacer un libro era pasar en limpio las libretas. Que no son diarios, no tienen el egotismo del diario. Son, más bien, anotaciones de viajero.

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Es de Giordano Bruno esta proposición, que se encuentra, sin comillas, en el Libro de los viajes o de las presencias: “Hay infinito número de mundos”. Y es que las comillas no hacían falta, porque él la dice con otro sentido. Quiere decir: “En cada uno hay un daimón”.

Para que el daimón se manifieste es necesaria, sin embargo, una “descomposición del yo” (LVP, p. 95). Hay algo en Fernando González que apunta derecho a ciertas formas del pensamiento oriental. Las referencias son explícitas. Su desnudez es semejante al vacío. Es negación de la vanidad.

Véase esta definición de la amencia, formulada, por otra parte, a la manera spinoziana: “Entiendo por amente al que vive en la Inteligencia y ya no tiene mente; ya no piensa sino que vive; es el inteligible y la Inteligencia. A eso lo llamo también Sabiduría y Beatitud” (TPE, p. 168).

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Algunas veces —muy pocas— hace versos. Como aquellos, deliciosos, a la perraflaquita, que hay en La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera. O el poema a una dentroderita. O estos, a un pisquín herido por el rayo, que según dice le dictó el daimón:

“¡Bendice, Señor, al viejo tronco en que cantan los cucaracheros y se asolean los gallinazos con las alas abiertas!” (TPE, p. 84).

Alguna vez envía, en una carta, un poema a su hermano Alberto. “Es un poema que amo mucho… Hay que leerlo dándole la música, así: con pausas en donde acaban las líneas, pues su música es irónica y triste, e hice por eso las pausas en donde más duele”. “El cielo se entrega al menos pensado, el día menos pensado”… (CE, p. 26).

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Pero sus mejores poemas están en prosa, en la prosa escueta y viva de sus relaciones. Y en prosa están también los dos himnos que aparecen en El remordimiento escritos en vísperas de Navidad, y que son alta poesía, digna de la tradición mística que va del Cantar de los cantares a La noche oscura de San Juan de la Cruz.

Qué bueno es repetir, saboreándolos —aunque sea a destiempo— fragmentos de esos himnos:

“Estoy embriagado de felicidad. Soy como úlcera rojiza en vía de cicatrización. La vida me produce tanta alegría que es hasta comezón…”.

“Señor: cógeme, que me muero de delicia…”.

“Soy úlcera que botó la costra y que brota carne en conillos rojizos y me muero de la dicha”.

La preceptiva usual y ordinaria —la distinción de géneros literarios es cosa de preceptiva— se funda en una confusión. Se confunde la poesía con el verso. Y esto no pasa sólo en teoría. Mucha práctica ‘poética’ es hoy apenas un confuso atarearse en hacer versos. Pero si tratáramos de ver claro, de ir un poco más allá de esa generalizada confusión, no parecería extraño admitir que Fernando González es uno de nuestros poetas mayores.

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CE: Cartas a Estanislao.
LVP: Libro de los viajes o de las presencias.
TPE: La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera.

* Las ediciones citadas son las de Bedout.

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Himno

(Diciembre 23 de 1933)

Desde hace tres días encuentro la vida milagrosa. Estoy asombrado de felicidad. Estoy embriagado de dulzura. Soy como úlcera rojiza en vía de cicatrización. La vida me produce tanta alegría, que es hasta comezón. ¿Era pues, posible, un milagro? Veo a Dios. ¡Cuán bello es el que está escondido, el que susurra bajo las formas de la vida! Tú, Señor, eres el niño que palpita en todas las cosas, como si fueras a nacer ya, ya… Toda la vida está grávida de ti, Señor Niño Jesús, y mañana vas a nacer en todas partes y de todas las cosas. Eres como la aurora, que cada vez más, cada vez más…

Señor: cógeme, que me muero de delicia; no me vuelvas a mirar con ojos sonreídos, porque muero de comezón, la comezón de la felicidad. No me sonrías, Señor, con ojos tan maliciosos e inocentes, porque mi corazón se encabrita y va desenfrenado y me tumba…

Soy úlcera que botó la costra y que brota carne en conillos rojizos y me muero de dicha.

