Lectura y Conversación

Alberto Salcedo Ramos

Septiembre 12 de 2013

Alberto Salcedo Ramos

Alberto Salcedo Ramos
Foto por Camilo Rozo

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Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963) es comunicador social y periodista, considerado uno de los mejores narradores de Latinoamérica. Sus crónicas han aparecido en revistas como SoHo y El Malpensante (Colombia), Gatopardo y Hoja por Hoja (México), Etiqueta Negra (Perú), Ecos (Alemania), Courrier International (Francia), Internazionale (Italia), Marcapasos y Plátano Verde (Venezuela) y Diners (Ecuador). Algunas han sido traducidas al inglés, francés, griego, italiano y alemán. Entre sus libros figuran “La eterna parranda – Crónicas 1997-2011” (Aguilar, 2011), “El Oro y la oscuridad – La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé” (2005, Debate; 2012, Aguilar) y “El testamento del viejo Mile” (eCícero, España, 2013).

Sus textos han sido incluidos en antologías como “Lo mejor del periodismo de América Latina” (FNPI / Fondo de Cultura Económica, 2006), “Mejor que ficción – Crónicas ejemplares” (Anagrama, España, 2012), “Antología de crónica latinoamericana actual” (Alfaguara, España, 2012), “Domadores de historias – Conversaciones con grandes cronistas de América Latina” (Universidad Finis Terrae, Chile, 2010), “Crónicas latinoamericanas: periodismo al límite” (Fundación Educativa San Judas, Costa Rica, 2008), “Historia de una mujer bomba y otras crónicas de América Latina” (Uqbar Editores / Universidad Adolfo Ibáñez, Chile, 2009) y “Citizens of Fear” (Universidad de Rütgers, 2001).

Salcedo Ramos ha recibido, entre otras distinciones, el Premio Internacional de Periodismo Rey de España, el Premio Ortega y Gasset de Periodismo, el Premio a la Excelencia de la Sociedad Interamericana de Prensa – SIP (en dos ocasiones), el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (cinco veces), el Premio de la Cámara Colombiana del Libro al Mejor Libro de Periodismo del Año y el Premio al Mejor Documental en la II Jornada Iberoamericana de Televisión, celebrada en Cuba. Ha dictado talleres de crónica en varios países. Es maestro de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), entidad creada y presidida por Gabriel García Márquez.

Presentación del autor
por Carlos Mario Correa

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El título del libro [La eterna parranda] se debe a una pieza para la que Salcedo empleó algo así como dos años en los cuales invirtió dinero y tiempo propio —junto al fotógrafo Camilo Rozo— para perseguir al Cacique de la Junta, sin jamás haber podido cruzar palabra con él. El reto, a medida que avanzaban los meses, se hizo más y más complejo. Sin embargo, como lo sabe Salcedo, un buen perfil se construye con las versiones que otros tienen sobre nosotros, y tomó nota: viajó a los pueblos en los que dejó la estela aquel hombre que huyó tras ser acusado de asesinato, se sentó con sus ex mujeres, apeló a su memoria caribe, y construyó un relato de unas sesenta páginas en las cuales uno siente lo mismo, que el retrato es el resultado del pensamiento, la reflexión, la edición y la reescritura.

Cada texto ha sido el producto de un oficio que es necesario reivindicar: el del cronista que, como un pasajero en un tren, va viendo correr la vida tratando de que no se le escape el tiempo. Salcedo ha sabido devolver la película para regalarnos no sólo un libro memorable, sino un espejo en el cual nos miramos a veces con angustia y a veces con una sonrisa no exenta de ironía.

Juan David Correa Ulloa

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Entre las virtudes de este gran reportaje biográfico [El oro y la oscuridad] sobresale el uso de un punto de vista temporal discontinuo, zigzagueante, con sucesivos saltos hacia adelante y hacia atrás, lo que, a su vez, permite administrar mejor el interés del lector mientras sigue esta apasionante historia como si la viera pasar delante de sus ojos, pues la riqueza y la precisión de los detalles (que incluyen el registro del más mínimo gesto de su protagonista y de sus demás personajes, así como su correspondiente interpretación psicológica) hacen del relato un vivaz cuadro animado.

