Presentación

El abrazo
de la mirada

Premio de Ensayo
Ciudad de Medellín

Julio 24 de 2008

"El Abrazo de la Mirada" - Por Samuel Vásquez

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Presentación de “El abrazo de la mirada” de Samuel Vásquez, poeta, dramaturgo, ensayista, músico y pintor. Fue curador de la Bienal de Arte de Medellín y Comisario de la Bienal de Pintura de Montevideo. Invitado a inaugurar el Museo de Arte Moderno de Cartagena con teatro, y el Museo de Arte Moderno de Medellín con pintura. Exposiciones en Colombia y el exterior en los años 60s y 70s. Profesor de Pintura, Diseño, Estética e Historia Comparada de las Artes, en varias universidades. Fundador y director del Taller de Artes de Medellín que congrega Teatro, Música y Artes plásticas. Es autor de seis obras de teatro y tres de ellas han sido puestas en escena en Venezuela, España y Cuba. Ha dirigido 17 obras de teatro. Sus montajes de “El bar de la calle luna”, de su autoría, y “El arquitecto y el emperador de Asiria”, de Fernando Arrabal, fueron aclamados como los más importantes del Festival Hispano de Estados Unidos y el Festival de Manizales, y fueron incluidos dentro los Hitos del Teatro Colombiano del Siglo XX, de Carlos José Reyes.

En 1992 le fue conferido el Premio Nacional de Dramaturgia por su obra “El sol negro”, y una Beca Nacional de Creación del Ministerio de Cultura por su obra “El plagio”. En 1999 le fue otorgada Mención en el Concurso Internacional de Dramaturgia Ciudad de Bogotá, por su obra “Raquel, historia de un grito silencioso”, producida cinco años después por el Festival Iberoamericano de Bogotá y editada por la Universidad de Antioquia. Premio de Ensayo Ciudad de Medellín (2005) por su obra “EL ABRAZO DE LA MIRADA” y Beca de Creación Ciudad de Medellín (2007) por su obra “Para no llegar a Ítaca”. Cofundador de la revista de poesía Prometeo y diseñador y co-editor de la misma durante algunos años. Miembro del Comité Organizador del Festival Internacional de Poesía de Medellín. Poemas y ensayos suyos han aparecido en libros y revistas de Colombia y el exterior. Otras obras suyas: “Las palabras son puentes que nos separan” (poesía), “Gestos para habitar el silencio” (poesía), “Técnica mixta” (teatro) y “Erratas de fe” (ensayo).

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Édgar Negret y Samuel Vásquez

Édgar Negret y Samuel Vásquez

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Lucidez del arte

Por Santiago Mutis

El congelamiento del lenguaje por parte de la universidad, al convertir el castellano en una insulsa traducción rígida e insípida, hace añorar el habla del pueblo —analfabetismo, dice el progreso—, que ante “eso” que habla la academia es nuestro Siglo de Oro. Ahora, cuando tenemos que oír a la “sociología de punta” hablar de “el sujeto y la sujeta” (e imaginamos que se trata de personas), a la psicología referirse al rostro humano como “el nivel facial del individuo” y a las ciencias humanas, ojalá, proclamar, como lo hizo una decana en una reciente “cátedra magistral”, que sólo “la universidad produce conocimiento”, hay que aceptar que nos hemos convertido en una nueva raza… de ilustrados analfabetas, de analfabetas espirituales, enemigos de la lengua, del humanismo y de lo que nos queda de vida. El Conocimiento ha roto definitivamente con la Cultura. Por este camino, según parece, los antropólogos terminarán siendo los jefes de personal de las cadenas hoteleras españolas en Cartagena, —volverán a ser los dueños—, y nuestra bella —bellísima— raza negra (afrodescendientes, según el nuevo lenguaje científico), sanandresanos, palenqueros, koguis y wayuus, vestidos de meseros o de policías, y en un español recién aprendido, tendrán que darle gracias al rey de España por tanta sabiduría, progreso y civilización: “Trabajar, trabajar y trabajar” (pidiendo limosna, prostituyéndose, asaltando bancos y a turistas).

