Presentación

El diablo del
barrio Obrero

y otros cuentos de terror

—Octubre 20 de 2016—

“El diablo del barrio Obrero y otros cuentos de terror” de Jenny Valencia Alzate

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Jenny Valencia Alzate (Pereira, 1984) es escritora, cronista y docente, residente en la ciudad de Cali, donde obtuvo la licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle. Se desempeña, así mismo, como investigadora literaria independiente de comunidades ancestrales y en la Universidad ICESI. Desde 2011 publica crónicas sobre las expresiones culturales de las comunidades afrodescendientes e indígenas, ensayos críticos y reseñas literarias en el periódico cultural “La Palabra” de la Universidad del Valle y en otros medios de comunicación escrita. Entre otros, ha recibido los premios “Nuevos mitos y leyendas de Santiago de Cali” (2007), entregado por la Alcaldía de Cali y la Red de Bibliotecas Públicas de la misma ciudad; primer puesto del “Tercer Concurso Nacional de Cuento RCN y Ministerio de Educación Nacional” (2009); primer puesto en el “Concurso Internacional Bonaventuriano de Cuento y Poesía” (2012); y el “Premio Nacional de Crónica Ficcionario” por su trabajo sobre San Basilio de Palenque, entregado por el Instituto de Artes de Bogotá y la Revista i.Letrada en 2014. Ha publicado relatos y crónicas en revistas nacionales e internacionales. Participó en la recopilación “Maestro Cuento”, publicada por la Universidad del Valle en 2016.

Presentación de la autora por
Juan Andrés Alzate Peláez

Caza de Libros Editores

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Invita:

Revista Cronopio

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El diablo del barrio Obrero y otros cuentos de terror es el primer libro de relatos de Jenny Valencia. Ganadora de varios concursos literarios, Jenny irrumpe en la nueva narrativa colombiana con un libro alegre y desenfadado donde la mitología y las leyendas urbanas están a la orden del día. Para Jenny, Cali es el corazón sin sosiego. […] Por sus cuentos discurre su abuela sabia y maliciosa, su tío lascivo, perverso y acosador, sus negros del Pacífico y sus amores de infancia. El libro es un buen comienzo para una joven escritora que, con seguridad, hará reír y llorar al lector.

Fabio Martínez

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Jenny Valencia Alzate (Pereira, 1984)

Jenny Valencia Alzate

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Ciudad perdida *

Por Jenny Valencia Alzate

Algunos somos nostalgias caminantes. Signos paridos en otro espacio y otro tiempo del mundo. Me he deslizado por el orbe obedeciendo a los movimientos secretos de los dioses que no juegan a los dados y he presentido entre pasos que soy el triste personaje de un cuento ya leído. Mi destino: el de buscar sin remedio a un hombre del que estoy lejos de saber si existe.

Creo haberlo conocido el día del décimo Petronio. Digo haberlo conocido porque el distinguirlo venía desde antes, porque esa tarde, al mirarlo, lo supe un caminante de estas calles donde ya nadie caminaba. Como si fuera ayer, me acuerdo de su pelo en ese día, de la fila afuera de la plaza, de la gente en los carros con el gesto Marcel Marsof tipo impresionante al descubrirnos todavía con ganas de bailar; al caer la noche el baile nos llamaría desde el fondo del asfalto; la Calle del Pecado nos encerraría entre sus esquinas para celebrar la conversión de las razas en la raza de los hijos de Changó y nos devolvería nuevos; Lázaros trasnochados que sentíamos el llamado del Viche como la voz de Jesús. Aún me acuerdo de la brisa entre mis suelas al pronunciar su nombre, del grito selvático de las marimbas, de nuestro silencio al escucharlas sin presentir que la gota de sudor en mi espalda y luego en su rodilla, sería nuestro único contacto mientras su cuerpo y el mío se vieran otra vez favorecidos por el artífice de los encuentros.