Y es que uno de los temas que con más profundidad interroga este libro es justo la causa de estos frecuentes arrebatos, tropeles y desvaríos del gran palenquero. Para ello, acude a distintas fuentes —en general, El oro y la oscuridad está construido con los testimonios de cerca de sesenta personas que pasaron por cada una de las etapas de su vida—, fuentes que ofrecen distintas explicaciones al respecto. En resumen, son cuatro las razones a las que atribuyen el problema de Pambelé, a saber: 1. Nacido y criado en la pobreza, no tuvo la ecuanimidad suficiente para asimilar el impacto de pasar de un día para otro a la opulencia. 2. Su adicción a las drogas duras, a la que fue inducido por sus nuevos amigos ricos. 3. Su aferramiento obsesivo a su pasado exitoso, que lo mantiene fijado en la idea de que su condición de campeón mundial es perpetua. 4. “El no haber conservado su arraigo social cuando fue campeón”, como sí lo hizo, por ejemplo, Rodrigo Valdez, y haber cedido, por lo tanto, a la tentación del rastacuerismo. Y la quinta razón constituyó, al menos para el redactor de este prólogo, una explosiva novedad: Antonio Cervantes, según el psiquiatra Christian Ayola, que ha atendido su caso en el Hospital San Pablo, de Cartagena, padece un trastorno bipolar afectivo (“lo que anteriormente se conocía como enfermedad maniacodepresiva”), ¡un mal genético heredado de su madre Ceferina Reyes! Así que “las drogas y el alcohol no ocasionaron el problema de Pambelé (…), sino que lo agravaron”.

Joaquín Mattos Omar

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"La eterna parranda" de Alberto Salcedo Ramos"El oro y la oscuridad" de Alberto Salcedo Ramos

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El secreto de
Emile Griffith

Por Alberto Salcedo Ramos

Desde cuando se calzó los guantes por primera vez, a finales de los años 50s, Emile Griffith empezó a dejar tras de sí una estela de rumores. En los círculos boxísticos de Nueva York se insistía en que era homosexual.

Griffith no era amanerado, pero sí un hombre apacible fuera del ring. En todo caso, cuando sonaba la campana transpiraba rudeza. Se abalanzaba sobre el rival como un perro de presa, lanzando las manos sin tregua. Además era corajudo: aunque lo golpearan iba siempre hacia adelante, arriesgando el pellejo en cada embestida.

A ningún experto le sorprendió que ganara muy pronto el campeonato mundial del peso welter: era el rey indiscutible de su categoría.

El 24 marzo de 1962 Griffith se aprestaba a pelear contra el cubano Benny Kid Paret. Por la tarde, durante el pesaje, Paret le espetó una palabra castellana que Griffith no se esperaba.

—Maricón.

Griffith la entendió perfectamente, pues tenía varios amigos latinoamericanos en el gimnasio de Gil Clancy, su manager. Así que cuando subió al ring se encontraba poseído por la ira.

En el sexto round estuvo a punto de ser liquidado. Súbitamente empezó a recibir una andanada de golpes, y no fue capaz de oponer resistencia. Si el árbitro, Ruby Goldstein, hubiese sido sensato, tendría que haber parado el combate y declarado ganador a Benny Kid Paret por nocaut técnico.

Pero ya en aquel momento la Señora Fatalidad se había adueñado del ring.

En el round doce Griffith acorraló a Paret en una esquina y le asestó una lluvia de golpes, todos en la cabeza. Goldstein, el referee, volvió a ser displicente.

Ya desde el momento en que recibió el segundo golpe era claro que Paret estaba noqueado aunque permaneciera en pie. Si Goldstein hubiera detenido el combate en ese punto le habría evitado, por lo menos, una docena de porrazos terroríficos.

En su relato sobre el combate Norman Mailer dedicó un extenso pasaje a este momento. Los golpes se Griffith se oían en todo el coliseo y, años después, seguirían resonando en la conciencia colectiva de los fanáticos del boxeo. Algo irremediable, según Mailer, ocurrió en la psiquis de los espectadores que se encontraban en el Madison Square Garden viendo cómo Paret se desplomaba.

El cubano murió diez días después y Griffith perdió desde entonces su instinto asesino. Se volvió mediocre. Tenía apenas veinticuatro años pero quería retirarse. El alivio que le quedaba era la solidaridad de sus amigos boxeadores.

Cuarenta años después Griffith admitió, por fin, que es homosexual. No lo reconoció mientras estaba activo —dijo— porque eso habría equivalido a un suicidio laboral. ¿Qué apostador habría arriesgado un peso por él si hubiera sabido que era gay?

Al salir del clóset los amigos se le alejaron. Entonces pronunció aquella frase triste: “Cuando maté a un hombre me acompañaron; cuando dije que amo a un hombre me dejaron solo”.

La historia dirá, eso sí, que Griffith fue un valiente cuando calló, y que también lo fue cuando decidió contar su secreto.

Fuente:

ElColombiano.com

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Leer “Quiero hacer visibles a los
personajes excluidos”
en El País

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Alberto Salcedo Ramos