Presentación

Revista El caminero

Número 2

Septiembre 27 de 2007

Revista El caminero

Caminos • Naturaleza • Aventura
Septiembre 2007

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Editorial

“Cada ciencia que se posea es una ventana más para contemplar el mundo. Así, el viajero que sea botánico, gozará de la vegetación; el mineralogista, etc. El hombre de ideas generales, como nosotros, goza de todos los aspectos, pero con la desventaja de la disminución de cada uno de ellos” (Viaje a pie – 1929).

Fernando González

Un caminero, más allá de ser el que va por el camino, es el único que lo hace posible. De qué sirve la senda sin alguien que la siga. Para qué la preparación de una vía si no representa utilidad alguna al hombre.

Por generaciones, la humanidad construyó una gran variedad de caminos: rutas rituales para la adoración, el comercio, el descubrimiento, la exploración y la comunicación, entre otros aspectos. El hombre, como especie, ávido de conquistar y dominar lo desconocido, se lanzó por las llanuras y montañas del planeta para lograr la supervivencia, dejando a su paso huellas que muchos predecesores siguieron hasta estos días.

Historias, tradiciones, culturas, lenguas e identidades aún cruzan por los caminos para pervivir y renovarse. Y, a cada paso, los llenan de héroes y villanos, triunfos y derrotas, hechos importantes y banales; en fin, un sinnúmero de anécdotas para contar y conocer.

Y porque creemos, de la mano del maestro de Otraparte, que los ignorantes se aburren en los caminos, esta revista especializada en Caminería, que hoy presenta su segundo número, se interesa en brindar contenidos basados en Historia, Geografía, Literatura, Arte, Ecología, Fauna y Flora y todo aquello que sea susceptible de encontrase presente en el proceso de interrelación Hombre-Camino-Conocimiento.

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Fernando González - Viaje a pie

Fernando González Ochoa
1928

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Las Huellas de
un Viaje a pie

Por Juan Pablo Ospina Vélez

El 5 de diciembre de 1928, dos filósofos aficionados treparon la montaña oriental de Medellín, con morrales y bordones. La meta de Fernando González y su compañero Benjamín Correa era llegar al mar caminando.

Setenta y nueve años después, una mañana soleada como la que despidió a los dos caminantes, siete viajeros partimos con el libro en la mano, viajamos por sus páginas como si fueran caminos al pasado y al alma del autor. Leímos sus reflexiones sobre el amor, el Diablo o el olvido mientras grabábamos cada escena. Sus palabras eran nuestra guía. Inadvertidamente, el maestro González marcó el ritmo de nuestro viaje.

En la mente del maestro se dibujaba el Pacífico: “En este diciembre los árboles deben dar unas sombras muy frescas a las orillas de los ríos del Trópico; las selvas deben tener un silencio religioso en estos mediodías y el mar debe estar tibio, debe enviar a las costas tufaradas de vida. Nos sentimos el animal perfectamente egoísta”. Escribió en su diario. Las notas de ese diario se convirtieron luego en Viaje a pie, libro editado en París en 1929; tal vez, la obra más conocida de González.

Pensamos en lo duro que sería hacer completa la ruta original. Muchos de esos caminos ya no se usan, otros fueron reemplazados por una carretera. Hoy, cuando contamos con varios medios de transporte, parece incomprensible viajar caminando, como lo era en 1928 cuando González escribió: “…al vernos de viajeros a pie, nos miraban tristemente como a vesánicos. Ninguno de nuestros conciudadanos (si es que en Colombia aún tiene uno conciudadanos) podía comprender nuestros motivos. Para ellos, se camina cuando se va para la oficina, cuando se viene del mercado. No está aún en las posibilidades mentales de nuestro pueblo el comprender los fines interiores”.

Él comprendió esos fines interiores, entendió que “el gran efecto del excursionismo es formar caracteres atrevidos”. Puso su energía vital en caminar y pensar al mismo tiempo; encontrando en el camino, en la gente y en el paisaje, sus reflexiones.

