Presentación

Brevemar

—28 de abril de 2022—

Portada del libro «Brevemar» de Lina Marcela Cardona

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Lina Marcela Cardona García (Medellín, 1978) es contadora pública de la Universidad de Antioquia (2002) con especialización en Alta Gerencia de la Universidad de Medellín (2011). Así mismo, cursó la maestría en Hermenéutica literaria (2016) y el diplomado en Edición y corrección de textos (2020) en la universidad Eafit. Actualmente se desempeña como líder de riesgos y controles en la compañía Philip Morris Internacional. Ha participado en talleres de escritura creativa y cursos literarios como la Escuela de Escritores de Madrid (2020), Asmedas (2019-), dirigido por el escritor Luis Fernando Macías, y «Viajeros» (2021) con el escritor Pablo Montoya. Participó en la investigación histórica «100 empresarios 100 historias de vida: Francisco Luis Jiménez» de la Cámara de Comercio de Medellín. «Brevemar» es su primer libro de relatos y crónicas (Otrabalsa, 2021).

Presentación de la autora y su
obra por Luis Fernando Macías.

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Otrabalsa - Editores al alimón

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Como un todo, el libro se compone de cuatro partes o capítulos: la casa, es decir, la infancia; la isla, es decir, los amigos; los hablos, es decir, los amores del diablo, y papá, es decir, el gran amor perdido. Visto así, es una totalidad armónica, su motivo central es el afecto. Podríamos decir que el móvil definitivo de la vida de Lina Marcela Cardona es el amor, así: el desamor, el amor de la complicidad, la búsqueda del amor, el gran amor y la pérdida del amor.

Luis Fernando Macías

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Lina Marcela Cardona García

Lina Marcela Cardona García

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Brevemar

~ Estate buena ~

Neyda Izquierdo, mi amiga Neyda, es la viuda del poeta cubano Luis Rogelio Nogueras, Wichy, como lo llamaban. Si bien ella y yo nos habíamos escrito varias veces, nos conocimos en un patio de La Habana, uno muy cercano al corazón de ambas. Ese día ella vino con fotos y libros, leyó para mí algunos poemas. Me contó que conoció a Wichy en una guagua. Recuerdo, de la historia, a una muchacha joven de cabello oscuro y largo, observada por un muchacho joven de cabello rojo, pero que no cruzaron palabra alguna. Me dijo que luego se encontraron en una editorial, donde él era ilustrador y ella había sido contratada para corregir libros científicos, creo.

Neyda hizo parte de la larga lista de novias del poeta, y fue su segunda esposa. «Estate buena», le decía cuando ella manifestaba su preocupación por las continuas violaciones de Wichy al compromiso monogámico y por los viajes que los separaban, a veces, por meses. Él murió hace más de tres décadas, antes de cumplir cuarenta años, y ella se quedó sola.

He leído la tristeza de la viuda en varios homenajes, y en textos que publican sobre su historia. Nunca le he preguntado por esa tristeza, como cuando no se quiere preguntar por un pariente poco agradable, que robó algo o que tuvo una vida trágica. Leí una vez que no va al barrio el Vedado, que hay plazas y lugares donde la risa de hace 40 años se trastocó en llantito amargo luego de la muerte de Nogueras. Que a veces prefiere atender visitas y entrevistas en su casa de Lacret, para no correr el riesgo de encontrarse con sus recuerdos, sin poder evitar saludarlos solo bajando la mirada.

Leí también que, a veces, se preguntaba cuántos años cumpliría Wichy en Simbeck, uno de los lugares que él inventó, y que se imaginaba su fiesta con varios de los personajes que creó, incluyendo a Maud, a quien dedicó bellos versos de amor, más que a ella misma. Sé que Neyda desearía tener la evidencia de que en alguno de esos mundos su esposo, no el poeta, está vivo; y de tener esa certeza, sé que iría para allá a completar juntos la vida que no pudieron.

Neyda es robusta en apariencia, pero su vida parece ser un hilito. Sonríe poco, hasta cuando recibe reconocimientos por su labor editorial. A pesar de esto, es dulce y suave. Cuando nos vemos me abraza, me habla de la importancia de no envejecer en soledad. Siempre tiene un perro con ella, al que conocí y no fue tan amigable como su dueña. Su casa parece en ruinas, la ha ido dejando caer por años, a pesar de rescates temporales de sus vecinos. Supe que se culpaba por no haber atendido los mensajes del cáncer de Luis Rogelio, lo vio derrumbarse hasta la muerte. ¿Qué más da que se desplome una casa?

Ella no sabe cómo me gusta escucharla hablar de él. Cómo me divierten sus historias de cuando la llamaba fingiendo ser otro, para invitarla a salir o cortejarla. Cuando se cambiaban el nombre Macita, Mosca, Enargia… o amanecían sentados en el portal conversando. O cuando la amenazaba con no llevarla al Nobel, si lo ganaba. No sabe cómo la busco en sus poemas.

Cuánto me entristece que, por sus embarazos malogrados, no se hubiera materializado su reiterado sueño del juego de las casitas y las muñecas, donde ella y Wichy fueran los papás.

Con Neyda intercambiamos obsequios por medio de mensajeros circunstanciales. Yo recibo libros, casi siempre de poesía, y le mando Champú. Me avergüenzo de mis regalos tan triviales en comparación con los que ella me da, pero ha dicho que algo en común deben tener. Que el champú es para la belleza exterior, que históricamente ha inspirado a muchos poetas y que, a su vez, la poesía es para el alma. ¿Qué pensaría Nogueras de nuestras transacciones?

Neyda trata de que su poesía no sea olvidada, para ayudarlo a cumplir lo que prometió: nunca morir. Pero es innegablemente viuda, no de poeta, sí de hombre.

«Estate buena», «estate buena», repitió en uno de nuestros encuentros, como diciéndolo para sí, mientras ese largo viaje de Nogueras. Y yo la veo así, buena; y siempre rememorando lo que tenía, lo que ella era antes de que le llegara el día de saber que la muerte de quien se ama dura toda una vida.

Fuente:

Cardona García, Lina Marcela. Brevemar. Otrabalsa, Medellín, noviembre de 2021.