Presentación

Cierra los ojos, princesa

Septiembre 13 de 2012

“Cierra los ojos, princesa” de José Alejandro Castaño

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José Alejandro Castaño nació en el barrio 12 de Octubre de Medellín y estudió periodismo en la Universidad de Antioquia. En 2005 fue escogido como uno de los Nuevos Cronistas de Indias por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, creada por Gabriel García Márquez en Cartagena. Finalista del premio de periodismo de la Universidad de Columbia (Nueva York) por su trabajo “Abuso de niños indigentes de Medellín”, ha sido galardonado con el premio Rey de España y en tres ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Sus textos han aparecido en revistas de Colombia, Perú, México, Argentina, Estados Unidos, España, Francia y Japón, donde tradujeron su crónica “A dónde van dos hipopótamos tristes”, la primera noticia que se publicó sobre la fuga de dos ejemplares rosados de la Hacienda Nápoles.

Fue corresponsal de Etiqueta Negra, considerada la mejor revista de no ficción en lengua española. En 2003 obtuvo el premio Casa de las Américas en la modalidad de Literatura Testimonial por su libro “La isla de Morgan”. Así mismo, es autor de “¿Cuánto cuesta matar a un hombre?” (Norma, 2006) y “Zoológico Colombia” (Norma, 2008), escogido como uno de los diez mejores libros del año por la revista Semana. Castaño aparece entre los cronistas más destacados del continente en la “Antología de crónica latinoamericana actual” (Alfaguara, 2012). En palabras del autor: “El libro cuenta una historia: las desventuras de una niña tras la muerte de su padre, señor todopoderoso, capaz de sucesos increíbles y de un amor sin límites. Es el resultado de entrevistas que hice en Colombia, Panamá, Venezuela y Argentina a partir de junio de 2008. Se trata de una novela, a pesar de que los acontecimientos y personajes aquí descritos se relacionan con hechos ocurridos”.

Presentación del autor
a cargo de la periodista
Ana Cristina Restrepo Jiménez
y el escritor Andrés Burgos

Icono Editorial

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“Princesa” es más que un epíteto amoroso. La princesa de estas páginas es la hija de un rey, que construyó un imperio cuyo legado permanece veinte años después de su muerte. En un desafío a los límites de la ficción literaria, la prosa ágil y creativa de José Alejandro Castaño dibuja la construcción de ese reino, como una sutil provocación para un país sin memoria.

Ana Cristina Restrepo Jiménez

Usted tiene en sus manos Cierra los ojos, princesa, una brillante novela de horror que página por página irá dejándolo sin aire, porque el escritor José Alejandro Castaño se atrevió a bajar hasta el infierno —se vio cara a cara, literalmente, con todos sus personajes— para traérsela de vuelta como si se tratara de una noticia de última hora. Usted va a enterarse de esto cuando vuelva a cerrar este libro: que visto desde adentro de la bestia, desde los frágiles ojos de su hija, el imperio delirante que construyó aquel Patrón no era una trinchera desafiante en medio de la guerra contra todos, sino un castillo de cuento de hadas rodeado por todos los monstruos.

Ricardo Silva Romero

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José Alejandro Castaño

José Alejandro Castaño

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Cierra los ojos, princesa

Capítulo 9

Felicidad.

Por algún tiempo, sin importar qué tantas cosas estuvieran pasando en La Casa ni qué tanta gente fuera y viniera, el Padre entraba silbando al cuarto de su hija y le leía cuentos. Cuentos donde estaban él y ella, el rey y la Princesa, y él hacía como si leyera pero todo se lo inventaba, cosas divertidas y buenas. Que el rey esto, que el rey lo otro, que la Princesa un día en el bosque hablando con los animales, que la Princesa una noche en su palacio con ascensor, cosas estupendas. La niña solía ir por La Casa con su corona y su muñeca dando órdenes, sintiéndose la protagonista de los cuentos de su Padre. Tenía una voz dulce, de muñequito de caricatura. Cantaba canciones que una profesora le enseñaba. Estaba la pájara pinta sentada en un verde limón, con el pico cortaba la rama, con la rama cortaba la flor, ay, ay, ay, dónde estará mi amor. Un día la Princesa comenzó a sangrar por la boca y el rey, aunque estaba de nuevo en un país lejano, se enteró de inmediato.

Es un diente flojo, me han dicho los duendes, no tengas miedo. Cuando se caiga ponlo debajo de la almohada y espera. En la noche, después de que te duermas, un ratón vendrá, el Ratón Pérez, y a cambio te dejará un tesoro, no llores, no llores mi niña. El diente, sí, era del tamaño de un grano de arroz, puntiagudo, un poco hueco por dentro, duro, sucio de sangre. Ella corrió a ponerlo debajo del chorro de agua y quiso lavarlo pero el diente diminuto huyó de sus manos. De nuevo llamaron al rey. Él ordenó que llevaran a un plomero. Llegó un hombre con una caja de herramientas.

Era flaco, de piernas largas, con zapatos de fútbol, vestido de negro. Tenía un silbato colgado del cuello. Sudaba. Primero quitó el lavamanos, después parte de la tubería. El plomero decía que no con la cabeza y uno de los escoltas se iba al cuarto de al lado a hablar por teléfono, después regresaba. Que tumbe lo que tenga que tumbar. La niña estaba ahí, sentada adentro de la inmensa bañera, con los ojos llorosos, la profesora que le enseñaba canciones leyéndole un cuento y su madre diciendo que aquello era exagerado, mirá el polvero que están haciendo querida, hacéle una carta al bendito ratón que él sabe leer, ¿cierto profesora?, una carta, sí, con un dibujo del diente, y él te deja el tesoro debajo de la almohada, mirá el polvero querida, ¡cuidado con el espejo, señor!, ¡ese espejo es italiano!, escribí una carta, mija, no llamés más a tu papá para esta bobada, ¡dejá de joder! No era bobada, sollozaba la niña y el hombre flaco del silbato en el cuello blandía el cincel contra el muro, ¡tan!, ¡tan!, ¡tan!, temblaba el palacio.

Cuando despertó, el diente ya no estaba ahí.

La Princesa gritó. Una de sus nanas llegó corriendo, la profesora detrás. ¿Dónde, dónde? ¡Ahí mi niña!, ¡en el suelo! Era una pila de billetes formando un corazón. ¡El Ratón Pérez!

Guardaron el dinero en una maleta y ella y su profesora y dos de sus nanas y cinco escoltas, su madre no porque le dolía la cabeza, se fueron de compras al centro comercial, uno que tenía una pista de hielo donde ella iba a patinar disfrazada de hada madrina. Papá, ¿cuándo se me cae otro diente?, la gente mueca vive muy triste, ¿cierto?, mi abuelo usa unos dientes que se quitan y se ponen, yo lo vi, ¿entonces él puede recibir un tesoro cada noche? No, no Princesa, para que el truco funcione, el Ratón Pérez debe recoger un diente y llevárselo. Nadie da sin recibir.

Fuente:

Castaño, José Alejandro. Cierra los ojos, princesa. Ícono Editorial, Bogotá, 2012.