El ser moral en las obras
de Fernando González

Introducción

Por Jorge Órdenes

Fernando González nació en la localidad de Envigado, situada a pocos kilómetros de la ciudad de Medellín, capital del departamento de Antioquia, el 24 de abril de 1895. Sus padres fueron Daniel González Arango y Pastora Ochoa Estrada. Cursó estudios primarios y secundarios en el Colegio San Ignacio de los padres jesuitas. Estudió en la Universidad de Antioquia y se recibió de abogado. Ejerció su profesión y llegó a juez. Contrajo matrimonio con Margarita Restrepo, hija de Carlos E. Restrepo, presidente de Colombia de 1910 a 1914. Tuvo cinco hijos: Álvaro, Ramiro, Pilar, Fernando y Simón. En 1916 publica Pensamientos de un viejo. En 1931 es nombrado cónsul de Colombia en Génova, Italia. Es expulsado de Italia por orden del gobierno italiano a raíz de la publicación de El Hermafrodita dormido (1933). En 1932 es nombrado cónsul de Colombia en Marsella, Francia. En 1936 empieza a publicar en Medellín la revista Antioquia, que alcanza diez y siete números. En 1954 es nombrado cónsul de Colombia en Rotterdam, Holanda, de donde pasa a ocupar cargo similar en Bilbao, España. Regresó a Envigado en 1957, donde permaneció hasta su muerte acaecida el 16 de febrero de 1964.

Fernando González escribió seis ensayos (excluyendo su tesis de grado sobre el derecho a no obedecer, que lleva el título de Una tesis, publicada en 1919), una crónica-ensayo, dos novelas, dos ensayos novelados, un compendio de cartas personales de gran significado en relación con el contenido del resto de la obra, y una tragicomedia-novela. Esto en cuanto a una breve identificación genérico-literaria. Cabe destacar, sin embargo, que el contenido ontológico de la obra toda, la emoción con que está escrita y, sobre todo, la avasallante personalidad del autor, se imponen a cualquier intento serio de clasificación genérica. Su pensamiento vence definiciones y encasillamientos, y nosotros no podemos menos que caminar de soslayo por los intrincados corredores de este pensamiento.

Dicho lo anterior, caractericemos brevemente el contenido de cada una de las trece obras de Fernando González.

Pensamientos de un viejo (1916) es un ensayo filosófico-existencialista de singular importancia porque introduce la precocidad intelectual de González a los veintiún años de edad.

Viaje a pie (1929) en un ensayo autobiográfico en el que la temática vital y la temática axiológica (social sobre todo) sirven de bastidor para adentrarnos en el mundo subjetivo del autor.

Mi Simón Bolívar (1930) es un ensayo novelado moral. Introduce en detalle el postulado de niveles de conciencia.

Don Mirócletes (1932) es una novela autobiográfica en la que lo autobiográfico es el comportamiento filosófico de la conciencia del autor.

El Hermafrodita dormido (1933) es un ensayo sobre el ejercicio cósmico de conciencia, y, al mismo tiempo, es una crónica-ensayo sobre la Italia del dictador Benito Mussolini. En El Hermafrodita dormido aparece por primera vez el notable y profundo pienso, luego no soy, de Fernando González.

Mi Compadre (1934) es un ensayo antropológico sobre el dolor que representa la presencia en el continente americano de un hombre desadaptado.

El remordimiento (1935) es un ensayo filosófico-religioso confesional donde se habla en detalle del significado y la trascendencia del postulado pienso, luego no soy, y del contraste entre la tentación y el goce, entre el remordimiento y la tristeza humanos.

Cartas a Estanislao (1935) es un compendio de cartas escritas mayormente por Fernando González, en el que se refleja la prevalencia de conciencias fisiológicas en el escenario político colombiano.

Los negroides (1936) es una prolongación de los males que caracterizan el proceder de hombres de conciencia fisiológica.

Santander (1940) es un ensayo histórico-antropológico de tesis en el que la intención es probar el poder fisiológico de Francisco de Paula Santander, vicepresidente de Simón Bolívar y eventualmente presidente de Colombia.

El maestro de escuela (1941) es una novela filosófica que trata de la descomposición del yo gonzalino.