Seguimos nuestra ruta dejando atrás El Retiro y La Ceja. Llegamos a Abejorral buscando un caballo, fieles a nuestro empeño de seguir al pie de la letra el libro. En la casa de Julio, representante de los casi extintos arrieros, encontramos al “Saraviado”.

En el viaje original, González y Correa consiguieron un caballo, pues a Don Benjamín se le había abierto una herida en el calcañar, que le molestaba al caminar. Esto sólo fue otra excusa para la mente inquieta del maestro, con esta nueva compañía escribió sus pensamientos sobre el caminar lento y el rumiar de las ideas. Así, incorpora González al animal como otro personaje en la historia: “Allí fue, y sólo allí pudo ser, en donde conseguimos el caballo blanco, filósofo, lento, un genio del caminar despacio (…). ¡Éramos tres! El número pitagórico. Dios son tres personas; nosotros éramos tres animales y un solo filósofo”.

El Saraviado, nuestro caballo, no era blanco sino café, pero también era lento. Se convirtió en un miembro más del equipo. Estábamos felices de tener nuestro propio “filósofo de Abejorral” para este viaje.

El tercer día de travesía llegamos al cañón del río Arma, cerca de La Pintada. A partir de este punto pasaríamos del departamento de Antioquia al de Caldas. La ruta que seguíamos era la misma de lo que se conoce como la Colonización Antioqueña. El paso de El Oro, sobre el Arma, era uno de los caminos más importantes durante la expansión paisa.

Por este camino entraron los fundadores de Caldas. Conquistaron una tierra escarpada en busca de oro y otras riquezas, dejando a su paso las posadas de arrieros que luego se convertirían en Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu y muchos otros pueblos. En el paisaje sólo se ven montañas y, tras ellas, más montañas. Los poblados, a lo lejos, se ven colgados en los filos de las cumbres como si estuvieran a punto de caer al precipicio.

Con este paisaje de fondo recreamos ese memorable viaje de 1928. Vimos, como González, el atardecer fulgurante en la desembocadura del Arma al Cauca; la imponente belleza del salto del Buey, entre La Ceja y Abejorral; el cañón profundo del río San Lorenzo en Pácora. Encontramos los personajes pintados en el libro: el bobo de pueblo, el mendigo de camino, el arriero, el hombre gordo y las hermosas muchachas de quince años, como las del parque de Salamina. Fue casi un viaje en el tiempo. Hasta el destino metió su mano al ponernos en el camino un cortejo fúnebre, como les ocurrió ocho décadas atrás a González y Correa.

Fernando González - Viaje a pie

Ese cruce de la muerte y el filósofo envigadeño mereció varios apartes del libro: “Lo único esencial en un entierro es el cadáver y el sepulturero. Las andas y el coche son accesorios; las lágrimas son un lujo; las mujeres enlutadas y los viejos barrigones que hablan de la brevedad de la vida, son una gloriona irónica para el muerto”, y más adelante: “Un hombre muerto queda tan vacío que es un indicio aterrador de que su parte esencial se fue no se sabe para dónde. Este indicio es el que nos hace entrar a las iglesias, a las pagodas o a las mezquitas, a donde quiera que dicen estar el Dios escondido que tiene en su poder los destinos de eso que nos abandona con el último suspiro”.

Pero también vimos en pueblos como Aranzazu, la pobreza y la tristeza; los niños pidiendo limosna. Escuchamos en muchas partes, terribles historias de las guerras colombianas. Presenciamos en Salamina, la marcha por la muerte de los diputados del Valle. Encontramos los problemas de una Colombia que le dolía mucho al filósofo.

