La experiencia espiritual
de San Juan de la Cruz
y Fernando González

Por Alberto Restrepo González

Un espíritu común; dos caminos antitéticos; una misma experiencia final. Bien podría ser éste el resumen de lo que voy a compartir con ustedes.

Siquismo introspectivo, espíritu reformador, visión del mundo apoyada en el infinito, concepción dialéctica de la experiencia existencial, decisión de compromiso total, insularidad en su medio sociocultural, incomprensión por parte del sistema eclesial, vivencia final de intimidad con el absoluto, son las características comunes a San Juan de la Cruz y Fernando González: un caso de gemelaridad espiritual a cuatro siglos de distancia.

Alma sosegada, talante sereno y apacible, desinterés por el acontecer fenoménico mirado como realidad simplemente adjetiva, pausa y sistematicidad en la exposición de sus ideas, escaso interés por los problemas metafísicos como tales, en el caso de San Juan de la Cruz.

“Espíritu pasional prisionero entre la carne”, ánimo polémico, desazón inquisitiva permanente, un anidar continuo en los fenómenos al atisbo de árboles, insectos, muchachas y mentiras sociales, organicidad de pensamiento y expresión hirviente, dura y pedregosa, en el caso de Fernando González, hacen de estos dos personajes un caso antitético de personalidad religiosa a uno y otro lado del mar.

Trataré de hacer un escrutinio de búsquedas y logros y andadura en la obra de estos dos personajes que por momentos converge, por momentos se distancia y por momentos, sobre todo al consignar sus hallazgos definitivos, acaba por identificarse.

Vengo reflexionando este tema desde 1963, año en el que Fernando González me envió a Manizales su ensayo sobre Tomás Carrasquilla con la siguiente dedicatoria: “Bien, requetebién, que el Espíritu te haya llevado a la fría y bella Manizales, a que atisbes en el helado y ardiente Ruiz al joven Juan de Yepes y tengas su noche oscura, que es toda como el cono que brilla allá, alto, cuando la atmósfera es purísima nada. Por aquí hay mucho polvillo pintarrajeado por los rayos de una falsa luz”.

Desde entonces, testigo muy cercano de las agonías de González, me pregunto por las raíces de San Juan de la Cruz, en la vida y en la obra de nuestro sabio antioqueño.

Creo que para poder validar nuestra búsqueda de esta tarde hay que comenzar por clarificar dos asuntos:

Cómo es falso el mito de Fernando González repentista, inorgánico, contradictorio, desvertebrado, inconcluso.

Cómo es falso el mito de Fernando González panfletario, calumniador de varones probos, amoral, carente de un horizonte definido de búsquedas.

1. Desde 1911, a sus 16 años, ya estaba Fernando González, en Pensamientos de un Viejo, enunciando los aforismos que habrían de constituir la médula de su obra y el objeto de sus cuestionamientos durante toda su vida.

“Cada uno debe vivir y analizar sus experiencias para recoger la imagen que la vida deje al pasar por su ser”.

“El hombre no puede comprender otra cosa que no sea su espíritu”.

“La razón es esencialmente enemiga de la vida”.

“Ya que estamos en la vida, la verdad para nosotros es la vida”.

“Leer es vivir una vida prestada. ¿Por qué no leerme a mí mismo?”.

“Toda la vida futura está en potencia en la actual, y la vida actual y la futura son determinadas por la pasada y todo ello es Dios”.

“Todas las cosas son fenómenos del único ser. Todo cambia pero el Ser permanece eternamente”.

“El remordimiento es el dolor de un instinto no satisfecho… Yo alabo el remordimiento como el Musageta de toda filosofía”.

“El gran problema está en saber si en la tumba se disuelve el Yo”.

¿Quién que conozca la obra de González, no ve en esta somera enumeración, la temática fundamental de su obra?

Por eso podía decir: “Desde niño estoy buscando la verdad” (ER 81). “Desde la edad de ocho años busco el triunfo sobre mí mismo” (CE 93). “Desde niño me apellido filósofo” (MS 106). “Sólo interrogo lo mismo que en mi niñez” (MS 126).

