Homenaje Nadaísta

Carta a Fernando González

Eduardo Escobar

No está en Otraparte.
Está,
en otra parte,
navegando,
más allá…
con Lucas de Ochoa se pasea
junto al límite del cielo limpio,
sobre las ceibas de Envigado.
Todos lo destrozaron,
no lo amaron.
Ahora,
disminuyan el arrepentimiento,
con poemas, con palabras.
Yo canto
según mi propia voz.
Yo canto
por los que han sabido morir,
metidos entre su bata de baño
“porque este es el traje de los guerreros”.
A usted,
que ya ha dejado de caminar,
le canto,
y los dientes chocan
unos contra otros.
Tal vez,
esté aprestándose,
aprestando su palabra,
que es látigo y labra
para pelear desde allá
con los enormes monos
“muy parecidos al hombre”,
que pasan y se desvanecen,
embrutecidos,
cerca de su casa.
Sus naranjos enanos,
azules,
han sido saqueados por los niños de la escuela,
le cuento.
Ya sé que va  a molestarse,
pero no importa,
usted sabe contenerse.
Dígame ahora:
¿dónde está?
Porque yo quiero arrimarme
y obsequiarle un vaso de mi sangre
para que la beba
porque sé que a usted le gusta lo que tenga vida,
lo que pueda seguir
—como su gata Salomé—,
allá en Marsella,
el gato de madame Rousseau.
No lo ofendo,
no quiero ofenderlo.
Ya sé,
a usted sólo le gusta pelear,
—hasta contra usted mismo:
no fumar, no mirar, no tocar a Tony—.
Pero no lo ofendo.
Me quedaré quieto
aunque me tire puñados de astros a la cara.
Bueno,
ni usted,
ni yo
somos espiritistas.
Debemos marcharnos.
Buscar a alguien
para que siga podando los naranjos,
para que siga construyendo caminos
sin ser alcalde,
para que siga arando en el mar,
de todas maneras yo,
mis amigos,
vamos a oírlo.
Pero no lo encontraremos,
usted sabía todo,
antes que todos,
los buenos ángeles tienen las alas rotas.
Y usted está lejos
sobre las ceibas de Envigado
o en Marsella
fundando el Nadaísmo
entre los espíritus que no tomaron té,
ni masticaron biscochitos,
ni tuvieron la camisa limpia.
Pero supieron contar
que lo que crece
y vive
y palpita
como los conejos
no está en el cielo,
sino en el cuerpo de la Tony
que usted no quiso tocar,
pero que le dejó los calzoncitos,
tal vez adrede,
¿tal vez porque se vistió apresuradamente?
Porque tenía miedo de saber,
y el conocimiento
usted lo contagia, lo reparte.
Ya no está en Otraparte.
Su cuerpo de grandes orejas rojas
camina con el de Lucas de Ochoa
y está seguramente contento.
Y nosotros seguimos tomando leche,
muy tristes.

(Bogotá, febrero 64)

Fuente:

Archivo Corporación Otraparte.