Conversación

Escribir para
contar la vida

Escritoras barranquilleras

—5 de diciembre de 2022—

Mosaico con fotografías de las escritoras barranquilleras Amira de la Rosa, Fanny Buitrago, Lydia Bolena, Marvel Moreno, Meira Delmar y Olga Salcedo.

Amira de la Rosa, Fanny Buitrago, Lydia Bolena, Marvel Moreno, Meira Delmar y Olga Salcedo.

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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En medio del agitado siglo xx comienzan a aparecer lentamente, pero con gran fuerza, las voces de las mujeres barranquilleras. Se rompen estereotipos desde muchos lados: algunas trabajan, otras se convierten en activistas, en cantantes o actrices, y otras pocas, escriben. En una ciudad donde el progreso, el comercio y el dinero son lo más importante, la intelectualidad, la cultura y, sobre todo, la escritura, se convierten en un escape y una forma nueva de contar la vida. Lydia Bolena (1882), Amira de la Rosa (1903), Olga Salcedo (1915), Meira Delmar (1922), Marvel Moreno (1939) y Fanny Buitrago (1943) fueron escritoras pioneras que se atrevieron a romper las convenciones, a tomar espacio y construir sus propias habitaciones; incluso ante las dificultades que eso conllevaba. Este trabajo de grado de Melissa Téllez Hernández explora la entrada de las escritoras barranquilleras a los círculos literarios de la ciudad, la voz femenina del Caribe, los desafíos sociales, culturales y políticos a los que se enfrentaron, y el olvido, exclusión e invisibilización al que han quedado relegados sus trabajos.

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Melissa Téllez Hernández es periodista de la Universidad de Antioquia, lectora apasionada y aprendiz de escritora. Forma parte del equipo editorial de la Revista Mugre y es integrante del semillero de investigación Mujeres y Literatura de la Universidad de Antioquia.

Presentación de la autora y su
trabajo por Claudia Ivonne Giraldo.

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«El proceso de inserción de las escritoras barranquilleras al gremio literario fue recorrer el camino cientos de veces transitado por otras mujeres en muchos otros lados del mundo. Fue romper el silencio una y otra vez, luchar contra el capitalismo salvaje que siempre ha inundado a la ciudad, romper el esquema de las mujeres de bien y el estereotipo, hacerse un espacio a la fuerza, incluso en contra de los dueños de la intelectualidad costeña. Construir una habitación propia con vistas al río y al mar. Todo el sistema literario ha sido un desafío para las mujeres literatas. No fue fácil y estoy segura de que hoy, más de un siglo después, tampoco lo es».

«Cuando miro atrás encuentro que mi formación literaria estuvo llena de nombres de hombres, siempre los grandes señores de la literatura. Mujeres muy pocas, casi ninguna, la voz del Caribe colombiano silenciada, la voz femenina olvidada. Nada de Marvel, de Amira, ni siquiera de Meira o Fanny y mucho menos de Lydia ni de Olga. Este trabajo nació como una necesidad personal de conocer y de hablar sobre algunas de las mujeres que abrieron el camino a otras barranquilleras como yo, apasionadas por la escritura y la lectura. Nació también con el ánimo entender los factores sociales que incidieron en la entrada de estas mujeres a los círculos literarios, de cuestionar las dinámicas intelectuales de la costa, descifrar la identidad de la escritora barranquillera, pero sobre todo, seguir difundiendo el legado de estas artistas tan maravillosas, que contra todo pronóstico, lograron derribar las paredes de la intimidad mientras se hacían su propio espacio en un lugar históricamente ocupado por hombres».

Melissa Téllez Hernández

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Melissa Téllez Hernández

Melissa Téllez Hernández

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El viaje

~ Meira Delmar ~

Yo me iré una tarde
de lluvia gris.
estarán, como ahora,
silenciosos los árboles
y apagados detrás de la niebla.

El agua, cayendo,
soñando apenas,
dibujará fantasmas desvaídos,
y un ángel triste cerrará las nubes
con manos de marfil.

