Conversación

Fuego en las palabras

Una conversación en torno
a «Estaba en llamas
cuando me acosté»

—25 de mayo de 2023—

Juan Mosquera y Alejandro Gaviria

Juan Mosquera y Alejandro Gaviria

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YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Juan Mosquera Restrepo (Medellín, 1973) es comunicador social y periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana. Hijo de padre chocoano y madre antioqueña. Él negro, negrísimo. Ella blanca, blanquísima. Ha trabajado en prensa, radio, cine y televisión. Ha sido guionista, columnista de opinión, cronista, editor y director, entre otras labores para medios nacionales y extranjeros. Trabajos suyos forman parte de algunas antologías de periodismo. También es autor de algunas piezas que involucran danza, música y otros lenguajes artísticos, siempre cercano a la poesía. Su primer libro, «Estaba en llamas cuando me acosté», fue publicado en 2022 por Sílaba Editores. Activo promotor de la defensa de la vida y de los derechos humanos. Escribe a diario.

Alejandro Gaviria Uribe (1966) es ingeniero civil y economista. Fue ministro de Educación del actual Gobierno, precandidato a la Presidencia de la República, rector de la Universidad de los Andes (2019-2021) y miembro de The Lancet COVID-19 Commission, creada para ayudar a acelerar soluciones globales, equitativas y duraderas a la pandemia. Dirigió el Centro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y el Caribe (CODS) y durante seis años fue ministro de Salud y Protección Social de los gobiernos de Juan Manuel Santos. Antes había ejercido como subdirector del Departamento Nacional de Planeación, subdirector de Fedesarrollo, investigador del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington y decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. Se ha destacado como investigador de temas sociales. Entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio Juan Luis Londoño (2003), el Premio Simón Bolívar a mejor columna de opinión (2009) y el Premio Portafolio al mejor docente universitario (2010). Es autor de «Alguien tiene que llevar la contraria» (2016), «Hoy es siempre todavía» (2018), en el que da cuenta de la manera como enfrentó y superó un cáncer linfático que le apareció cuando era ministro, «Siquiera tenemos las palabras» (2019), «Otro fin del mundo es posible: cómo Aldous Huxley puede salvarnos» (2020), «En defensa del humanismo» (2021) y «No espero hacer ese viaje» (2022).

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Advertencia: Lea bajo su propio riesgo. Este libro duele.

Pilar Quintana

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Páginas adentro, un país se refleja en un espejo hecho trizas, como el país mismo; una familia descuelga cuadros de una pared en ruinas; el amor sigue siendo amor, aunque en la madrugada y bajo la lluvia se empapen algunos fantasmas. Páginas adentro, suenan canciones a bajo volumen y se escuchan silencios ensordecedores. Poemas, relatos, prosas breves, instantes y polaroids componen este libro escrito en tono íntimo. En Estaba en llamas cuando me acosté el autor recoge textos dispersos como migas de pan que han marcado un camino que solo sirve para perderse. Sinceridad, ternura, dolor y asombro asoman en este libro firmado por Juan Mosquera Restrepo. Hay quien se acerca a las palabras como quien se asoma a un abismo.

Los Editores

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Seis textos de
Juan Mosquera

Sístole, diástole
y diáspora,
movimientos de corazón lejano.
Los rieles de la vía
de un pueblo antiguo
besan el paso de un tren
que se va.

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No quiero contar días
como líneas en la pared de una cárcel.
Otros ya lo están haciendo.
No quiero contar muertos
como números en una hoja de estadísticas.
Otros ya lo están haciendo.
Solo quiero contar con palabras
lo que estoy sintiendo
pero el silencio ya lo está haciendo.

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El político que perdió las elecciones sigue sonriendo
en las lonas de sus vallas de campaña.
Tal vez sólo ahí.
Además de las votaciones perdió el interés
de recoger todo eso que fue ilusión y ahora es basura.
A kilómetros del sitio de su derrota
en alguna carretera colombiana
vi su imagen de alegría de agencia,
su actitud de confíeme a su madre
que la cuidaré bien
aunque no me interese siquiera su nombre.
Vi su foto hecha techo y pared
en un rancho
al que entraban la lluvia y las angustias.
Bajo esa lona un niño llorando buscaba refugio.
Él sonreía.

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Algo descubro de cierto al cruzar este desierto: juntar unas palabras no es lo mismo que decir algo. Y sumar silencios no calma la sed. Seco está el tintero. Seca el alma y el duelo. Todos los diccionarios son libros ajenos y las únicas letras que pueden significar algo son las cinco de escribir vacío. A veces qué abismo es uno mismo. Ya no encuentro ese lugar del que venían las historias que solía contar, aunque mejor lo admito; sí lo veo, pero tengo cierta imposibilidad para hacer un río con las gotas que me quedan.

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La tristeza me conoce; viaja conmigo en el mismo taxi, ninguno de los dos dio alguna dirección al conductor y sin embargo aquí vamos. Tengo el pulso frágil. La noche en vela no da firmeza. Y esta ruta, por corta que sea, es demasiado larga. Conozco la tristeza; me mira desde el espejo. No hablo del miedo, el temor o el desconcierto, hablo de la tristeza que también se viste con mis ropas y sale a la calle vestida de mí saludando a mis amigos como si fuera yo en un tono menos alegre. Ella, la más presente de mis ausencias, se llama tristeza.

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Escribir. Por necedad o necesidad. Escribir con la urgencia más apremiante que te acerca y te aleja de la gente. Escribir como único verbo que invita a la acción, como primera y última devoción. Escribir porque entre el latido y los dedos reconoces la obligación de la misma manera que el silencio también está en la voz. Escribir con sed y bajo el sol, también a la sombra del árbol mayor. Escribir con la certeza de ser parte de tu propia conspiración. Escribir como única religión. Escribir con odio. Escribir por amor. Escribir para tejer telarañas que rompe el viento después. Escribir para recordar que somos olvido y tal vez. Escribir para encontrar la mirada perdida.

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