Presentación

Revista Asfódelo

Números 3 y 4

Agosto 24 de 2006

Revista Asfódelo

Revista Asfódelo N° 3 – 4
Foto por Juan Fernando Ospina

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El Asfódelo, flor hádica que ponían en sus tumbas los antiguos griegos, espíritu vital que cotidianamente permanece oculto, establece hoy un pacto con la voluntad de crear y se hace visible.

La Revista Asfódelo cree en aquellos que a su vez creen en el arte, el pensamiento y la poesía, como motores fundamentales de la vida y en la unión que funda la única esperanza para el futuro: la celebración de la belleza.

Aceptemos entonces lo desconocido que nos ha de llevar al encuentro con el milagro que hoy se nos ofrece con gracia. Que se abran, pues, sus páginas como pétalos y que el aroma y el poder de esta flor penetren todo corazón sensible allí donde se encuentre.

Medellín, julio de 2005

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Revista Asfódelo

Foto por Olga Lucía Trujillo
Revista Asfódelo N° 1

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La Revista Asfódelo es una publicación trimestral que busca fomentar la cultura por medio de propuestas contemporáneas de pensamiento independiente, mediante la poesía y el arte, sin compromisos con ninguna posición política o ideológica, rompiendo así los límites culturales impuestos por una civilización que día tras día sucumbe en el caos.

Nacemos en la era de la velocidad, con una necesidad en común: la creación de un nuevo modelo de vida que nos permita movernos libremente en el medio, generando aportes para la cultura y el espíritu de quienes creen en este proyecto.

Asfódelo ha surgido como símbolo del más alto compromiso con la belleza, cuya presencia invisible habita en cada uno de nosotros, y que se hace visible cuando en consonancia con la tierra y el cosmos los seres vivientes dotados de conciencia universal encuentran su destino y viven en armonía sus propios desafíos.

Raúl Jaime Gaviria Vélez
Director Revista Asfódelo

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Revista Asfódelo

Números 3 y 4

Editorial

Uno de los debates más fuertes que se ha realizado, en la filosofía política, ha girado en torno a la discusión entre dominación y libertad. Las preguntas por la obediencia, por la legitimidad de la coacción y, sobre todo, por lo que pueda ser la libertad, son interrogantes que aún no se han podido responder con precisión. Sin embargo, esta imposibilidad de definir tales conceptos no se debe a una negligencia humana; de hecho todas las teorías políticas y los regímenes o gobiernos que de ellas se derivan, han estado fundadas en una interpretación determinada de estos conceptos. El problema no ha sido la ausencia de definiciones sino el fracaso en su aplicación política, y no quiere decir lo anterior que el error se ubique en un fracaso técnico de tal aplicación; más bien creemos que lo que existe es un problema en saber qué es lo que los seres humanos llaman por verdad, en este caso, qué verdad política. ¿Es importante para “todos” los seres humanos que la máxima moral que los guíe sea la libertad? o, por el contrario, ¿lo más importante para un determinado orden social es la igualdad o la justicia? Partiendo de tales interrogantes podemos desembocar en otro, ¿cuál de estos valores es el verdadero?, y también, ¿existe alguna persona o ente político que esté autorizado para detentar tal verdad?, o enlodo caso, ¿existe esta verdad?

Cuando este tipo de definiciones o de “verdades” se establece normativamente en el ámbito social, ocurre que todas las estructuras ideológicas y morales se conforman de acuerdo a este principio, sustituyendo la valoración del individuo por la valoración del colectivo, en aras dé la sumisión del primero a la voluntad y razón del Estado, siendo éste la encarnación del principio y la política.

Todo lo anterior, para presentar la postura anarquista con respecto a las cuestiones precedentes. O para decirlo de otro modo, que al anarquismo en medio de la intencional exclusión de la que ha sido objeto y de la terrible interpretación que se le ha hecho, no sólo le es lícito pronunciarse frente a tales problemáticas, sino que incluso le son peculiarmente propias.