Vea, no hay nada tan real como los sueños. Claro, hablo es de los otros, de los sueños clarividentes. Míreme bien que después dice que invento: en sueños se me ha avisado hasta de mi travesía por el infierno, igualito que Dante. En uno nos encontramos y me dijo: “Resiste. Esto hace parte de atravesar el infierno”, y se fue. Ese mismo día del décimo Petronio, me miró como en el sueño, y me repitió las palabras de suyo onírico, pero sin pronunciarlas, ¿me entiende? Desde entonces resisto y, con el corazón retorcido como en la acidez una herida, he llegado hasta el último círculo de esta ciudad ardiente.

Me guío por las callejuelas infestadas de grafitis, por esas caras debajo de los puentes con un grito que nace desde ese antes tan buscado. Y no le voy a mentir, a veces siento miedo por la vista de los carros que son perros y el cimbrar silencioso de los edificios que se quieren comer el cielo, pero aquí estoy, me atravieso este infierno por encontrarlo, y aquí estoy. Entonces al buscar a Cali nos buscamos nosotros. Desenterramos de entre los muertos el aliento de otra ciudad habitante en el recuerdo de quienes leímos a Caicedo. La buscamos y nos buscamos por entre las discotecas; intentamos resucitarla entre esta otra Cali de hierro, MIO, lluvia y reguetón. Por eso caminamos tanto; rondamos el Río y besamos los andenes de San Antonio y del Parque Versalles, nos sospechamos desde la puerta de Las Fuentes, husmeamos las siluetas entre las que asoman en las esquinas o descienden de los taxis.

Así vamos por esta metrópoli llena de tetas y carros, por estos sonidos sordos de una música sin voz, entre estos habitantes fugaces vomitados cada cuatro esquinas desde el vientre de acordeón de un gusano azul; esta metrópoli en la que ya no se mira para arriba porque la inmensidad la pintaron en vallas, esta sucursal de cielo siliconado con cámaras bronceadoras que reemplazan las caricias picantes del sol que mira cada vez menos para estas ruinas de otra Cali ardiente.

A veces, al voltear la esquina, se me viene la sensación de una presencia reciente, entonces lo sé: es él; estará a tres cuadras creyendo que camina hacia mí, yo a tres cuadras de él, creyendo que camino hacia él. Sin embargo, nunca es un encuentro con la ciudad y con nosotros, sino la repetición de un camino recorrido; mis suelas en cada esquina son solo mis huellas sobre las suyas. ¡Que no me desvíe la mirada que después dice que invento! Todas estas cosas que hacemos sin ponernos de acuerdo, las sé porque cuando uno ama le sospecha la presencia al otro, le huele el alma a kilómetros de distancia, ve la artesanía de sus pasos con los ojos cerrados. Pero uno a veces se cansa de caminar por este infierno con la cabeza en la mano, cargando el fantasma de una urbe, rastreando la silueta de un hombre que de nunca encontrarlo ya se hace irreal.

Por eso una tarde me fui para el Río, me bañé en sus aguas diáfanas, bajé hasta la ciudad, me compré unos zapatos nuevos y juré que jamás volvería a preguntarles a los andenes por alguien que no existe. Luego me subí al MIO, a ser tragada y vomitada en una y otra estación. Me senté en una de sus sillas y miré hacia fuera, hacia esa ciudad que sepultaba la otra que yo quería. Y ahí, al otro lado del vidrio, divisé, me acuerdo como si fuera ayer, sus tenis, sus ojos, su pelo; “espejismos!”, pensé, y me volteé a escuchar la tenue vocecita que salía de un iPod, a encasillar en una canción toda esa melancolía. Pero al otro día, cuando el sol se acordó y nos miró de soslayo, escuché el eco de una marimba que retumbaba allá, en la Calle del Pecado. El corazón me gritó, se retorció lento y agónico como en la acidez una herida y me entraron ganas, para qué le miento, de salir a buscar.

* Primer Premio Concurso Internacional Bonaventuriano de Cuento y Poesía 2012 – Universidad San Buenaventura.

Fuente:

Valencia Alzate, Jenny. El diablo del barrio Obrero y otros cuentos de terror. Caza de Libros Editores, Ibagué, 2016, p.p.: 7 – 10.