Fernando González

Filósofo de la
Postmodernidad

Por Alberto Restrepo González

La Modernidad ilustrada, si no muerta del todo, definitivamente agonizante.

El mundo de la Modernidad ilustrada, luego de la lucha de la razón ilustrada contra el error, los prejuicios y las supersticiones, expresión del oscurantismo no ilustrado, se constituye como el mundo de la racionalidad científica.

El mundo de la ilustración y el de la Modernidad ilustrada y sus filosofías, en sí mismos, por razón de sus interiores contradicciones e insuficiencias, portaban desde su origen, el germen de su propia ruina.

Sus generadores cayeron en contradicciones insalvables.

Descartes, afirmó la autosuficiencia de la razón, y a la vez, recomendó aceptar las verdades de la revelación y el respeto a las costumbres religiosas de su tiempo, así, a su parecer, contradijeran la razón.

Pascal, sostuvo la verdad de la ciencia racional, pero optó por negar el Dios de la razón, en aras del seguimiento del Dios de la revelación Abrahámica.

Kant, sacrificó la ciencia a la fe, al no encontrar manera de negar a Dios, sin caer en contradicción con los postulados de la razón práctica; ni de probar científicamente su existencia, de acuerdo con las exigencias de la razón pura.

Bien pronto, estas debilidades internas de la razón ilustrada fueron puestas al desnudo y llevadas hasta sus últimas consecuencias, por los padres del modernismo ilustrado.

Comte, desde el positivismo científico, eliminó las exigencias de la razón práctica kantiana: negó, por inadmisibles, los postulados de la razón práctica kantiana, al dar valor únicamente a hechos y datos, cuyas variables resultaran operables.

Darwin, con su hallazgo de la evolución de las especies, deshizo la imagen del hombre como ser de razón, convirtiéndolo en un ser en proceso, una especie biológica más, dentro de la universal evolución de las especies.

Marx, a través del materialismo histórico y dialéctico, destruyó el lugar del espíritu y redujo al universo y al hombre, a mero proceso dialéctico de la materia: El hombre es ser genérico; la conciencia, materia evolucionada.

Freud, con su descubrimiento del inconsciente, deshizo la idea del hombre y la sociedad regidos por las conciencias lúcidas de los maestros iluminados por la razón, y puso en las oscuridades del inconsciente el origen de los dinamismos regentes del hombre, la historia y la cultura.

Nietzche, en fin, con su nihilismo puso en entredicho, como falsos, la cultura, la religión, los valores, y postuló la voluntad de poder, a cambio de la voluntad de saber ; el querer, sobre la racionalidad.

El mundo del Modernismo ilustrado, heredero de la ilustración, así, hoy, no esté sepultado, lo mismo que la ilustración, desde el momento mismo de su plenitud, ya estaba muerto, por la propia mano de sus mismos generadores.

Hoy, sus formas de expresión han dejado de tener vigencia, ha nacido otro mundo, otro sentido del conocimiento y del saber, otra visión del hombre.

Los fundamentos de la ilustración Moderna, desenmascarados por los “maestros de la sospecha”, como los llama Paul Ricoeur, trajeron consecuencias inconmensurables:

Lo que Kant había intuido y Comte expresado como gloria del hombre en el conocimiento científico: La soberanía de la razón, ha perdido su estatuto de tal. La razón que sólo puede hacer ciencia y no tiene por objeto suyo lo que no esté dentro del ámbito científico, deja al hombre enfrentado con sus enigmas, miserias y angustias fundamentales, y no vale la pena. La generación actual considera que ni Kant, ni Comte, son ya legibles ni merecen ser leídos.

La lógica racional, regente de la validez de los enunciados de razón, capaces de dar cuenta e interpretar la realidad, a través del pensamiento racional, portado por el lenguaje y sus construcciones mentales, ha sido puesta en entredicho. ¿Para qué una lógica formal que no permite hablar de lo que nos inquieta fundamentalmente, más allá de toda palabra posible?

La axiología, fundamentada sobre la aceptación de un bien y un mal absolutos, generados por el imperativo categórico, a la manera Cartesiana y Kantiana, es metafísica, y ha dejado de tener vigencia en el mundo de hoy. Una axiología de valores formales, ad usum, si es verdad que se utiliza, es apenas una manipulación instrumental que no vale la pena.

