Fernando González, filósofo

Por María-Dolores Jaramillo *

Algunos piensan que Fernando González no fue un filósofo porque su pensamiento no se tradujo en moldes y pirámides de piezas bien encajadas. Porque se esbozó por medio de frases cortas, textos breves, cuasi aforismos, y goteo. Porque no pretendió crear un sistema de pensamiento cerrado o absoluto. Porque no apoyó sus ideas en el metalenguaje frecuente al que recurre la filosofía tradicional. Porque no habló de imaginarios seres y entes, como lo hizo Heidegger. Porque no fue verborreico. Porque colocó el humor al lado de la reflexión.

Sin duda Fernando González escogió otro camino filosófico. Y otro lenguaje para exponer su pensamiento: un lenguaje contenido, cotidiano, y conversacional. Y decidió otro método filosófico. Utilizó el pensamiento como instrumento de cuestionamiento continuo y fuente de meditación incesante. Antepuso la duda a la certeza y convirtió la pregunta en instrumento analítico.

Fernando González se separa de la tradición de la verdad única. De las respuestas absolutas de la filosofía tradicional, para sentirse más confortable con la pregunta permanente, y la respuesta temporal y fragmentaria. Para el escritor de Otraparte la única verdad posible es breve, pasajera y móvil. No habló con categorías impresionistas. No se apoyó en los principios metafísicos aunque compartió algunas ilusiones del catolicismo y la religión, como producto inevitable de su condición de antioqueño de su tiempo. Reflexionó sobre creencias e ideas sin adhesión a priori, y contrapuso distintos puntos de vista sin el freno de los prejuicios morales y religiosos, o los convencionales partidismos ideológicos.

Las preguntas del antioqueño reflejan su interés por pensar de nuevo, y por sí mismo, cada tema y problema. Su ejercicio de reflexión se plantea como introspectivo. Como diálogo consigo mismo. Sus libros son vivenciales y no doctrinales. Personales y no apologéticos. Reflexivos y no dogmáticos. Construyó su pensamiento basado en la duda y el cuestionamiento continuo. No pretendió crear escuela ni convencer discípulos. No fue un filósofo universitario, apoyado en andamiajes conceptuales, ni hombre de mirada ortodoxa o impresionista. No fue un filósofo adscrito a una moda académica o a una escuela filosófica. Fue un pensador solitario y excéntrico —como los mejores pensadores—, quien trató de resolver por sí mismo y con amplia libertad preguntas y contradicciones.

El escritor Freddy Téllez traza el perfil de algunos nuevos filósofos franceses y europeos con características similares: Albert Caraco, Clément Rosset, Emilio Cioran y Michel Onfray. Escritores que «producen su pensamiento en sus propios rincones y sin mucho ruido» a partir de la duda y el «cuestionamiento perpetuo», dirá. Que generan también una reflexión abierta y eternamente inconclusa. Y recuerda que Diógenes de Sinope, Pirrón, Shopenhauer o Nietzsche fueron «hombres afincados en sí mismos». En lucha incesante consigo mismos, entre la lucidez y la ilusión (1).

Para Fernando González, lo mismo que para Nietzsche, la filosofía es una confesión de intimidad. Un ejercicio solitario y progresivo de desnudez. Un cuestionamiento continuo de «verdades» aprendidas, impuestas o heredadas.

Se pregunta por el amor, la patria, la educación, la política, las contradicciones humanas, la vida, la muerte, o las costumbres. Habla de religión, de las personas que conoció, de las ilusiones del amor, de Dios, de la belleza femenina o la castidad. Y se aproxima a cada tema con respuestas propias y singulares. Sin esquemas previos. Sin lenguaje artificioso. Sin respuestas uniformadas. Descubre un nuevo pensamiento filosófico en su acercamiento a los problemas o interrogantes, utiliza como método la indagación permanente, y cree en el carácter breve, provisorio e inconcluso de las respuestas. La más reciente y nueva filosofía contemporánea trabaja con los mismos presupuestos. No ofrece ni pretende generar sistemas completos e inamovibles, ni tampoco responder todas las dudas. La nueva filosofía quiebra certezas, replantea temas, reformula preguntas, e intenta respuestas breves y provisionales, siempre ajustables, y acompañadas de las indagaciones de la ciencia y otras disciplinas.