No hay, pues, tal repentismo, tal asistematiciad, tal improvisación, tal pensamiento inconcluso, desvertebrado, contradictorio.

2. El elemento medular de la búsqueda gonzaliana es la pasión por la verdad viva, Dios vivo, no la verdad racional, oficial, académica.

“La ciencia oficial no ha tenido mi amor. La REVOLUCIÓN está entre las leyes y el porvenir, zona agradable… Entre la ciencia y la oscuridad completa, hay otra, a media luz, como de amanecer; ahí he vivido. No me ha gustado lo que cualquiera puede saber si compra un libro y se sienta en un taburete” (HA 11) para “crecer, hacerse potente, irse acercando a Dios” (MS 51) “Dios me llama a gritos. Desde mi infancia me está llamando a gritos y, cuando me pongo a escuchar parezco un diosesito” (ER 226).

No hay, pues, tal carencia de un derrotero definido, tal falta de una temática concreta que vertebre su obra.

Clarificados estos dos puntos, que considero pertinentes, dado que la obra del carmelita español es rigurosamente sistemática y definidamente teleológica, podemos empezar el recorrido a través de las obras de nuestros autores.

Lo primero que aparece con claridad es el asunto del método. San Juan de la Cruz y Fernando González son dos metodólogos del caminar hacia el espíritu, que lleva en San Juan de la Cruz al “desposorio místico” y al “matrimonio espiritual” y en Fernando González a la “fornicación con la verdad desnuda” porque “Dios hace guiños y el corazón se encabrita” (CE 107).

Dos métodos, bien diferentes, eso sí. Pero fundamentalmente identificados en su concepción del mundo y de la vida. San Juan de la Cruz y Fernando González comparten la visión fundamental de un método ascencional. “Subida del monte Carmelo”, que dice el carmelita; “Camino ascendente… ascender mediante la lucha”, que dice Fernando González (MS 80).

Comparten así mismo, la noción de beatitud, como término del camino: “Estado Beatífico” (CE) del español; “Beatitud… estado de conciencia no sujeto al tiempo y al espacio” (ER 39).

Comparten también la conciencia de la realidad fundamental como divinidad en la que todo subsiste y tiene sentido: “Dios crió todas las cosas con gran brevedad y facilidad y en ellas dejó un rastro de quién era él… dotándolas de innumerables gracias y virtudes… que con sola esta figura de su Hijo, miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural, comunicándoles muchas gracias y dones naturales, haciéndolas acabadas perfectas” (CE V 1-4) dice San Juan de la Cruz.

“No se puede concebir nada existente fuera de Dios” (HD 30).

“Todo el universo se me ha convertido en señales divinas; es como un guiño de ojos” (CE 80), repite González.

La renunciación y la lucha como camino, hacia el hallazgo de la beatitud, son también una constante común en nuestros escritores.

“No consiente Dios a otra cosa morar consigo en uno… Toda alma que quiere subir a este monte ha de hacer sí misma altar en el que ofrezca a Dios sacrificio de amor puro y alabanza y reverencia y así es menester que el camino y subida para Dios sea un ordinario cuidado de hacer cesar los apetitos” (SDMC I.V. 7-6) dice San Juan de la Cruz. Y González, por su parte, anota: “El camino es el renunciamiento o sea la cruz” (ER 83). “La cuestión está en ascender mediante la lucha” (MS 80).

Finalmente, vale la pena anotar en este escrutinio sobre la comunidad de concepciones metodológicas de San Juan de la Cruz y Fernando González hacia la beatitud, su clara concepción de la presencia de Dios en la intimidad humana.

“Nunca Dios falta al alma… Gózate y alegra en tu interior recogimiento con él, pues le tienes tan cerca… no le vayas a buscar fuera de ti porque te distraerás y cansarás y no lo hallarás ni gozarás más cierto, ni más presto ni más cerca que dentro de ti. Sólo hay una cosa, que aunque esté dentro de ti, está escondido” (CE 1,8).

“No lo busques ni en este librito ni en ningún otro. Lo hallarás en ti mismo. El es lo más cercano de ti, lector; es más cercano que tu yo: pero lo más lejano de ti a causa de tu yo” (T).