El Libro de los viajes o de las presencias (1959) es un ensayo novelado filosófico-existencialista en el que la intimidad del ser humano, como vía para alcanzar altos niveles de conciencia, sirve de base para disertar sobre la dialéctica existencialista, su significado y la importancia del concepto nada como parte integral del Todo ideal.

La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962) es una obra recuento escrita en forma de comedia novelada. Trabajo de serena reflexión sobre logros y frustraciones de toda una vida. Desde los sesenta y siete años de edad, González echa una mirada al sendero transitado y se percata de que la recapitulación de hechos y postulados tiene el efecto de hacer revivir la emoción de la circunstancia solitaria y enigmática del ser humano en su existencia temporal.

El tema del ser

El ser es el tema central de la obra escrita en libros de Fernando González y el «ser moral» nos parece un título relativamente apropiado para este trabajo sobre el contenido ontológico de esta obra.

Decimos «relativamente apropiado» porque si bien postulamos que la obra tiene un propósito moral, su contenido nos parece una emoción metafísico-existencialista, la cual nos proponemos estudiar en detalle.

Partimos de la tesis de que el contenido ontológico está cuajado en una honda preocupación por el futuro del ser. Y esa preocupación de González se traduce en un fuerte vitalismo moral, fundamento de su filosofía. Ahora bien, «no se puede comprender a un moralista, si no se conocen los primeros principios en que se asienta su sistema» (1). Y para comprender al notable moralista Fernando González nos proponemos estudiar su axiología y su vitalismo existencial, agraz y cimiento de sus principios filosóficos.

Consideramos pertinente señalar de entrada que de las cuatro esferas componentes de la ontología moderna: la esfera de las cosas reales (una mesa, una silla, un caballo, un árbol, etc.), la esfera de los objetos ideales (la línea, el número, un cuadrado, etc.), la esfera de los valores (bueno, malo, feo, bonito, etc.) y la vida (o fundamento de los tres anteriores), González transita sobre todo por las dos esferas últimas. Los valores y la vida simplemente le fascinan.

Dicho lo anterior y a manera de exordio, podemos decir que nos proponemos estudiar la obra del pensador antioqueño a través de dos esferas temáticas: la temática vital o de la vida, donde caben contribuciones sobre todo a los temas y asuntos de la energía, el método, el tiempo, el ritmo, el movimiento del espíritu, la existencia y la belleza, y la temática axiológica, donde caben planteos de índole social acerca de la vanidad, la personalidad, Santander et al.

Tanto la temática vital como la axiológica tienen al concepto conciencia como fundamento y al concepto temporalidad como acicate. Así, la primera parte de este estudio lleva el título de «Hacia la conciencia», y la tercera lleva el título de «Desde la conciencia»; ambas tratan de temática vital. La segunda lleva el título de «La conciencia axiológica», y se trata lógicamente de los valores morales. Esto no quiere decir que ciertos elementos de cada esfera temática a veces no se entremezclen, escamen o yuxtapongan con los de otra esfera. En este sentido, hemos tenido especial cuidado de que tales situaciones no perjudiquen nuestro planteo.

La obra de González, digámoslo de entrada, es conceptualmente intrincada y resiste someterse al encasillamiento definitorio. Y es intrincada, sobre todo, en lo que respecta al contenido temático, y como señala el crítico colombiano Saldarriaga: «Nos parece indispensable anotar que Fernando González es un escritor difícil de leer y de seguir en la trayectoria temática» (2). Esa trayectoria temática será difícil de seguir, pero es, es decir, está latentísima. De allí que discrepemos de opiniones como la siguiente del mismo crítico Saldarriaga: «Nos parece que nuestro viajero tenía una temática muy restringida…» (3). La temática de González nos parece compleja, multifacética y sugestiva.

Pues bien consideramos que el propósito moral y sobre todo la naturaleza mayormente abstracta del mensaje gonzalino requieren un título que las refleje; esa ha sido también nuestra intención al optar por el título de este trabajo. Por otra parte, se verá que las palabras «ser» y «moral» son plasma del pensamiento gonzalino. La moral como precepto o preceptos regentes sobre la aventura o emoción de vivir en cuanto a que «el fenómeno moral está esencialmente constituido de aprobación y censura» (4), del bien y del mal, sea de suma importancia en González; verdadero derrotero de perfección íntima, endógena al yo, y de perfección social, exógena al yo.

