Ópera y Cine

Andrés Upegui

Julio 13 de 2007

Wolfgang Amadeus Mozart (1756 - 1791)

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Andrés Upegui Jiménez (Medellín, 1957), cineasta, abogado y filósofo “amateur”. Estudió derecho y filosofía en la Universidad de los Andes de Bogotá; teología y filosofía en el seminario de la Fraternite Saint Pierre en Witgrazbad, Alemania; fue defensor público para la Defensoría del Pueblo; profesor universitario y actualmente realiza una maestría en filosofía en la Academia Internacional de Filosofía de la Universidad Católica de Chile. Trabajó como editor, productor y asistente de dirección con Víctor Gaviria en las películas “Buscando tréboles”, “La lupa del fin del mundo”, “La vieja guardia” y “Los habitantes de la noche”. Asistente de dirección en la película de dibujos animados “Isaac Ink, el pasajero de la noche” de Carlos Santa. Editor de los libros “Páginas de cine” de Luis Alberto Álvarez y “Fernando González y nosotros” de Germán Pinto Saavedra. Ha escrito crítica de cine en la revista “Arcadia va al cine”. Como director ha realizado el cortometraje “El Hurón” (1982) y el mediometraje “Lugares comunes” (1985) con guión de Víctor Gaviria.

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La ópera, el cine
y las demás artes

Por Andrés Upegui Jiménez

El examen sobre las relaciones entre el cine y la ópera es una buena ocasión para reflexionar sobre las artes en general y sobre sus relaciones entre sí. Esto porque, tanto el uno como la otra, son artes que podríamos denominar “sintéticas”: ambas están conformadas a partir de la “síntesis” o de la utilización simultánea de diferentes artes: como se sabe, la literatura (poesía) es la base del libreto de la ópera y del guión de una película; la música es esencial en la ópera y forma parte fundamental del sonido de casi todas las películas; la danza se usa tanto en el uno como en la otra; los criterios plásticos de la arquitectura, de la escultura y de la pintura entran en juego en las escenografías, el vestuario y la iluminación de ambas. Por último, la ópera es sin lugar a dudas una forma del teatro (musical) y el cine no deja de mirar (a pesar de lo problemático que esto pueda ser) a las técnicas teatrales de la actuación y de la puesta en escena.

Obviando todas las interminables discusiones que ha habido sobre el número de las artes y sobre los criterios de clasificación, de acuerdo a nuestra perspectiva de análisis, yo arriesgaría la siguiente clasificación: 1. artes “puras” y 2. artes “impuras o sintéticas”.

Las artes “puras” serían aquellas que no comparten, en su esencia, ninguna otra forma de arte diferente. Así, la música es exclusivamente la forma artística de los sonidos y las conocidas como artes plásticas son exclusivamente formas artísticas de la luz y de la materia (tridimensionales, la arquitectura y la escultura, bidimensional, la pintura). Aquí podría agregarse la literatura o poesía (oral o escrita), arte de la palabra (por tanto también del sonido).

Opera on screen

Por su parte, las artes “impuras o sintéticas” serían aquellas que reúnen, de manera esencial o accidental, dos o más artes: en primer lugar, la danza, arte del gesto y del movimiento corporal al ritmo de la música; en segundo lugar, el teatro, el cual reúne la poesía, en sus textos o diálogos, los criterios plásticos de la arquitectura, la pintura y la escultura, en la estenografía, la iluminación, el vestuario, etc.

Evidentemente, la ópera, llamada también “drama musical”, no es sino una especie de “teatro cantado”. Es pues, como hija del teatro, un subgénero que reúne las artes que lo componen, simplemente dándole preponderancia a la música y al canto. Mientras que para la ubicación del cine dentro del espectro de las artes habría que ocuparse primero de aquel invento que revolucionó, a finales del siglo XIX, los conceptos artísticos tradicionales: me refiero a la fotografía.

En un principio, la fotografía, como arte, se sitúa al lado de su prima más cercana, la pintura, pues es también una técnica de representación de figuras e imágenes bidimensionales. Sin embargo, los medios de “producción o creación” son bien diferentes: por primera vez un arte utiliza medios esencialmente mecánicos y tecnológicos para producir la obra. No se trata ya de “la mente la que dirige la mano” como decía Miguel Ángel, sino la mente que escoge una porción de lo que tiene ante sus ojos y la mano simplemente acciona una máquina que por medio de procesos lumínicos y químicos reproduce ese “fragmento de realidad” en una película. Se instaura lo que Walter Benjamín señaló como la diferencia entre el arte tradicional y el arte enteramente moderno.

Por otra parte, la llamada obra fotográfica es enteramente reproducible y es a su vez una reproducción de algo “real” ejecutado ante la cámara. Reproducción de la “realidad” y reproducible en serie y en una cantidad casi infinita, mientras que un cuadro (obra pictórica) es único e irrepetible. Si bien reproduce algo real, la obra como tal es única y de ahí el carácter de autenticidad que tienen las pinturas. Por el contrario, en el caso de la fotografía, no existe la diferencia entre obra auténtica y copia o reproducción, pues todas las fotografías son “originales” o, mejor dicho, no existe fotografía original.