Sin embargo, precisamente a partir de su visión común, la concepción de la técnica (por decirlo así) para ascender por la renunciación hasta la beatitud, separa el místico español de nuestro caminante antioqueño.

Desde el momento mismo de la partida, las posiciones de estos dos caminantes son totalmente distintas.

San Juan de la Cruz, parte, si más de la dimensión ascética, como negación y lucha contra los sentidos, y a ella se circunscribe, es todo su mundo y en ella centra su acción. “En esta primera canción —dice en la parrafada inicial de S MC— canta el alma la dichosa suerte y ventura que tuvo en salir de todas las cosas afuera, y de los apetitos e imperfecciones que hay en la parte sensitiva del hombre, por desorden que tiene la razón” (MC I. 1.1).

Para él no hay problema en la fijación del punto de partida; tiene bien claro que en la razón hay un desorden por lo que no se fiará de “Ni la experiencia, ni de ciencia porque lo uno y lo otro puede fallar” (MC Prol 2); tiene la seguridad absoluta en la guía de la revelación: “aprovecharme he para todo lo que con el favor divino hubiere de decir, a lo menos para lo importante y oscuro que hubiere de entender, de la Divina Escritura, por la cual guiándonos, no podemos errar pues el que en ella habla es el Espíritu Santo” (MC Prol).

La filosofía aristotélica y su principio de no contradicción, son la guía metafísica de su discurso que en ella se apoya sin más: “Dos contrarios no pueden caber en un sujeto, y las tinieblas que son las afecciones de las criaturas, y la luz, que es Dios, son contrarios entre sí”.

Sin ningún conflicto de base, todo el sistema ascético místico de San Juan de la Cruz se estructurará a partir de su experiencia personal, pues sobre la “noche oscura, por la cual pasa el alma para llegar a la divina luz de la unión perfecta del amor de Dios… sólo el que por ella pasa lo sabrá sentir, más no decir” (MC. Prol). Una praxis de negación de los sentidos, la guía de las Escrituras, la filosofía aristotélica tomista, le servirán de apoyo a la experiencia espiritual.

El punto de partida de González es totalmente contrario. No sabe a dónde ha de ir y se pregunta: “Dónde encontrar el país que está más allá de los conceptos” (PV). No tiene clara la estructuración del mismo y hace convergir a él por igual, la mística panteísta que postula la disolución del yo en el universo; la epistemología idealista que hace del yo el constitutivo de la lógica humana; el mensaje evangélico de las Bienaventuranzas y la ética Nietzchana del esmerado trabajo de las pasiones.

No tiene una filosofía definida y por lo mismo carece de un primer principio definido de reflexión. Esa será la crisis de sus años de estudiante en el colegio de los jesuitas, ese el sentido de su pensar definido y esa la causa profunda de la convergencia de su visión de la realidad hacia una experiencia religiosa, mística, filosófica y ética por partes iguales. Dice en Viaje a Pie: “Mucho tiempo anduvimos perdidos por un camino de rumiantes, sin saber a dónde íbamos. Tampoco sabemos para dónde vamos al vivir. No era, pues, grande nuestra tristeza al andar perdidos, pues perdidos estamos desde que allá, en compañía de nuestros queridos amigos los jesuitas, no pudimos encontrar el primer principio filosófico. Cuando le decíamos al reverendo padre Quiroz que cómo se probaba la verdad del primer principio que nos daba, nos decía: ‘ese es el primero, ese no se comprueba’. Desde entonces estamos perdidos” (VP).

Desde este momento la experiencia y los testimonios de San Juan de la Cruz y de Fernando González, se harán divergentes y sólo al llegar a la madurez, por caminos totalmente distintos, sus voces estarán acordes al dar testimonio de sus hallazgos espirituales.

Para San Juan de la Cruz, el viaje se hace de dos maneras: “La una saliendo de todas las cosas, lo cual se hace por aborrecimiento y desprecio de ellas; la otra saliendo (el alma) de sí misma por olvido de sí, lo cual se hace por el amor de Dios… El alma por amor se resuelve en nada, nada sabiendo sino amor” (CE I.20-18).

