Fernando González

¿Filósofo colombiano?

Por Germán Marquínez Argote

Pese a todos los defectos que puedan apuntársele, la obra de Fernando González tiene un carácter filosófico en mucha medida. Para empezar, me limitaré a mostrar que un colombiano, nacido en Envigado, Antioquia, merece el viejo y glorioso nombre de “filósofo” al cual aspiró en vida. Sin más preámbulos paso a justificar mi tesis.

1. Fernando González (FG) se confiesa filósofo

En 1916 FG publica su primer libro apenas cumplidos los 21 años: Pensamientos de un viejo. Es una obra intimista en que FG bucea en su propia intimidad. “La mayor parte de los hombres están atareados en la lectura de libros, sin preocuparse de leer su propia alma”. He aquí la tarea que se propone el joven filósofo de Envigado. El alma de FG al escribir este libro está bajo la influencia predominante de Schopenhauer, a quien cita continuamente a partir de la primera página. La lectura será pesimista, nostálgica, antivitalista. Félix, un doble de FG, “sintió gran repugnancia hacia el superhombre de Nietzsche… y comprendió que todo necesariamente es limitado, que todo lo que dice es algo limitado”, y Félix tradujo la frase de Schopenhauer: “toda individualidad es una equivocación”, así: “todo lo que es, es un error; la verdad está en la nada…”.

Antes que nietzscheano, FG pasó por el purgatorio de Schopenhauer: “Toda esa comedia de la vida me repugna. ¿Qué me importa el superhombre? ¿Seremos, acaso, más felices? No hay felicidad si no hay dolor… ¿Seremos, acaso, más grandes? No hay grandeza si no hay pequeñez… Todas esas palabras son engaños de la vida…” (Pensamientos de un viejo). En consonancia con su alma triste y escéptica, schopenhauriana, están sus autores preferidos: Spinoza, los Vedas, Job, Eclesiastés, Dostoeivsky, Tolstoy, Verlain, Maupassant, Queiroz, Unamuno, D´Annunzio, Rabelais, Heráclito, Sócrates, Mallarmé, Spencer, Montaigne, Epicteto, Pirrón, Pascal, etc. Pero lo que nos importa en nuestro caso no son tanto las posibles lecturas de las que da señales FG en su primer escrito, sino en el sesgo filosófico que toma su vida y que no abandonará con el tiempo. Desde el primer momento FG se siente filósofo: “Soñar, esa es mi diversión. Desde que me estudio a mí mismo, lo que más admirado me trae es ese constante mudarse de mi alma. La más pequeña variación atmosférica hace cambiar mi yo. Y cada nuevo cambio trae una nueva visión del Universo. Esa es mi diversión, soñar mundos; filosofar, pues ¿qué otra cosa, sino aquello, es filosofar?” (PV). Joven de ensoñaciones profundas acerca de la vida, FG convierte a ésta en hontanar filosófico: “Ahora, amigos, me he hecho una vida filosófica. Construí dos muñecos de trapo y los senté en dos sillas, uno en frente del otro. Llevé a ese cuarto un sillón Voltaire para mis horas eternas. Y en ese sillón paso los días enteros oyendo las conversaciones de mis dos amigos. ¡Oh, qué divinas charlas estas de mis Juanes…!” (PV).

El segundo libro, Viaje a pie, lo escribe en 1928, trece años después de Pensamientos de un viejo. El clima espiritual ha cambiado durante esos años radicalmente. FG se presenta aquí como un gran enamorado de la vida, lejos de la melancólica tristeza que, como un sauce, destila su primer libro. Por otra parte, su preocupación solipsística por el yo íntimo, que le llevaba a decir que el hombre no puede contemplar otra cosa que no sea su espíritu, se transforma en esta obra en una visión hacia afuera, hacia el mundo circundante sólo desde el cual se explica ahora el yo. Además, FG sale de esa prematura vejez de filósofo de poltrona que fabrica mundos ideales, como pompas de jabón, para iniciar un viaje a pie, de filósofo peripatético, por los campos de Colombia y reflexionar itinerantemente sobre sus tierras y sus gentes. Por último, Schopenhauer queda atrás, al tiempo que ciertos temas de la filosofía de Nietzsche le van a servir de elemento categorial desde el cual va a definir la verdadera condición del hombre colombiano, criticando sus defectos o pecados contra la vida.