No es que el mundo aparezca cuando lo nombramos, es que desaparece si lo nombramos mal. Por eso asombra cuando el idioma recobra su capacidad de nombrar, de pensar, de expresar, pues se trata de un auténtico acontecimiento. Mientras la mentada universidad apelmaza el idioma —y los medios de comunicación lo envilecen— su libertad y su fuerza se refugian en la poesía y en el ensayo literario. Como en el reciente libro de Samuel Vásquez, El abrazo de la mirada: crónica, entrevista, crítica de arte… ensayo. El rigor no tiene por qué ser antiestético, tieso, estéril, sino que puede ser también dúctil, hermoso, humano y fecundo. El ensayo es un género literario “inventado” por la libertad del escritor, y sepultado en cientos y cientos de normas, tesis, conferencias y revistas universitarias, sus únicas dueñas, como dueñas son del conocimiento. Devolver al “ensayo” su poder de expresión, su riqueza, profundidad, belleza, fluidez, penetración, sensibilidad, madurez… como lo hace Samuel Vásquez, es un hecho extraordinario, que potencia la capacidad de valorar, de ver, sentir, comprender, ordenar… Leer, pensar, escribir también es vivir, y enriquecer nuestra experiencia, aunque las editoriales, los periódicos, las revistas y las universidades consideren el ensayo un enemigo. Esto hace la obra de Vásquez más que valiosa, trascendental. Ver nacer un ensayista no es cosa de todos los días, y menos aún en estos que nos están pasando, en donde algo así es sencillamente heroico.

Édgar Negret y Samuel Vásquez

En el antiguo y bello cascarón colonial de Popayán —sacudido cruelmente por la geología— sucedió también otro estremecimiento, esta vez de diáfana alegría para nosotros: una fina cadena de milagros —nos dice Samuel Vásquez— que comenzó con la aparición del artista Jorge de Oteiza en la ciudad, en 1945, y que alumbró la vocación de escultor de Édgar Negret.

En verdad “el primer milagro es que un general del ejército colombiano le diga a su pequeño hijo que va a ser un artista y que lo va a apoyar. En el mundo del arte lo natural es el milagro”.

El otro milagro es la sensibilidad del mismo Negret, y el siguiente es Oteiza.

Cuando el poeta Rainer Maria Rilke definió el movimiento que sucedía en las esculturas de su venerado Rodin, lo comparó con el de una hoja que se quema: el fuego hace que se cierre sobre sí misma, hacia adentro, recogiendo la energía en lugar de derrocharla hacia afuera. De este movimiento interior le habla Negret a Samuel Vásquez, cuando era un estudiante de dibujo en la academia: “Recuerdo que al final empecé a dibujar brazos, y de golpe encontré esa maravilla de coincidencias: que la línea que empujaba un lado del brazo se expandía del otro. Entonces ya era un terreno abstracto… Ya sentía yo el volumen y la forma desde un punto de vista no-figurativo, de no-copia. Eso me preparó para un tipo de escultura distinta… Yo necesito que una forma nazca de la otra… (Y en ese momento) llega Oteiza”.

Es extraordinaria la forma en que Samuel Vásquez conduce la entrevista. Conoce las semillas de donde nacerá, crecerá y florecerá nuestro escultor, porque ha sabido verlas, encontrarlas… y sigue sabiamente su estela de luz. “Oteiza me abre todas las puertas”, le dice Negret, y se lo dice con alegría, con gratitud, con nobleza, y con la fresca admiración y lucidez de quien cultiva la vida y el asombro.

El siguiente milagro fue que Oteiza “se hubiera ido”, pues así le abrió a Negret la última puerta, tan sabia como todas las otras: la de dejarlo libre de su maravillosa presencia, “apabullante”, le dice Negret.

Es un milagro también —esta vez sólo para los lectores— el poder asistir, de la mano de Samuel Vásquez, al surgimiento de un artista, de un gran, inmenso artista como lo es Édgar Negret.

Esto nos lo cuenta Samuel Vásquez en su introducción de crítico agudo y fecundo a la entrevista que le ha hecho a Negret. Tal vez no haya entre nosotros otro texto que nos revele en forma tan lúcida y sabrosa el recorrido hacia el alumbramiento que es la obra de Negret, y tal vez no lo haya sobre ningún otro artista colombiano. La mejor crítica de arte que hemos producido no suele ocuparse del milagroso “proceso” de creación que lleva a cabo un escultor o un pintor… para lograr aquello a lo que ya no hay nada que añadirle, porque lo destruiría. En esto siento un gran regocijo como lector del libro de Samuel Vásquez; su conocimiento y placer no dejan ningún rincón sin alumbrar, sin una sola palabra de más, y sin dejar de valorar todo cuanto ha intervenido en la formación de esa milagrosa constelación que es una obra de arte, y, en este caso, probablemente la más bella y la más importante con que tengamos el privilegio de formar nuestra respuesta a un mundo que nos sobrepasa con acontecimientos a veces imposibles de asimilar, y que es urgente humanizar. Artistas como Édgar Negret nos devuelven la fuerza y la alegría que nuestra atropellada modernización nos roba, muchas veces a dentelladas.