Anarquía procede de la palabra griega an-arjé y significa literalmente sin principio, es decir, la ausencia de un fundamento primero o último que señale la posterior interpretación y ordenación del universo en virtud de un principio originario. Esta ausencia de principio refiere, en cierto sentido, el caos como origen, no en el sentido del desorden sino de las infinitas posibilidades de expresión de la naturaleza y de los seres humanos. En un sentido político, este an-arjé significa sin gobierno; esta ausencia de gobierno no señala tampoco un caos político o una sociedad sin regulaciones sino la ausencia de entes políticos artificiales y ajenos a los individuos que, a su vez, normalizan y regulan la vida social, haciendo caso omiso de las necesidades y búsquedas reales de los individuos que componen tales conjuntos humanos.

Así, la anarquía en su esencial acepción señala el horizonte de lo indeterminado y por tanto no objetivado, es decir, la posibilidad de la libertad en sus formas más extremas, Y es precisamente en ese sentido de la eterna, pero no por ello impensable posibilidad de la libertad, que el anarquismo es para muchos una utopía.

Decir entonces que el anarquismo como posibilidad de otro orden social es imposible o, en otros términos, utópico, no quiere decir que sea impensable. Ese no-lugar se refiere más bien a la imposibilidad de objetivar o determinar la esencia del hombre y de las relaciones sociales, de acuerdo a cierto tipo de valoraciones morales y políticas que, en su aplicación, necesitan inevitablemente ser determinadas y fijadas. Y cuando ello sucede, es decir, cuando se determina o se fija una interpretación de lo que el hombre pueda ser y de cómo esté capacitado para ejercer su libertad, todas las otras formas de ser hombres o mujeres, o de ejercer otro tipo de libertad, queda excluida.

Ahora bien, si de la anarquía podemos afirmar lo afirmado —y ello es abusar de ella, pues al afirmar estamos ya determinándola—, el anarquismo es una actitud, una forma de observar e interpretar el mundo y las relaciones de los hombres entre sí, es también una posición frente a la naturaleza y el planeta. De acuerdo a lo anterior, la anarquía se traduce en el mundo social como una postura política y moral que siempre ha tenido una preocupación fundamental: las relaciones de los hombres en sociedad basadas en la libertad y la igualdad. Así, su objetivo ha sido promover un cambio social que derribe todos aquellos prejuicios que sostienen la dominación de unos sobre otros, y lo que es más importante: su núcleo ideológico fundamental: defensa y reivindicación clara y radical de la libertad individual y de la autonomía. En este sentido, el anarquismo como postura política le permite a cada comunidad o asociación de individuos autónomos decidir cuál es la noción particular de libertad que les conviene.

La postura anarquista respecto de la libertad es entonces un asunto que merece ser pensado, pues ante el peligro que para la libertad constituyeron los propósitos homogenizantes y totalitarios de los Estados fascistas y comunistas, ante la excluyente noción de libertad postulada por el liberalismo individualista, ante la autoridad sin libertad reclamada por las doctrinas conservadoras, el pensamiento anarquista ofrece un concepto complejo y mixto de libertad que trasciende la forma unilateral que este concepto adquiere en las otras tradiciones de pensamiento. De la misma manera, ante la creciente centralización del poder y la burocracia, ante la supresión de las libertades individuales en nombre de la permanencia de ciertos sistemas ideológicos y económicos, ante la incapacidad o falta de interés de las masas —esas que eran el porvenir de un mundo más igualitario y libre—, el anarquismo denuncia el peligro de que no sólo se uniformen los criterios y los gustos, sino incluso los afectos y las emociones. El anarquismo como idea se opone rotundamente a este movimiento arrasador con tonos de totalitarismo y promueve una actitud que ya no revolucionaria, activa o militante como lo fueron los grandes movimientos del siglo XX, sí como una alternativa, que, por lo menos, deja ver y mantiene su trasfondo más profundo: la resistencia.