Fernando González es un filósofo en el más estricto sentido. Un hombre que con lectura, estudio y observación se cuestiona y busca mejores respuestas; quien, en reflexión consigo mismo, selecciona argumentos y razones, y trata de proponer pequeñas luces. Se distancia, como Nietzsche o Cioran, de las verdades absolutas que caracterizaron la filosofía tradicional y la teodicea. Nietzsche decía que a los pensadores «les faltaba hacer crítica con independencia de los prejuicios morales», y poder deslindar la filosofía de los preconceptos. González piensa y evalúa muchos conceptos. Crea nuevos. Sus escritos muestran autonomía conceptual e independencia intelectual. Sus creencias no son las mayoritarias. No repite lugares comunes. Quiso independizarse de la herencia conceptual del pasado. Y comparte la honradez intelectual y la transparencia que corresponden al auténtico filósofo. El intento por construir sus propios juicios. Y su filosofía, a diferencia de la occidental, está entrañablemente ligada a la vida. A González lo conocemos como un admirador de W. Withman, H. D. Thoreau y Ralph Waldo Emerson, y sus visiones del mundo, que además de poéticas, son formulaciones filosóficas sentadas en la contemplación (2).

El pensamiento filosófico de Fernando González se expresa en todos sus libros. Cartas a Estanislao, publicado por primera vez en Manizales en 1935, es un libro de confidencias autobiográficas, con muchos momentos filosóficos interesantes. Fernando González exhibe a lo largo de la correspondencia —como dice Estanislao Zuleta Ferrer—, toda «la capacidad de impertinencia» propia del pensador, y su «hacer filosofías» (3), (4). Y la condición de «filósofo rumiante», como recuerda Joseph Avski que se consideraba Fernando González a sí mismo. Nishida Kitaro, filósofo japonés, dice que la filosofía es la transformación de una conciencia ordinaria en una conciencia despierta. Para Nietzsche radicaba en el alejamiento de las explicaciones y valores caducos y antagónicos, y la ampliación de la libertad del espíritu. Y para Fernando González fue una acción vital, una forma de interrogar la vida, y explicarse a sí mismo. Fue un pensador de la duda diaria, de la incertidumbre, de las respuestas incompletas, de las contradicciones grandes y pequeñas.

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* Profesora Titular Universidad Nacional de Colombia. Autora de los libros José Asunción Silva, poeta y lector moderno (Bogotá: Ayala Editores, 2001) y Emilio Cioran: creencias y esperanzas de un escéptico (Bogotá: Ayala Editores, 2002).

Notas:

(1) Freddy Téllez. «Filosofía, exilio y utopía». Diálogo con Freddy Téllez. Revista Palimpsesto n.º 4, Universidad Nacional de Colombia, 2004, pp. 140-148.
(2) Véase Jorge Iván Correa, grupo de estudio sobre la obra de Thoreau y su relación con Fernando González. Talleres de la Corporación Otraparte, 2018.
(3) Fernando González. Cartas a Estanislao. Medellín: Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 1995. Págs. 19, 23, 39, 55, 75, 78, 99, 100, 116, 117. En la página 19 él mismo se denomina filósofo.
(4) Javier Henao Hidrón. Fernando González, filósofo de la autenticidad. El libro de Javier Henao es uno de los primeros en reconocer el carácter y valor filosófico del escritor de Otraparte. J. Avski, en Fragmentos de sombra – Una biografía intelectual de Fernando González, lo rescata como filósofo aficionado y filósofo de lo fragmentario, y aporta muy buenos argumentos filosóficos para reconocerlo como filósofo.

Fuente:

Jaramillo, María-Dolores. «Fernando González, filósofo». Comunicación personal, 2019.