Lectura y Conversación

Andrea Cote

—29 de octubre de 2020—

Andrea Cote - Foto © Margarita Mejía

Andrea Cote Botero
Foto © Margarita Mejía

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Andrea Cote (Barrancabermeja) es poeta y doctora en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Pennsylvania, autora de «Puerto calcinado» (2003), «Cosas frágiles» (2008), «La ruina que nombro» (2015), «En las praderas del fin del mundo» (2019) y del libro-objeto «Chinatown a toda hora y otros poemas» (2017). Ha publicado además los libros en prosa «Blanca Varela o la escritura de la soledad» (2004) y «Una fotógrafa al desnudo: biografía de Tina Modotti» (2005). Compiló la antología de mujeres poetas colombianas «Pájaros de sombra» (2019), que le mereció el International Latino Book Award 2020 a la mejor antología poética. Así mismo, ha obtenido los reconocimientos Premio Nacional de Poesía de la Universidad Externado de Colombia (2003), Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga (2005) y Premio Cittá de Castrovillari Prize (2010) a «Porto in cenere», versión italiana de «Puerto calcinado», obra que en 2015 también fue publicada en francés. Otros textos suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, catalán, italiano, portugués, macedonio, árabe, polaco, griego y chino. Tradujo al español a los poetas Jericho Brown, Kahlil Gibran y Tracy K. Smith. Es profesora de la maestría bilingüe en Escritura Creativa de la Universidad de Texas en El Paso.

Presentación de la autora
y su obra por Lucía Estrada.

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Sus poemas, atentos al transcurrir de un tiempo agreste, revelan un impulso por no escamotear ni la tragedia, ni el olvido, en los que se envuelve nuestro drama individual y colectivo. Es la suya una poesía reflexiva que busca la expresión de un paisaje calcinado en imágenes justas, en ritmos diversos.

Juan Manuel Roca

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Andrea Cote es hoy por hoy una de las voces jóvenes más interesantes de nuestra poesía. La suya recrea, en un lenguaje ambiguo, pleno de significados, un mundo muy propio, de tendencia intimista, poblado de elementos recurrentes que señalan la urgencia de sus fantasmas, la necesidad de transformar la experiencia en palabra.

Piedad Bonnett

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En las praderas del fin del mundo es omnipresente un paisaje seco, porque la escritora vive desde hace algunos años en El Paso, Texas, rodeada de desierto y praderas. Nuevamente, la aridez; y que casi todos los poemas se escriban para un destinatario. «Padre, madre, ya tengo el peso de un hombre», comienza el primer texto del libro. Se refiere a su hijo, a quien está dedicado el conjunto, pues ahora Cote es madre. Pero la voz se mantiene depurada, perfeccionada. Hay poetas que dan vueltas alrededor de un estilo, puliéndolo, y otros que huyen de la recurrencia a una misma voz. Andrea Cote pertenece a los primeros. Y esa voz permanente se ha convertido, es justo decirlo, en una de las más hermosas y sinceras de la poesía latinoamericana actual.

Juan de Frono

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Portadas de los libros de poesía «Puerto calcinado» y «En las praderas del fin del mundo» de Andrea Cote Botero.

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Tres poemas de
Andrea Cote Botero

Visión

   Casi todo era escombros,
árboles enanos,
piedra que nació quebrada
como si este fuera
el predio en que arrojaron
la pedriza que sobró después de hacer el mundo.

Esqueletos de barcos y ballenas
soplando en el costado de todo lo que vive.

De este lado, madre,
no envío misivas que incluyan mi apellido,
—no lo preciso—
me he hecho uno con él,
y los que tienen temor de pronunciarlo me llaman «aquel»,
uno cuyo nombre es su rostro.

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Desierto rumor

   Padre, madre, ya tengo el peso de un hombre.
Aquí es el puerto del primer día,
no escojan alimento para mí,
no vigilen mis pasos,
ya he desembarcado en mí,
            soy solo.