Pues bien, en esta nueva situación FG se reafirma como filósofo, si bien con cierta modestia ya lo había dicho en Pensamientos de un viejo: “Nos llamamos filósofos aficionados para no comprometernos demasiado y porque ese nombre es mucho para cualquiera. (…) Todos nuestros colegas, desde antes de Thales, han sido modestos. En los manuales de filosofía lo primero que se explica es aquello de que filósofo quiere decir amigo de la sabiduría; se enseña allí, en las primeras hojas, a descomponer la palabra en philos y en sophos, con lo cual el estudiante imberbe cree que sabe griego y les repite eso a las primas, junto con aquello que decía Sócrates en los alrededores de la Acrópolis durante sus noches de moralizador: Sólo sé que nada sé” (Viaje a pie).

En Don Mirócletes se va a clasificar filósofo de “Suramérica y de la personalidad”, o enfermo metafísico, o mejor diríamos, enfermo de metafísica hasta llegar a llamar la filosofía “mi mujer o mi amante”. ¡Tan comprometido se sentía con ella! La filosofía o metafísica es para FG el punto de referencia desde el cual juzga de todo, critica con coherencia la vida, o mejor dicho, el defecto de ésta: “En esto que llaman civilización —escribe en su obra madura Los negroides—, desde que el hombre abandonó la metafísica, no hay sino muerte. El hombre volador vale menos que el hombre de Moisés, pues nada vale lo físico sin lo metafísico”. En esta obra no sólo sistematiza sus ideas sobre la metafísica de la expresión, sino también toma plena conciencia de la misión latinoamericana de su pensamiento: “Creo firmemente que yo soy el filósofo de Suramérica; creo en la misión; me veo obligado a ser áspero y seré odiado, pero ¿podría cumplir mi deber con dulces vocablos?”.

El primer paso de este ensayo esclarece lo que él quiso ser y pensó que era. El segundo paso es ver si realmente fue, como pensaba un verdadero filósofo.

2. ¿En qué consiste ser filósofo?

Antes de dilucidar si FG fue filósofo, hemos de ir en contra de algunos prejuicios o juicios negativos que vulgarmente se tienen contra FG. El primero es su falta de sistematización. Se piensa que para ser filósofo hace falta construir un “sistema”, que en FG no existe. La misma acusación se ha hecho contra otros pensadores hispanos, como Ortega y Unamuno, que hoy ocupan un honroso lugar en la historia de la filosofía. Este prejuicio viene de la modernidad que se inicia en Descartes y culmina en Hegel, quienes entendieron el quehacer filosófico como especulación. Especular era ver reflejada la realidad en el espejo del sistema. Es la época barroca en la que se construyen grandiosas fachadas, grandes retablos conteniendo todo lo humano y divino entre retorcidas columnas que ascienden hacia el infinito. Los filósofos no fueron la excepción: tenían, para realizarse, que construir sistemas o edificios de ideas. Pero no siempre se ha entendido así el filosofar y mucho menos hoy. La filosofía fue, antes que sistema, una sapiencia, una mayéutica, una dialéctica; y hoy es crítica y hermenéutica. Tampoco es necesario que sea expuesta sistemáticamente. Lo que sí se necesita es una serie de categorías coherentes entre sí desde las cuales se estudie la realidad. Y veremos que sí las hay en FG.

El segundo prejuicio contra FG consiste en pensar que allí no hay filosofía porque no hay formación libresca, citas y aparato crítico. Es verdad que FG escribe desenfadadamente, nunca cita sus referencias a filósofos o las hace a vuelo de pájaro. ¿Será filósofo FG? Pensemos que muchos de los grandes creadores han citado muy poco, mientras que en los repetidores la citación se convierte en una manera de impresionar y ocultar su falta de ideas. Pero es que además FG tiene a ese respecto una singular teoría y es que los suramericanos leemos mucho, pero pensamos poco; y lo que el filósofo antioqueño se propone es estimularnos a pensar. No es que sea necesario leer; pero que sea medio, no fin. “Dicen que se debe leer para buscar la verdad. Si es para eso, se lee para perder el tiempo. La lectura debe mirarse como un medio para acostumbrar nuestra vista a ver mayor número de matices en la vida…” (PV). En Los negroides aconseja que de los 28 años para delante se lea menos y se medite y se cree más. Por no hacerlo así andamos como andamos: “En Suramérica permanecen los hombres siempre de lectores, siempre de viajeros. (…) Tienen vergüenza, simulan, leen, etc., porque están obligados por el coloniaje político, racial y literario, a considerarse como hijos de puta”. Los que leen mucho a menudo citan mucho y, si citan bien, son magníficos críticos, pero no necesariamente filósofos creadores que es lo que en realidad Latinoamérica, como lo vio FG, necesita. FG quería ponernos a crear, a autoexpresarnos. Nada de leer por leer y para citar.

