Don Fidel Cano
y los panidas

Por Luis Fernando Múnera López

El 15 de febrero de 1915, fecha en la cual los romanos realizaban las fiestas en honor del dios Pan, apareció en Medellín la revista Panida, publicada por un puñado de muchachos. Se editaba en un local de la calle Boyacá con Palacé, al frente de la puerta del perdón de la iglesia La Candelaria, que entonces era la Catedral de Medellín, y en el mismo edificio donde entonces funcionaban El Espectador y un café que prestaba el servicio de alquiler de libros conocido como El Globo.

La revista salía quincenalmente y el ejemplar, de tamaño dieciseisavo, valía diez centavos; un aviso de página costaba un peso. Congregó la revista a un puñado de jóvenes entusiastas y grandes promesas de la cultura colombiana, León de Greiff (Leo le Gris), poeta; Fernando González, filósofo; Ricardo Rendón, caricaturista; Félix Mejía (Pepe Mexía), escritor y caricaturista; Jorge Villa Carrasquilla (Jovica), escritor; Libardo Parra (Tartarín Moreira), músico; José Gaviria (Jocelyn), poeta, músico y publicista; Rafael Jaramillo Arango (Fernando Villaba), escritor; Teodomiro Isaza (Tisaza), poeta, pintor y caricaturista; Bernardo Martínez Toro (Nano), músico y dibujante; Eduardo Vásquez Gutiérrez (Alhy Cavatini), poeta; Jesús Restrepo Olarte (Xavier de Lys), poeta, y José Manuel Mora Vásquez (Manuel Montenegro), escritor. Algunos de ellos permanecieron fieles a sus destinos en las artes y otros devinieron en importantes hombres de empresa. ¿Qué pretendían los Panidas? La respuesta la dio Leo Le Gris: “Nos animaba, ante todo, un propósito de renovación”, lo cual es entendible, pues la literatura y el arte se producían hasta entonces en Medellín según parámetros demasiado rígidos y adocenados. Y, con el tiempo, quienes persistieron consiguieron la renovación y se constituyeron en la vanguardia de la intelectualidad colombiana.

Miguel Escobar Calle dice que el equipo de redacción de Panida lo formaban al principio diez jóvenes y se fue ampliando hasta llegar al fatídico número trece y con ello se echó a andar la leyenda de un trágico pacto de suicidio colectivo. Finalmente se suicidaron tres de ellos, Rendón, Gaviria e Isaza. Los “Panidas” fueron trece muchachos entre los 18 y los 20 años, inteligentes, innovadores, iconoclastas, peleadores y revoltosos. Casi todos ellos fueron expulsados del Liceo y la Universidad de Antioquia, la Normal de Varones, el colegio de los padres Jesuitas, la Escuela Nacional de Minas y el Instituto de Bellas Artes. León de Greiff se refiere a ellos en varios de sus poemas. Éste es uno de ellos:

Balada trivial de
los 13 Panidas

Músicos, rapsodas, prosistas,
poetas, poetas, poetas,
pintores, caricaturistas,
eruditos, nimios, estetas;
románticos o clasicistas,
y decadentes —si os parece—,
pero, eso sí, locos y artistas,
los Panidas éramos trece! (…)

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Y éste es otro de esos poemas:

Deste siglo en años trece…

Deste siglo en años trece
A quince, en la Candelaria
Villa q’el céfiro mece
De una manera precaria;
En esa villa arbitraria
Que opina con el rey Midas,
Fanática y monetaria
¡éramos trece panidas!

La publicación de Panida terminó por razones financieras en junio del mismo año, cuando habían salido diez ediciones de la revista. Entonces, don Fidel Cano llevó a algunos de esos muchachos a colaborar con El Espectador, concretamente con su suplemento literario La Semana, entre ellos a Fernando González, Pepe Mexía y Ricardo Rendón. Otros, como León de Greiff, se desplazaron hacia Bogotá. Cuando don Fidel escribía en La Semana utilizaba el pseudónimo F. Ulano.

Entre don Fidel y el maestro Fernando González se desarrolló una buena amistad y, sobre todo, una profunda comunión espiritual. Ello, a pesar de la diferencia de edades, pues don Fidel contaba ya sesenta y dos años y don Fernando, apenas veinte. Ambos se caracterizaron por ser librepensadores, por poseer una espiritualidad profunda y sincera y por pesar sobre ellos, no obstante lo anterior, la represión de la jerarquía católica. En abril de 1916, don Fidel Cano escribió el prólogo del libro Pensamientos de un viejo de Fernando González, del cual publicó algunos fragmentos en El Espectador a lo largo del año 1915. Don Fidel dice así en ese prólogo:

Pensamientos de un viejo se llama este libro, cuya presentación me ha tocado en suerte hacer en público, por honrosa designación con que se ha servido favorecerme don Fernando González, su inteligente autor; y, sin embargo, no hay tal viejo, ni como verdadero padre creador de la obra, ni como personaje ficticio en cuya mente y pluma haya puesto el señor González sus propias lucubraciones y las formas con que las ha revestido. Joven es, con fresquísimo rostro y delicadas maneras de adolescente, el novel autor, y muy suyos y como tales por él mismo declarados, los pensamientos que llenan las páginas del libro”.