Fernando González no es solamente y en los términos de su peculiar manera, un metafísico. Su vitalismo está siempre al servicio de la que constituye su orientación primordial: la filosofía de la cultura como camino de perfeccionamiento íntimo y colectivo, y de la personalidad… En esta brega… trabaja con métodos artísticos. Las exigencias de su tarea lo hacen pintor, poeta, narrador (5).

La vida entusiasma el espíritu gonzalino. La vida como oportunidad para llegar al supremo bien, excita el corazón y cerebro humanos, en este caso de nuestro autor. La vida es belleza. La belleza es la sustancia acicalada por la función adjetiva de lo bello. La sustancia es la razón de ser de la obra gonzalina. El Ser es su objetivo. De ahí nuestro postulado de que el ser es el tema vertebral de su obra.

Y es el ser, sobre todo en nuestra circunstancia existencial afectada por todo el tiempo que transcurre y por el espacio cambiante. El ser, la vida eterna, viene a constituir un objetivo ideal. La vida es, ante todo, un siendo, así en gerundio; y el siendo del hombre se ve afectado por la imperfección volitiva y natural de nuestra condición terrena; de ahí que el siendo heraclitano se convierta en un pensando cartesiano para luego dar en un entendiendo gonzalino; entendiendo la obligación de buscar la autoperfección de conciencia.

La conciencia viene a ser el cauce por el que debe desplazarse el espíritu para alcanzar el horizonte del Ser, para llegar a Dios. La vida es una gran emoción que sólo alcanza su plenitud a través del ejercicio de conciencia. En la conciencia plena está (es) el Ser. El Ideal está en el hombre. Dios habita en él.

El Ideal es una presencia endógena al ser humano. Lo pasado o exógeno no existe. La energía del universo es el hombre. Y el ejercicio de conciencia es, o debe ser, el rechazo del desgaste fisiológico (innecesario) de energía por medio del remordimiento de conciencia. Rechazo a favor de la lucha por alcanzar el goce espiritual sin perder de vista la noción de irresolubilidad del misterio de la muerte.

Lo fisiológico está constituido por toda práctica que niegue la intimidad, la honestidad, el amor, la bondad y la generosidad para con uno mismo; la afirmación de estos valores habrá de fluir hacia una personalidad concentrada que, a su vez, vigorizará la paz interior. Esta será cuna de una formación saludable y necesaria al sano intercambio con otras personas, con otros yoes, con otros mundos. En el trance fisiológico caben el descarrío político de una Italia fascista, la ineptitud de los gobiernos suramericanos, la falsedad de las capas directrices de la sociedad colombiana, y la falta de aceptación de la realidad histórica de nuestros pueblos. A ese nivel fisiológico también pertenecen manifestaciones nefastamente multiformes del proceder individual de cada suramericano.

González descubre muchas de esas manifestaciones en su propio yo complejo y enigmático. Gran parte de su obra fue cuajar esas complejidades y enigmas en personajes alter ego. La autoindagación de ese yo existencial constituye peldaño importante en el edificio vital que es la obra de González. Su obra es pues, ante todo, una cruzada hacia la conciencia plena que lleva por blasón la ética de conciencia cósmica. El supremo Bien es el objetivo, pese a que la vía a Él esté saturada de duda sobre la existencia de ese Él. De allí que la incógnita de la muerte, la nada, solamente se justifique en función de esa otra incógnita, la incógnita del Principio o Razón del Todo. Ambas incógnitas actúan en el corazón gonzalino. La aporía (6) del Todo y la Nada hierve dialécticamente en el pensamiento de González. De ahí sus estados de angustia existencial. De ahí también su amor por la vida.

