Oda bárbara

Ciro Mendía
1930

Amigo Fernando:

Me he permitido dedicarle esta Oda bárbara porque no he encontrado otra manera de pagarle el envío de su maravilloso Viaje a pie. Como Ud. muy bien comprende, esos versos no pueden todavía ver la luz porque con ellos me arrojarían a las tinieblas… exteriores, o estaría en el grave peligro de que me adjudicaran, como a cualquier hombre gordo, la vergonzosa medalla del civismo. Consérvelos en mi nombre, así inéditos, hasta que el Padre Buda me llame a su Ganges sagrado, sonriente de asfódelos… (Cañas: o Dios o el Diablo).

Muy suyo,

Ciro Mendía

* * *

Oda bárbara

A una ciudad de Hispanoamérica.
Para Fernando González.

Aprisionarte quiero, ciudad nueva,
no en mis brazos: en la cadena de una oda bárbara,
en estos versos, como tú, sin espíritu,
desquebrajados, inútiles y fútiles,
como tú, ciudad nueva.

Eres la ciudad miope y sorda, pero blanca y bella
como una mujer desnuda. Eres la ciudad sin entrañas,
sin espiritualidad, sin ensueños, sin pasado.
Tu porvenir lo señaló el índice grotesco
de Sancho —tu gran Santo— tu padre espiritual. No miras
al futuro de las urbes inmortales
porque tienes los ojos puestos
en el Hoy, como un gastrónomo, como alguno
de tus Mil y Un gastrónomos.
Pero eres brillante como el palacio del sol.

Eres la inhóspita y sórdida ciudad, donde hasta Helios
cobra a precio del oro el kilowatio.
Eres la burguesía constituida y edificada:
ahorcaste a Apolo un día
y a Como elevaste la mejor de tus estatuas.
Hasta tu Bolívar —erigido a base de limosnas—
en medio de su círculo de árboles, olorosos a incienso,
ha pensado bajar de su caballo
y dedicarse al agio como un mortal cualquiera.

Eres la ciudad sin cerebro, pero ventripotente.
Luces una grave y oronda calva
a semejanza fiel de las de tus orondos feligreses.
Custodiada por ásperas montañas
has de morir un día, borracha de gasolina y oraciones
y ahíta de cemento.
¡Yo he de cantar tu miserere,
tu miserere de cemento armado!

Tú no perdonas, ciudad blanca, ciudad nueva,
el divino pecado del talento:
soñar, cantar, reír, estando en tu regazo
—el menos maternal de todos los regazos—
es arrojar margaritas a los cerdos.
Tú te duermes con una sinfonía:
entre Ford y Beethoven, te llevas al mecánico Creso;
das puntapiés a quien te nombra a Virgilio
y te avergüenzas de un desnudo en mármol.
Pero eres luminosa como el palacio del sol
y silenciosa como una pobre aldea.

Eres brutal y ceñuda como la babilonia yanqui
y no eres sonriente como Lutecia divina,
porque tu rol en la comedia humana
es roncar y rugir como una bestia.

Si Tebas fue levantada con las armonías
da la lira de Anfión, tus muros fueron levantados
con los rezos de lánguidos patriarcas.
No te digo que no tienes alma
porque en verdad la tienes,
pero es un alma de cemento armado.
Si otra ciudad como blasón ostenta
ser el sepulcro del divino Loco,
tú eres la cuna de Tartufo
o la ciudad donde él mejor viviera.
Pero eres luminosa como el palacio del sol
y silenciosa como una pobre aldea…

Ya estás aprisionada, ciudad nueva,
en la cadena de esta oda bárbara,
en la cadena de estos versos trágicos,
desquebrajados, fútiles, inútiles y fatuos
como tú, ciudad nueva, luminosa como el palacio del sol,
graciosa y bella como una mujer desnuda
y silenciosa como una pobre aldea.

Fuente:

Archivo Corporación Otraparte.