Presentación

Colombia sin filtros

La historia desde otra perspectiva

—11 de marzo de 2021—

Portada del libro «Colombia sin filtros» de Pedro Felipe Rugeles R.

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Pedro Felipe Rugeles R. estudió Derecho en la Universidad Javeriana, es penalista de la Universidad Externado y magíster en Responsabilidad Civil y Daños de la misma institución. Socorrano de sangre y suelo y bumangués de espíritu, comprometido con su región fundó hace seis años su propia firma de abogados, donde practica el ejercicio libre, intelectual y no-mercantilista de su profesión. Movido desde siempre por su afán de comprender, para poder juzgar, se aficionó al estudio de la historia y la filosofía. Su primer libro, «El mundo tiene forma de pelota», constituye un homenaje al fútbol, la pasión de su niñez, al fútbol como cultura, como factor de identidad. «Colombia sin filtros», obra con la que abre un proyecto de largo plazo en la filosofía de la historia, es un libro descarnado sobre la historia de Colombia, escrito con el objetivo de rescatar la historia misma del lugar en el que se encuentra ahora a los ojos del joven intelectual, y más todavía, del joven nihilista universitario.

Presentación del autor y su obra
por Frank David Bedoya Muñoz.

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Universo de Letras

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Esta obra intensa y a ratos sobrecogedora intenta responder a dos preguntas básicas: quiénes son los colombianos y por qué son así. Parafraseando a Vargas Llosa, ambas se podrían resumir en una: ¿cuándo se jodió Colombia? Pedro Felipe Rugeles recorre la historia de su país, desde la Conquista hasta la presidencia de Iván Duque, y señala las claves que han condicionado su personalidad. Para ganar el futuro es imprescindible saber, interesarse por la verdad, y a ello deben entregarse los colombianos, víctimas de un oscurantismo que conecta con la católica España barroca y de una clase política que no respeta la libertad de poderes y se pliega al neoliberalismo estadounidense. […] Colombia sin filtros es una obra ante la que se agotan los calificativos (ambiciosa, audaz, apasionante, original, provocadora…). Nadie, absolutamente nadie, saldrá indemne de su lectura. Su publicación en España es todo un acontecimiento porque supone una aportación muy necesaria en los momentos que corren. Por ello, debería ser leída por cualquier ciudadano con sentido crítico, sea colombiano o no, sea aficionado a la historia o no.

Los Editores

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Pedro Felipe Rugeles R.

Pedro Felipe Rugeles R.

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Colombia sin filtros

~ Fragmentos ~

La guerra del Estado contra las FARC, misma que según los medios de comunicación es una «guerra de cincuenta años», tiene su origen en la Patria Boba, motivo por el cual, técnicamente, es la misma guerra, y tiene, así, doscientos años de duración. Como veremos a lo largo del libro, de la Patria Boba se salta a la disputa entre liberales y conservadores de todo el siglo xix, y esta desencadena en la Guerra de los Mil Días, que finaliza con el triunfo apabullante del ejército conservador, el cual funda una autocracia casi medieval que a su vez estalla con las revueltas liberales del 29, las cuales dan pie a «La Violencia» de 1948, cuyas masacres contra el campesinado por parte de los latifundistas con la anuencia del Estado, terminaron produciendo el «Bogotazo» del 9 de abril, el cual, a su turno, es semilla de la lucha guerrillera que finalmente da paso a lo peor de todas nuestras formas de violencia: el paramilitarismo, gracias al cual llega Uribe al poder y «refunda su patria». Y así se pasa de Camilo Torres vs. Nariño, a López vs. Gómez y a Uribe vs. Santos. En nuestros tiempos la disputa parece ser Uribe vs. Estado de derecho. De manera que así transcurre hoy, pues, la misma republiqueta descuadernada cuyo núcleo fue roto en 1812. Y digo «republiqueta» porque apenas es república en el papel. La res pública no tiene importancia alguna al lado de la res privada, para que sepan lo que advierto.

