Presentación

San Fernando González,

Doctor de la Iglesia

Abril 25 de 2008

"San Fernando González, Doctor de la Iglesia" - Por Daniel Restrepo González

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Presentación de “San Fernando González, Doctor de la Iglesia” del presbítero Daniel Restrepo González (Envigado, 1932). Sacerdote de la Arquidiócesis de Medellín desde 1958, se ha desempeñado como docente en el Seminario Menor de Medellín, misionero en el Amazonas y párroco en los municipios antioqueños de Fredonia, Cisneros, Copacabana y Medellín. En compañía del padre Eduardo Toro concibió el diseño de la Ermita de Santa Bárbara en Envigado. Ha publicado “Mitología Uitota” (en compañía de Ángel Kuyoteca), “El doctor Francisco Restrepo Molina”, “Mis cuentos para muchachos”, “La historia chiquita del Seminario Menor de Medellín”, “Putumayo, caucho y sangre” (con texto de Roger Casement), “Sí muchacho. Tú” y las biografías “El padre Marianito”, “El padre Toñito” y “El padre Danielito”. Hijo del doctor Francisco Restrepo Molina y de doña Graciela, hermana de Fernando González Ochoa, ha llevado una vida evangélica, desprendida y sencilla. Actualmente es capellán del Refugio Bernarda Uribe de Restrepo en Envigado.

Ver “Palabras en la
presentación del libro”

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“Escribí este libro para reivindicar la imagen de Fernando González,
vilipendiada injustamente por los clérici”.

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Al lector:

Fernando González fue un santo y un místico. Amó a Dios, a quien buscó siempre, a quien quiso conocer de vista. Practicó la virtud. Fue un orante. Fue un gran contemplativo.

Acosado por el fomes peccati, como todo mortal hijo de Eva, luchó titánicamente por vencer sus apetitos desordenados, y triunfó, en autenticidad, en inocencia.

Recorrió uno por uno los vericuetos intricados de la vida espiritual, según los describen los grandes maestros de la Iglesia, hasta encumbrarse a las alturas místicas.

Amó a la Iglesia y padeció por ella, por sus debilidades y miserias, fustigándola. Su crítica fue audaz, pero bienintencionada, constructiva y leal.

Este libro es la radiografía espiritual del Fernando místico, pergeñada con frases de sus libros.

Lee con ojos de lince, no de topo. Dios te alumbre. Hallarás la verdad. Dios es la verdad.

El Autor

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Ilustración de "Viaje a pie" por Daniel Gómez Henao

De la serie “Viaje a pie”
por Daniel Gómez Henao

Después de la presentación del libro inauguraremos la exposición “Viaje a pie” con textos de Fernando González y pinturas de Daniel Gómez Henao.

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Epígrafes

Es divino recordar a nuestros muertos; ya no están delante de nosotros, exasperando nuestro espíritu con sus figuras limitadas siempre por los mismos contornos, y con sus espíritus limitados siempre por los mismos prejuicios… ¡Nuestra alma puede soñarlos a su manera, y darles la limitación que desee para consolarse a sí misma! (Pensamientos de un viejo).

Cuando el amado ha muerto, en el amante aparece un reflejo más puro del amor, porque ya no hay afirmaciones y negaciones, y el amante puede soñar y verse a sí mismo en el muerto (Pensamientos de un viejo).

La grandeza no se encuentra en la vida ni en la historia, sino en las búsquedas que fabrican los parientes o los amigos íntimos del difunto (Pensamientos de un viejo).

Cuando llega el fin del hombre, se revela su historia. Antes del fin no declares beato a nadie: su desenlace mostrará si es dichoso; sólo a su término es conocido el hombre (Ben Sirá 11, 28 – 30).

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Introducción, partida
en tres acápites:

Primer acápite

¿Qué hizo Fernando en su vida? Nada. Pensó y escribió. Hay que saberlo entender. Para escribir, es menester pensar. Para pensar, es necesario no hacer nada. No me gusta ser abogado, ni gobernador, ni periodista, ni comerciante o industrial. Únicamente me gusta pensar, estar pensando por ahí, de pies bajo los árboles, sentado en el excusado o paseando despacio por lugares desiertos (El remordimiento).

Veamos la Biblia:

“La sabiduría del escriba se adquiere en los ratos de sosiego, el que se libera de negocios se hará sabio” (Sirácida 38, 25).

Segundo acápite

Para leer este libro con provecho, hay que hacerlo desnudo, a la sombra de los árboles, y a la pálida luz de la lámpara.

Hay que leer desnudo, porque la doctrina del Maestro fue “desnudarse”. ¿Recuerdas cuando Fernando desnudó a Pablo de Tarso en la sacristía de Envigado? (Viaje a pie). Desnudo y solitario lo parió su madre (Revista Antioquia). Desnudo se bañó en Bucarest con don Benjamín, jesuita predicador. Allí aprendió precisamente que el hombre blanco tiene falo de muerto (Don Benjamín, jesuita predicador; Revista Antioquia). En pelota…, desnudo y bajo el sol, se bañó en río o en alberca en compañía de Jorge de Hoyos, el que paladea el agua con todos los poros de su cuerpo (Revista Antioquia). Sin mantas y desnudo durmió en la casa de la elástica Julia, en la ardiente noche olorosa a gramíneas, junto al Arma (Viaje a pie. El primero de enero descansaba desnudo, bajo el sol (Viaje a pie). Desnudo se bañó en la Circe, en el charco de El Encanto, con Simón y Fernandito y conmigo, sus hijos y su sobrino, niños aún. Desnudo le rezaba tres rosarios a la Virgen, que yo lo vi, en la choza de tablas de Santo Domingo de Petacas. Y desnudo se presentó ante Dios, que indispensablemente así ha de ser. En cueros se va a Dios: Moriremos perfectamente desnudos, triunfantes de las inhibiciones, en pobreza de cosas y dueños de sí mismos. No volveremos a la tierra sino para sonreír, afirmó (El remordimiento). Que no se tenga miedo al desnudo, dijo él (Viaje a pie). No cultivéis falso pudor, como monjitas recatadas, pudibundas; como seminaristas ñoños: el seminarista no puede verse desnudo (Don Mirócletes).