Para González, el camino es a la inversa:

“El hombre es el centro del universo, el cual es el alimento para su conciencia” (MS 9). “Amemos la vida que vivimos, ésta del tiempo y del espacio. Amémosla porque así es como se alaba a Dios y nos acercamos” (MS 239).

“Busco a Dios como mi mamá buscaba las agujas en Envigado… y todos los seres, los pescadores, los ojos de las muchachas, las piedras y mi gatica Salomé, me están diciendo que por ahí humea”. (CE 80)

“Atisbando (a Dios) en las criaturas que es mi profesión”. (R)

En esa comunicación viva con las criaturas, “Presencias (de Dios) en ausencia”, se llega al remordimiento que permite “amar la vida a causa de pecados y arrepentimientos” (ER 40); por lo cual “Tenemos derecho a gozar de todos los instintos, para sentir el dolor que causa el goce, y llegar así poco a poco, a la beatitud” (ER 39).

Este andar entre las criaturas buscando la beatitud por el remordimiento lleva a González a enfrentar la mentira social suramericana (Cartas a Estanislao, Mi Compadre, Santander y la Revista Antioquia).

Entonces “Fernando González no está con nadie, no es copartidario de nadie. Es anarquista ex sanguine” (A 9). Mientras denuncia que el alma de América se resume en una palabra: vanidad; su sicología en otra: avergonzamiento; su actividad en una tercera: imitación; su ética en una más: conciencia de pecado, y todas ellas, en una final: mentira; por lo que bien puede decirse que en América “No hay más pueblo que los árboles” (CE 199) y no hay otra esperanza que el surgimiento en este horno de razas, “del gran mulato que azotará a los mercaderes”.

En este trajinar creatural, se topa González con su noche oscura, no encerrado en la celda de la cárcel como el carmelita reformador, sino como el maestro de escuela: “Complejo de disociación, humano inútil para labor progresiva y mercantil” (ME 51); “cuya inmunda práctica fue decir lo que sentía y pensaba”, lo que lo “llevó al nudismo y a vivir a la enemiga” (ME 126) que vive el drama del “gran hombre incomprendido” (ME 27). “Iluso, solitario, desengañado” (ME 100) “que hace 30 años (exactamente los que median entre el inicio de Pensamientos de un viejo y El maestro de escuela) está perdido, en angustia, en garras de la causalidad de tres pasiones; soberbia, lujuria y avaricia” (ME 104) acaba por preguntarse: “Cristo dio todo su cuerpo amorosamente y mató la causalidad antigua. Nació otra. La Gracia” (ME 105) y concluye: “Me despido del maestro de escuela. Me pesa haber maltratado la realidad. Lo que suelen llamar la verdad son los sueños de los desadaptados” (ME 121). “Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González” (ME 129).

Putísima es la vida. (ME 135)

Solo, muy solo
¡y todos contra el solitario!
Lo quisiste así… Animo
Envigadeño descalzo. (A 16)

El camino de González que había empezado desde Pensamientos de un viejo, como una compleja fusión de postulados idealistas, que preconizaban la “misma lógica como una creación de nuestro propio yo”; panteístas, que proclamaban la “disolución del propio yo en el universo”; cristianas, que apuntaban al goce y sufrimiento “de todos los amores y desfallecimientos que suponen las bienaventuranzas” y Nietzchanas, que postulaban el principio de “Aprender a trabajar las pasiones, acabó, contra sus previsiones, dentro de lo señalado, con simplicidad casi ingenua, por San Juan de la Cruz, al comienzo de la subida del monte Carmelo: “El alma ha de pasar por dos maneras de noches, la primera es de la parte sensitiva del alma y la segunda de la parte espiritual y ésta es más oscura y tenebrosa y terrible purgación” (MC I 1.2).