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Injusta y amarga, la derrota de Bolívar entregó las riendas de un republiqueta fracturada hasta el estado de anarquía, a comerciantes y abogados idealistas y corruptos. Estos redactaron pomposos textos constitucionales y legales, y abrieron las puertas del comercio a todo el mundo, creyendo que ahí estaba el progreso. De ahí que el único liberal que comprendió que el progreso estaba en construir, es decir, en planificar a Colombia (Tomás Cipriano de Mosquera), fuera, paradójicamente, el único bolivariano que sobrevivió para luchar por las ideas del Libertador. Él mismo reclamaba ese lugar en la Historia, con lo cual se demuestra que Bolívar fue todo, menos conservador. Pero a Mosquera lo persiguió todo el mundo por progresista; de un lado, los mal llamados liberales politiqueros de las regiones, que querían para ellos la cosa pública; del otro, los conservadores reaccionarios. Por eso, y como lo veremos después, fue en la desdicha de Mosquera que se construyó esta Colombia herida y de retazos, legalista, formalista y aduladora de los trámites, que supone la mala fe de sus ciudadanos y que no cumple ni su propia Constitución; que va de gobernante en gobernante sin construir sobre lo construido, cobijada con una falsa y débil democracia que se erige por la ignorancia de una gran cantidad de votantes, y por el miedo que les infunden desde la ultraderecha, ala cuyos seguidores votan, justamente, contra el verdadero progreso, ese que empezó a morir con el nacimiento de la mencionada republiqueta, es decir, con la muerte del gran Simón Bolívar.

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Todos sabemos qué representa el siglo xxi: en lo político, ha conllevado el retorno a un nacionalismo reaccionario que ha ido demoliendo el liberalismo de a poco. El verdadero liberalismo, es decir, el que pone encima al individuo que a la colectividad. Nuestro siglo representa el auge de la tecnología hacia niveles sorprendentes y preocupantes, y a la vez imposibles de controlar. Es el siglo de la dictadura de las redes sociales, aceleradoras de la experiencia mundana, destructoras del epicureísmo, de la «presencia»; del animal social que es el hombre según Hobbes. Como se duele Byung en ese libro divino que es El aroma del tiempo, las redes sociales, en las que nadie se detiene, han conducido al rebaño hacia una insoportable «vida activa» que impide cualquier clase de «vida contemplativa». Todo funciona a merced de un imaginativo virtual en el que al parecer se «disfruta» —casi siempre por vanidad—, pero en el que nadie vive el momento, en el que nadie está presente ahí. Es el tiempo que desecha toda profundidad, y que exalta lo superfluo, lo ocioso, lo estulto… Nuestra era, que se muestra como la consecuencia tangible de medio siglo de industrialización tecnológica, de libre comercio y utilitarismo desmedido, es a su vez el génesis del «transhumanismo»: así llamaremos a la futura humanidad. El ser humano de hoy, hipersensible, técnico y encerrado en la pantalla; superficial, hedonista y depresivo, cuyo valor supremo es la salud y cuyo desprecio se da por el conocimiento, las artes, la literatura y la filosofía, es el hombre que conduce al transhumano, nihilista por excelencia y fiel reflejo de lo que vaticinara Orwell en la famosísima novela 1984. Gobiernos espías, datos que gobiernan y manipulación consumista son solamente atisbos de tan lamentable realidad.

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Fernando González y Viaje a pie ingresan al Índex en 1929, año en que también se publicó ese libro bello que es Viaje a pie, quizá la más famosa obra de ¡las veintisiete! que escribió el maravilloso filósofo antioqueño a lo largo de sus setenta y un años, vividos casi todos en pleno estado de «conciencia cósmica». A lo largo de su viaje por el viejo Caldas meditaba sobre el hombre —como siempre lo hizo—, sobre la educación del futuro —que según él debía ser educación en la creación, no en el aprendizaje— y sobre el amor. También sobre el espíritu y su energía; sobre los átomos y sobre Dios, como llamó él a la «suprema energía». Filosofaba también con rumbo a su juzgado, advertía en sus textos. Pensaba, reía, contemplaba… Aconsejaba no leer después de un tiempo, para concentrarse en el «microcosmos», que es el mundo interior. El amor por la meditación lo llevó a entender que la vida no era más que «individualidad», y que América, su gran obsesión, debía lograr ser eso: «individual» y «auténtica», pues con la excepción de Bolívar, su máximo faro de luz, de Benjamín Herrera, Juan Vicente Gómez y Tomás Cipriano de Mosquera, el continente había sido espacio de vanidosos, fanfarrones y plagiadores de Europa. ¡Y lo sigue siendo!

