Ciclo de Conferencias

El mapa de los
objetos perdidos

Vestidos de palabra

Un acercamiento a los
textiles en la literatura

—8 de marzo de 2024—

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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A través de la charla nos acercaremos a la manera como los escritores describen la moda de su época o la época de la que tratan sus libros. El vestir es un atributo fundamental a la hora de desarrollar sus personajes, el vestir nos habla de carencias, deseos, posición social, tiempo en el que sucede la acción, comercio textil, clima. De ese modo, el vestir, además de representar la autopercepción de los personajes, funge como un indicio poderoso en la literatura que hila la historia y su atmósfera, llena de datos verisímiles la anécdota y hace de los libros un guardarropa arqueológico, un museo del vestir.

El mapa de los objetos perdidos responde a una preocupación por el territorio hispanoamericano y las formas de construcción memorística en torno a elementos concretos de nuestra realidad. Por ejemplo, ¿qué nos contaría una victrola si le diésemos voz? ¿Hablaría bambuco, son cubano o quizá tango? Y ¿acaso estos lenguajes no contienen en sí una gran parte de lo que es Hispanoamérica? Al mirar una construcción cusqueña, cualquier paseante avisado notará que en la piedra comulgan la cultura inca y la española; el pasado y el presente unidos por el mestizaje en forma de muro. ¿Por qué no hablar entonces de las piedras y la historia de un pueblo? ¿Por qué no hablar de los ríos y la guerra, ya en nuestro contexto más cercano? Para establecer dichas relaciones empezaremos por caminar un sendero que nos es familiar y conocido: el de lo literario. El programa de Estudios Literarios debe cruzar a la otra orilla y explorar diferentes instancias con el fin de enriquecer su entramado discursivo y fortalecer la divulgación de los productos académicos, tanto del cuerpo docente como estudiantil.

Expositor:

Juan José Giraldo Calle (1987) es coordinador de Extensión Cultural y Comunicaciones de la Universidad Pontificia Bolivariana, integrante de la Corporación Cultural Almenar, profesional en Estudios Literarios con énfasis en Literatura Hispanoamericana y candidato a magíster en Literatura. Parte de su obra poética aparece en la antología País en paralelo. Ha dirigido por cinco años el club de lectura «Letras al oído» de la biblioteca universitaria UPB. Varios de sus cursos y charlas han tenido lugar en la Universidad de Antioquia, la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín, la Casa Museo Otraparte, la UPB y Comfama. Fue guionista de la radionovela Aquilino el andariego, beca del Ministerio de Cultura 2020, y ha participado en la producción de varios audiovisuales, entre ellos Ajedrez oracular, filminuto documental ganador de la beca del Ministerio de Cultura 2020.

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Invita:

Universidad Pontificia Bolivariana

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Estaba sentado junto a la ventanilla abierta y, como en aquella tarde el frío era cada vez más intenso, y él era un joven delicado y consentido, se había levantado el cuello de su sobretodo de verano, de corte amplio y forrado de seda, según la moda.

Thomas Mann
La montaña mágica

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Entonces Crises, sacerdote de Apolo, que dispara de lejos, llegó a las veloces naves de los aqueos, de broncíneas túnicas para liberar a su hija, cargado de inmensos rescates, llevando en sus manos las ínfulas del flechador Apolo en lo alto del áureo cetro, y suplicó a todos los aqueos, pero, sobre todo, a los dos Atridas, ordenadores de huestes.

Homero
Ilíada

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Manjarrés se cree «un filósofo» y un «postergado». En el fondo goza con sus vestidos rotos. ¿Por qué no se afeita diariamente, si para ello no se necesitan riquezas? ¿Y el hedorcillo a sudor? ¡A mí no me engaña! Esos detalles miserables son la bandera desplegada de su orgullo; la publicidad de su sentimiento de «grande hombre incomprendido».

