Cristina Toro

Adolescencia

La porcelana de la infancia
se fragmentó en mil partes.
El truco de magia se develó.
Alguien dejó de defenderme
de la verdad irremediable.
Las astillas del asombro volaron.
Nunca más las pude reunir.

* * *

Pánico

Hija del vértigo,
solo me atrae el vacío mortal,
la oscilación
de algún columpio sin red,
el pálpito fatal de los extremos,
ese pavor opuesto a lo sabido,
aquel pequeño instante
feliz e interminable
que se siente al volar.
¡Qué importa el golpe del final
si siempre
para caer,
fue necesario haber subido!

* * *

Sala de espera

¡Ay, las mujeres!
Siempre esperando algo,
siempre en silencio
con ese temblorcito
que da la incertidumbre,
siempre pensando
si será o no será,
si vendrá o no vendrá.
Siempre en secreto
cavilando dudas.
Mujeres niñas
que esperan crecer.
Mujeres que ya crecieron,
pero esperan
lo de siempre,
con pánico de amor.
Mujeres solas,
esperando al fin
ser esperadas.

* * *

Silencio

Me ha llegado el silencio.
El lugar donde me habito,
la voz de mi propio hallazgo.
Todo me es claro.
No preciso de imágenes sonoras.
No pueden las letras
las imprecisas,
hablar por el latido,
por el espasmo,
por el suspiro,
por la lluvia del cuerpo.
Ese es mi lenguaje ahora,
húmedo de ojos que no quieren ver,
sordo de sentidos que se abstienen
de seguir minuciosos
las huellas de pisadas
que conducen a la distancia.
Ahora no sé pronunciar nada.
Invoco el tiempo
para despojarme
de efímeras costumbres,
de ese cotidiano de lejanía
que ya no será pregunta ni respuesta.
Lo demás siempre estará en mí,
en un lugar profundo y bello.

* * *

Noticias del país

Hay un país que se debate a solas
con su gente de pequeños mundos
hechos de madrugadas,
de perennes certezas,
tras sus ladrillos,
bajo sus tejas.
Hay un país modesto,
sin pretensiones,
que se abandona al día,
a la costumbre,
que ha heredado sus manos
por fortaleza;
un sermón, poco abrigo,
un plato escueto,
un radio que es su fiesta
y unos vecinos
que son su espejo,
su chisme, su consuelo,
su referencia de dignidad.
De su historia no se habla
en los noticieros,
salvo cuando sus casas
se vuelven ríos
o sus hijos pandillas
o sus oficios huelga.
Entonces coinciden
en el mismo canal,
a la misma hora,
con el otro país
que no conoce sus calles
ni sus muecas
ni sus afanes,
con el país esbelto
que sonríe a la cámara.