Ciclo de Conferencias

El mapa de los
objetos perdidos

Las puertas

Todo eso que abrimos

—26 de julio de 2023—

«Etapas de la vida» (1836) de Caspar David Friedrich (1774–1840)

Fotograma de la película japonesa
Suzume (2022) de Makoto Shinkai.

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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A diario tocamos y acariciamos manecillas que nos permiten la visión de aquello que guardan. Una habitación, un salón, un auto. Todo lo resguardamos detrás del objeto que separa con bisagras un espacio del otro. A esa magia de obstrucción le llamamos puertas y las hemos tenido incluso cuando solo es un portal lleno de aire. Los egipcios las dejaron en sus palacios de vida y construyeron sus templos preparándose para atravesar una gran puerta de muerte custodiada por Anubis. El resto de la humanidad aprendió de esa magia de utilizar las puertas para nombrar el paso de un estado a otro, naciendo así la imagen de san Pedro custodiando el cielo y el resto de las metáforas con las que demostrar la dignidad de atravesar una puerta. Sin embargo, también sabemos de ellas con tallas advirtiendo de las actividades que se encuentran dentro y de los peligros allí albergados. Aun así nos refugiamos detrás de ellas, protegiéndonos de los enemigos en las ciudades sitiadas. Pero ya no son peligro ni muerte, son el portal a un millar de mundos y aventuras en la ciencia ficción y en la fantasía. Ahora, ¿cuál de todas las puertas debemos abrir?

El mapa de los objetos perdidos responde a una preocupación por el territorio hispanoamericano y las formas de construcción memorística en torno a elementos concretos de nuestra realidad. Por ejemplo, ¿qué nos contaría una victrola si le diésemos voz? ¿Hablaría bambuco, son cubano o quizá tango? Y ¿acaso estos lenguajes no contienen en sí una gran parte de lo que es Hispanoamérica? Al mirar una construcción cusqueña, cualquier paseante avisado notará que en la piedra comulgan la cultura inca y la española; el pasado y el presente unidos por el mestizaje en forma de muro. ¿Por qué no hablar entonces de las piedras y la historia de un pueblo? ¿Por qué no hablar de los ríos y la guerra, ya en nuestro contexto más cercano? Para establecer dichas relaciones empezaremos por caminar un sendero que nos es familiar y conocido: el de lo literario. El programa de Estudios Literarios debe cruzar a la otra orilla y explorar diferentes instancias con el fin de enriquecer su entramado discursivo y fortalecer la divulgación de los productos académicos, tanto del cuerpo docente como estudiantil.

Expositor:

José David Palacios Rincón es estudiante de sexto semestre de Estudios Literarios en la Universidad Pontificia Bolivariana. Prefiere vivir en el bosque que en la ciudad. Sus cuentos «Mi decisión», «Compasión», «Crimen en cuarto grado» y «Tu otra figura» fueron incluidos en la antología Narrativa colombiana de Elipsis Editores. Entre 2015 y 2019 fue actor en el Colectivo de Teatro Cáncer y colecciona flores, ramas y hojas.

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Invita:

Universidad Pontificia Bolivariana

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La barca del dios sol entra en la Primera División / Segunda Hora a través de una puerta que está guardada por una serpiente:

El Guardián del Desierto.

Las inscripciones en la hoja de la puerta:

Él está sobre esta puerta, él abre a Ra. El dios Sia (dice) al Guardián del Desierto:

Abre la Duat para Ra, abre de par en par tu puerta para el del horizonte. La Cámara Oculta está en la oscuridad para crear las formas de este dios.

La puerta se cierra después de que este gran dios ha entrado. Los que están en su desierto se lamentan al escuchar el cierre de esta puerta.

El libro de las puertas
(Antiguo Egipto)

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Ante la ley

Por Franz Kafka

Ante la Ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez —dice el centinela—, pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente, siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

—¿Qué quieres saber ahora? —pregunta el guardián—. Eres insaciable.

—Todos se esfuerzan por llegar a la Ley —dice el hombre—; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

—Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

Fuente:

Egiptologia.org

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Puerta falsa del sellador real Neferiu (Reino Antiguo, circa. 2150-2010 A.C.). Los egipcios creían que el alma del difunto podía entrar y salir libremente de la tumba a través de una «puerta falsa», que se caracterizaba por una superficie empotrada con una entrada simbólica en el centro. A principios del Reino Medio, el diseño de la puerta falsa se combinó con otros elementos en estelas rectangulares. Este monumento del Primer Periodo Intermedio ejemplifica el inicio de ese proceso. Los textos inscritos en las jambas que flanquean la puerta doble proclaman las buenas acciones y logros del propietario. Fuente: Metmuseum.org