El ser moral en un contexto vital es pues el tema fundamental de la obra gonzalina, y nuestro estudio pretende comprobarlo. He ahí nuestra tesis. De ahí nuestro interés por esa mente gonzalina extraordinaria, profunda en dimensiones esféricas, que consiguió intrigar y al mismo tiempo fascinar al lector caminante y compañero. Al respecto, vale la pena citar un comentario que sobre una conversación con José Ortega y Gasset publicó el periodista colombiano Enrique Caballero. Este comenta:

Desde luego Ortega admiraba la pureza del castellano que se escribió en Colombia, pero lo hallaba demasiado calcado en el del siglo de oro español. Esperaba algo nuevo, algo intempestivo, alguien que, con fantasía tropical diera, desde Colombia la Clásica, un gran empujón hacia delante al castellano artrítico. ¿Otearía algún García Márquez? En ese momento el escritor colombiano que más le atraía e intrigaba era Fernando González (7).

La vida, antológicamente hablando, está integrada de cosas reales, de objetos ideales, de valores y de la vida misma que alberga los anteriores. El pensamiento del hombre discierne sirviéndose de ellos y en función al misterio que constituye su propia intimidad, Dios. La filosofía es prueba del amor que siente el hombre por la vida. El pensamiento de Fernando González es ontológico por excelencia, y por lo tanto trata de las cosas reales, los objetos ideales, los valores y la vida. Su objeto es el Ser ideal, sabiéndose González real.

La ontología tendrá como primera incumbencia la de descubrir y definir lo mejor posible las estructuras ónticas de cada uno de esos cuatro grupos de objetos; tendrá que decirnos en qué consiste ser cosa; tendrá que decirnos en qué consiste ser objeto ideal; tendrá que decirnos en qué consiste ser valor; y último, tendrá que decirnos qué es la vida (8).

La ontología de González aúna propósito con su epistemología. Ontología y epistemología en unísona sinfonía ejecutada sobre un sólido pentagrama erudito. Decimos erudito porque González vivió enterándose de las principales corrientes del pensamiento occidental en San Agustín, Santo Tomás, Descartes, Spinoza, Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger y Unamuno, especialmente. De ellos extrajo la savia que enriquece su plática.

El ser en sí mismo, en cuanto es ser (el ser de los entes), es el objeto de la Metafísica, ya sea en cuanto existe en la mente en el acto de conocer (teoría del conocimiento), ya sea en sí mismo (Ontología), que incluye el tratado del ente absoluto (teología moral) en cuanto culminación de la Ontología misma (9).

Nos inclinamos a postular que en González, metafísica, epistemología y ontología moral (axiología) devienen centro de una actitud fuertemente individualista caracterizada por un tenor de congoja espiritual sincopado con la crisis de los valores occidentales que significa el afloramiento y afianzamiento del pensamiento existencialista del siglo xx. «Pues hay épocas —como esta que vivimos— cuyo destino capital parece ser el de hallarse en una crisis permanente, en un proceso inacabado de transformación. Nada se estiliza, los cimientos tiemblan y todo cobra el dramático aspecto de una inestabilidad temerosa» (10). Y en opinión de Gaetan Picon: «El pensamiento contemporáneo es el reflejo de un mundo en crisis; quizá consiste en eso su oportunidad de constituir un momento capital en las historia de las ideas» (11). Queda claro que el propósito de la existencia humana, y su afán de eternización en el Ser, ocupan el pensamiento existencialista. Y González lo refleja.

Sustancia sobre forma

El contenido del mensaje gonzalino nos parece que ensombrece la forma, la cual opinamos que interesa relativamente menos. Podríamos decir que su estilo obedece a la espontaneidad y riqueza de sus ideas y sensaciones. El fondo se impone a la forma; el acto a la actitud, como creemos que diría el mismo González. Azorín comparte nuestra noción cuando, hablando de la importancia de la idea y la sensación del mensaje en general, dice:

—¿No tiene estilo Cervantes?

—No tiene estilo Cervantes.

—¿No tiene estilo Stendhal?

—No tiene estilo Stendhal.

—¿Hay que escribir desaliñadamente?

—¡El desaliño! ¡Cuánta puerilidad! Lo que se tiene por desaliño, ¿qué importará en una prosa rica de ideas y sensaciones? (12)

Presentimos que el siguiente comentario de Unamuno encontraría sonriente aceptabilidad en González:

Bueno, vamos a crear nuestro estilo. O sea, a definirlo. ¿Pero no será mejor seguir escribiendo, estilando, y definirlo así? ¿No es hacer algo la mejor manera de definirlo? Hacer es cosa de poética; definir es cosa de lógica. Pero hacer, ¿no es definir?, y definir, ¿no es hacer? Bueno, bueno, contengamos la pasión… de la dialéctica (13).