Despejados estos dos prejuicios, nos preguntamos en qué consiste ser filósofo y si lo fue FG.

Ser filósofo consiste en decir la realidad, no en repetir libros. Y la realidad que cada filósofo creador ha dicho es siempre la suya propia, la de su tiempo, la de su mundo cultural. Sólo anclado el filósofo en su situación puede el filósofo proferir verdades universales. ¿O es que pensamos que la gran filosofía y la gran música alemanas son universales sin ser profundamente alemanas? Empiezan por ser alemanas, como la pintura de Boticelli es italiana y la de Velásquez y Goya españolas, como condición sine qua non de universalidad y de eternidad. No creamos en universalismos abstractos, sino situados como El Quijote, Los hermanos Karamasov o Cien años de soledad. Nadie que lea a FG puede dejar de pensar en Colombia, ni puede quitarse de delante el homo latinoamericanus en el que crea y espera, a quien ama y, por lo mismo fustiga, siguiendo aquello de quien te quiere te hará llorar. El problema está en que la situación se quede en situacionismo, o que el punto de partida degenere en fin, porque entonces se reduciría a anécdotas sin interés. Pero si lo situacional o anecdótico es trascendido y se llega a lo categorial, entonces hemos ganado desde abajo el reino de la universalidad. Nos moveremos entre árboles que hacen bosque.

Este decir que es la filosofía, no es el decir cotidiano que vela con frecuencia la realidad. La inmensa mayoría de los colombianos de su tiempo pensaban: “como vamos, vamos bien”. Tampoco basta decir que vamos mal, lo cual puede constituir otra perogrullada cotidiana. La filosofía es un decir crítico, valorativo, que discierne, que busca las causas últimas de los males y de los bienes. La vieja definición de filosofía como ciencia de todas las cosas por sus últimas causas o porqués sigue teniendo validez. Tales causas últimas, meta-psíquicas, meta-sociales, etc., son las raíces metafísicas de todo. Cuando se conocen y se expresan nacen nuevas categorías y el conjunto de éstas, en coherencia entre sí y en versión explicativa hacia la realidad, forman la teoría filosófica. Habría que señalar que entre teoría y realidad, cuando están ligadas, se produce un círculo hermenéutico en el que la realidad verifica o rectifica la teoría, cuando ésta se aleja y extraña de la realidad; pero, a su vez, la teoría sirve de punto crítico de referencia para la comprensión de la realidad o del desuyo de las cosas.

En esta pregunta nos nace la pregunta central de la conferencia: ¿Cuál es el tema de la filosofía de FG y desde qué categorías lo estudia?

3. Tema y categorías en la filosofía de FG

El tema central de todos sus análisis es, como él mismo lo indica, el hombre colombiano en su personalidad y en su conato y deber de expresión. Por extensión analógica el hombre latinoamericano. Él mismo se clasifica como filósofo de Suramérica, de la personalidad y de la expresión, como hemos visto. Estas tres palabras constituyen los ejes sobre los cuales gira todo el pensamiento de FG. Su dispersión y anecdotismo, si bien se lee, es más aparente que real, sus análisis adquieren una tensión que no se logra sin una gran concentración, que le permite filosofar caminando, viajando, tocando aspectos múltiples de la cultura, de la política, de la estética, de la historia patria o biográfica de diversos personajes. Todo converge directa o indirectamente en el mismo tema que da tono a sus escritos: la autoexpresión. Su pensamiento se extiende a toda Suramérica, pero a partir del epicentro colombiano, más aún, antioqueño o envigadeño. Todo lo ve con ojos diáfanos y de todo juzga con acento fresco y sincero desde el centro irrenunciable de sus prédicas. En sus viajes al exterior (Venezuela, Italia, Francia) en calidad de viajero o de cónsul, pudo enriquecer su visión de Colombia con la perspectiva del distanciamiento y la comparación con otros pueblos: “Todo es hijo del pueblo, porque él hace la demanda. Esta determina la producción. Grecia demandaba estatuas y diálogos; demandaba la evidencia a los Pericles. Francia demanda realidad, claridad, orden, mesura, sueldos (sous). Inglaterra demanda máquinas para ir a comprar y vender fuera de la islita. Alemania demanda el opio de la metafísica, Italia, mi dulce Italia, demanda colores, colores para todo el tacto en todas sus especializaciones. Los pueblos de Suramérica demandan bulla, cominos y vanidad” (Cartas a Estanislao). Bien por introspección o contraposición, desde dentro o desde fuera, el discurso de FG recae siempre sobre el hombre latinoamericano. Desde ese centro enuclea las categorías y desde éstas transforma la vida cotidiana en materia filosófica.