Entonces yo me iré.
Tan vagamente como se va un camino
me iré. El viento, afuera,
abrirá los jacintos,
y será como si, por un instante,
la tarde se pusiera
dorada.

          Y tú estarás pensando por qué
me he quedado tan quieta.

Fuente:

Jaramillo, M.; Osorio, B. Meira Delmar: poesía y prosa. Ediciones Uninorte, 2003.

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La abuela recuerda

Por Lydia Bolena

La Sra. Ramel, roja de cólera, no obstante su rugosa coraza de setenta y tantos inviernos, miró a su nieta Eugenia con severidad de funcionario y exclamó:

—Miren la osadía de esta chiquilla, que se permite contrariar la voluntad de los mayores. ¡Qué épocas, Dios mío!… ¡qué escándalos los de la sociedad moderna!… ¡qué libertad de costumbres! No bien han ajustado las muchachas tres lustros, cuando se consideran aptas para tener dares y tomares con los mozalbetes tan presumidos como ellas. Y, vamos a ver, supongamos que se tengan la debilidad de convenir en este matrimonio; ¿cómo se casa ese muñeco de Claudio? Si aún tiene que pedir a sus padres los centavos para pagar al peluquero. Sólo un cerebro de niña desequilibrada puede pensar en tal disparate. Pues ya lo sabe, señorita de los cuchicheos: Estoy dispuesta a redoblar la vigilancia para evitar que ese títere se acerque por aquí. ¡Ay! de ambos si yo sorprendo las cuitas… ya me verán… ya me oirán.

Eugenia oyó a su abuela sin replicar sumida en momentánea tristeza, porque amaba a su Claudio con el sublime desvarío de las almas que aún no han sentido el frío de la desilusión.

—Qué sabrá de amor mi abuelita —se decía la niña.

Por lo demás, el espionaje la tenía sin cuidado. Bien sabía la traviesa muchacha que la anciana no podía vencer el sueño que la invadía en las primeras horas de la tarde, precisamente cuando ella charlaba con su novio. Oída que fue la filípica, silenciosa se hundió entre los almohadones de un sofá, cerca de los balcones; abrió las persianas y dejó vagar su mirada por los árboles del patio que empezaban a caer en el melancólico sopor bajo los tintes amarillentos del crepúsculo.

Al anochecer, como de costumbre, la abuela se reclinó y cerró los párpados. Eugenia sonreída y ruborosa abrió la verja del jardín, para dar paso a un apuesto adolescente que estrechó su mano con ternura. Olvidados de cuanto les rodeaba, los jóvenes dejaron correr el tiempo en conversación dichosa y animada. La abuela, de improviso, se estremeció, lanzó un suspiro y con supremo esfuerzo abrió los ojos. Su mirada turbia recorrió el salón vacío. Iracunda, se irguió.

—De seguro está Eugenia en coloquios con ese Claudio —murmuró—, y se dirigió al balcón, dispuesta a dejar sentir su autoridad. Temblorosa, cerró su abrigo y se inclinó sobre el barandaje para inspeccionar el patio. No tardó en presentarse a su vista el cuadro tierno que formaban los enamorados. La muchacha ingenuamente tenía su cabeza apoyada en el hombro de su amante. Este besaba los castaños rizos de su amada con respetuosa emoción. La anciana, tocada repentinamente por una impresión indefinible, los miró silenciosa.

Algo así como una racha de aire cálido y juvenil bañó su corazón aterido por las amarguras de un largo vivir; entre las brumas de su mente brilló un recuerdo que fue como un rayo de sol sobre estepa de hielo.

¡Al igual que su nieta tuvo ella, en lejanos tiempos, los cabellos rubios, y también un novio fino y galante —su Rafael inolvidable—, lo besaba con la misma adoración de Claudio! Pensativa y muy triste, la señora Ramel se retiró del balcón y dirigió a su alcoba; de la gaveta de una antigua cómoda sacó un retrato descolorado, e intentó llorar, pero no pudo. ¡La abuela no tenía ya lágrimas!

Fuente:

Bolena, L. «La abuela recuerda». Sábado, revista semanal. Vol. 01, n.º 18, 3 de septiembre de 1921.