Viajes de un novicio
con Lucas de Ochoa

Epílogo

Por Félix Ángel Vallejo

A las ocho y media de la mañana llegué al café de don Jorge; le pregunté por el Maestro y me contestó: «Él está viniendo un poco más tarde ahora…, porque el ordeño… de la Paturra no lo deja venir temprano como antes…».

Esperé… y, mientras tanto, leí El Colombiano.

… Un poco después lo alcancé a ver… Caminaba despacio…, muy pausadamente…, moviendo para lado y lado… un frágil bastón de bambú… Se ve que le gusta mucho bordonear…, tentar con el bordón…

Me dediqué a observarlo…, a mirarlo…, a verlo con mucha atención… Pero…, cuando esto hacía…, me brincó en la memoria, muy viva…, la figura del Maestro en el momento en que lo vi por primera vez…

Yo estaba conversando con mi amigo Rafael Isaza frente al edificio Bolívar, en la acera contigua al almacén de un viejo Moreno… que murió de gordo… De golpe, me llamó la atención un hombre que pasaba, aprisa, junto a nosotros… ¡Qué cabeza y qué orejas tan grandes…! Y unos mechones… (¿rubios?) rebeldes…, muy rebeldes…, de eléctrica rebeldía…, como alborotados… por el viento, igual que en algunas estampas de Einstein y Lloyd George, según mi peculiar modo de ver ciertas imágenes y el capricho de mi memoria…

Pasó con gran rapidez, solo, muy alegre…, pues llevaba un gozoso resplandor en los ojos y… una sonrisa inocente… y… maliciosa… en los labios…

Inconscientemente lo seguí con la mirada… Mi amigo Rafael, que es muy tardío en sus reacciones.., se quedo viéndolo, perplejo…, sin decirme nada, por el primer momento… Pero luego, con saboreada lentitud, me dijo: «Ese es Fernando González…».

Yo sólo había leído Viaje a pie… e inmediatamente pensé: «… Este tipo me dejó un enredo… ¡Qué magnetismo…! ¡Qué energía la que difunde…!».

Y mientras este episodio lejano revoloteaba en mi memoria…, yo seguía mirándolo ahora…, desde el café de don Jorge, con tranquila insistencia… en mi brega por conciliar las dos imágenes…

Pude verlo y estudiarlo en todos sus movimientos…, con sosiego…, cuidado… y deleite…

Braquicéfalo…, cabezón…, de boina vasca que armoniza sabiamente con su genial figura contradictoria…: mansa…, inocente…, marrullera y endemoniada…

Estatura mediana, hombros caídos y cuerpo magro…

Camina… con paso temblón…, inseguro…, y… como arrastrando los pies… y… empujando…

Las bisagras de las rodillas han ido cediendo…, con el tiempo…, hacia afuera…, como si el volumen y el peso de la cabeza hubiesen forzado por esa parte… la ampliación de la horqueta…

Viaja clavando los ojos por todas partes…, inquieto… , inquisitivo…, pues todo lo que hay y ocurre en el cosmos agita a su genial espíritu… ¡Qué águila…!

Su figura es muy rara…, de lejos y de cerca… Es como… de una… que le nace dentro…, allá… en su intimidad…, pero que no logra aparecer sino a ratos…, cuando lo posee y lo ilumina la sinergia… : ¡es la del beato…! La otra…, la que estoy viendo ahora… es la de por aquí…, la de pierna temblona…, hombros caídos (más el derecho que el izquierdo) y osamenta petrificada que casi…, casi… le traquea al andar como puerta vieja de goznes oxidados… Esa es la terrenal, la desgarbada…, la que viste traje informe con ese limpio y noble descuido… que tan bellamente armoniza con la del iluminado…, solitario… y misterioso… viajero…

Ya cerca de la esquina, más o menos a diez metros, lo estoy viendo más… y… más raro… En este momento… me parece realmente loco…

En verdad…, pienso…, al saludarlo: «… ¡El Maestro tiene una gran figura de loco…!». Le doy la mano… y… se me esfuma la imagen de la locura… Queda un mago… muy raro…, suave y amable…

Empezamos a beber café… ¡Está muy normal…! Habla con naturalidad sobre cosas triviales…, sin asomo… de nada… Todo lo que está diciendo es sensato, sencillo y apacible…

Fuente:

Ángel Vallejo, Félix. “Epílogo”. En: Viajes de un novicio con Lucas de Ochoa. Medellín, Editorial Gamma, julio de 1960. Dibujos de Horacio Longas.