Las categorías fundamentales y últimas (de otra manera no serían filosóficas) que FG convierte en puntos de vista sobre la realidad, podríamos resumirlas en la siguiente lista: vida, conciencia-cuerpo, individualidad-personalidad, vanidad-egoencia, educación-cultura y mestizaje. Siquiera brevemente trataré de comentar una por una, y todas sistemáticamente, para ver hasta qué punto es coherente la filosofía de FG:

3.1 La vida: supremo valor

“Yo quiero tener la inocencia y santidad de los grandes falos que ponían en los aleros de las casas de Pompeya; quiero tener la inocencia de la vida griega y que en Colombia me llamen impuro. Prefiero ser hijo de la vida, palpitante, armonioso, y no un santo de palo, como estos suramericanos hijos del pecado y de la miseria” (El remordimiento). Así escribía desde Envigado el 19 de marzo de 1935. Hijo de la vida, como Nietzsche, a quien tanto admiraba por lo que su obra tiene de aliento vital, aunque nuestro Nietzsche criollo no tragó entero la filosofía del pensador alemán. A su condición latina y cristiana no le iba el nihilismo, ni la muerte de Dios, ni el eterno retorno, pero sí algunos aspectos positivos que se esconden en la doctrina de la vida y de la superación del hombre por el superhombre. En este sentido Nietzsche salva a FG del infierno de Schopenhauer, en donde se encontraba en plena mocedad al escribir los Pensamientos de un viejo en 1916. “Los valores positivos, los del triunfo, acompañan a la juventud. (…) Los códigos morales, las virtudes aceptadas, petrificadas, las catalogaron hombres debilitados ya. (…) Porque lo único hermoso es la manifestación que brota de la esencia vital de cada uno. Aquí podéis vislumbrar la idea madre de nuestra metafísica” (Viaje a pie).

Desde la categoría “vida” critica la Colombia de los años veinte y treinta: parroquial, sin fe de su destino, simuladora de maneras, con complejo de culpa y sentimiento de pecado: “La esencia de Suramérica es la vergüenza. Ella impide que se manifiesten. A causa de ella, no tienen personalidad. Por eso, son simuladores, infieles, indignos de fe. Así, pues, para hablarle de mi obra, desvergonzadamente, le diré que su valor consiste en haber dado en el clavo. En Mi Simón bolívar está la verdad de Suramérica: el sentimiento de pecado. En mis otros libros está el remedio: crear una juventud en la desfachatez, en la sobriedad de caminantes a pie. Esa es mi obra. Para entenderla, es preciso vivir en las colonias, en esos pueblos que no quieren ser lo que son, que simulan gustos, maneras, pasiones y sentimientos; gentes apachurradas por religiones, gustos y modos de conquistadores” (Cartas a Estanislao). Tendrán que pasar muchos años hasta que, en los años sesenta, se formule la teoría de la dependencia a la que FG se había adelantado con intuición certera. Las críticas de FG, como las de Nietzsche a la sociedad alemana y europea de su tiempo, son lacerantes, a veces excesivas, pero hechas a punta de sinceridad y de verdad, con el amor de un cirujano que tiene fe en sí mismo y en el paciente, el viejo cuerpo social de un continente secularmente colonizado y, por lo mismo, aquerenciado a formas no originales de vida, a falta de vida propia.

