Presentación

El ingobernable

—2 de junio de 2022—

Portada del libro «El ingobernable» de Daniel Muñoz González

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Daniel Muñoz González (Envigado, 1996) es abogado de la Universidad de Medellín con estudios de posgrado en Derecho de la Administración Pública. Ha sido columnista de opinión en diversos medios de comunicación y su propósito como escritor es narrar las dificultades que aquejan a su generación y darles mayor visibilidad a las grandes incertidumbres originadas en una sociedad cada vez más difícil de comprender. Por esta razón sus textos abarcan asuntos como las redes sociales, la búsqueda de la individualidad y el significado del éxito.

Presentación del autor y su obra
por Cristina Monsalve García.

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ITA Editorial

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Darío Tuberquia López, el protagonista, emprende un nuevo camino lejos de los horarios de oficina y la miseria de su realidad. ¿Su objetivo? Forjar su propio destino y encontrar la ansiada libertad lejos de los estándares aceptados por la sociedad. Pero ¿se puede sobrevivir teniendo sueños y anhelos? ¿O lo único posible en medio de ese idilio es la escasez económica y, por lo tanto, el fracaso social y personal? El ingobernable es una novela que se centra en los problemas del siglo xxi, relacionados con la búsqueda de la realización personal y el éxito, el conflicto constante con las redes sociales y el mundo virtual, entre otros. Aunque la historia se desarrolla en Medellín, bien podría tener lugar en Bogotá, Cuzco, Melipilla, Tampico, Tegucigalpa, Santo Domingo o casi en cualquier ciudad latinoamericana, debido a que presenta problemas esencialmente similares: contratiempos propios de países subdesarrollados que han soportado en estas condiciones, incluso en contra de los valores propios del capitalismo.

El Autor

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Daniel Muñoz González

Daniel Muñoz González

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El ingobernable

~ Fragmento ~

Darío continuó la conversación entre risas:

—Sí, la verdad es que ya estaba cansado de todo… Vos sabés que yo desde hace muchos años entiendo bien las cosas en la vida, pero no bien como todos creen, sino bien en realidad, vos me entendés. Sabés que desde hace mucho tiempo creo que lo más importante es ser feliz… Y, ¿te acordás de todo ese enredo filosófico que le monté al concepto de felicidad mientras estábamos en el colegio? —la conversación fluía y cada frase la terminaban riendo.

—Sí, me acuerdo de todo eso, hasta escribiste un ensayo y ganaste por esa bobada unas olimpiadas de filosofía. ¿Cómo era? ¡Recordámelo! —solicitó el Chamo.

—Era muy simple —empezó a explicar mientras lo veía fumar sosegadamente su cigarrillo de marihuana—.

Estamos vivos, y somos conscientes de este hecho. ¿Cómo surge esta conciencia?, muy simple, por medio de los sentidos, pues por ejemplo las plantas, aunque vivas están, ni siquiera logran enterarse de ello.

—Ahora, si sabemos que estamos vivos por los sentidos, es porque confiamos en ellos y nos son útiles para sobrevivir a pesar de que a veces nos engañen; nos sirven para cruzar la calle sin ser atropellados y para todo lo que ya sabemos. Pero los sentidos no son lo único, también existe la razón, y gracias a ella logramos dimensionar que los sentidos nos ayudan a sobrevivir, pues los animales, aunque sentidos tienen, no pueden comprender ni siquiera la idea de «sentido». En resumen, tenemos dos cosas: sentido y razón.