“Y es noche por el término de donde sale, porque ha de ir careciendo del apetito de todas las cosas que poseía… por el medio o camino que es la fe… Por el término a donde va que es Dios, noche oscura para el alma en esta vida”. (MC I.II. 1)

Así nos narra Fernando González su aventura filosófica espiritual que dio origen al Maestro de escuela: “Estuve en el Hoyo de los Animales Nocturnos, así: en 1941, porque no me apreciaban; porque no era para los otros el ‘gran hombre’ que creía y que quería ser, es decir, por haber vivido deleitadamente el complejo de grande hombre incomprendido, detenídome en él con soberbia, enfrentando mi nada a la infinita intimidad, despreciando y renegando de las beatitudes que había tenido en el camino… (…) Escribí entonces El maestro de escuela, en que termino burlándome del espíritu y diciendo que el ‘rey es mi gallo’, y que ‘enterré al maestro de escuela que hay en mí’, y que ‘sería capaz de hacer lo que hacen todos, vender mi mentira’ (…).

¡Y no impunemente se vive la soberbia de afirmar su vana persona y mucho menos se puede enfrentarla al Espíritu! Fueron años de hundimiento y perdición y de allí me sacaron Zaqueo y mi hijo, porque hace años me dí a llamarlos, a implorarles que vinieran en mi ayuda” (LVP 69).

“Misterio de los infiernos”, llama Fernando González esta etapa del proceso, que llama San Juan de la Cruz “Noche oscura del alma”, pues el alma “está como de noche, a oscuras, lo cual no es sino vacío en ella de todas las cosas” (MC I. III. 2) en “Purgación y privación de todos sus apetitos sensuales, acerca de todas las cosas exteriores del mundo y de las que eran deleitables a su carne y también a los gustos de su voluntad… porque no se sale de las penas y angustias de los retretes de los apetitos hasta que estén amortiguados y dormidos (MC I. I. 4).

Y “No atina bien uno, por sí solo a vaciarse de todos los apetitos para venir a Dios” (MC I. I. 5).

En el libro de los Viajes o Presencias, continúa así Fernando González el relato de su experiencia existencial en los años de silencio que corrieron entre 1941 y 1959: “Resumiendo hoy el camino recorrido desde el día en que desesperado les pedía a mi hijo Ramiro y a Zaqueo, una idea madre, algo vivo, que me sacara del hoyo en que me había enterrado desde El maestro de escuela…

Vino un súpero en forma de conciencia de sucederse. Ese fue el instante en que nací de nuevo… Tuve luego la sospecha de la intimidad; luego la visión del camino y el presentimiento de que voy resolviendo o trascendiendo eso de vida muerte; pasado-presente-futuro y tengo la verdadera religión: adorar la Intimidad en mi representación, sinceramente, sin otra finalidad; rendirme a la verdad viva y entregarme a quien sé que está en mí y yo en El” (LVP 180).

“No hablará mi boca, ni escribirá mi mano, sino para examinar y buscar la intimidad en mi representación”. (LVP 172)

San Juan de la Cruz explica este proceso del caminar hacia el espíritu como la vía iluminativa en la que “se descubre un subido rastro de Dios, quedándose por rastrear y un altísimo entender de Dios que no se sabe decir” (CE VI 9) y al que ayudan a llegar, dice el carmelita, “los que vagan, es decir, los espíritus de Dios”, “súperos” que llama Fernando González.

Desde este momento, dentro de las marcadas diferencias de temperamento y estilo, el mensaje de San Juan de la Cruz y el de Fernando González, se desenvuelven casi diríamos que en un perfecto sincronismo:

Dice, el santo español:

“Amar es despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios y se hace tal unión que (el alma) más parece Dios que alma y aún es Dios por participación… De ahí queda ahora más claro que la disposición para esta unión no es el entender del alma, ni gustar, ni sentir, ni imaginar de Dios, ni de otra cualquiera cosa; sino la pureza y amor que es desnudez”. (MC II. V. 8)

En Fernando González leemos:

“Vivir es ir desnudándose, digiriendo la nada de uno. Un viaje, un desnudar indefinido. Buscar la nada, hacerse nada, confesar y arrojar a los hombres el cadáver de su nada, y vas sintiendo el terror, temblor y beatitud de la infinita intimidad, que ya no es nada, sino ninguna cosa, pura desnudez”. (LVP 209)

“El hombre que se busca y va viviendo que todo es en él apariencia mortal, llega a sentir que es nada en series de coordenadas o mundos, y ya anonadado, vive el Neant o sea la intimidad cuya epifanía era y es. Ya encontró al Padre y acepta su cruz, su nada o apariencia sucesiva como camino”. (LVP 209).