3.2 Conciencia y cuerpo

Conciencia es la segunda categoría que recoge y explicita la vida. La primera obligación del hombre en relación con la vida es agradar la conciencia: “Yo deseo vivir muchos años para concienciarme” (Mi Simón Bolívar). Ascender en conciencia consiste en no dejarse poseer, antes por el contrario, apropiarse cada vez más del universo. A mayor conciencia, más universalidad.

FG describe siete grados en la ascensión de conciencia: desde la conciencia fisiológica (mínimo de yo y máximo de cosas extrañas), pasando por la conciencia familiar, social o cívica, patriótica, continental como la de Bolívar, terrena o planetaria como la de Mahatma Gandhi, hasta llegar a la conciencia cósmica de los santos: “De ahí no sigue sino el Dios escondido en la zarza ardiente” (Mi Simón Bolívar). La conciencia, como la vida misma, es para FG inmortal: “La nada de la conciencia no es inconcebible. Por eso no podemos aceptar el término morir, en el sentido de acabarse el yo” (Mi Simón Bolívar). “Quiero agrandar mi conciencia hasta que salga de las categorías de tiempo y espacio. (…) Al morir se sale del tiempo y del espacio; ya no hay sucesión. Por lo tanto, la conciencia queda en un estado, síntesis o resultante de todos los estados experimentados, creados, vividos. Ese es el cielo o el infierno. Uno vive la vida que merece, que se causó (Mi Simón Bolívar)”. Idea esta muy profunda, que Dios sancionará en la otra vida lo que el hombre ha querido ser en ésta para que lo sea a plenitud eternamente.

Lucas, un doble de FG, inventa el concienciámetro o metro psíquico para medir los siete grados de conciencia que anteriormente enumeramos. Con este instrumento psicológico FG emprende la tarea de medir la talla de los diversos personajes de nuestra historia patria y continental, quedando por encima de todos, como un picacho sobre lo horizontal de la mediocridad, Simón Bolívar. Santander le parece a FG una conciencia provinciana y leguleya, sin fuerza creadora de pueblos.

Pero la conciencia, con ser lo mejor del hombre, no es todo. La conciencia está inmersa en un cuerpo. El tema del cuerpo fue otra de las obsesiones de FG. Su lucha en este punto la dirigió contra todas las deformaciones de un tradicionalismo maniqueo que veía en la carne el principal enemigo del hombre. El cuerpo de la mujer lo inspira, lo seduce, lo tienta; pero sabe que por amor al cuerpo no puede pecar contra el alma. La contradicción cuerpo-alma fue su trauma personal, fruto de una educación maniquea de cuyos efectos negativos no puede liberarse, a pesar del combate de su vida: “A los colombianos, a este pobre pueblo sacerdotal, lo enloquece y lo mata el desnudo” (Viaje a pie). Le gustaría sentir la inocencia griega frente al cuerpo. También sobre el hombre tiene su estética particular. Le horrorizan los gordos: “En Antioquia hay muchos hombres gordos y de una gordura muy rara. ¿Por qué tendrán ese vientre esférico? Es un vientre de yegua; protuberante del ombligo para abajo; los botones del chaleco semejan una cincha y la bragueta de los pantalones se abre y deja ver los botones, semejando una boca que bosteza. Si ponemos allí, atravesando el chaleco, de bolsillo a bolsillo, una cadena de oro… ¡Es algo aterrador! (Viaje a pie)”. Ve a los gordos como vacíos y vanos, sin capacidad de egoencia. Su ideal es el hombre de perfil desafiante y egoente, de huesos duros y músculos elásticos, el hombre caminante y entregado al aire puro, a la respiración profunda, a la elasticidad muscular y cerebral. No piensa mal cuando sueña en la pareja ideal: la Venus de Nilo y el David de Miguel Angel.