Darío paró de hablar y le hizo una señal al Chamo pidiéndole el cigarrillo, este medio sorprendido se lo estiró, pues sabía que su amigo sólo había fumado marihuana una vez en su vida, sin embargo, se lo entregó sin decir nada. Darío fumó sólo un poco, trató de contener el humo unos instantes en sus pulmones, pero lo atacó una tos muy seca que casi no se detiene. Tosió más por unos minutos sin parar. Con los ojos llorosos por la marihuana y el ataque de risa que los embargó, trató de continuar hablando, pero no pudo. Luego, cuando se calmó un poco, logró proseguir:

—Los seres humanos tenemos entonces sentido y razón, no más, y ambos dependen entre sí para existir; sin sentidos no hay razón, y sin razón, si bien hay sentidos, estos no podrían comprenderse si no utilizáramos el pensamiento. Entonces debe trabajarse con ambos. La razón indefectiblemente nos lleva a creer en la ciencia, pues la religión depende de la fe; precisamente todo lo contrario. Por intermedio de aquella no podemos concluir que Dios existe, pero tampoco que no existe, así que lo más lógico es dejar todo en duda. Sin embargo, por la razón misma, lo adecuado es creer que lo más probable sea que Dios en realidad no exista. Por lo tanto, nos vamos por el camino más seguro.

El Chamo seguía callado y comenzaba a escuchar con mayor atención que al principio, las palabras de Darío le parecían interesantes, y le recordaban aquellas charlas que tenían en el colegio sobre muchos temas similares, a lo que en su momento denominaron «loquear». Sin embargo, continúo escuchando con atención, mientras veía la marihuana irse acabando lentamente.

—Entonces, la ciencia nos dice que luego de morir, morimos para siempre —sentenció Darío—, y si morimos para siempre, significa que la vida es simplemente un paréntesis al no ser, al no existir. Así que, por mero descarte, prefiero vivir, pues muerto estaré toda la eternidad. ¿Entonces qué afán? —rieron, luego se quedaron callados por unos instantes.

—Seguí pues —instó el Chamo, quien ya se había acabado el cigarrillo. Darío siguió hablando más entusiasmado:

—Esto ya lo había dicho un filósofo muy famoso, no me acuerdo cuál. ¿Y te acordás que muchos se indignaron porque supuestamente yo lo había copiado? —volvió a reír—. Y saber que semejante simpleza la piensa cualquiera. Así que bueno, si la vida debe vivirse por descarte; sólo hay dos opciones, o vivirla siendo feliz o siendo infeliz, estos son los conceptos más globales de sentimientos que puede abarcar el ser humano.

—Por lo tanto, y por simple complicidad con las terminales nerviosas, uno escoge ser feliz. Claro, entonces ahora sí. ¿Qué es la felicidad?, simple: la columna vertebral de la felicidad es la tranquilidad, y la tranquilidad es estar vacío de cualquier sentimiento, bien sea de odio, de envidia y todos los de esa clase, pero también de los buenos, pues estos en muchos casos degeneran; los esfuerzos en envidias, los amores en odios y un largo etcétera.

El Chamo realmente no recordaba que Darío lo hubiera escrito así en el colegio, pero simplemente concluyó que, tal vez por el paso de los años, este sin darse cuenta había ido sistematizando aún más su teoría y, ahora, la tenía tan interiorizada que incluso era capaz de explicarla de esa manera sencilla.

—Entonces —continúo—, la felicidad si bien está compuesta por la tranquilidad, es decir, por la ausencia de deseos, no puede reducirse a esta simplemente; como lo creen los budistas, pues el tedio aparecería más temprano que tarde arruinándolo todo. Así que deben tenerse en cuenta los placeres, tanto los corporales como los morales. Aquellos; como el sexo, la buena comida y la marihuana, y estos; como leer un buen libro y una conversación como la nuestra.

—Es tan simple. ¡Tantísimo!… Y si uno está enfermo no puede estar tranquilo, por lo tanto, la salud es clave para la felicidad. Igual que la amistad, que es aquello que nos abstrae de la soledad, y el amor, el cual tiene varias clases, pero nos tranquiliza —Darío se rio y terminó, no quiso seguir hablando más.

—Los efectos de la marihuana —bromeó el Chamo. Ambos rieron y volvieron a caminar.

No le dieron en realidad ninguna clase de trascendencia a este análisis, pues simplemente no lo tenía. Solamente hablaron sobre tal tema, en una complicidad no pactada, para burlarse de esta clase de cosas.

Fuente:

Muñoz González, Daniel. El ingobernable. ITA Editorial, Bogotá, 2022.