El contenido de la obra gonzalina, la sustancia, tiene el valor de ser González mismo en un desnudándose ante el hecho de la existencia, desde el punto de vista vital, y ante el espectáculo de la realidad americana desde el punto de vista moral. «El americanismo es una temática, no un estilo» (14). De ahí que ese desnudándose sea una temática. Esto no significa que al hablar del contenido no tengamos que referirnos a la manera o forma como vienen dichas las cosas. En este sentido compartimos la noción de que forma y contenido vienen aunados, sobre todo en escritos pletóricos de significado como los de González.

«Fondo» y «forma» son términos empleados en sentidos demasiado distintos para que, meramente yuxtapuestos, sirvan; de hecho, aun después de una definición cuidadosa, no hacen tampoco otra cosa que dicotomizar sin más la obra de arte. El análisis moderno de la obra de arte ha de empezar por cuestiones más complejas; su modo de ser, su sistema de estratos (15).

Y en opinión de Alfonso Reyes:

La invención literaria es la cosa más individual que existe; su esencia es lo individual, aun cuando el revestimiento de motivos no individuales es lo que da la última forma, lo que hace ser como es. Lo sustantivo y lo adjetivo se intrincan en ella de un modo indiscernible (16).

Sobre este trabajo

Digamos unas cuantas palabras sobre el enfoque que hemos dado a este trabajo. Conscientes de que la obra de González es relativamente desconocida fuera de Colombia, y después de haber seleccionado y recogido en fichas y manuscritos el contenido relevante a nuestros dos temas centrales (el vital y el axiológico), decidimos acometer la empresa por libros; es decir, dedicando un capítulo a cada uno de los trece libros estudiados.

Quepa mencionar que en su momento estuvimos tentados a confeccionar este trabajo por temas, en vez de por libros, analizando primero en forma vertebral la totalidad de la temática vital y luego la totalidad de la temática axiológica. Nos decidimos en contra de este curso de acción analítica por la sencilla razón de que, al emprenderlo, sacrificábamos inmisericordemente la oportunidad de apreciar claramente por épocas, por años y por libros, el desarrollo del proceso de madurez del pensamiento gonzalino. Hubiéramos sacrificado la secuencia de cambio en la sensibilidad vital gonzalina reflejada notoriamente, en parte, a través de los títulos de sus libros. Postulamos que los títulos de por sí hablan, dicen del contenido y de la evolución subjetiva del autor. Creemos que nuestro enfoque cronológico y por libros, haciendo cada libro un capítulo de nuestro trabajo, aliviará el problema de la colocación de lo dicho y postulado en el tiempo. Lo aliviará, sobre todo, al lector relativamente menos versado sobre la vida y obra de Fernando González.

La división que nos hemos impuesto también obedece al hecho de que entre Pensamientos de un viejo (1916) y El Hermafrodita dormido (1933), González, desde el punto de vista ontológico vital, se dedica mayormente a postular, a presentar, su filosofía de conciencia. Es pues un período mayormente introductorio de su filosofía de conciencia. De ahí que a la primera parte le hayamos puesto el título de «Temática vital: Hacia la conciencia».

Consideramos que entre Mi Compadre (1934) y Santander (1940), a excepción de El remordimiento (1935), González se dedica al batallar de orden axiológico. Es una época de gran énfasis ético-social y de gran examen socioantropológico del colombiano y del americano en general; de allí que la segunda parte lleve el título de «Temática axiológica: La conciencia social».

Nos parece que entre El maestro de escuela (1941) y La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962), incluyendo El remordimiento (1935), la preocupación de González retorna a la vitalidad de la conciencia para disertar sobre la experiencia de haberla vivido en intimidad. La moral de la conciencia le fascina; de aquí que a la tercera parte le hayamos puesto el título de: «Temática vital: Desde la conciencia».

Las conclusiones de este estudio resumen los aspectos principales y los asocian con postulados y reflexiones de otros pensadores. Nuestro cometido sintético hace lo imposible por no dejar «cabos sueltos».

