Presentación

Ya te maté, bien mío

Ahora, qué será mi vida sin ti

Crónicas Judiciales de Don Upo

—Febrero 23 de 2017—

“Ya te maté, bien mío - Ahora, qué será mi vida sin ti - Crónicas Judiciales de Don Upo” de Francisco Velásquez Gallego

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Francisco Velásquez Gallego, periodista y docente, autor de los libros “Orígenes del periodismo radial en Antioquia” y “Ya te maté, bien mío – Ahora, qué será mi vida sin ti – Crónicas Judiciales de Don Upo”. Conversación en torno a la vida y obra de Alfonso Upegui Orozco, reconocido redactor judicial de Medellín, quien en la primera mitad del siglo xx fue un destacado cronista de hechos sangrientos pero contados con alta calidad literaria y con dominio del arte de los grandes titulares y de la picaresca narrativa. En palabras del expresidente Belisario Betancur Cuartas, autor del prólogo: “Don Upo no tuvo epígonos. Entre la nube de buenos reporteros que Medellín parió en el siglo pasado, ninguno intentó aproximarse, siquiera, a su singular estilo. Cronistas de su talla no se han dado ni por estas calendas. Es una verdadera lástima que con su muerte haya desaparecido su escuela de la que él fue, solo, íngrimo, alumno, maestro y rector”.

Presentación del autor y
su obra por Víctor Gaviria,
Carlos Bueno y Carlos Patiño.

Ediciones UNAULA

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“La obra silenciosa que construyó día a día don Upo durante cuarenta años de incesante violencia es ahora una enciclopedia de los fracasos de Antioquia. Creo que no hay otro documento que lleve tan directamente a la otra historia nuestra que estas crónicas”.

Víctor Gaviria

“Alfonso Upegui, don Upo, escribió entre 1930 y 1972 las más sabrosas crónicas rojas que recuerde el periodismo de Medellín y de Colombia, si es que todavía se recuerda lo que se escribió en los periódicos cuando el crimen era el arrebato de las pasiones humanas y no una perversión de las pasiones ideológicas. […] No he parado de reír con sus titulares. El culto por la palabra socarrona y la oportuna elección del caso, hicieron de don Upo un cronista de la maldad que anida en todo resentimiento o esperanza defraudada. No nos extrañe entonces que la tragicomedia del tango haya tenido carta de ciudadanía en el Valle de Aburrá, ni en la vasta región antioqueña. Leer a don Upo es un ejercicio ético: de la sombría comicidad individual dimos el salto hacia el espanto de la tragedia colectiva”.

Óscar Collazos

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Francisco Velásquez Gallego - Foto © Mario Correa

Francisco Velásquez Gallego
Foto © Mario Correa

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Él iba era a casarse, pero
la mató de ocho puñaladas

Por Alfonso Upegui Orozco

Uno de los padrinos escogidos como testigo del matrimonio que iban a contraer el zapatero Luis Antonio Restrepo (a. El Chino) y Nora Botero Barrada, recogió a ésta en el patio principal de las “Residencias Ávila” para trasladarla de urgencia a la Policlínica, convertida en un surtidor de sangre pues acababa de recibir ocho terribles cuchilladas en diversas partes del cuerpo. Ocurría lo dicho a las cinco y media de la tarde del 19 de agosto de 1960, y el Inspector de Permanencia alcanzó a recibirle instructiva a la martirizada Nora, quien le dijo bajo juramento que hacía tres (años) hacía convivencia con el chino y que como le daba muy mala vida, se había internado en las Residencias Ávila, en Cuba con Venezuela, desde hacía tres meses, pero él la descubrió y logró convencer a doña María Tobón, la Directora, de que contraerían matrimonio esa tarde, habiéndose preparado todo para la ceremonia, y cuando él llegó, el saludo fue esgrimir un cuchillo, para acometerla y dejarla en la penosa situación en que se encontraba.

Cuando las enfermeras subieron a Nora a la mesa de operaciones de ese establecimiento asistencial entró en agonía y murió a poco. Los médicos legistas le encontraron numerosas heridas internas, entre ellas una en el ángulo de Treitz (nosotros llamábamos “curva de Treitz” la porción del intestino delgado allá donde da la vuelta el yeyuno). La agraciada Nora tenía una edad de veinticinco años, era morena clara, regularmente conformada con estatura de uno con sesenta, y los expertos le fijaron una supervivencia de 45 años.