¿Por qué me has dado tanta felicidad, después de días tan amargos?

Hijo mío, mi Dios y mi creación dentro de mis entrañas, no rebullas tanto, que me matas: dame poco a poco la dicha de tu presencia.

Pero no. Mírame más, sal de detrás de la alta montaña que te oculta, y ven cada vez más cerca, cada vez más, cada vez más, pues eres el que siempre, eternamente, está llegando: eres infinito.

Dije durante mi vida oscura del otoño: ¡Ven Sabiduría y Belleza! Ahora me has inundado, y estoy tembloroso y tengo comezón de dicha, como la novia que llora y ríe y no puede creer que está herida, que en su carne palpitante se injertó otra carne.

El amor son las alas del alma. He renacido al amor. Mucho más que la inteligencia, pero mucho más, centuplica mi vida un indicio amoroso tuyo, Señor, como, por ejemplo, cuando me sonríes en ojos maliciosos. Sólo el amor deja la vieja carne descostrada, desnuda, rojiza, sangrando vitalidad, de tal modo que parece que fuera a escalar el cielo. ¡Presuntuosa! ¡Inocente!

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Segundo himno

(Diciembre 24 de 1933)

Todo estoy palpitante, porque te atisbo; todo yo chillo como los pajarillos que merodean en la mañana, porque te siento venir. Tengo un gran asombro… Todo instante se me hace milagroso. ¡Hiéreme, Amor, que estoy desfallecido como hermafrodita en el calor de la canícula, yacente, que arrojó para abajo la vestidura! No sé qué hacer de mí, Señor, desde que tus ojos me sonríen. Las alas para llegar a ti son el Amor. Derrítemelas pronto, hiéreme, no me dejes acercar más a ti, que ya estoy dando gritos de dicha y espanto. Hoy como virgen acariciada por mano que se atreve un poco, y que luego se aleja. Como virgen que rebulle las caderas, persiguiendo lo que teme, muerta de placer. ¡Hiéreme! ¡Satisfáceme! ¡Sa-tis-fá-ce-me!…

* * *

A la Virgen María

Para Álvaro

Estás muy lejos, fuera del pequeño tiempo
que hay y habrá entre mi nacer y mi morir;
por eso te llamo en mi ayuda, gran señora
que pariste a Jesucristo en el pueblo de Belén.

Muy grande serás, dulce María, que pariste
a uno que conocía a su Padre y su Reino
y que venció a la fría muerte. El único que
mostró que se vive en donde no se come.

Porque Buda, ni Mahoma ni Confucio
y Zoroastro dejaron de podrirse
ni se comunicaron con los terrícolas
después. El único fue el hijo que pariste en Belén.

Muy buena, lucífera, celestial, debías ser
para parir a semejante Rabí;
porque un ser que hablaba del Padre
con esa certeza, procedía de un sol.

Eres pues un ser más grande
que esos cuya luz demora 48 años
de luz. Envíame tus rayos y ablándame
y rehazme: ¡Yo soy como polluelo!

Quiero ser blando a tus rayos, como polluelo
que no ha roto el cascarón. ¡Reniego
de mis durezas de hombre estúpido,
prevaricador, ladrón y codicioso!

Ayer y anteayer recorrí las calles
en busca de mi vida pasada:
no hallé ni un solo día luminoso;
¡todo oscurecido por mis codicias!

No encontré en las calles de mi recuerdo
ni un solo ser que se levante a defenderme
el día en que comparezca ante el jurado
que distribuye las consecuencias.

Por eso te escribo este poema
dedicado a mi primogénito
Dame diez años y sé mi guía,
para rehacerme como si fuera óvulo.

Revista Antioquia, nº 7.
Noviembre de 1936.

* * *

“Baldomero Sanín Cano pone los libros de Samuel Butler al lado de La divina comedia y del Quijote. A mí me parece superior el Viaje a pie de Fernando González que los viajes de ese míster”.

Efe Gómez

Fuente:

Arango, José Manuel. “Notas sobre la poesía de Fernando González”. Medellín, El Mundo Semanal, n° 482, sábado 11 de febrero de 1989, p.p.: 6-7.