Desde una perspectiva histórica, el anarquismo como movimiento social y político ha fracasado; su propuesta central de abolición de toda autoridad y poder político y de destrucción del Estado no ha llegado a su realización. Aún así, debe diferenciarse claramente que aunque como movimiento no haya tenido éxito, la idea sigue vigente. Como idea, el anarquismo sigue inquietando e inspirando las mentes de quienes sospechan de toda moralidad y orden establecido, continúa impulsando el espíritu de rebelión y, sobre todo, el descontento ante la tristeza que producen las injusticias sociales, el hambre, la miseria, la ignorancia, y, por tanto, la explotación del hombre por el hombre.

Así, en todos los tiempos, la gran fuerza del anarquismo ha sido la crítica incisiva al presente y la reivindicación de la libertad individual. De este modo, aunque como movimiento organizado parezca que cada vez se hace más difícil, su gran valor reside en que siempre estará asumiendo una actitud de sospecha y rechazo ante las estructuras sociales, económicas e ideológicas que, en nombre de una moralidad trascendente o preconcebida metafísicamente, establecen una noción de orden y de ley donde la espontaneidad de la vida social se apaga y donde los deseos son cada vez más uniformados; donde la libertad como posibilidad de rebelión y de sustracción tanto a la objetivación como a la determinación, parece cada nueva vez, cada nuevo tiempo, acallarse.

El anarquismo es profundamente humanista, cree en la naturaleza benévola, social y solidaria del hombre. Si se quiere, el anarquismo puede ser asumido como un radicalismo contra el orden social, económico y político que ha existido hasta nuestros días, el cual concibe al hombre y al progreso subyugados a los logros capitalistas basados en la explotación; donde no se toma al hombre como un fin en sí mismo sino como un medio para llegar al progreso tecnológico y científico de un élite determinada; donde la concepción de lo humano es la lucha de los más aptos y fuertes contra los débiles y menos instruidos.

De acuerdo a lo anterior, la exclusión, desprecio, rechazo y, sobre todo, el ocultamiento del que ha sido objeto la teoría anarquista en el ámbito académico y político, no sólo se debe al ingrediente violento que algunos sujetos en la praxis revolucionaria han aplicado, sino que lo ha sido porque justamente es una teoría que plantea y promueve una concepción del hombre tan distinta y humanista, que en su aplicación política iría en contra del núcleo ideológico, social, económico y moral de aquellas otras posturas que, fundamentadas en principios y nociones trascendentales del hombre y la naturaleza, han dirigido y gobernado los pueblos hasta la actualidad.

El anarquismo tiene una idea clara de lo que es justo en un sentido puramente humano. No cree en el curso inevitable de la historia y, en consecuencia, tampoco cree que exista una justicia universal o metafísica que venga impuesta desde algún lugar exterior al hombre. La historia no viene impuesta: son los hombres con sus decisiones quienes la construyen.

De manera general se puede afirmar que el anarquismo propone un cambio radical en la concepción de la vida, la naturaleza y la relación entre seres humanos. Implica que no se tome la naturaleza y a los otros como objetos de uso o explotación, además ve la posibilidad de vivir de acuerdo a las necesidades más básicas y naturales no queriendo decir con ello que se abogue completamente por el primitivismo, antes bien, cree en la tecnología como un medio para llevar una vida más digna en relación con la labor y en relación con la naturaleza. Al contrario de los ideales ilustrados y liberales, para los cuales la naturaleza era nuestra despensa interminable de bienes naturales, el anarquismo toma en cuenta tanto la finitud del planeta como la finitud de los seres que la componen incluyendo al hombre. Se podría decir que el anarquismo desde sus orígenes perfiló las actuales posturas ambientalistas y ecologistas.

Aún hoy existen anarquistas, aún hoy existe el anarquismo; sin embargo, relegado como simple postura utópica, es forzoso reivindicar como estimable su presencia. En un mundo que se destruye rápidamente, es necesario que el anarquismo sea considerado como una posición política vigente la cual, al plantear la libertad como realidad social, sugiere y promete un nuevo horizonte, un nuevo “no-orden”.

Fuente:

Revista Asfódelo. Números 3 – 4, enero – junio de 2006, p.p.: 3 – 6.