No puedo detenerme en los muchos descubrimientos que para mí trae este nuevo libro de Samuel Vásquez, a quien lo menos que puedo hacer es celebrar. Él le ha dado certeza y verdad a las intuiciones que en uno han aleteado durante años ante la obra de Negret. Ha desvanecido esas dudas o sombras que se acomodan en la visión incompleta que con demasiada frecuencia tenemos de las cosas, y ha instalado esta vez, con transparente madurez, una que no podemos ignorar, de la que no podemos privarnos, porque es fuente única e irrenunciable de bienestar, para bien de nuestra inasible e íntima respuesta a ese difícil vivir hoy y aquí, en donde aún no sabemos lo que queremos ni quiénes somos.

Así que, muchas gracias, Samuel, por continuar y mantener viva esta difícil tarea de inventarnos y de seguir agregando eslabones a esa cadena de milagros a la que sin duda no somos ajenos.

“Negret ya cantó su canto”, ahora es nuestro turno, y nuestro deber, responderle con lucidez y no permitir que esa luz se disuelva en las tinieblas.

Bogotá, mayo de 2008

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Édgar Negret -«El libro" (1995) - Aluminio pintado - 61 x 57 x 30 cms

Édgar Negret – “El libro” (1995)

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Negret, celebración
del canto y el silencio

“Le debo haber iniciado en mí
un placer que me había negado:
la admiración por otro ser humano”.

(Camus a Char)

Por Samuel Vásquez

Negret ya cantó su canto.

Su voz es poderosa y su canción poesía.

No ha habido canto como éste que mezcle hondura y alegría en una misma voz.

En la fuente de su canto no abrevará la muerte.

Es este mismo brujo quien ha celebrado el sol para nosotros, y nos ha donado su luz lechosa que ilumina esta alba que no amanece, nuestro ya largo eclipse.

Ya creó sus trajes metálicos y el viento se dejó vestir, contento.

Ya soñó su sueño y nos hizo partícipes de él.

Ya nos regaló su magistral lección de independencia, elegancia y generosidad.

Hace unos años concluyó su obra. Su obra que “necesitaría cien años más para decir lo que necesitaba decir”.

“Unos decían que era un loco. Otros decían que era un genio. Y yo era un escultor” (Negret).

El silencio de sus manos me aturde.

El silencio de críticos y curadores post (que llegaron tarde al arte), entretenidos en demostrar que el ingenio de las variables es más importante que la aventura abisal de la creación, ofende. Su empeño en poner el divertimento al uso por encima del arte como expresión que manifiesta el encuentro ético, insulta la inteligencia. Ocupados en probar que ponerle la C de Cocacola a la palabra Colombia es un acontecimiento fundamental del arte, más necesario y significativo que la obra de artistas como Negret, Carlos Rojas, Doris Salcedo o José Antonio Suárez…

Pero ya los artistas han hablado. En cuántas y esclarecedoras conversaciones con Carlos Rojas me repetía la importancia de Negret en Latinoamérica y el ejemplo e inspiración que siempre fueron para él su obra y su actitud. Ramírez-Villamizar decía en una entrevista: “Cuando conocí a Negret, estaba enriquecido por esos dos años de experiencia con Oteiza, y todos esos conocimientos me los transmitió a mí, a su vez enriquecidos y elaborados por él. Ese encuentro fue importantísimo para mí y siempre lo consideré una de las cosas más maravillosas que me han pasado en la vida. Es el artista más original y más importante que ha existido en toda la historia del arte colombiano”. Jesús Soto y Sérgio de Camargo siempre reconocieron en Negret al gran plástico de Latinoamérica. El escultor vasco Jorge de Oteiza, uno de los más imaginativos teóricos del arte, ha dicho que “Negret es el más importante de los escultores en Latinoamérica y uno de los más grandes de la escultura contemporánea”. Y críticos de afuera también han hablado: Juan Acha dice, “Sin lugar a dudas, Negret ha gestado una de las obras más importantes del arte Latinoamericano y de las más actuales y bellas de la escultura mundial”; Damián Bayón, “Edgar Negret es uno de los principales escultores de este tiempo. Que se trate de uno de los nuestros, no puede dejar de llenarnos de legítimo orgullo”; y Marta Traba, “es, no solamente el mejor escultor de Colombia, sino el mejor de América Latina y una de las grandes figuras de la escultura mundial”. Y es que al revisar su obra y encontrar que entre sus navegantes, puentes, edificios, metamorfosis, vigilantes, escaleras, cascadas, andes, quipús, máscaras, lunas y otras, hay más de treinta obras maestras, nos indica que, sin duda, estamos ante un artista genial. Su escultura es inaugural (“poesía es un alma inaugurando una forma”) (Jouve): suprime antecedentes y comparaciones y, a la vez, es un puente con la cultura occidental: “Cada arte al profundizarse se cierra en sí y se separa. Pero este arte se compara con las demás artes y la identidad de sus tendencias profundas la devuelve a la unidad” (Kandinsky). El mismo Chillida, después de hablar sobre sus Peines del Viento, sus Homenajes a la Tolerancia y su retiro obligado de la portería titular de la Real Sociedad por una lesión en la rodilla, me decía, “el más importante e imaginativo escultor latinoamericano es Negret”.