Hay que leer bajo las frondas: Acostarse sobre la hojarasca, bajo los árboles del bosquecillo, durante días, para esperar que nos llegue la voz secreta del espíritu… Es como un alumbramiento… Quiero acercarme al Dios escondido en la zarza (Mi Simón Bolívar). Puede uno leer acurrucado bajo el “algarrobo de Mamerto” (Maestro de escuela), o a la sombra del samán de los Llanos (Correspondencia).

Y hay que leer a la pálida luz de la lámpara. Su luz, aunque mortecina, es deslumbrante. No importa que titile y crepite. Esa lámpara se enciende con aceite de higuerilla y no puede dejarse apagar. No prendería después. A pesar de lo humilde, es ella más fulgente que la lámpara de Aladino, más luminosa que la linterna de Diógenes.

Desvístase usted, entonces, tome el libro y la lámpara, diríjase garbosamente a “su árbol”; alúmbrese con Dios, que es la luz y la verdad; y aparecerá de repente engalanado con el brillante traje nuevo de que habla el Apocalipsis en el capítulo 3, y su nombre no se borrará jamás del libro de la vida (cf. Ap. 3, 5). ¡No me borres del libro de la vida!, pidió Fernando a Dios (Revista Antioquia), en contraposición a lo que suplicaron Moisés, Jonás y Job: “¡Bórrame ya, Señor, del libro de la vida!” (Ex. 32, 32). “¡Quítame la vida!” (Jon. 4, 3). “¡Maldito el día en que nací y la noche en que se dijo: ‘nació un varón’!” (Job 3,3).

Tercer acápite

Dice Fernando González en Viaje a pie:

En cada época de su vida el individuo tiene tres o cuatro ideas y sentimientos que constituyen su clima espiritual. De ellos, de esos tres o cuatro sentimientos e ideas, provienen sus obras durante esa época. Perpetua lucha es la vida del hombre. Concentrarse es el método para vencer.

Muy bien dicho. En la vida espiritual pasa lo mismo. Lo han expresado San Juan de la Cruz y los grandes maestros cristianos de espiritualidad, colocando tres vías en el progrédere del alma hacia Dios: la vía purgativa, que es la de los principiantes; la vía iluminativa, que es la de los aprovechados, adelantados o proficientes; y la vía unitiva, que es la de los perfectos.

A esto se ajustó notablemente en teorías y vivencia nuestro místico antioqueño, el gran Femando González. “Por el ‘Corredor Progrédere’, hacia ‘Otraparte’. ‘Otraparte’ era su finca, ‘Progrédere’, el corredor del frente”. Allí pensaba.

Cuando Fernando publicó su obra cumbre en la mística, la Tragicomedia del padre Elías y Martina la Velera, espejo nítido de su vivencia mística y su ascensión a Dios, me regaló un ejemplar con dedicatoria autógrafa, trazada con tinta roja, síntesis genial de su pensamiento y de su búsqueda. Dice así:

Para el artista, teólogo y maestro que es mi sobrino, Francisco Daniel, sacerdote de Cristo. Y advierte, al comenzar a leer, que se trata del camino desde el mundo pasional hasta el lugar en que nacen deseos de verlo de vista, de verlo pasar por Jericó. Una “buena confesión” es también “sucia”, y “sucio” es también un baño. Tuyo, Fernando González.

Es de abismarse uno con la claridad, la belleza, la profundidad, la precisión y la piedad que reflejan estas líneas. Sólo un místico y un santo pueden pergeñarlas. No importa que a Fernando lo hayan tildado los jerarcas de “ateo” y lo hayan tirado a la paila mocha. Amó a Dios y confío en Él. Sabía que, “si mi padre y mi madre me abandonan, mi Dios me recogerá” (Salmo 27, 10). Sólo Dios conoce a sus santos (El remordimiento), se gozaba en repetir. Son palabras de la segunda carta de San Pablo a Timoteo, capítulo 2 y verso 19.

Encontrará el lector, en algunos capítulos, párrafos tal vez extensos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Jesús, dos grandes místicos y maestros de la vida espiritual, insuperables. Nos ayudarán dichos párrafos a conocer y a gustar la doctrina espiritual cristiana y a reconocer en Fernando un caminante espiritual paralelo a los grandes colosos.

He dividido este libro en dos partes y veinte capítulos, diez en la primera parte y otros diez en la segunda.

Ojalá que una pluma más diserta que la mía le dé desenvolvimiento y profundidad posteriores a un tema que bien se lo amerita, que apenas he desbrozado, y exige inteligencia crítica y cincel de genio.

Ojalá que Fernando nos lleve consigo a la santidad beata.

Dios bendiga a quien sea capaz de mirar con mirada de lince al Fernando Beato.

Fuente:

San Fernando González, Doctor de la Iglesia. Editorial Lealon, Medellín, primera edición, marzo de 2008. Ver “Palabras en la presentación del libro”.