La dialéctica de la objetividad, que sólo sabe conocer desde el objeto; que niega en la tesis y niega la negación, en la antítesis, y es, por eso, incapaz de expresar la realidad positiva, ha sido rechazada, precisamente por su negatividad radical, que sólo engendra, en fin de cuentas, ideologías que apenas encubren y deforman la realidad.

De las anteriores negaciones del pensamiento ilustrado y de la modernidad ilustrada, han nacido serias consecuencias, actualmente en vigencia:

La metafísica racional es imposible. Ha quedado claro que el mundo mental sólo con lo mental puede entenderse, y lo metafísico, si lo hubiere, no es su campo.

Las interpretaciones de la realidad social, no corresponden a realidades sino que son estructuras que obedecen al inconsciente y deforman y encubren la realidad, como simples ideologías, que no valen la pena y no han sido más que instrumentos de dominación.

El conocimiento, no tiene como fin el saber, sino el poder; se sabe para poder, no para hallar la verdad, ni por amor a ella.

Lo que no pueda conocerse a base de datos verificables, pertenece a la cháchara, y no al lenguaje válido. No hay lugar para la sabiduría, sólo queda lugar para la razón instrumental.

El sujeto que objetiva, no se entiende ya como el que se introyecta (sub iectum = el que penetra hasta el fondo), sino como el sujetado, el dominado por el poder, las ideologías y el inconsciente, a los que ciegamente obedece y proyecta sin construir nada válido. Ahora se trata de desujetar, de un conocimiento sin sujeto.

Los procesos dialécticos, hechos desde la conciencia del sujeto (del sujetado) que objetiva lo no objetivable, son falsos, y en lugar de la dialéctica se impone la analéctica o la dialógica o la rítmica (como se quiera), que no objetiva desde la necesidad sino que convive con las cosas, desde la libertad.

Si hay realidad Metafísica, sólo queda callar porque el lenguaje no puede expresar lo metafísico, y de lo que no se puede hablar es preciso callar.

La moral ya no es la moral de lo bueno y lo malo, sino una moral más allá del bien y del mal o, simplemente, el reemplazo de la moral por la amoralidad.

Las cosas y el hombre han dejado ser, simplemente, para ser instrumentos. En lugar de la razón pura ha nacido “la razón instrumental”.

Finalmente, en lugar de la cultura de la razón, ha surgido la cultura de la voluntad que transmuta la trascendencia metafísica, que lograba la razón, más allá de los fenómenos, en una trascendencia apenas tópica, en el placer, el poder, el consumir, el representar, el aparecer, el aparentar, encarnados por la imagología, que reemplaza la ideología.

Como consecuencia del cambio, la cosmovisión, la metafísica, la moral, la razón estética, la gnoseología, la racionalidad política, la antropología, si no han sido rechazadas como vejestorios, han tomado un rumbo nuevo y desconocido en los días de la ilustración y la Modernidad.

El rompimiento del mundo contemporáneo con el mundo de la ilustración y de la Modernidad, tomó, inicialmente, dos vertientes extremas: Una que intentó, por todos los medios, rescatar el pensamiento moderno, cuando nó el medieval, y el griego, y reformularlos con ropajes de Postmodernidad, o formular la Postmodernidad como mundo medieval o moderno. Otra, el nihilismo que pretendió arrasar, ahora sí definitivamente, con cualquier forma de sabiduría: metafísica, religión, ética, axiología o cosmovisión.

Se trataba, como estertores de agonía de ilustración y Modernidad, de dos intentos falsos: El primero, oropelar de un lenguaje nuevo, concepciones y reflexiones arcaicas e irrescatables. El segundo, negar todo lo que no era operacionalizable, instrumentalizable, utilizable.

Allí radicó la crisis de muerte de la Modernidad ilustrada y la crisis de surgimiento de la Postmodernidad.

Allí, en pleno conflicto entre modernidad y Postmodernidad, hizo, o más exactamente, vivió Fernando González su filosofía.

González, más allá de una filosofía medieval de sustancia primera y sustancias segundas, y de una filosofía moderna de solos fenómenos, elaboró una filosofía de la Sustancia única, en devenir fenoménico.

Más allá de una filosofía medieval de revelaciones y dogmatismos absolutos, y de una filosofía moderna de lógica racional-conceptual, elaboró una filosofía de lógica vital.

Más allá de una metafísica, racional-conceptual, medieval o ilustrada, y de una negación moderna de la posibilidad de la metafísica, construyó, viviéndola, una metafísica de las vivencias.