González, que ha llegado a la experiencia de la desnudez y del presentimiento de la intimidad (Dios vivo), se extiende en la exposición de su metafísica como vivencia o viajes, ya que la metafísica conceptual no es posible, según lo entrevió bien don Manuel Kant pues el mundo de la mente sólo es lo mental. “La metafísica —dice— es posible pero no como conocimiento conceptual sino como vida… Todo lo vivo es verdad. Lo racional es verdad si estuviese vivo” (LVP 148).

“Se trata de que todo es uno y de que la razón forma conceptos abstractos y nos tapa la intimidad. La razón o inteligencia razonante es atomizadora de lo que carece de átomos. Lo único firme y que tiene valor es el conocimiento que consiste en participación de la realidad”. (LVP 133).

Las purificaciones de que habla San Juan de la Cruz, desde una perspectiva de voluntad, son analizadas por González desde una perspectiva de conocimiento, dentro de un marco metafísico.

“Cada tramo del camino es un mundo… alrededor de esas coordenadas se forman las vivencias, y de éstas la mente extrae los conceptos básicos, y ya tenéis el bien y el mal de ese mundo… Si en cualquier mundo concienciamos nuestras vivencias, si las vivimos, padecemos y penetramos religiosamente, quedan consumidas en el conocimiento, en la intimidad, y a ella nos conducen… Para pasar de un mundo a otro más real e íntimo hay que desnudarse en absoluto hasta la nada; conocer la nada de la manifestación en tal mundo y el cómo de sus leyes y necesidades… y a los cielos se penetra crucificado en la intimidad”. (LVP 215).

“Cada mundo tiene la nada conceptual resultante de las vivencias pasionales. De esa nada procede la angustia. La mente nos liberta y nos conduce a mundos superiores, a mayor intimidad. La verdad os hará libres”. (LVP 209).

Lo que San Juan de la Cruz llamará noches del sentido y del espíritu, desde su perspectiva de voluntad que decide arrancarse de las criaturas hacia Dios; será lo que Fernando González, desde su perspectiva de conocimiento o “entendiendo”, llamará viajes pasional y mental, que explica así:

“Lo primero es descomponer en sentimientos y emociones, las proposiciones, juicios y términos con que engañosamente tapamos lo vivo en nosotros…

Amar por sobre todo a eso que se siente, se vive en cada instante, y no mentir nunca, ni ocultarse a la mirada de la conciencia: eso es Dios en ti.

Una vez confesada una vivencia con honradez absoluta se presiente la intimidad: Dios en nosotros.

Y brota un amor nuevo, irresistible y en aumento a la intimidad entrevista. Tal es la teoría de los Viajes”. (LVP 226).

Dicho de otra manera, también en el Libro de los viajes:

“Tomarse a sí mismo en su mundo en que vive. Sorprenderse allí en un viaje pasional y hacerlo sin trabas. Viajar mentalmente a través del viaje pasional y hacerlo sin trabas (descomposición del yo). Una vez vividas esas pasiones, ese bien y ese mal en que nacen..”.

Los conceptos abstractos son juicios resultantes de la vivencia pasional. Quien no usa el cuerpo mental es víctima de ellos: vivirá en la causalidad formada por ellos, lo cual se llama la nada o sea el infierno.

“El que pierde la intimidad y queda prisionero de los conceptos nacidos del viaje pasional, es arrastrado en ese camino a los mundos inferiores y al ‘tormento eterno’, que consiste en que el hombre siempre se sabe (más o menos) intimidad, y en ese caso, intimidad perdida”. (LVP 233).

“Verdadera vida es vivir su representación, atento a la intimidad, velando y orando… El criterio para saber si llegó a la intimidad es la reconciliación de bien y mal, el juicio de intimidad”. (LVP 283)

La experiencia angustiosa (noche oscura que llama San Juan de la Cruz), la expresa así Fernando González: “El que está agonizando (haciendo los viajes) tiene miedo de sí mismo, nada ni nadie puede acompañarlo. El Señor es la nada positiva del que cae, del que está cayendo. El hombre es ñudo, pleito, enredado, un sucediéndose, y al comenzar la agonía se hace consiente de eso, pero sin saber nada, y por eso la agonía es el horror inefable” (LVP 10).

