Presentación

En la ribera del olvido

Antología personal

—11 de mayo de 2023—

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Carlos Framb (Sonsón, 1964) es poeta y ensayista, autor de los libros de poemas «Antínoo» y «Un día en el paraíso», y de las novelas «Del otro lado del jardín», «Deslumbramiento» y «Del bronce y del fulgor», esta última aún inédita. Ha sido librero y profesor de literatura. En 2023 se estrenará en HBO la película «Del otro lado del jardín», basada en su novela homónima.

Presentación del autor y su
obra por Pedro Arturo Estrada.

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En la ribera del olvido, edición de autor, reúne los libros Antínoo, Un día en el paraíso y Deslumbramiento. El erotismo y el viaje, el asombro y el amor por la ciencia son algunos de los temas presentes en libro, en los que alternan el poema y la prosa poética.

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Carlos Framb

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Cinco poemas
de Carlos Framb

Epifanía

Levitan en el aire del planeta esta mañana molécula de flor, murmurio de ave y polvillo vestigial de mariposa; partícula fugaz de rosada claridad atraviesa mi pupila, impregnada de abismal tiniebla, y, por vez primera hoy en el decurso de los días, he llorado de saberme el increíble habitante de una estrella, de saber que bogo en su atmósfera gloriosa y que resido en su esplendor. He llorado al descubrir que soy ápice del tiempo y su conciencia, que en mi cuerpo desembocan y se yerguen todos los seres que han existido.

Hoy he llorado la perseverancia del aliento y esta piel donde perdura la célula primera que, hace miles de millones de mañanas, empezó a esculpir un hombre partiendo del primario lodo. He llorado al hombre, frágil cosa, y a la vez mirada y voz del Universo. He llorado el corazón del hombre, capaz de tanta dicha. He llorado la extraña dicha de estas lágrimas.

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El tao del agua

Ahora que sé al fin lo que es el agua —cuán preciosa es para el ciclo de la vida y en cuánta exuberancia se manifiesta—, no sorprende que mi cuerpo la disfrute y sienta a tal punto placentera, que mi ser la honre, que mi voz la cante, que mi espíritu ame su fraternal virtud por la cual —una, la misma y de los diez mil seres huésped— hace suya la forma que la aloja y sin juzgar, sin atar, todo lo acoge y absuelve en su naturaleza tan sencilla y pura.

Ojalá fuera mía la generosidad del río y como él fluir sin un fin más que fluir, sin otra sed que abrevar la ajena sed, sin que nadie se resista y cada cual se allane a su natal tersura, fluir siendo a un tiempo camino y caminante, naciendo en manantial a cada instante, a cada instante desbocándose en insondables lejanías.

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Teoría de un encuentro

Algo nos prefiguraba en cada primitivo duplicado de molécula, en cada afortunada mutación de cromosoma, en cada cópula de seres verdiazules. En otros ojos empezábamos a ver, en el pez pulmonado eras tú, era yo quien respiraba y por siglos fue guardada nuestra huella aún anfibia en la memoria deleznable de la arena. Fría sangre de reptil horadó nuestras arterias y en sus ferales fauces eran nuestra hambre y nuestra sed las satisfechas. Asistimos a la noche pavorosa del saurio y —aunque no con esta piel— al sol calcinante del terciario; en la ardua glaciación y terrible tempestad, arborícola primate nos tuvo y alojó como suyo.

Cuántas edades trabajándonos un rostro, dibujando nuestros labios, tornándose en humana pubescencia las escamas; cuántas distancias esculpiéndonos los pies, inventándonos caminos, dejando a la abrasión del tiempo decantarnos un perfil; cuántas agonías sobreviviéndonos en cada decisivo alumbramiento, renaciendo siempre con la probabilidad adversa, siempre en busca de una nueva perfección, de una mayor tersura, de un cerebro superior a medida que nos erguíamos.

Cuánto Universo para que hoy nuestras manos se encontraran.

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Acción de gracias

Qué Cosmos es este, donde la flor más breve da perfume y nada hay tan pequeño que no haya sido engendrado entre esplendores. Cosmos que se deja admirar y conocer, que permite a nuestro espacio esa rara cualidad: la curvatura, y consiente la increíble ubicuidad de pi. Otras geometrías acaso hay que no sabemos.

Qué azar es este, el de morar en un fértil Universo cuyos mundos comparten la virtud potencial de hacerse piel inteligente, en cuyo abismo urden los seres tan profuso y enigmático tejido, en cuyo tórax de galaxias que se expande y que se enfría crepita aún la llama temblorosa de mi corazón.

Es mi asombro que tuviera cada cosa su existencia, cada cual su propio rostro, cada uno su nombre y un destino, que observara el arroyo el mandato inagotable de fluir, perpetuara la rosa en cada brote su misión de florecer y armonizara el polen con la abeja y con el viento.

Es mi alegría que tuviera la materia que soy el atributo de transmutarse en poesía, que del fuego original y su pavesa emanara este día de desnudez y paraíso, que en el cósmico espumar de la entropía irrevocable prosperara esta página fugaz de acción de gracias.

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Omnis moriar

No soy el primer adán que sueña no morir del todo y salvar un instante de paraíso al censo irrevocable del olvido.

Pero la fuerza de la vida me ha enseñado que nada hay acumulado en letra que no sea ceniza de quemadas naves, que la huella sólo queda en la planta del viandante, que he de pasar llevándome la esencia: el fulgor del sol, mil veces milenario y cada día nuevo, el momento en que me fue dado aquilatar el privilegio de existir, la leve hora en el cálido contacto de otra piel, la conciencia de ser una forma irrepetible: dócil barro en la mano del tiempo, el vertimiento del agua en la garganta de mi sed o en la almohada de mi llanto…

Moriré del todo, como este solitario instante, que ya no es.