Cada capítulo de este trabajo está confeccionado teniendo en cuenta la necesidad de presentar, definir y caracterizar cada libro de González, antes de analizar el tema relevante. Así, empezamos los capítulos haciendo una presentación básica de la estructura de cada libro, i. e. división por partes o capítulos, algunos títulos de las partes y capítulos de especial significado, dedicatorias, etc. Enseguida hacemos una valoración sumaria de los principales conceptos vitales y axiológicos; luego entramos al análisis temático el cual constituye el grueso de este trabajo.

Algunos capítulos son más extensos que otros. Así, Mi Compadre cubre alrededor de sesenta páginas, mientras que Pensamientos de un viejo tiene sólo diez. Esto se debe a la riqueza que cada libro posee en función al enfoque temático que nos ocupa. Consideramos que nuestra relativa heterodoxia en este aspecto obedece a una razón de peso: allanar el camino en que está edificada la obra de González, de por sí retadora. Pensamientos de un viejo es una especie de preámbulo en la obra de González, mientras que El Hermafrodita dormido es, a nuestro criterio, una de sus contribuciones más importantes.

Dos palabras sobre las citas de este trabajo. Cada capítulo contiene su propia serie de citas enumerada empezando con el número 1., etc. Las citas de libros de González aparecen mayormente en el texto. Sobre las citas extraídas de libros de González debemos decir que, en cada caso, hemos dedicado especial cuidado a no extraerlas de donde el significado general del mensaje gonzalino afecte, o altere, el significado aislado de cada cita. El estilo aforístico de González socorre el trance.

Notas:

(1) Jacques Leclerq. Las grandes líneas de la filosofía moral. 3ª ed., versión española de José Pérez Riesco (Madrid: Gredos, 1977), p. 27.
(2) Alberto V. Saldarriaga. «De la parroquia al cosmos: los viajes de Fernando González». Revista Universidad de Antioquia, XLI: (julio-agosto-septiembre 1964), p. 39.
(3) Saldarriaga, op. cit., p. 387.
(4) Leclerq, op. cit., p. 9.
(5) Carlos Jiménez Gómez. «Un filósofo de la meditación vital». En: Notas y ensayos (Medellín: Aguirre, 1967), p. 37.
(6) «Aporía» significa antinomia o paradoja sin salida lógica.
(7) Enrique Caballero. «La cátedra vacía de Ortega y Gasset». El Tiempo, Bogotá, 29 de agosto de 1974, p. 4-A.
(8) Manuel García Morente. Lecciones preliminares de filosofía. 10ª ed. (México: Diana, 1963), p. 352.
(9) Alberto Caturreli. La filosofía. 2ª. ed. (Madrid: Gredos, 1977), p. 35.
(10) Guillermo de Torre. Problemática de la literatura. (Buenos Aires: Losada, 3ª. ed., 1966), pp. 24 – 25.
(11) Gaetan Picon. Panorama de las ideas contemporáneas. Traducción de Gonzalo Torrente (Madrid: Guadarrama, 2ª. ed., 1965), p. 41.
(12) José Martínez Ruiz (Azorín). «El estilo». En: Memorias inmemoriables, incluido en Obras selectas (Madrid; Biblioteca Nueva, 1962), p. 1227.
(13) Miguel de Unamuno. Alrededor del estilo. Vol. XI de Obras Completas. (Madrid: Vergara, 1958), p. 702.
(14) Alberto Zum Felde. Índice crítico de la literatura hispanoamericana (México: Guarania, 1959), Tomo II: La narrativa, p. 421).
(15) René Wellek y Austin Warren. Teoría literaria. Versión española de José Jimeno, 4ª. ed. (Madrid: Gredos, 1974), p. 34.
(16) Alfonso Reyes. «Peligros y escollos». En: Páginas adicionales. Vol. XIV de Obras Completas (México: Fondo de Cultura Económica, 1962), p. 386.

Fuente:

Órdenes, Jorge. El ser moral en las obras de Fernando González. Universidad de Antioquia, Extensión Cultural, Colección «Huellas en la historia», Medellín, 1983, p.p.: 1 – 14. Ver prólogo de Manuel Mejía Vallejo.