Más allá de una filosofía medieval y fixista, del ser, y de una filosofía moderna del ser-del-ente, trabajó una filosofía del existente como ser-siendo-entendiendo y del Ser como presencia en las representaciones.

Más allá de una filosofía medieval de la esencia como quid de razón y de una filosofía de la modernidad como negación de la esencia, patentizó una filosofía de la esencia como amor que deviene en las formas.

Más allá de una gnoseología ilustrada, del sujeto que objetiva lo inobjetivable, y de una filosofía moderna, que al margen de la objetivación se esmera sólo en la validez formal de los enunciados lingüísticos, como mero instrumentalismo, estructuró una filosofía de la presencia de la realidad, de la convivencia con los fenómenos y de la comunicación con la realidad que subyace a toda representación.

Más allá de una filosofía medieval e ilustrada que reflexiona sobre contrarios irreconciliables, y de una filosofía moderna que sintetiza dialécticamente, contrarios, para generar contrarios nuevos, vivió una filosofía de la reconciliación, más allá de las coordenadas en las que rigen los contrarios.

Más allá de una filosofía greco-occidental, de la necesidad, regida por primeros principios racional-conceptuales, y de una filosofía moderna regida por los reduccionismos subjetivistas del idealismo u objetivistas del cientificismo, elaboró una filosofía de la libertad, o mejor, de la liberación.

Más allá de una filosofía moral medieval de valores absolutos y de bien y mal absolutos, y de una filosofía moderna amoral, como filosofía de la instrumentalidad del poder, diseñó una filosofía moral de las coordenadas pasionales o instintivas, itinerario, etapa en el viaje espacio-temporal, hacia la comunicación en el amor, más allá del bien y del mal, dentro de la categoría de eternidad.

Más allá de una antropología utópica, medieval, del hombre como universal incondicionado y ahistórico, y de una antropología moderna del hombre dicotómico o puramente racional hizo una antropología del hombre en situación, en angustia, amando-entendiendo-siendo, en convivencia amorosa y airada con el “negroide” latinoamericano.

Más allá de una filosofía medieval e ilustrada, cimentadas ambas en la racionalidad greco-occidental, realizó una filosofía cimentada en la convivencia con los fenómenos, los hombres, la historia y el saber latinoamericanos.

Más allá de una filosofía de la mente razonante y conceptualizadora, propia de Medioevo y Modernidad ilustrada, una filosofía de la agonía vital, intuitiva, o sea: filosofía como sabiduría viva o brujería.

Más allá de una filosofía greco-occidental, rompimiento entre saber racional y saber vivencial, una filosofía del saber vivo, que unifica de nuevo filosofía y mística, reflexión y vivencia, pensamiento y amor.

Más allá de una filosofía de retórica argumental-racional, una filosofía de la pasión de vivir, un poco kínica, del cinismo viejo, en la que “la vida picaral y la filosofía son una misma”, y replican a la mentira con la vivencia y no con los silogismos.

Fernando González es precursor, iniciador de la Postmodernidad en América.

La originalidad de González, no radica, como se ha creído, en su ingeniosidad verbal, ni en su lenguaje duro, ni en su capacidad humorística o hiperbólica, ni en su desmedida capacidad de enfrentamiento con los símbolos institucionales, sino en su concepción o vivencia, más exactamente, y en su capacidad de expresión de un mundo nuevo y una filosofía nueva bloqueada ante los problemas filosóficos, más allá de la ilustración y de la Modernidad.

Es tarea de las generaciones futuras desentrañar en su novedad universal la filosofía de Fernando González, leída hasta hoy en clave lugareña y cortijera.

Hasta hoy, Fernando González sigue siendo apenas un mito creado por una admiración o un desprecio ignorantes: el panfletario, el brujo, el repentista, el humorista, el atrabiliario, el contradictorio, el imprevisible.

Hasta hoy, con la obra de Fernando González, se ha hecho lo que él más despreciaba y lo que más combatió: “literatura de palabras”.

Fuente:

Viaje a la presencia de Fernando González (catálogo). José Gabriel Baena (compilador). Contiene textos de Gonzalo Cadavid Uribe, Leonel Estrada, Carlos Jiménez Gómez, Ernesto Ochoa Moreno, Alberto Restrepo González y Marco A. Mejía. Medellín, Biblioteca Pública Piloto de Medellín para América Latina. Tres ediciones: marzo de 1994, mayo de 1995 y junio de 1995. Con ilustraciones de Horacio Longas.