Conferencia

Territorio e individuación en la
obra de Fernando González

Agosto 13 de 2009

Fernando González por Jorge Obando C.

Fernando González
Fotografía por Jorge Obando C.

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Eufrasio Guzmán Mesa (Tuluá, Valle, 1951) es escritor e investigador de literatura y poesía. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, desde 1981 ha sido profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia y actualmente es su director. Su tema de escritura y de trabajo intelectual ha sido el conocimiento del ser humano como portador de una naturaleza que lo hace ser como es y su realización en el contexto de una cultura concreta. Ha realizado investigaciones tanto sobre este tema de la distinción naturaleza-cultura como sobre las obras del poeta cubano José Lezama Lima y sobre el escritor antioqueño Fernando Vallejo, en cuya obra investiga la idea de la naturaleza humana. Ha escrito ensayos sobre algunos de los poetas colombianos contemporáneos y sobre temas de antropología y etología humana. Ha publicado, entre otros: “Del patio y el velamen” (ensayos sobre la obra de Lezama Lima, Editorial Endymión, Medellín, 1986), “De la navegación” (poesía, Medellín, El bolsillo roto, 2003) y “Respiración de la casa” (poesía, Medellín, Editorial Lealon, 2008). Actualmente investiga el tema de individuación y pregunta por el territorio en la obra de Fernando González.

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De Los negroides

Yo, señores, fui el niño más suramericano. Crecí con los jesuitas; fui encarnación de inhibiciones y embolias; no fui nadie; vivía de lo ajeno: vivía con los Reverendos Padres… De ahí que la protesta naciera en mí y que llegara a ser el predicador de la personalidad. Mi vida ha estado dedicada a devolverles a los Reverendos Padres lo que me echaron encima; he vivido desnudándome. Soy el predicador de la personalidad; por eso, necesario a Suramérica. Dios me salvó, pues lo primero que hice fue negarlo, donde los Reverendos Padres. Tan bueno es Dios, que me salvó, inspirándome que lo negara. Luego le negué todo al Padre Quirós. ¡El primer principio! Negué el primer principio filosófico, y el Padre me dijo: “Niegue a Dios; pero el primer principio tiene que aceptarlo, o lo echamos del Colegio…”. Yo negué a Dios y el primer principio, y desde ese día siento a Dios y me estoy librando de lo que han vivido los hombres. Desde entonces me encontré a mí mismo, el método emotivo, la teoría de la personalidad: cada uno viva su experiencia y consuma sus instintos. La verdadera obra está en vivir nuestra vida, en manifestarnos, en auto-expresarnos.

Precisamente en el hombre más inhibido, y en el país más inhibido y en el Continente más vanidoso, tenía que aparecer la filosofía de la personalidad.

Resumiré aquí, para la juventud, las normas que encontré en mí mismo, al separarme de los reverendos padres:

PRIMERA. El objeto de la vida es que el individuo se auto-exprese. La Tierra es teatro para la expresión humana; el hombre es cómico; la vida es representación.

SEGUNDA. La sociedad no es persona: es forma, función de los individuos; es para uso de los individuos. El último fin de toda actividad debe ser el individuo. El socialismo, sobre todo el católico, es blandengue, negación de las ideas de Cristo. León XIII quitó al catolicismo todo lo que tenía de cristiano; fue anticristo; hasta su físico era el de Voltaire. Este Papa transó con la ciencia de cocina que impera en Europa. Por ejemplo, para Cristo, el pobre, en cuanto tal, era motivo de disciplina para los ricos; su caridad era asunto íntimo, motivación, escala; para los católicos, la caridad es social, negocio de viejas vanidosas, competencia de instituciones anónimas con la civilización de cocina y de máquina de Europa. La oración, en Cristo es íntima, individual; para los católicos es función social. El verdadero Cristo no era de rebaño.

TERCERA. El ladrón y el honrado, el santo y el diablo, son igualmente buenos para el metafísico, pues ambos se auto-expresan.

CUARTA. El individuo, al autoexpresarse, se acerca al Espíritu, pues se va desnudando, va perdiendo la vanidad.

QUINTA. La cultura consiste en métodos o disciplinas para encontrarse o auto-expresarse.

SEXTA. La pedagogía consiste en la práctica de los modos para ayudar a otros a encontrarse; el pedagogo es partero. No lo es el que enseña, función vulgar, sino el que conduce a los otros por sus respectivos caminos hacia sus originales fuentes. Nadie puede enseñar; el hombre llega a la sabiduría por el sendero de su propio dolor, o sea, consumiéndose.

