Presentación

Dicotomía de las
miradas en días
de amores atómicos

Agosto 21 de 2012

Presentación de la novela “Dicotomía de las miradas en días de amores atómicos” de César Cano

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César Cano (Itagüí, Antioquia, 1986) disfruta leer, escribir y viajar en bus por las carreteras colombianas mientras aprecia el paisaje que se asoma por la ventanilla antes de llegar a su destino. Algunos de sus escritos han sido publicados en revistas, libros antológicos y, cuando le queda tiempo, en su blog Ballenario.wordpress.com. Es estudiante de psicología en la Universidad de Antioquia, viviente de Otraparte y promotor de lectura de la Fundación Ratón de Biblioteca. La edición contó con los aportes del ilustrador Jonathan Cadavid Marín y del fotógrafo Johnny Alberto Cano Corrales.

Presentación del autor
por Mauricio Quintero

Hombre Nuevo Editores

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Si el lector de estas líneas espera encontrar un desenlace cargado de sangre, gritos y terror, le recomiendo que mejor alquile una película de acción. Me excuso por decepcionar sus expectativas de saberlo todo y no querer dejar que usted se tope con la única alternativa que a veces nos dejan las historias.

César Cano

Dicotomía de las miradas en días de amores atómicos atrapa desde la primera línea. Nos sumerge en un carrusel de emociones con una voz que, en busca de resolverse, hace uso de todos sus sentidos en una dualidad o, como el mismo autor la llama, una dicotomía de miradas que habitan en su memoria y en su presente.

César Cano logra con el juego de sus voces hablarnos con trascendencia, musicalidad, fuerza vital e inteligencia de las callejas de neón y asfalto que recorremos día a día y de los callejones y laberintos de la mente inquieta de sus personajes.

Mauricio Quintero

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César Cano

César Cano

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Dicotomía de las miradas
en días de amores atómicos

Fragmentos primera parte

Divagación para
un encuentro

2

Acá estoy y sé mi nombre.

Soy incapaz de llamarme, pues temo acudir a mí y perderme otra vez. Daré mi nombre sólo a quien lo quiera saber, pero me gusta que adivinen, que me llamen por lo que puedo ser sin ser yo mismo: plena apariencia y nada más. Me gusta ver a otros, tratar de inventarme al darle un nuevo lugar a las letras que me encuentran y me otorgan un sitio de objeto, igual a las porcelanas que ocupan espacio en las repisas. Entonces escapar se hace preciso, pero no encuentro cómo hacerlo y me quedo sin salida, perdido, fuera de mí, soportando lo que no comprendo; esa cosa que en formas más sutiles es capaz de reinventarse, regenerarse y ser un concepto multiforme-funcional. Cuando se piensa en ella la existencia se vuelve insustancial y es posible que al nombrarla todo pueda desaparecer. Así se le daría un sentido nuevo o, peor aún, podríamos hacer que sea un acto, una circunstancia real.

Prefiero no saberme.

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6

La cajetilla de “Pielroja” relativamente vacía tirada en el suelo y las colillas, fumadas, babeadas y consumidas desde hacia pocas horas amontonadas en el interior de una botella de vino; botella capaz, aunque estuviese llena y sin descorchar, de sumergir a su poseedor en un estado inicial de complacencia y seducción con el solo hecho de mostrar la oculta fluidez rojiza de las uvas; frutos encargados de suministrar la ebriedad que aparece con la última gota de un recipiente que cuando ya no conserva nada en su interior deja de llamarse, no más por coincidencia, “botella de vino”.

Antes de tomar la bebida evocativa a la sangre pasional y noche desparramada Marta Cecilia dio un profundo suspiro. En ese momento logró sentir la fría humedad y, sobre todo, percibir un aroma enjaulado que lograba huir por entre los poros de un corcho, que al fin de cuentas acaba siempre en el piso para esparcir el olor delicioso del festejo contemplativo por toda la habitación, por la piel de los que festejan que en algún momento sienten fluir la baba de la espera en sus bocas mientras sacian las ganas de cualquier cosa, porque todo lo que tengas que pedir, pídelo al vino, que nada te será negado.

Apenas fue un roce perceptivo, un simple augurio, una sensación y esa fragancia que llegó hasta ella, sometió su cuerpo de principio a fin sin permitirle descanso. La fragancia que ella misma emanaba escandalizó entre sus poros un sabor más embriagador que una sola botella vacía de vino, que en ese estado sólo causa nostalgias y muchas más ganas de consumir algo, o dejarse consumir por cualquier cosa que entre o salga. Marta se consumió de sopetón.

¿Acaso el tiempo no dejó a su disposición a alguien destinado a encontrarla más aprisa? ¿Un novio o un amante que la hiciera correr para que la humanidad desesperada tuviera al fin sus aventuras concluidas? Ella, sin embargo, seguía esperando, no sin afán, a que el flaco que había visto aquella tarde, al que ya empezaba a llamar “suyo”, regresara de donde estuviera. Le haría saber, de cualquier forma, que afuera estaba la vida, a su lado y en las calles. Esperaba algún gesto o signo que explicara al menos una de sus preguntas y con una mirada cruzada se contentaría para hacerle saber, al fin, que ella también existía.

Fuente:

Cano, César. Dicotomía de las miradas en días de amores atómicos. Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2012.