Así como reconocemos en Matta, Lam, Tamayo, Reverón y Torres-García los pilares de la pintura moderna en Latinoamérica, hay que señalar a Negret, Goeritz, Soto, Clark y Fonseca, como las piedras angulares de la escultura entre nosotros. Sin duda, Negret es para América Latina lo que Anthony Caro y Eduardo Chillida son para Europa. Y es precisamente un estudio comparado de la evolución de la escultura de Negret con sus contemporáneos europeos el que nos revela de manera nítida su vitalidad, significación y pertenencia:

  • Primera escultura abstracta: Negret 1950, Chillida 1951, Caro 1960.
  • Primera escultura en metal: Negret 1949, Chillida 1951, Caro 1960.
  • Primera escultura policromada: Negret 1956, Caro 1960.
  • Primera escultura sin pedestal, puesta en el piso: Negret 1963, Caro 1960.
  • Primera exposición individual: Negret 1943, Chillida 1954, Caro 1956.
  • Premio de escultura en la Bienal de Venecia: Negret 1968, Chillida 1958.

Sólo que allá los escritores, los filósofos, las universidades, los directores de bienales, museos y encuentros, la empresa privada y hasta los grises funcionarios públicos han estado atentos a reconocer, estudiar, cuidar, divulgar y adquirir sus obras, mientras acá nuestros burócratas culturales y curadores están conmocionados con el portentoso concepto que hay detrás de la C de Cocacola y, en un indisimulable tráfico de influencias, gastan una enorme cantidad de dinero en obras y eventos carentes de sentido que son un ignorante agravio para la misma gente del arte en un país pobre como el nuestro. “La verdad no se opone al error, sino a las falsas apariencias”, nos dice Foucault. ¿No es una obligación de quienes detentan el poder económico, político y cultural haber adquirido desde hace mucho tiempo una serie suficiente y coherente de esculturas de Negret para que la gente del común pueda conocerlas, sentirlas, estudiarlas y, de paso, haberle dado así el reconocimiento y la compañía que tanto le han hecho falta? ¿No es una obligación insoslayable de quienes detentan el poder económico, político y cultural no permitir que su enseñanza ejemplar se diluya?

Pero su lección no ha sido sólo poética. Ha sido, sobre todo, humana, ética. “Ya no es sólo búsqueda estética, sino también, encuentro ético. (…) Sólo el gran arte es ético. Surge desde su origen como una necesidad expresiva. Y su fuente —la fuente de la que se nutre— no es lo exterior sino lo entrañable. No lo extranjero sino lo íntimo. Surge del ser y se afirma creando su propio terreno y fundando su propia verdad” (Montaña sobre Negret). Sus raíces, profundas y vivas, no proyectan sombras. Y como un ser verdaderamente ético, el hombre y el escultor caminan abrazados por el mismo sendero. Por ello el refinamiento, la alegría, la ausencia de nostalgia, son las mismas en obra y hombre. La belleza de la obra es la misma del alma del hombre. Entonces, sin reato alguno, amamos la belleza porque “la reconocemos como lo que verdaderamente es, no la diosa anémica de las academias sino la amiga, la amante, la compañera de nuestros días” (Camus).

Fuente:

Vásquez, Samuel. El abrazo de la mirada / Negret o la imaquinación, Premio de Ensayo Ciudad de Medellín, Fondo Editorial Ateneo Porfirio Barba Jacob, Medellín, septiembre de 2007.

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Los libros de esta colección de Becas a la Creación en novela, poesía, cuento, ensayo y dramaturgia, son una muestra palpable del trabajo realizado por escritoras y escritores de Medellín en los últimos años, gracias a los estímulos económicos que otorga la Alcaldía, mediante el recurso limpio y transparente de las Convocatorias Públicas de Fomento al Arte y la Cultura.

Como estos libros, muchas otras producciones artísticas que antes no pasaban de ser sueños, proyectos a largo plazo, están hoy recorriendo las calles de nuestra ciudad, convertidas en artes visuales y audiovisuales, teatro, artesanía, música y danza, para la reflexión y el disfrute de toda la ciudadanía.

En el arte y la cultura, también se nota la transformación de Medellín.

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Fondo Editorial Ateneo Porfirio Barba JacobMunicipio de Medellín