Presentación

Finales para Aluna

Febrero 20 de 2014

“Finales para Aluna” de Selnich Vivas

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Selnich Vivas Hurtado es profesor de Literatura de la Universidad de Antioquia. Doctor en Literaturas Alemanas y Latinoamericanas de la Universidad de Freiburg, Alemania. Entre sus obras se encuentran “Para que se prolonguen tus días” (novela, El Astillero, 1998), “K. Migriert” (Universität Freiburg, 2007), ensayo en torno a la obra de Franz Kafka y Colombia, “Sveta Aluna: Stolpersteine —poemas traspiés—“ (El Astillero, 2008), “Déjanos encontrar las palabras” (Premio Nacional de Poesía, Universidad de Antioquia, 2011), “Zweistimmige Gedichte” (en colaboración con Judith Schifferle, Prut Verlag, Ucrania, 2012) y “Finales para Aluna” (novela, Ediciones B, 2013). Ha traducido poemas de Georg Trakl, Gottfried Benn y Paul Celan; cuentos de Franz Kafka y ruakiai de la cultura indígena minika del río Igaraparaná. Tiene inéditos los libros “Contra editores” (cuentos) y “Baiainguai” (poemas de mujeres indígenas).

Presentación del autor
por Patricia Nieto

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Ediciones B

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Sveta Aluna hace parte de un universo de sentidos que rebasa lo físico, y sugiere, como en uno de los epígrafes que introducen la novela, una existencia extracorpórea, sobrenatural. Muerta Aluna, muerto lo divino, queda en pie la mentira, a modo de velo que encubre la verdad y, al mismo tiempo, ayuda a construir la ficción.

Juan Carlos Jiménez

La mujer como clave natural. Mirada desde su ciclo lunar, desde la interioridad y la libertad sexual. Este punto es de vital importancia al referirse a Finales para Aluna, ya que permitirá ver la novela como representante de una visión de mundo de un género que ha sido valorado secundariamente y que gracias a este tipo de manifestaciones puede verse como protagonista de una realidad universal donde la existencia del género masculino es prescindible para el funcionamiento de la novela.

Sebastián Rodríguez Ruiz

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Selnich Vivas Hurtado

Selnich Vivas Hurtado
Foto por Javier Londoño

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Finales para Aluna

Fragmento

Ellas controlarán la palabra, pero no se les prohibirá hablar a otras mujeres que por una u otra razón habían llegado a conocer a Nimairango. Ákua Karabalí pedirá la palabra rodeada de valentía, aun en contra de la sorpresa de las jefas. Su cargo de secretaria en la Rectoría le concederá un aura de veracidad.

En aquella época —tomará una bocanada de aire y se fijará en algunas chicas en particular, como queriendo darles algún mensaje—, yo acababa de llegar de Togo y no conocía Freiburg. Una noche, mientras paseaba por la Rose-Ausländer-Straße, rumbo a la residencia estudiantil, sentí una presencia extraña que me estremecía. Eran tres personas. Lo supe por el ruido de las pisadas en el cemento. Aceleré el paso e intenté cruzar a la otra acera, pero el Straßenbahn me lo impidió. Vi cómo los pasajeros me miraban y me advertían de lo peor. No me quedaba otra y decidí correr hasta la próxima estación. En mi país había vivido experiencias similares, pero allá tenía más confianza en mí misma y me atrevía a confrontar a los agresores. Aquí por el contrario me veía indefensa, era una mujer vulnerable y extranjera. Los pasos perseguidores eran más veloces y largos que los míos. En unos cuantos segundos me alcanzaron y no tuve otra opción que darme la vuelta. Los miré a los ojos. Efectivamente eran tres. Tres mujeres con las cabezas rapadas. Me atraparon por el cuello y la cintura y me empujaron a los fondos de un puente sobre un canal. Sabía que me iban a matar. “Extranjera hijueputa”, me gritaron y el aire se me empezó a espesar y a alejar. Debajo del puente estaba muy oscuro y los rodillazos que me propinaban en breve iban a romper las costillas. Fue en ese momento que vi algo raro. Era una aparición en forma de perro grande, de gato gigante y negro. No lo supe. No había visto estos animales en Togo y no tenía idea de que existieran en Freiburg y de que se pasearan por allí sueltos. Las tres mujeres no se fijaron en el gato, se encontraban demasiado ocupadas con la paliza que me daban. Les aseguro que pensé que todo era una desgracia. Mi primer día en Alemania y ya mi beca, mi estudio, mi experiencia en Europa se acababa por culpa de tres asesinas. Les imploré en mi lengua que no lo hicieran. Pero ellas seguían sin entenderme y sin entender, pienso ahora —Ákua las mirará con nobleza y altura— la razón por la cual cometían esos crímenes. El gato, misteriosamente, el gato, sí me entendió y saltó al hombro de la más alta y orejona. Fue un susto bien planeado. El gato se apoderó de un mordisco de la oreja derecha y se la arrancó y tragó de un bocado. El chorro de sangre y la impresión de verse sin oreja derrotaron a la jefa de las agresoras, quienes en un rapto de pánico colectivo salieron corriendo, al tiempo que, desesperadas, pedían ayuda. Una taxista cómplice las auxilió y las llevó al hospital más cercano. Yo apenas me levantaba del suelo y trataba de reponer fuerzas para aguantar el ataque del gato gigante, ahora frente a mí. No supe qué era mejor, morir molida a golpes por tres energúmenas o mordida por un jaguar negro. Me encomendé a mis espíritus y dejé que sucediera lo que debiera suceder. Ante la muerte hay que tener pocos razonamientos. El jaguar negro, en contra de lo que yo esperaba, no se me abalanzó. Se quedó parado a mi lado y me ayudó a sacudir y arreglar la ropa, en parte, rasgada por las agresoras. Animales tan educados definitivamente no había conocido nunca. Le sonreí y lo miré con más atención y me di cuenta de que no era un jaguar negro sino una mujer delgada y diminuta, bastante cariñosa, por cierto, con los rastros de sangre en la boca. “En estos casos —dijo en mi lengua— no hay que pensarlo dos veces, un mordisco seco y la oreja cae como una hoja”. Le agradecí. Caminamos juntas el resto de la calle hasta la residencia donde iba a vivir. Le pregunté su nombre. “¿Cuál nombre quieres, el cristiano, el literario o el espiritual?”. Me dio vergüenza decir que los tres y dije que el cristiano, pues yo también lo era. “Rita Feind”, respondió en un alemán impecable. Años después me enteré de que era la misma Sveta Aluna que hoy invocamos. Nos hicimos amigas y, gracias a su cercanía con la rectora, un día me consiguió el trabajo como secretaria que me permitió pagar mis estudios.

Fuente:

Vivas Hurtado, Selnich. Finales para Aluna. Ediciones B, Bogotá, 2013.