Denme una hoja de eucalipto para el viaje,
un impreciso pronóstico del tiempo
la brújula quebrada que sólo marca norte,
un mendrugo de pan.

Desmantelen la habitación en que crecí,
abran fuego en la noche con mis mantas,
otórguenme el don del despojo.
De ser posible,
un momentáneo olvido.

Dispuesto estoy para partir.
No ostento
otro peso que el nombre.

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Tormenta

   Ni la estepa, ni el baldío,
ni el alud de viento que se agranda en la espesura
son labor del despojo.

Hay vacío aquí
pero nada de esto
lo ha perdido el hombre.

En sus pardas lejanías
el desierto es manso.

Y ahora, como antes, mis paisajes,
poderosos tumultos de lo derribado,
son la garra de lo vivo.

La farragosa neblina
alcanza mi ventana,
el desierto se revuelve sobre sí
enorme y pedregoso,
pero mínimo.

El avizor rugido de tormenta
es calma,
pues todo el mundo sabe
que hay pavor en el silencio.

Por la mañana cosechamos luz,
accidentales beduinos en las noches

contra el frío vertemos
cántaros de resplandor petrificado.

Y no tenemos más preguntas
para la esperanza
que la que eleva el desierto
cuando recrudece
en el árbol solitario.

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Andrea Cote
El ojo del mundo

Por Samuel Vásquez

Cuando en el año 2003 regresé por última vez al Festival de Poesía y me hice cargo de la edición de la Revista Prometeo, la dividí en capítulos para su más fácil acceso, recepción, lectura, relectura y recordación. Uno de esos capítulos lo llamé «Poesía hoy en Colombia», e invité a publicar allí sus poemas recientes a Andrea Cote, Lucía Estrada, Felipe García Quintero, Juan Felipe Robledo, Rómulo Bustos y Fernando Herrera.

Los poemas de Andrea Cote incluidos allí hacen parte de su primer libro, Puerto calcinado, que salió publicado en noviembre de 2003, es decir, coincidiendo con la revista. Con este libro esta poeta se constituye (con Lucía Estrada) en la poeta más precoz de la literatura colombiana.

A Puerto calcinado de Andrea Cote le fue otorgado el Premio Nacional Universitario de Poesía Externado de Colombia en el año 2002, y desde entonces ha hecho un recorrido de ediciones, reconocimientos e invitaciones nacionales e internacionales, confirmando que es un libro fundamental en la poesía colombiana.

A través del pavor de una niña deja entrever la tragedia colectiva.

A través del fervor de la casa muestra la rabia del universo.

A través de la ventana arrodillada da cuenta de una geografía afectiva, barrancos del espíritu.

A través de sus ojos vemos el clima de infierno de la infancia, las corrientes de hombres «dormidos» cubiertos de algas, el cadáver de la tierra insepulto entre llantos.

[…]
Allí es Enero el mes de los muertos insepultos
y la tierra es el primer cadáver.
María,
¿No recuerdas?,
¿No ves nada?
Allí nuestras voces son desecas
como nuestra piel
y se nos queman los talones
por no querer saber
de las casas incendiadas
.
[…]

A través de la ventana mira el paisaje. Pero este no es un paisaje para una acuarela de graciosas anécdotas y dulces costumbrismos, ni, mucho menos, para una postal de exótica geografía que convoque al turista: este paisaje es el lugar de la infancia, no como patria sino como matria. Este es un paisaje que es país. Aquí se hace manifiesta la íntima relación semántica entre país y niño que se da en griego: «La no-madurez vive estado de país, en las faldas de su madre, como niño grande» (J. P. Vernant).

Después vino Chinatown a toda hora, libro-objeto vecino a la estética del arte relacional que ha estado tan en boga en las artes visuales post-contemporáneas, cuyos textos nunca deben ser publicados por fuera del diseño original que le otorga sentido propio, particular. En años más recientes aparecieron A las cosas que odié, de datación siempre imprecisa, y La ruina que nombro (2015). Toda ruina tiene algo de sagrado en la invisibilidad de lo que ya no está.

Fuente:

Comunicación personal.