Fernando González
El maestro de escuela

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En busca del
tiempo perdido

~ Fragmento ~

Por Marcel Proust

Odette de Crécy volvió a ver a Swann, y menudeó sus visitas; a cada una de ellas se renovaba para Swann la decepción que sufría al ver de nuevo aquel rostro, cuyas particularidades se le habían olvidado un poco desde la última vez, y que en el recuerdo no era ni tan expresivo, ni tan ajado, a pesar de su juventud; y mientras estaba hablando con ella, lamentaba que su gran hermosura no fuera de aquellas que a él le gustaban espontáneamente. También es verdad que el rostro de Odette parecía más saliente y enjuto, porque esa superficie unida y llana que forman la frente y la parte superior de las mejillas estaba cubierta por una masa de pelo, como se llevaba entonces, prolongada y realzada con rizados que se extendían en mechones sueltos junto a las orejas, y su cuerpo, que era admirable, no podía admirarse en toda su continuidad (a causa de las modas de la época, y aunque era una de las mujeres que mejor vestían en París) porque el corpiño avanzaba en saliente, como por encima de un vientre imaginario, y acababa en punta, mientras que por debajo comenzaba la inflazón de la doble falda, y así la mujer parecía que estaba hecha de piezas diferentes y mal encajadas unas en otras; y los plegados, los volantes, el justillo seguían con toda independencia y según el capricho del dibujo o la consistencia de la tela la línea que los llevaba a los lazos, a los afollados de encaje, a los flecos de azabache, o que los encaminaba a lo largo de la ballena central del cuerpo, pero sin adaptarse nunca al ser vivo, que parecía como envarado o como nadando en ellos, según que la arquitectura de esos adornos se acercara más o menos a la de su cuerpo.

Pero luego Swann se sonreía, cuando ya se había ido Odette, al pensar en lo que ella le había dicho, de lo largo que le iba a parecer el tiempo hasta que Swann la dejara volver; y se acordaba del semblante inquieto y tímido que puso para rogarle que no tardara mucho, y de sus miradas de aquel instante, clavadas en él con temerosa súplica, y que le llenaban de ternura el rostro, a la sombra del ramo de pensamientos artificiales colocado en la parte anterior del sombrero redondo, de paja blanca, con brillo de terciopelo negro que llevaba Odette. ¿Y usted no va a venir nunca a casa a tomar el té? Alegó trabajos que tenía entre manos, un estudio en realidad abandonado hacía años sobre Ver Meer de Delft. Claro que yo no soy nada, infeliz de mí, junto a los sabios como usted, contestó ella. La rana ante el areópago. Y, sin embargo, me gustaría mucho ilustrarme, saber cosas, estar iniciada. ¡Qué divertido debe ser andar entre libros, meter las narices en papeles viejos!, añadió con ese aire de satisfecha de sí misma que adopta una mujer elegante cuando asegura que su gozo sería entregarse sin miedo a mancharse, a un trabajo puerco, como guisar, poniendo las manos en la masa…

O se ría usted de mí porque le pregunte quién es ese pintor que no lo deja a usted ir a mi casa (se refería a Ver Meer); nunca he oído hablar de él. ¿Vive? ¿Pueden verse obras suyas en París? Porque me gustaría representarme los gustos de usted, y adivinar algo de lo que encierra esa frente que tanto trabaja y esa cabeza que se ve que está reflexionando siempre; así podría decirme: ¡Ah!, en eso es en lo que está pensando. ¡Qué alegría poder participar de su trabajo! Swann se excusó con su miedo a las amistades nuevas, a lo que llamaba, por galantería, su miedo a perder la felicidad.

—¿Ah! ¿Conque le da a usted miedo encariñarse con alguien? ¡Qué raro!

—Yo es lo único que busco, y daría mi vida por encontrar un cariño —dijo con voz tan natural y convencida, que conmovió a Swann.

Ha debido usted de sufrir mucho por una mujer, y se cree que todas son iguales. No lo entendió a usted. Y es que es usted un ser excepcional. Es lo que me ha atraído hacia usted; en seguida vi que usted no era como todo el mundo… Además, dijo él, usted también tendrá que hacer; yo sé lo que son las mujeres; dispondrá usted de poco tiempo… Yo nunca tengo nada que hacer. Siempre estoy libre; y para usted lo estaré siempre. A cualquier hora del día o de la noche que le sea cómoda para verme, búsqueme, y yo contentísima. ¿Lo hará usted? Lo que estaría muy bien es que le presentaran a usted a la señora de Verdurin, porque yo voy a su casa todas las noches. ¡Figúrese usted si nos encontráramos por allí, y me pudiera yo imaginar que usted iba a esa casa un poquito por estar yo allí!

Indudablemente, al recordar de ese modo sus conversaciones cuando estaba solo y se ponía a pensar en ella, no hacía más que mover su imagen entre otras muchas imágenes femeninas, en románticos torbellinos; pero si gracias a una circunstancia cualquiera (o sin ella, porque muchas veces la circunstancia que se presenta en el momento en que un estado, hasta entonces latente, se declara; puede no tener influencia alguna en él), la imagen de Odette de Crécy llegaba a absorber todos sus ensueños, y estos eran ya inseparables de su recuerdo, entonces la imperfección de su cuerpo ya no tenía ninguna importancia, ni el que fuera más o menos que otro cuerpo cualquiera del gusto de Swann, porque convertido en la forma corporal de la mujer querida, de allí en adelante sería el único capaz de inspirarle gozos y tormentos.

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