Lectura y Conversación

Felipe García Quintero

—27 de agosto de 2020—

Felipe García Quintero

Felipe García Quintero

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Felipe García Quintero (Bolívar, Cauca, 1973) es magíster en Estudios de la Cultura de la Universidad Andina Simón Bolívar de Ecuador, en Filología Hispánica del Instituto de la Lengua del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y doctor en Antropología de la Universidad del Cauca. Es autor de los libros de poesía «Vida de nadie» (Madrid, 1999), «Piedra vacía» (Quito, 2001), «La herida del comienzo» (Granada, 2005), «Mirar el aire» (Bogotá, 2009), «Siega» (Bucaramanga, 2011), «Terral» (Montevideo, 2013), «Algún latido» (México, 2016) y «Animal de ayer» (Santiago, 2018), así como de las selecciones personales «Horizonte de perros» (Cali, 2005; La Paz, 2010), «Honduras de paso» (Mérida, 2007), «El pastor nocturno» (Santo Domingo / Bogotá, 2012), «Cavado (hasta el silencio)» (Sevilla, 2016) y «Las presas por su sombra» (Santiago, 2018). Mantis Editores de México publicó «La piedad – Poesía reunida (1994-2013)» con un estudio introductorio de César Eduardo Carrión, y en 2019 Rafaelli Editore publicó «Fino al silencio» (antología personal bilingüe español / italiano, traducción de Emilo Coco). Obtuvo por concurso los premios de poesía «Encina de la Cañada» (España), «Neruda 2000» (Chile) y «Eduardo Cote Lamus» (Colombia). Actualmente se desempeña como profesor titular del Departamento de Comunicación Social de la Universidad del Cauca en Popayán.

Presentación del autor y
su obra por Lucía Estrada.

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Felipe García Quintero es poseedor de una de las más originales e interesantes voces de la actual poesía colombiana. Su obra poética ha crecido de manera solitaria, tranquila e independiente; sin propaganda, ni inventados malditismos ni reflectores: a la sombra del árbol del asombro. Alejada del mercado editorial y del mundo cultural institucional y de los medios de comunicación de masas. El suyo es un sendero nuevo que deja sobre la hierba fresca una sutil y visible impronta, con la lentitud de la paciencia y el paso cuidadoso del funámbulo.

Samuel Vásquez

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Felipe García Quintero es el poeta colombiano más sobresaliente de los nacidos en la década del setenta. Lo atestiguan los importantes premios nacionales e internacionales que sus libros han logrado […]. Hay un fenómeno particular que se presenta en esta poesía: un movimiento, como un secreto aleteo, como una respiración queda, como un correr de aguas densas, que va del interior solitario del ser del poeta a su pequeño entorno familiar. Entorno que está no solo conformado por seres humanos, sino también por un conjunto de animales agrestes. Un rasgo bucólico surge en la última poesía de García Quintero, de manera particular en el inicio de Siega y Terral, trazado por vacas, caballos, palomas, gallinas y moscas que corroboran, por un lado, el origen campesino del poeta, y, por otro, su vínculo fundamental, como escritor nacido en el sur de Colombia, con la obra de Aurelio Arturo.

Pablo Montoya Campuzano

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Si oímos atentos a la voz que nos guía en este libro [Siega], sabremos que no estaba sola en su sonido, pues «mi voz escuché en el gemir de la cabra solitaria», afirma el poeta colombiano, y con ello concentra más aún su lugar de acogida y de espera-esperanza a eso que lo rodea y que en su voz habla. Pero cuando, pacientes, estamos seguros de empezar a oír esa voz, o esas palabras, sorprendentemente lo que sucede es o un silencio o un desvío que nos hace oír a quienes no esperábamos, a los muertos. Si las cosas siguen en su latente vida, si «la fresca hierba, el cálido viento adentro, aún gravitan de la voz que los llama», esto sucede «sin nombre ya, es cierto», leemos. Ante las cosas no hay un lenguaje que proceda sino una mueca de boca vacía o silenciada que llama ya sin nombre, y va al encuentro con lo que lo rodea y con lo que lo habita. ¿Quién es ese que acude, sin palabras ni armadura, al encuentro con lo que existe? La respuesta puede conmovernos, pues se dice que «los muertos no desisten de hablar»; es más, tampoco desisten de escribir: «incluso, su muerte misma en nosotros, todo el aire de sus pensamientos».

Mónica Velásquez Guzmán
Universidad Mayor de San Andrés
Bolivia

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Portadas de dos libros de Felipe García Quintero

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Tres poemas de
Felipe García Quintero

La vaca

Bosteza la vaca de ojos mansos.
La hierba cómo abriga.

Sobre su lomo latente la garza
camina y camina.

El silencio cuánto espera
si en la tarde se detiene el viento del sueño
y las nubes se espabilan.

El sol de mis cenizas abraza el sosiego.

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La polilla

En silencio trabaja la polilla el madero.

Semejante al insecto yo lo hago con esta página infatigable, y como la noche, desnuda y honda.

Entre las pequeñas sombras imagino sus pasos llenos de oscuridad.

¿Ese murmullo es la soledad roída del lenguaje?

La presencia del ruido anticipa lo incierto, el constante corroer que aún no tiene nombre.

Junto a mis pocas palabras estos residuos sonoros son piedrecillas sobre el papel, leves tesoros desenterrados de la calle.

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Las gallinas

a la memoria de
Guillermo de Jesús Quintero

Estas aves lerdas crecieron conmigo en el patio. Sin embargo no han merecido antes un pensamiento mío.

Sólo hasta ahora que las recuerdo acompañando el silencio quedo de aquellas tardes largas del verano.

Porque escarbé la tierra con ellas, grano a grano su maíz llenó de soles mis manos.

Muchas veces de niño trepé al árbol y sacudí con fuerza los brazos, y cacareé la dicha de tener primero el tibio huevo torneado de blanco.

Por cierto, no son estas las aves que Baudelaire vio en nosotros. Tampoco guardan la virtud del ruiseñor de John Keats, ese pájaro no destinado a la muerte. Menos aún la fortuna de la alondra de Quessep, ni conservan algo de las 13 facultades que Wallace Stevens notó en el mirlo.

Nada de eso les ha sido conferido a las gallinas.

Ningún linaje o atributo más que pisar la tierra con nosotros, de andar por siempre en el suelo picoteando cuencos vacíos de estrellas.

Y como nosotros hoy, ellas un día también ya lejano, perdieron el vuelo mas no ese cantar el campo.

Desde entonces nunca jamás por el alba se extravió el rumbo del labrador solitario.