Documental

Elegía para
Ethel Gilmour

Marzo 24 de 2011

Ethel Gilmour - Fotografía por Carlos Tobón

Ethel Gilmour
Foto por Carlos Tobón

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Presentación del documental “Elegía para Ethel Gilmour” de Fernando Mora Meléndez. La producción audiovisual es obra del Grupo de Investigación en Estudios Culturales del Departamento de Humanidades de la Universidad EAFIT, dirigido por la profesora Imelda Ramírez González. Duración: 28 minutos.

En 1971 Ethel Gilmour llegó a Medellín para casarse con Jorge Uribe, a quien había conocido en una excursión de estudiantes que viajaban de Paris a Moscú. La visión de este nuevo mundo, su color local y la cultura transformaron para siempre la obra de esta pintora norteamericana. Desde entonces las cosas cotidianas, los símbolos populares y las noticias de los diversos conflictos del país se convirtieron en los motivos de sus cuadros, en los que se advierte la gracia de una pincelada y el carácter de una personalidad que se fijó en la memoria de quienes la conocieron y en la crónica del arte colombiano de las últimas tres décadas. El documental traza un esbozo de la artista y del viaje sentimental por su vida y sus imágenes.

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Fernando Mora Meléndez, guionista y realizador audiovisual, ha escrito y dirigido proyectos especialmente en el género del retrato documental o documental biográfico, entre los que se destacan: “Arturo Echeverri Mejía: los días del desafío”, “Carlos Vieco: la puntual inspiración”, “Fazañas imposibles” (sobre la vida y obra de León de Greiff), “La Eternidad tiene tiempo de esperarme” (retrato de Jaime Jaramillo Escobar) y “Elegía para Ethel Gilmour”. Ha obtenido una Beca de Creación del Ministerio de Cultura para Guión de Largometraje (1998) y otras distinciones en los ámbitos literarios y cinematográficos. Ha dirigido documentales sobre temas urbanos como la serie “Memorias Ancestrales”, con el apoyo de la Comisión Nacional de Televisión, y diversas series de televisión educativa. Artículos y otros textos suyos han aparecido en “El Malpensante”, “Contextos”, “Universidad de Antioquia”, “Kinetoscopio” y “Generación”. Es docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Eafit y hace parte del comité editorial del periódico Universo Centro.

Contaremos con la presencia del
director Fernando Mora Meléndez

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No le temo al fracaso, ni a la sonrisa de los espectadores. Todo lo contrario. El fracaso enseña y en cuanto al humor, nos hace mucha falta.

Ethel Gilmour

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La obra de Ethel se volvió infaltable en todos los salones nacionales de arte, junto con la de otros creadores que se sentían urgidos de modo honesto a pintar los temas del conflicto, pero nunca con la profusión e intensidad con las que ella lo hizo.

La experiencia del país que la había atrapado con sus dulzores tropicales ahora también le dejaba un amargo regusto de tragedia insoluble. Una de sus más cercanas amigas, Gabriela White, había sido secuestrada y luego asesinada por una cuadrilla de las Farc. Pero también los hechos de sangre que enlutaban las aldeas del país la afectaban de tal modo que tenía que expresarlo con los rasgos espontáneos de su obra. En retrospectiva, las imágenes de Gilmour recrean lo más bello y lo más triste del país durante poco más de tres décadas. Desde una vendedora de flores de Guarne hasta el holocausto del Palacio de Justicia. Y desde el esplendor de un guayacán hasta el asesinato de Luis Carlos Galán. Al contrario de otros artistas que ilustraron de modo crudo las crónicas del horror tricolor, Gilmour logra poner en la misma paleta la infamia con la ternura, la sordidez con el humor negro. Y antes que el uso oportunista de nuestros males en busca del reconocimiento, la suya es una mirada sensible que se conduele con los humillados y ofendidos por lo que no puede soportar un dibujo de una flor roja sin el helicóptero que la fumiga.

Fernando Mora Meléndez
Revista El Malpensante

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Elegía para Ethel Gilmour - Fernando Mora Meléndez

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El arte del cuidado de sí

Por María del Rosario Escobar P.

El mundo de Ethel está lleno de cosas pequeñas. Acercarse a ella y a su obra es un llamado a la contemplación, al cuidado, a un viaje interior en el que lo más frágil se erige como el bastión de la propia existencia.

Entre sus cosas, en sus pinturas, en la vida cotidiana que ella ofrece al abrir cualquier capitulo que revele su existencia, son protagonistas la pequeña planta que florece, el animal, la infancia, la flor del guayacán que al caer del árbol se ofrece para aliviar la dureza del pavimento, lo que anima la intimidad del hogar. Todo, absolutamente todo, es una invitación a otorgarle grandeza al detalle. Y es precisamente en esa oposición suave en donde se aloja la invitación que ella hace —no hablaré en pasado— frente a la producción, la generalidad, la masificación, el paso rápido, el olvido.

Ethel, bajo esta mirada, tiende a hacer más compleja la existencia, el acercamiento a su propio arte. El señuelo es lo que muchos llamaron la expresión naive; la esencia, para mí, está en lo que se dice en medio de risas, colores, pero que se erige como la crítica más ácida a lo que hemos hecho con la vida, y también con la muerte.

Por eso, ahora que las flores que ella de tantas maneras nos ofreció, se las retornamos, a manera de tributo, retomando de su lenguaje esa manera de ocuparse de los rincones, de la vida de las plantas, para dar cuenta de la manera como la placidez de la vida se hace presente mediante una ofrenda ante el sufrimiento de los otros.

Y es que incluso ante las dificultades, ella aparece en sus cuadros de espaldas al espectador, desnuda, de frente al horizonte que unas veces representa incierto y oscuro, y otras veces celeste y esplendoroso. En unas ocasiones alude a la pregunta de la vida frente a la muerte o la soledad, y en otras es una declaración espiritual frente al dolor. Así, en el gozo y en la inquietud, ella nos convoca a detenernos, ya el objeto de su mirada no es pequeño, es amplio y profundo, pero de nuevo, la sinceridad de su postura nos lleva a oponer la infinitud de la conciencia frente a la fragilidad de la corporalidad.

La vida y la obra de Ethel es profunda. Su expresión es femenina, es la visión desde el sillón de la casa, desde el afecto, desde la ventana, desde la minuciosidad de la labor de vivir diariamente. No se trata de conquistar la lontananza, sino de abarcar la propia existencia. Por eso, arte y cotidianidad se expresan tan propiamente en su testimonio. El cuidado atento de sí mismo y del otro, la vida vivida en su justa temporalidad, la proporción que da la búsqueda del sentido de la vida, es la ruta tangencial de su mensaje.

Hoy, esta flor para Ethel, la siempreviva.

Fuente:

Periódico Vivir en El Poblado, edición 420, sábado 21 de agosto de 2010.