El hecho

Resulta pues, como también dicen en el barrio Antioquia que ese muchacho titiribiseño Luis Antonio Restrepo Acevedo, zapatero de oficio y más conocido como “el Chino”, le aplicó la mirada 33 (la que siempre usa uno que nosotros conocemos, cuando de mujeres se trata) y la púber pipiola tomó la carnada y se engarzó en el anzuelo del amor, en forma que creyó que había alcanzado el cielo con las manos. Y como el amor es tan hermoso, según cuentan por esos lados de “El Porvenir”, pues la bella y ya casi núbil Nora se fue de cabezas sobre el concepto de la dignidad ambiente, hasta que fue madre soltera de un robusto muchacho. Pero la vida que el Chino le daba era un verdadero calvario, pues por cualquier nadería la tomaba a puñetazo limpio y la dejaba maltrecha, amoratada y sangrante.

Como estos 24 centímetros lineales de columna se nos están agotando, hombre Jesús Guerra, sintetizaremos: Nora fue admitida por doña Maruja Tobón en residencias “Ávila” y allá fue el Chino a casarse con ella, pero la despedazó a cuchillo, y como estaba más loco que una cabra, entonces el Juzgado 1.º Superior y en el Tribunal la sala de la doctora Berta Zapata Casas, le impusieron reclusión en manicomio criminal no menor de 2 años.

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Recuerdo de “Don Upo” - Ilustración © Elkin Obregón

Ilustración © Elkin Obregón

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Como el amor es tan lindo
la despedazó a machetazos

Por Alfonso Upegui Orozco

No hemos podido perdonarle a ese muchacho Protasio Jaramillo Betancur el sustazo que nos dio una tarde, hace muchos años, cuando en el tercer piso del vetusto y siempre nuevo Palacio de Justicia pulíamos un estrado judicial, pasó por el frente de nuestra ventana, disparado hacia abajo, (la ley de la gravedad, ¡Vicky linda!), no en barrena propiamente, como dicen los aviadores, pero tampoco en picada, como llaman los bombarderos a los veloces cazas, sino planeando, como un flaco muñeco con carne y huesos, los pies abiertos y los brazos estirados. Contuvimos un momento la respiración apara asomarnos a la ventana, para ver al desesperado Protasio lanceándose en las robustas ramas de un “pate vaco” que erguía en el antejardín del Palacio. La policía creyó que estaba muerto, pero no, al bajarlo con escaleras del cuerpo de bomberos, apenas tenía perdido el conocimiento y una pierna rota.

Ese Protasio, albañil de Carolina, en sus mejores tiempos de mocedad hizo su esposa a Ana Felisa Blandón, con quien convivió apenas unos cuatro meses, dejándola abandonada, en camino de ser madre, porque el inconforme muchacho no podía olvidar a una vieja novia que le había robado el corazón, pero con quien no quiso casarse porque… (francamente, no sabemos por qué no se casó con ella, o sería que ella no quiso casarse con él). Porque esa muchacha Gabriela Castrillón Taborda era de armas tomar, ¡vaya si no! Así como llegó a querer a Protasio con todas las entretelas de su corazón, así lo paraba en la cabeza cuando de discordias se trataba, las que eran muy frecuentes, porque el varón la celaba hasta con la sombra (la sombra de él mismo), no sabemos si con razón o sin ella, pero en todo caso, no le perdía pie ni patada como también dicen en ese barrio “La Germania”, a donde la llevó a vivir, en una casita de mala muerte.

Muy experta la Gabrielosa en guisos y amasijos, una vecina la contrató la tarde del 7 de diciembre de 1965 para que le ayudara a preparar ciertas viandas, dulces y saladas, porque al otro día, fiesta de la Inmaculada del padre Tobón y de nosotros, un niño de la señora tomaría por primera vez el cuerpo de Cristo hecho hostia, la señora le dio mucho aguardiente, para estimularla y a la media noche tuvo que ir Protasio por ella, cuando estaba más rascada que nalga de carateja, al encerrarse en su residencia, no se sabe como sería la movida, pero a las tres y media de la madrugada del 8 levantó el inspector de permanencia el cadáver de la bella Gabriela Castrillón Taborda, con 16 machetazos en el cuerpo, uno de ellos con decapitación.

El abogado Reynaldo Escobar de la Roa le demostró al jurado, en el juzgado 6.º Superior, que Protasio obró en estado emocional de ira justa, y por ello el juzgado le impuso apenas 32 meses de presidio y las accesorias. Así confirmó en el Tribunal la Sala del magistrado doctor Octavio Restrepo Yepes.

Fuente:

Velásquez Gallego, Francisco. Ya te maté, bien mío – Ahora, qué será mi vida sin ti – Crónicas Judiciales de Don Upo. Ediciones UNAULA, Medellín, 2016.