SÉPTIMA. Lo esencial en los programas de la escuela, es la lógica. Toda ciencia tiene un método, un ritmo; todo hombre tiene su método y su ritmo; he ahí cuál debe ser la base de las escuelas. Programa que no comporte curso de lógica en cada año de estudios, es fracaso. ¿Qué importa la obra? Importa el artífice. La obra, una vez terminada, es objeto. Lo único dinámico, siempre prometedor y finalidad última es el espíritu.

Fernando González

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Fernando González
Territorio e individuación

Introducción

Por Eufrasio Guzmán Mesa

En esta ocasión me he acercado a la obra y la personalidad de este escritor antioqueño con el interés de rastrear y recoger lo que considero dos interesantes núcleos de su aventura expresiva y de su ejercicio de pensamiento. Estamos frente a un artista rico en individuación y personalidad y frente a un intelectual que con gran responsabilidad recogió los testimonios y legados de hombres como Miranda y Bolívar, para sólo mencionar dos de ellos, quizás los más significativos por sus resultados y posturas finales. No sobra señalar como lo han hecho los historiadores y estudiosos de las ideas en nuestro medio que Francisco de Miranda y Simón Bolívar iniciaron su aventura como exigencia de reconocimiento. No había en ninguno de los dos un comienzo consciente de sus metas finales, sólo quizás imágenes, bosquejos tímidos, era más bien su necesidad de afirmación, el proceso de reclamo a derechos que sentían escamoteados lo que los llevó posteriormente a convertirse en líderes de la emancipación de Suramérica. La experiencia intelectual y literaria de Fernando González está por el contrario dotada de una muy temprana conciencia de los horizontes y las metas, fruto quizá de su propio genio personal y por supuesto de las posibilidades que su tiempo le permite.

Fernando González se distingue claramente en el contexto de las letras regionales y nacionales por su coherencia, por las dimensiones muy ricas de su ejercicio expresivo y por un esfuerzo de pensamiento que está vinculado estrechamente a su vida y al interés de su generación en toda América Latina por pensar y reflexionar sobre los destinos de nuestras naciones, que después de casi un siglo de emancipación política seguían balbuceando horizontes, discutiendo perspectivas y reclamando direcciones. Desde las aulas escolares fue notable su singularidad, la valentía con la cual asumió el misterio mismo de la vida y del ser. Desde sus primeros ejercicios literarios y académicos era consciente de afrontar una tarea que implicaba pensarse y rendir cuenta de unos destinos comunes ya no a generaciones sino a pueblos, a una porción del continente americano.

Estos dos ejes o temas de la indagación se tejen de distinta manera en cada una de sus obras, se pueden de manera tentativa señalar esquemas o figuras que presiden ese esfuerzo simultáneo, paralelo, coincidente. Se empieza por preguntas que implican la visión de todo el continente, América Latina, Suramérica, la Gran Colombia, la nación colombiana, Antioquia, el propio terruño de Envigado, el predio más inmediato a su cuerpo; se parte igualmente de las urgencias de una conciencia histórica, cósmica, para terminar en un experiencia mística del propio ser concentrada en unos ademanes y unos gestos esenciales. La figura que acude a mi palabra es la espiral que estrecha su vórtice y se concentra y allí hay un camino muy diferente al de los destinos que para la individuación trazan los sabios al respecto. Jung, por ejemplo, y con él muchos dedicados a ello, como los románticos y algunos maestros esotéricos, suponen un proceso que arranca desde la conciencia inmediata del cuerpo y el yo más nodular hasta llegar paulatina y progresivamente a una conciencia cada vez más expandida y amplia que concluye en la conciencia global, cósmica, pasando por supuesto por el encuentro del otro desde la forma inmediata del padre, la madre, el hermano, el vecino, hasta reconocer el igual, el otro extraño y ajeno que se han de integrar para lograr la suma coherente que aglutina en un ser todo lo propio y lo ajeno. No es aventurado decir que la inversión de esa espiral es muestra de una conciencia de sí muy peculiar, de un proceso de individuación único y vigoroso, de una experiencia personal compleja, arriesgada y refractaria a la inmediata comprensión, tímida y lenta para dejar ver su riqueza numinosa y humana.

Fuente:

Comunicación personal con el autor.