“Tenemos que perecer; no quedará nada de nosotros. Si quedare nueva representación, hasta quemarla totalmente. Hay que volver a nacer”. (LVP 122)

Volvamos a San Juan de la Cruz y miremos ahora cómo describe la experiencia de la vía unitiva, que es la culminación del viaje ascencional a Dios.

“Es unión social y permanente según la sustancia del alma y sus potencias en cuanto al hábito oscuro de la unión”. (SMC II V 3)

“El amar es despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios, y se hace tal unión que el alma más parece Dios que alma y aún es Dios por participación”. (SMC II V 8)

“Cuando viniere a quedar resuelto en nada, que será la suma humildad quedará hecha la unión espiritual entre Dios y el alma que es el más alto estado a que en esta vida se puede llegar” (SMC II VII 10) pues “La contemplación no es otra cosa que una infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que si le dan lugar inflama el alma en el espíritu de amor” (NO I X 6).

Entonces el alma tiene “un cierto sentimiento y barrunto de Dios, aunque sin entender cosa particular” (NO II V 3).

El alma “no querrá sino estar desasida de todo sobre todo… porque la contemplación pura consiste en recibir de Dios” (LL AV V 3.36) y “lo que el alma podía alcanzar a sentir es una enajenación y extrañeza acerca de todas las cosas, con inclinación a soledad en respiro suave de amor y vida en el espíritu” (LL AV V III 39).

“Aquí el alma ama a Dios no por sí sino por él mismo… ama a Dios en Dios y le ama por quien es él porque en sí es todo esencialmente” (LL AV III 83).

En el itinerario de Fernando González, el viraje a la intimidad corresponde a lo que llama San Juan de la Cruz la vía unitiva o estado contemplativo.

Dice así Fernando González, al explicar lo referente a este estado final de sus Viajes hacia la intimidad; Presencia, Neant o Padre:

“A la categoría de BEATITUD no pasaré sino cuando la presencia o intimidad viva en mí”. (LVP 142)

“Una vez confesada una vivencia con honradez absoluta (lo que llaman viajes pasional y mental) se presiente la intimidad; Dios en nosotros y brota un amor nuevo, irresistible y en aumento a la intimidad entrevista y que tiene fuerza infinita”. (LVP 226)

“Una vez vividas esas pasiones, ese bien y ese mal que nacen, y una vez ejecutado el viaje mental o de entender el condicionamiento y todos los secretos de ese mundo (lo que llama San Juan de la Cruz noches del sentido y del espíritu) se efectúa el viaje espiritual que es un éxtasis y coloquio con la intimidad presentida y así se continúa viajando”. (LVP 233)

“Cuando uno se hace ese mundo de la presencia que es las bienaventuranzas y vía y ser quedan reconciliados” (T II, Itinerario 17s) y se llega a la inocencia: “Comprensión de todo en uno: bien y mal; bello y feo; homicida y homicidado” (T II 127).

Al silencio: “El verdadero, el lleno de eternidad, ese que ni es triste, ni es alegre, ese que llega cuando ya ni reímos, ni lloramos, ni llamamos. Una vez que conquistamos el silencio nos libramos del destino” (T II 76).

A la amencia: “Entiendo por amente el que vive en la inteligencia y a no tiene mente; ya no piensa sino que vive. A eso lo llamo también sabiduría y beatitud” (T II 129).

“Al éxtasis y coloquio encendido con la intimidad presentida”. (LVP 129)

“Al soplo divino, o espíritu, o lo que sea, en todo caso realidad y lo vemos y lo oímos con el ojo simple”. (T PE).

En las cartas de Fernando González al padre Ripol, días antes de su muerte, encontramos el tratado que él llama, Scienciola Amoris; pequeña ciencia del amor, que resume bien su experiencia del camino.

“Este arte amoroso nacido de la luz que apareció en Belén, consiste en ir atisbando, instante por instante, a la presencia en nuestras ausencias o cruces y así vamos naciendo, naciendo-muriendo, al atemporal, que es el árbol de la vida, ojo inocente, las delicias del amor, la bodega del vino que nos hace eternos.