Con respecto a la “reproducción de la realidad”, pintura y fotografía son más o menos iguales, pero gracias al mecanismo tecnológico y al abandono de la leve imprecisión de la mano, la fotografía alcanza un registro bastante aproximado al captado por el ojo humano (a veces incluso mayor, en el caso de captaciones microscópicas o telescópicas).

Sin embargo, el cine en este sentido da un paso más adelante, pues logra lo que antes la pintura y la escultura, únicas artes reproductivas de lo real, no habían podido hacer: reproducir el movimiento. Una carga más de “realismo” a favor del registro fotográfico.

Así entonces, una vez aparece la fotografía y luego el cine se opera la gran revolución del arte representativo, pues mata “el mito del arte naturalista” que tanto perturbó a la pintura, sobre todo a partir del Renacimiento y del descubrimiento de la perspectiva y de las técnicas de leonardianas del “scorso” o del difuminado.

Pero además de la muerte del “naturalismo” pictórico, este carácter de reproductividad de la obra, como agudamente lo señala Benjamín, también le suprime el “aura”, el carácter “litúrgico” propios del arte tradicional. Cuando la obra de arte es única e irrepetible, esta adquiere un “aura” misteriosa y casi sagrada o un carácter “litúrgico”. Mientras que en el film reproducible ad infinitum todo aquello desaparece.

La ópera comparte con el teatro y con la música estas características sui generis: su representación es única, continua, presente e irrepetible. Cada obra se da una sola vez en el tiempo presente de su ejecución, ante un público determinado y de una manera singular. Y, a pesar de que la obra sea la misma, representada en diferentes momentos o lugares, su ejecución implica una singularidad y especificidad que hace que cada representación sea siempre, en algo, diferente.

Ahora bien, sabemos que en sus orígenes helénicos el teatro tuvo una amalgama de culto mítico-religioso que mezclaba música con poesía y, por supuesto, representación y actuación teatral. Y aunque la ópera pretenda remontarse en sus orígenes hasta la antigua tragedia griega, de cualquier manera, aún como ritual puramente social, secular y laico, también está imbuida de esa “aura litúrgica” que rodea a las artes tradicionales, en este caso como representación cultural de un pueblo, una nación, una clase social o tan solo de una elite determinada (1).

Mientras que el cine es fotografía con movimiento, o mejor, movimiento fotografiado y como tal reproduce de manera artificial los “momentos de verdad” o de “realidad” que capta el objetivo fotográfico, pero que se han dado ya en el pasado. Esto hace que se pierda esa “aura” y ese carácter litúrgico mencionados. Al tiempo que la misma técnica de la producción cinematográfica permite que en sus diferentes etapas de creación (guión, rodaje y montaje) aquellos momentos o fragmentos de realidad puedan ser escogidos, dirigidos, orientados y hasta manipulados a criterio del realizador cinematográfico.

Sin embargo, si bien en sus inicios a finales del siglo XIX al cine se le consideró únicamente como una exótica invención técnica, propia de los espectáculos de variedades y circo, luego fue logrando su carácter de arte, hasta finalmente imponerse como el gran arte del siglo XX, apabullando no solo en popularidad sino también en energía creativa a todas las demás artes tradicionales, las cuales terminaron por rendirse a sus pies buscando imitarlo (2). Pero esto lo logró gracias a que muy pronto se comenzó a advertir que la reproducción fotográfica, tanto estática como en movimiento, también poseía su propia “aura” misteriosa y su propia “liturgia” (3). La realidad pasada, en estado “puro” —digámoslo así— o totalmente manipulada, cuando es observada en su proyección muestra un aspecto también encantador, misterioso y diferente al de la observación directa.

Muy pronto pues el cine creo su propia mitología con toda su fascinación sobre las masas. Por supuesto, esta es ya una mitología enteramente diferente, desposeída de todo elemento religioso y aún romántico, producto más bien de una sociedad masificada fundada en los valores exclusivamente económicos como la producción dirigida al consumo y no a la contemplación.

Notas:

1. Habría que mencionar aquí la utopía de Richard Wagner al querer darle vida otra vez a ese aspecto religioso del arte a través de la ópera, la cual consideró coma la “Obra de Arte Total” (Gesamtkunstwerk) no solo por ese aspecto “sintético” de las demás artes de que hablábamos, sino por aquella faceta religiosa. Lo mismo habría que decir, aunque desde una perspectiva filosófica marxista, de las reflexiones de Walter Benjamín es su crucial texto “La obra de arte en la era de la reproducción mecánica”, en el cual habla de la perdida del “aura” del arte tradicional a partir de la invención de los medios mecánicos de reproducción como la fotografía, la litografía, la grabación del sonido, etc.

2. Para nadie es un misterio que al principio el cine bebió en las fuentes sobre todo de la literatura y el teatro, pero finalmente, al imponerse como arte y cultura de las masas, terminaron la literatura y el teatro y aun la ópera creando obras con concepciones cinematográficas: por ejemplo, toda la llamada nueva novela norteamericana (Faulkner, Steinbeck, Hemingway, Dos Pasos, etc.) y todas las puestas en escena contemporáneas en teatro y opera (Visconti, Zeffirelli, Ponelle, etc.).

3. Fotogenia y el séptimo arte.