Con todas esas imágenes, tanto las alegres como las tristes, llegamos a Manizales al sexto día de viaje. En la Editorial Zapata de esta ciudad, el maestro de Otraparte publicó los textos El remordimiento y Cartas a Estanislao. Estos y otros libros como Mi Compadre, Pensamientos de un viejo, El maestro de escuela, Mi Simón Bolívar, Don Mirócletes, Los negroides y El Hermafrodita dormido han convertido a Fernando González, según el poeta Eduardo Escobar, “en un escritor de culto, es decir, uno de los que jamás aparece en la lista de los más vendidos pero se sigue editando y leyendo pese a la indiferencia del grueso público lector ante un escritor esencial en la literatura colombiana”.

Nuestro viaje llegaba a su final. Dejamos atrás El Retiro, La Ceja, Abejorral, Aguadas, Pácora, Salamina, Aranzazu, Neira y Manizales. Nuestra última etapa era la subida al Nevado del Ruiz.

Durante esta aventura habíamos abierto una pequeña ventana a la fascinante vida del filósofo. Vida que él mismo resumió en una dolorosa carta dirigida a Estanislao Zuleta, padre, luego de su derrota en las elecciones al Congreso de la República (sic) en 1935. En la misiva, su decepción más grande era la conducta de Benjamín Correa, su compañero del Viaje a pie: “Obtuve dos votos en Puerto Berrío, uno en Amalfi y dos en Yarumal. Catorce en Medellín, que son de los candidatos y sus familiares. Ninguno en Envigado y en Itagüí, en cuyos linderos…; pero más grave aún: ¡Don Benjamín no quiso votar!”, y continúa diciendo: “¡Don Benjamín abandonó la filosofía al cumplir cuarenta y seis años!”. En esas líneas renegó de su natal Envigado: “Las ceibas de este pueblo son arbustos que embelleció mi espíritu; jamás estuvo por aquí Jehová y la finca de Pacho Pareja es terrón estéril”. Renegó de su patria: “Y yo soy español, hijo de españoles, nacido aquí, a causa de una equivocación”.

Sobre su obra escribió: “Toda mi obra es sueño; jamás he visto la realidad… El viaje a pie fue por dentro de mí, pues la posada de doña Pilar era inmunda y ella tenía legañas; los arrieros eran envigadeños vulgares; los caminos, lodazales; y a los jesuitas fue mi imaginación que los creó”. Decepcionado concluye: “La belleza colombiana estaba dentro de mí, ¡era mi locura!”.

En medio de los frailejones y soportando el frío intenso del nevado tratamos de resumir una semana leyendo a González mientras rastreábamos sus huellas. En este páramo, donde vimos volar al Cóndor, terminaba nuestro viaje; nosotros no llegaríamos al mar. Sólo leyendo Viaje a pie podemos vislumbrar lo que sintió el maestro ante el Pacífico: “Terminamos nuestro viaje. Estamos en la mar. Es femenina. Hemos vivido un mes de vida trascendental. Nuestras cortezas cerebrales están excitadas, desenfrenadas. Yacemos en decúbito dorsal en las aguas salobres. Aquí percibimos más claramente que la Tierra es nuestra madre; las olas nos mecen y acarician”.

Fuente:

Revista El Caminero, septiembre – noviembre de 2007, año 1, N° 2, p.p. 17 – 22.

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Director General: Andrés Ángel Gómez | Coordinación Editorial: Julia María Correa Upegui | Diseño e ilustración: Manuela Correa Upegui | Corrección de textos: Adriana María Upegui Velásquez | Comunicaciones: Julia María Correa Upegui | Fotografía: Andrés Ángel Gómez | Impresión: Contacto Gráfico Ltda. | Colaboran en esta edición: Juan Pablo Ospina Vélez, Josué Manchola Bello, Andrés Walker Uribe.

En portada: Desierto de la Tatacoa (Huila-Colombia) | Fotógrafo: Andrés Ángel Gómez

Año 1 – N° 2

Septiembre – Noviembre 2007