Entonces el amor por ser infinito lo llamamos El Santo; a la inteligencia o vida, Cristo y al ser, Padre… y so uno y son tres, Entonces se es todo, se sabe todo y se ama todo, sin ser uno nada, ni saber nada, ni entender nada, o sea sin ausencias”. (CR 85)

“En tener la atención en la presencia está toda la libertad humana… El hombre es un liberándose en Cristo”. (87)

“El hombre, todo hombre que se desocupe de sí mismo (desocupe su conciencia o soplo divino), de su imaginación, mente y razón, con sus anejos, instantáneamente es la presencia o Dios en la conciencia, que es la puerta sin alas”. (CR 125)

En otras palabras de locura de la Cruz, es lo mismo que dice el carmelita español como compendio de toda su experiencia:

Para venir a gustarlo todo
no quieras tener gusto en nada.
Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo
no quieras ser algo en nada.
Para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.
Para venir a lo que no gustas
has de ir por lo que no gustas.
Para venir a lo que no sabes
has de ir por donde no sabes.
Para venir a lo que no eres
has de ir por donde no eres.

MODO PARA NO IMPEDIR EL TODO

Cuando reparas en algo
dejas de arrojarte al todo.
Porque para venir del todo al todo
has de negarte del todo en todo.
Y cuando lo vengas del todo a entender
has de tenerlo sin nada querer.
Porque si quieres tener algo en todo
no tienes puro en Dios tu tesoro.
En esta desnudez, halla el alma espiritual su quietud y descanso. (SMC I XI VII 11 ss)

Como ustedes bien habrán podido captar, desde dos experiencias vitales absolutamente diferentes; desde dos posiciones intelectuales totalmente distintas; desde dos situaciones sociales opuestas, Fernando González y San Juan de la Cruz testimonian una experiencia mística común en sus descubrimientos y en su experiencia:

Necesidad de la desnudez absoluta para llegar a Dios.

Proceso dialéctico tripartido de la purificación a la contemplación.

Experiencia de la angustia purificadora en el camino ascensional del espíritu.

Testimonio claro del saber místico como un no saber que sabe.

Apaciguamiento del espíritu al llegar a las experiencias más altas del espíritu en la unidad.

Actitud pasiva del espíritu iluminado en la fase final del proceso.

Conciencia de realidad, unidad y ser, más allá de todo lenguaje posible.

¿Cómo es posible que dos caminos tan diferentes converjan en sus hallazgos; que dos experiencias tan disímiles, arriben a una misma meta? Tal vez la respuesta más justa es la de Henri Bergson: no hay más prueba válida de la existencia de Dios que la común experiencia de los místicos.

Bibliografía

Las citas de San Juan de la Cruz han sido tomadas de: Obras de San Juan de la Cruz, Editorial Poblet, 1944, así:

MC Subida del Monte Carmelo
NO Noche oscura
CE Cántico espiritual
LL AV Llama de amor viva

Las de Fernando González han sido tomadas de la primera edición de sus obras, así:

PV Pensamientos de un viejo
ER El remordimiento
CE Cartas a Estanislao
MS Mi Simón Bolívar
HD El Hermafrodita dormido
ME El maestro de escuela
LVP Libro de los viajes o de las presencias
T La tragicomedia del padre
Elías y Martina la velera
A Antioquia (revista)

Las citas de Las cartas de Ripol han sido tomadas de: Las cartas de Ripol, Editorial El Labrador, Tercer Mundo Editores, Bogotá 1989.

CR Las cartas de Ripol

ALBERTO RESTREPO GONZÁLEZ nació en Envigado en 1939. Es sacerdote y profesor universitario. Ha publicado Testigos de mi pueblo, Raíces aldeanas de la corrupción y Para leer a Fernando González. El presente ensayo fue leído por el autor durante el ciclo de los Martes del Paraninfo dedicado a San Juan de la Cruz.

Fuente:

Revista de la Universidad de Antioquia, Volumen LX, Número 226, Octubre – Diciembre de 1991, pp. 26-34.