Conferencia

Un nadaísta en Otraparte

Eduardo Escobar habla sobre
Fernando González,
Gonzalo Arango
y el Nadaísmo

Octubre 4 de 2011

Eduardo Escobar

Eduardo Escobar
(Foto Revista Soho)

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Eduardo Escobar (Envigado, 1943) es poeta, periodista y escritor, cofundador del movimiento literario nadaísta en 1958 junto a Gonzalo Arango, Amílcar Osorio y Alberto Escobar Ángel, entre otros. Realizó sus estudios en el Seminario de Misiones de Yarumal. De sí mismo ha dicho:

No sólo de poesía vive el hombre y menos en Colombia traficando con libros narcóticos. Para sacudir la inopia, como tantos otros antiguos y modernos poetas o simples mortales, recurrí a mil oficios ramplones y actividades prosaicas: fui auxiliar de contabilidad en una pesadilla, patinador de banco todo un junio, mensajero sin bicicleta en una oficina de bienes raíces mientras leí «Teoría del desarraigo», fabriqué bolsas de polietileno, joyeros de cartón y terciopelo, fui almacenista, leí a Joyce en una bodega, me desempeñé también como anticuario ambulante, como vendedor de muñecas de Navidad fuera de temporada, de diarios y semanarios y mensuarios a la entrada de una clínica de lujo. Artesano de baratijas de cobre. Armador de faroles para barco. Promotor de rifas clandestinas sin premio, por el apremio. Ayudante de cocina por el arroz con chipichipi. Pastor de aves de corral. Maestro sablista del sutil abordaje. Cantinero. Escritor de nimiedades para revistas intrascendentes. Crítico de arte mercenario. Hasta campanero fui de una pandilla de marihuanos. Así aprendí a odiar el trabajo sudando petróleo.

Como columnista en el diario El Tiempo obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 2000 por su columna «Contravía», que publica desde hace más de 20 años. Además ha escrito en el periódico El Espectador y las revistas colombianas Cambio y SoHo. Entre sus obras se cuentan «Invención de la uva» (1966), «Monólogo de Noé» (1967), «Segunda persona» (1969), «Del embrión a la embriaguez» (1969), «Cuac» (1970), «Buenos días noche» (1973), «Confesión mínima» (antología) (1975), «Cantar sin motivo» (1976), «Antología poética» (1978), «Correspondencia violada» (cartas de Gonzalo Arango) (1980), «Escribano del agua» (1986), «Vámonos de fracasos por el aire desnudo, poema bolivariano» (1987), «Gonzalo Arango» (1989), «Nadaísmo crónico y demás epidemias» (1991), «Antología de la poesía nadaísta» (1993), «Manifiestos del Nadaísmo» (1993), «Cucarachas en la cabeza» (1993), «Las rosas de Damasco» (2001), «Ensayos e intentos» (2001), «Fuga canónica» (2002), «Prosa incompleta» (2003) y «Poemas ilustrados» (2007).

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«Poemas ilustrados» de Eduardo Escobar

En sus comienzos el Nadaísmo se identificó con experimentalismo juvenil. De allí su imagen rebelde y revoltosa. La fidelidad del autor al principio de invención lo transporta incólume de un siglo a otro en hombros de la arcaica y refinada retórica que compartió con Amílcar Osorio y otros compañeros de grupo.

No se puede hablar de Eduardo Escobar sin la referencia al Nadaísmo, porque él y Jotamario Arbeláez han sido sus mejores y constantes expositores, cronistas, historiadores, compiladores, propagandistas y críticos.

El verdadero premio de un poeta es que su texto sea perdurable, o que merezca serlo. En los poemas que recoge esta plaquette logra el autor la justa recompensa a sus insomnes estudios, su permanente dedicación, su confianza en la esquiva poesía. Por menos que eso les han sido acordadas las más altas distinciones a poetas menores. […]

Así como Fernando Vallejo es la áspera y levantisca continuación de Fernando González, así en Eduardo Escobar permanece León de Greiff. El escritor que no deja descendencia anuncia su esterilidad. El autor fecundo es creador, se perpetúa en otros y con ello demuestra su genio, su potencia, su riqueza y generosidad. […]

El Nadaísmo, objeto de condenaciones, burlas y sarcasmos, sorprende a la poesía por la mano de Eduardo Escobar con una creación que años futuros ofrecerán en nuevas tecnologías, accesorios de moda, marcas internacionales y propaganda política. Cantando un himno hasta ahora desconocido, las cucarachas le declararán la guerra a la humanidad y con su feliz victoria volverá por fin la paz al mundo.