3.3 Individualidad y personalidad

La individualidad es el centro de la conciencia, los grandes individualismos son hombres perfectamente centrados y concentrados. De ahí su sinergia o la energía vital que emanan y por la cual se imponen a los demás, a los pobres mortales descentrados o poco concentrados. La sociedad no absorbe a los individuos cuando éstos son individualidades, antes al contrario, el individuo hipnotiza y atrae a la sociedad. “Individualidad: esto es lo que tienen los hombres de mando, los cuales pueden ser ignorantes, como el General” (Mi Simón Bolívar). La individualidad no se adquiere, es innata. Para ser persona hace falta, dice FG, ser muy individuo, muy centro y señor de sí mismo. Encuentro cierta analogía entre esta noción de individualidad y lo que Zubiri llama “personeidad” o el sí mismo que el animal humano tiene por naturaleza. La personalidad, por el contrario, es la manera como cada individuo se autoexpresa. Metafísicamente, el hombre nació para la autoexpresión… “Cuando todos los individuos, compañeros nuestros, se hayan manifestado y hayan consumido sus instintos, la especie ascenderá al plano del Superhombre (Los negroides)”.

3.4 Vanidad y egoencia

En Los negroides, ensayo sobre la Gran Colombia, utiliza FG estas dos categorías centrales para caracterizar al hombre colombiano. La vanidad es la “apariencia vacía. Decimos vano de la ventana, fruto vano. El papel moneda, por ejemplo, es una vanidad. Apariencia no respaldada, apariencia de nada, eso es vanidad”. El hombre vano, al no tener nada en sí, vive imitando, o dormita. “Hemos agarrado ya a Suramérica: vanidad. Copiadas constituciones, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas. Tienen vergüenza del carriel envigadeño y de la ruana. ¿Qué hay original? ¿Qué manifestación brota, así como el agua de la peña?”.

Por estos mismos días, en la otra orilla del océano, Antonio Machado fustigaba a los españoles por el mismo defecto, en este caso, no tanto por imitar sino por letargo:

Este hombre no es de ayer ni de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que tiene hoy la cabeza cana.

La imitación ha sido y sigue siendo nuestro vicio nacional colombiano y latinoamericano. Imitamos versos, modas, catedrales, filosofía, modos de vida. Somos por ello, vanidosos o vacíos de lo nuestro y de nosotros mismos. Todo es ajeno y simulado. Vanidad es falta de personalidad. “En Suramérica todos están en sueño letárgico; aquí nadie ha manifestado su individualidad” (Los negroides). FG va más allá de la simple caracterización, busca las causas. Y adelantándose a la teoría de que el subdesarrollo que padecemos es efecto de la dependencia, escribe: “Porque somos hijos de padres humillados por Europa, simulamos europeísmo, exageramos lo europeo. Nuestra personalidad es vana. Por eso Suramérica no vale nada; pero el día en que se practiquen mis métodos de cultura, el día en que seamos naturalmente desvergonzados, tendremos originalidad”. Mientras tanto seguiremos siendo colonia. “El hecho esencial es que Suramérica procede en todo con vergüenza. Es colonia”.

Egoencia. ¡Qué palabra tan bella se inventa FG! Es lo contrario a la vanidad. Egoente es quien expresa enérgicamente su personalidad, el que posee la gana de la autoexpresión: “Sin gana, nada es el hombre; no llaméis virtuoso al hombre desganado; llamadlo eunuco del espíritu” (Los negroides).

3.5 Educación y cultura

La palabra ecuación tiene para FG las peores connotaciones. No atiende a su doble origen: educare, sacar de adentro lo que uno mismo tiene. En este sentido etimológico ecuación será sinónimo de auto-expresión inducido por el maestro. Pero no: FG toma la categoría educación de la cantera del lenguaje cotidiano y, entonces, educado es el hombre de buenos modales impuestos, el hombre dominado y domesticado. La denuncia de este tipo de educación la encontramos en FG antes que en Pablo Freire: “El ideal pedagógico correspondiente al estado primitivo en que personalidades fuertes crean la verdad y la imponen como definitiva, es la educación; lo correspondiente a nuestros días y al futuro, es la cultura. Educar es formar a los hombres conforme a modelo (éste es la verdad, la personalidad del genio). Hombre educado significa el que se ajusta a las normas. El tipo hombre educado es igual al perro sabio. En el período educacionista, el ideal consiste en que sepan las reglas, las leyes, los programas, los textos, los modos. Entre nosotros se decía antes Ministerio de Instrucción Pública: era para instruir, para meter las reglas en la cabeza” (Los negroides).