En este prólogo, don Fidel Cano se extiende para hablar sobre Fernando González y manifiesta que en él reside una promesa de la patria, por sus ideas y por su capacidad crítica, pero, dice, debe superar su escepticismo de la vida. Todo ello lo expresa con admiración y cariño. Este escrito de don Fidel impresiona por su contenido, por su carácter y por su visión. Muestra don Fidel, a su edad y después de pasar duras pruebas en su vida, una gran capacidad de comprensión del espíritu humano, encarnado en la persona de Fernando González. Conozco pocos textos de don Fidel que tengan esta característica. Construye un perfil psicológico claro y sereno del joven escritor y filósofo. Esta página amerita leerse muchas veces para penetrar en su análisis. Queda claro su mensaje: Fernando González tenía desde esa novel edad capacidades grandes como pensador y escritor y don Fidel, a su edad avanzada, había desarrollado y practicaba una perceptividad sensible y profunda respecto al ser humano.

El maestro Fernando González es uno de los escritores más profundos de Antioquia. Nació en Envigado el 24 de abril de 1895. Hizo sus primeros estudios en el colegio de San Ignacio de Loyola, dirigido por los padres jesuitas, del cual fue expulsado por su carácter librepensador. Justamente durante este tiempo escribió Pensamientos de un viejo. Luego terminó sus estudios en el Liceo de la Universidad de Antioquia en 1917 y allí continuó con los estudios de Derecho, que culminó exitosamente. Ejerció su profesión de abogado, alternando con su intensa labor de filósofo y escritor. Entre sus actividades profesionales más delicadas estuvo la asesoría al Municipio de Medellín para la compra de los terrenos necesarios para la construcción de la central hidroeléctrica Guadalupe I a finales de la década de 1920. Desempeñó actividades diplomáticas como Cónsul en Génova, Marsella, Rótterdam y Bilbao. Se casó en 1922 con Margarita Restrepo, hija del doctor Carlos E. Restrepo, entonces ex presidente de Colombia, en quien encontró no solamente una gran compañera sino una lectora sensible e inteligente quien hizo valiosos aportes a sus libros. El matrimonio tuvo cinco hijos. Fernando González publicó unos catorce libros más entre 1929 y 1962. El maestro Fernando González habitó en su casa Otraparte en Envigado, que hoy se conserva como monumento vivo en homenaje a su memoria. Murió el 16 de febrero de 1964, el mismo día en que su amigo dom Andrés Ripol, sacerdote benedictino español, tuvo que abandonar Envigado por orden de sus superiores.

La admiración y cariño de don Fidel Cano por el maestro Fernando González las tuvo también el filósofo de Otraparte toda su vida por aquél, de lo cual da cuenta la siguiente anécdota. En 1954, el cronista José Guerra fue comisionado por El Espectador para recoger información en Medellín y sus alrededores acerca de don Fidel Cano, con motivo del centenario de su nacimiento. Cuando transitaba por una de las calles de la ciudad en cumplimiento de su misión, el periodista se encontró, de manos a boca, con don Fernando González y entre ellos se desarrolló el siguiente diálogo:

—¿Usted qué hace por aquí? —preguntó el maestro González.

—Estamos empeñados en buscar datos, impresiones, iconografías de don Fidel Cano.

¡Gratísima labor la suya! No hay nada más reconfortante y hermoso que penetrar en la vida de un hombre tan extraordinario como don Fidel Cano (…). De mí sé decirle que él tiene en mi vida el significado de un alto estímulo moral e intelectual. Hace algún tiempo, sintiéndome abatido, constreñido por tantas cosas idiotas que se dan en este mundo, busqué un estímulo a mi desequilibrio interior. Pensé entonces en don Fidel y él me reconfortó. Para gozar más entrañablemente de ese estímulo, tomé la pluma y escribí una semblanza, un ensayo de interpretación de su vida y de su obra. Esa producción figura, se lo aseguro, dentro de lo que yo he escrito con más amor.

Otro de los Panidas que colaboró en El Espectador fue el maestro Ricardo Rendón.

Ricardo Rendón fue uno de los primeros caricaturistas de Colombia, primero tanto en el sentido cronológico como en relación a la profundidad y calidad de su obra. En El Espectador empezó a trabajar cuando se cerró la revista Panida, en particular en el suplemento cultural del periódico La Semana, y continuó allí hasta su muerte. Rendón poseyó un agudo sentido de la oportunidad y la precisión en sus apuntes y una gran capacidad para elaborar cada caricatura en forma concisa y certera. No menos valioso que ello es la calidad de su dibujo, tanto cuando consigna en un retrato los rasgos y la psicología de alguno de sus personajes como cuando narra en un breve cuadro una anécdota histórica o política del momento. Con razón, el historiador Germán Colmenares afirma: “La obra del maestro Ricardo Rendón es una fuente histórica”.

Referencias:

Colmenares, Germán. Ricardo Rendón, una fuente para la historia de la opinión pública. Fondo Cultural Cafetero, Bogotá, 295 páginas, 1984.

Escobar Calle, Miguel. Crónica sobre los panidas. En: Historia de Medellín. Tomo II, Compañía Suramericana de Seguros, Medellín, primera edición, 1996.

Escobar Calle, Miguel. Las revistas culturales. En: Historia de Antioquia. Compañía Suramericana de Seguros, Medellín, primera edición, 1988.

Guerra, José. Una visita a los lugares en que nació, vivió y murió don Fidel Cano. El Espectador, Bogotá, sábado 17 de abril de 1954.

Fuente:

Comunicación personal. Ver también Pensamientos de un viejo, un libro de encuentros”.