Jaime Jaramillo Escobar
(X-504)

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Michael Smith y Eduardo Escobar

Michael Smith y Eduardo Escobar
Elprofetagonzaloarango.com

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Un escritor imprescindible

Por Eduardo Escobar

Hace cuarenta años murió en Otraparte, su casa en las afueras del Envigado de entonces, mucho más inocente, un escritor increíble. Como no se ven todos los días en el coro de sapos de los escritores. Radicalmente distinguido por la adulación, el reconcomio y el desprecio. Para que no falten honras. Ni le quede dónde meterse. La coherencia, es decir, el día cuando se juntan una persona y una obra, suscita sentimientos encontrados.

Conocí otras dos personas transparentes, comprometidas consigo mismas, iguales a sí mismas, que padecen de la misma manera esa forma de la gloria que es la ignominia de pertenecer a todo el mundo. Y seguir siendo desconocidos. Incógnitos Aparte. El poeta Gonzalo Arango. Y el pintor Norman Mejía.

Es difícil coincidir con lo que hacemos. Reflejar la realidad interior sin decir mentiras, aunque sean pequeñas y doradas, por amor a los lazos de sangre, a las trampas de la estética, a los hechizos del espacio, los ensueños del tiempo y los tiempos del ritmo, al engaño deleznable de las formas, al oportunismo de sobrevivir. O por urgencia de algún consuelo mercenario.

Fernando González es autor de una veintena de libros. Que se vuelven entrañables al frecuentarlos. Narrados en una prosa de una sencillez traslúcida, de aurora, cuando celebra la fiesta de este mundo, o cuando amarga el pesimismo o ironiza con la rectitud implacable de la lezna. En equilibrio sabio, sapiente y sápido, entre el lenguaje literario y el habla de la gente sin atributos de la parroquia natal. Y aunque suene anacrónico: nutricia. La de las primeras impresiones.

La escritura brota como la goma del pino herido. Sin esfuerzo, ufanía, ni falsa modestia.

Las biografías de Santander, Bolívar y Juan Vicente Gómez, las noveletas; los ensayos sobre la realidad americana, los libros insólitos de viajes, conforman un soberbio autorretrato en cuerpo y alma. Que obliga a pensar en otro autorretrato inolvidable. El de los Ensayos de Montaigne. Todo está allí. Las jaquecas, las dificultades intestinales, los amores de la gata doméstica, las pequeñas batallas con la mujer, la perplejidad y los tormentos del espíritu buscador, el asco, porque desde el principio, como dijo, juró enemistad a sus compatriotas nacidos y criados en ambientes de liberalismo y conservatismo —y la esperanza en una América original y mestiza y en un Dios que se esconde y se manifiesta por atisbos—. Pero sobre todo, sus libros son la descripción de un método, emocional lo llamó, que conduce al aislamiento. A Otraparte, a otra parte, como si hubieran sido un adiestramiento para la soledad.

Son un testimonio existencial de inmensa singularidad. Donde el cristianismo deja de ser por primera vez en América sincretismo hueco, ritual perezoso, alharaca pesarosa de sepulcros blanqueados, cantar de monjas, para convertirse en experiencia interior, en conocimiento y camino hacia la desnudez. Y donde la literatura, en consecuencia, más allá del simple ejercicio vanidoso de estilo se hace labor sagrada. Soy el filósofo de la autenticidad. Dijo de sí mismo. La autenticidad. Que tanta falta hace en Colombia desde que la fundaron a florerazos y cómicos heroísmos de patanes.

Es extraño que este hombre excepcional, cuyo primer libro escrito en la flor de la juventud, tan confiada en el genio de la carne, se llama Pensamientos de un viejo, y cuyo libro póstumo es el oscuro canto de unas manos y una alabanza de la juventud; que sirve para todo, a todos, a todas las causas y contracausas (es un escritor místico para los beatos de camándula, un aguerrido librepensador de revoltosos, un idealista descalificado por los materialistas dialécticos, un panfletista ilegible para los sacristanes, un filósofo sin sistema a la manera de Nietzsche, un no-filósofo para los académicos, un crítico social irreductible, un educador revolucionario, un fascista, el más grande de los escritores colombianos para unos y un loquito de aldea para otros), no sea un autor popular. Y que acabara convertido en lo que llaman hoy un escritor de culto. Pero es lo que sucede, por lo demás, con todos los escritores imprescindibles. Esenciales.

Fuente:

El Tiempo, febrero 24 de 2004, columna de opinión Contravía.