América es la oportunidad del ser humano para combatir el nihilismo, en cuanto todavía no ha sido ella misma. Mi Simón Bolívar, una de sus obras más bellas, escrita por Lucas Ochoa, su álter ego, además de dar contexto a las inquietudes políticas y a las hazañas del Libertador, especialmente por el énfasis que hace en las condiciones del pueblo liberado, es todo un tratado filosófico sobre la conciencia, sobre los estados de conciencia, tema que obsesionó al «Brujo de Otraparte», como le llamaron a este viejo hermoso cuya escritura en aforismos, reflexión profunda sobre el sentido del hombre y sobre la moral occidental, lo han puesto en la escala de Nietzsche y, por supuesto, del solitario Schopenhauer, con quien guarda notorias afinidades. De hecho, El mundo como voluntad y representación, obra magna de la filosofía occidental que sacudió al joven Nietzsche y que le dio sentido al budismo como «verdad última» —sin dejar de ser, como lo advirtió el propio Nietzsche en El Anticristo, decadente—, fue el libro que abrió el camino a todos los hombres «individuales» como González, cuyo motivo es desarrollar el espíritu, esto es, consumarse, construir el propio eterno retorno, edificar la propia moral, desarrollar, pues, el más grande de los estados de conciencia posibles.

A diferencia de Nietzsche, González vivía en un profundo misticismo, producto, claro está, de sus meditaciones, pues meditando se observa el mundo interior… lo que él llamaba Dios. De hecho, nunca dejó de buscar a Dios: su último libro, un desgarrador escrito de su propio espíritu, el Libro de los viajes o de las presencias, confirma el contacto que tuvo con la suprema fuerza. De manera que no adhirió al materialismo ontológico, pues siempre buscó una verdad que encontró, finalmente, en él mismo, en su desprendimiento y en la tranquilidad de su espíritu, ¡al igual que el Zaratustra!… Lo importante es anotar aquí que Fernando no era ateo, en el sentido puro de la palabra. Quizá fuese deísta, o al menos un místico. Había atacado a la Iglesia católica en sus textos con razón, sobre todo motivado por su desprecio por la educación clerical, que no permitía crear —tarea esencial en Suramérica—; pero la búsqueda para él de Dios fue motor de su constante ensimismamiento, del desarrollo de su abrumadora filosofía. Así y todo, la Iglesia católica se sintió indignada por Viaje a pie, de suerte que lo incluyó en el Índice de libros prohibidos.

¿Cuál es, para mí, el mejor de sus títulos? Difícil. Además de los que ya he nombrado, no dejaré de leer Los negroides (ensayo sobre la Gran Colombia), una visión lúcida e irreverente, y a la vez un tanto audaz de la política suramericana, que gira en torno a un ideal de vanidad, a una persecución de mérito, a un vacío interior que acoge a todos los dirigentes, a su incapacidad. Su primer libro, Pensamientos de un viejo, increíblemente escrito a la edad de veinte años, es ya el anuncio de una vida entregada a la interiorización y la edificación del espíritu en soledad. A González muy pocos lo leyeron, claro, no porque el clero hubiera prohibido su lectura, sino porque no es fácil entender a un filósofo del alma, de la conciencia. ¡Cuán difícil es encontrar quienes mediten! Además, el interés del ser humano por la filosofía murió con el capitalismo vil, pues filosofar no da réditos. El capitalismo, en últimas, evita que hagamos cosas que «no sirven para nada», como la filosofía, que serviría, en todo caso, para gobernar… Murió, pues, en palabras del propio Heidegger, «la gran pregunta por el ser».

Fuente:

Rugeles R., Pedro Felipe. Colombia sin filtros: la historia desde otra perspectiva. Editorial Universo de Letras, Madrid, 2020.