¿Qué otra cosa es la educación bancaria tal como años después la caracterizó Freire? Por el contrario, la palabra cultura para FG señala el aspecto positivo: “Educar o instruir es cosa de rebaño. Muy diferente es la cultura… Aquí se trata de cultivar la individualidad, de crear las personalidades individuales y raciales. El niño no aprende: crea; el hombre se manifiesta, siente el poder interno, el orgullo y va perdiendo la vanidad” (Los negroides).

3.6 Mestizaje latinoamericano

FG antes que José Vasconcelos supo valorar el mestizaje positivamente frente a las teorías de las razas puras consideradas como superiores. Las tesis de FG, en posas líneas, afirman que “todo ser híbrido es promesa y pésima realidad”. Desde esta perspectiva futurista enfoca FG el problema del mestizaje latinoamericano. El futuro, incluso como raza, nos pertenece a los mestizos: “En una reunión de franceses, todos son formas semejantes; por consiguiente, la reunión tiene un espíritu; son hombres de un pueblo ya biológicamente perfecto, entendiendo por esta palabra el hecho de que los instintos formaron su casa; todos los franceses se parecen, tienen su ritmo; son cuerpos en donde las almas acabaron ya de manifestarse. No tienen porvenir, pero son estéticos. Lo mismo en Inglaterra, Italia, Alemania, poco más o menos. Visitemos ahora un Congreso suramericano: ¡qué desarmonía en las facciones! ¡Qué variedad de ensayos, qué contradictorios instintos bregan por manifestarse ahí, torciendo las narices, contrayendo frentes que no se sabe qué forma van a tener en definitiva! (…) Suramérica es una raza en gestación; es el horno del hombre futuro; patria de cosas nuevas. Aquí es donde puede renovarse la expresión humana” (Los negroides).

A esta raza nueva que se está fraguando, y que, por ello, es endeble y fea, pero que ya fraguado será fuerte y armonioso, la llama el gran mulato, así como Vasconcelos, en otro texto famoso, la nomina la raza cósmica.

Pero el mestizaje es ante todo cultural. Según FG padecemos los latinoamericanos de complejo de ilegitimidad respecto a quienes nos presidieron en la manifestación de la individualidad. Pero este complejo es terrible en Suramérica. Nuestra individualidad está apachurrada, a causa de estos hechos:

1°. En cuanto negros, somos esclavos, propiedad de europeos, fuimos prostituidos.

2°. En cuanto indios, fuimos descubiertos, convertidos; discutieron “si teníamos alma”; rompieron nuestros dioses; nos prostituyeron moral, religiosa, científicamente.

3°. En cuanto españoles, somos criollos, sin poder “probar la pureza de sangre”.

4°. Lo peor: Que somos mezcla de las tres sangres; ocultamos como un pecado a nuestros ascendientes negros e indios. Somos seres que se avergüenzan de sus madres, o sea, los seres más despreciables que pueda haber en el mundo. En realidad, tal mezcla es un bien; pero en la conciencia tenemos la sensación de pecado. Vivimos, obramos, sentimos el complejo de la ilegitimidad.

Por eso el suramericano simula europeísmo; por eso es dilapidador, prometedor, incapaz: Porque tiene vergüenza del negro y del indio.

Pregunto: ¿Puede el suramericano vivir como europeo; competir con el europeo? No, porque es mulato. Su individualidad es mulata.

Mientras simule, será inferior. La grandeza nuestra llegará el día en que aceptemos con inocencia (orgullo) nuestro propio ser. El día en que, mediante la cultura practicada en esta Universidad, el grancolombiano manifieste su individualidad mulata desfachatadamente; ese día habrá algo nuevo en la tierra, habrá un aporte nuevo al haber humano (Los negroides).

A este venturoso día estamos despertando en muchos venturosos días de la cultura. En literatura, por ejemplo, hemos sido capaces de autoexpresarnos dejando atrás los malos hábitos imitativos y vanos. En filosofía, que es lo que nos atañe, es triste decirlo, pero lo voy a decir con una frase escultural de FG: somos “mulatos dormidos, cuyas lenguas son movidas por libros europeos”. Porque no habló como un libro europeo, es, quizá, FG uno de los pocos pensadores que hemos tenido en Colombia.

Fuente:

Marquínez Argote, Germán. Sobre filosofía española y latinoamericana. Biblioteca colombiana de filosofía, Universidad Santo Tomás USTA, Bogotá, 1987, p.p. 165 – 175.