Presentación Quinta Edición

Fernando González

Filósofo de la Autenticidad

Febrero 15 de 2008

"Fernando González, Filósofo de la Autenticidad" de Javier Henao Hidrón - Quinta Edición

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Presentación de la quinta edición de “Fernando González, Filósofo de la Autenticidad” de Javier Henao Hidrón. El autor nació en Medellín y está domiciliado en la capital de la República. Abogado de profesión. Docente en universidades de Medellín y Bogotá, secretario de gobierno de su ciudad natal, secretario de educación de su departamento, ex magistrado del Consejo de Estado. Ha publicado, entre otros, “Panorama del Derecho Constitucional”, “Derecho Procesal Constitucional”, “Constitución Política de Colombia Comentada”, “El Poder Municipal”, “Administración Pública Económica”, “Uribe Uribe y Gaitán – Caudillos del pueblo”, “Al Ritmo del Tiempo – Testimonio de una afición por el periodismo” y “Un Viaje por Tres Civilizaciones – Romana, Griega, Egipcia”.

La presentación del autor y de su obra estará a cargo de William Jaramillo Mejía, justo cuando se cumplen veinte años de la edición original (noviembre de 1988) y en el aniversario número 44 de la muerte del maestro (16 de febrero de 1964).

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Diálogos del autor sostenidos en época de juventud con Fernando González Ochoa (1895 – 1964) constituyen el punto de partida de esta biografía, en donde se analiza el proceso creador del escritor y pensador. Comprende desde Pensamientos de un viejo, su primer libro, pasando por Viaje a pie, Mi Simón Bolívar, Don Mirócletes, El Hermafrodita dormido, Mi Compadre, El remordimiento, Cartas a Estanislao, Los negroides, Don Benjamín, jesuita predicador, Santander, El maestro de escuela y la revista Antioquia, de la cual fue editor y redactor único de sus diecisiete entregas, hasta llegar a sus dos últimas obras, exposición dramática, dialéctica y sistemática de una metafísica viva: Libro de los viajes o de las presencias y Tragicomedia del padre Elías y Martina la Velera.

Completa el panorama el ambiente siempre grato de Otraparte, la casa campestre del maestro, reminiscencia de su posición personal de “vivir a la enemiga”, hoy convertida en su Envigado natal en Casa Museo y en bien de interés público y cultural de la Nación.

El Editor

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Fernando González, Javier Henao Hidrón y otros

Otraparte, 1959. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Vélez Correa, Fernando González, Javier Henao Hidrón y Mauricio Correa Restrepo.

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De cómo conocí
a Fernando González

Por Javier Henao Hidrón

Fue en las vacaciones de diciembre de 1957 —había terminado el segundo año correspondiente a la carrera de derecho—, cuando por primera vez leí un libro de Fernando González.

En Don Mirócletes admiré la vitalidad que emanaba del personaje, la forma de expresión de los conceptos de energía y de belleza, la capacidad de descripción de las agonías y las conferencias, originales y profundas, por pueblos de Colombia.

Me forjé entonces el propósito de adquirir sus obras. A mis manos fueron llegando, en medio de un inocultable regocijo interior, Viaje a pie, El remordimiento, Los negroides, Mi Simón Bolívar, El Hermafrodita dormido

Convertido en mi escritor predilecto, decidí conocerlo personalmente. A mediados de 1958 tuve esa experiencia. El maestro había regresado de Europa el año inmediatamente anterior, tras desempeñarse como cónsul en Bilbao. Refugiado en su casa campestre de Envigado, el recorrido desde Medellín se hacía en bus de escalera y tardaba unos treinta minutos. La finca, con casa encerrada por plácidos jardines, en la que se destacaba un bello balcón colonial, llamaba (en recuerdo de un silencioso y enigmático ciudadano germano que, hasta cuatro lustros atrás, había sido el propietario de esos terrenos) La Huerta del Alemán. Pero a partir del año siguiente sería conocida con el nombre de Otraparte, una forma directa de expresar el vivo contraste entre los intereses de la sociedad y “el mundo” de un viajero del espíritu.

Autor de libros dirigidos fundamentalmente a la juventud, en los que pretende liberarla de prejuicios, mostrarle un método de conducta individual y hacer que se autoexprese, me resultó fácil entrar en comunicación con el maestro, debido sin duda a ese comportamiento vital suyo. Poco a poco fui descubriendo al personaje: de mediana estatura, flácido, lento caminar filosófico, apoyado en su bordón; ojos grandes y escrutadores —ojos de asombro—; cabello blanco debajo de boina vasca, remembranza ésta de sus años de consulado en Bilbao y del ancestro español de su apellido materno: Ochoa. Tenía 63 años de edad y por causa de su sordera, solía colocar la mano abierta detrás de la oreja grande y saliente, para escuchar. Hablaba con fluidez y gracia, paladeando las palabras. Poseía una especie de halo de grandeza similar al que debió emanar de los sabios pensadores de la filosofía griega.

En aquella época era notorio su optimismo. Palpitaba con la realización de un nuevo y estimulante proyecto, el de escribir un libro concebido así: “…duro, límpido, vivido, que fuera para después de que pase el jaleo, para los que vendrán…”.

Estaba tomada una decisión trascendental: retornar a la literatura. De ella se había alejado el prolífico escritor desde el lejano año de 1941 cuando anunciara con perfiles dramáticos, e influenciado por los fenómenos de descomposición del yo y grande hombre incomprendido, la muerte del maestro de escuela Manjarrés.

Prolongado silencio que quedaría interrumpido en 1959 con la publicación del Libro de los viajes o de las presencias.

Una circunstancia adicional estimuló mis visitas a Otraparte: el haber fundado precisamente en aquel año, una revista universitaria. El maestro nos honró con su colaboración y así fue formándose una amistad que sólo lograría ser interrumpida —o quizá mejor, transformada un poco— por su muerte acaecida un lustro después.

La motivación para escribir este esbozo biográfico reside ahí: en razones de experiencia vital y la devoción por la obra filosófica y literaria de Fernando González.

Por haber tenido la osadía de “vivir a la enemiga” y desnudar vicios de comportamiento —intuyó con perspicacia que sus compatriotas no podrán encontrarse sino en “vientres vírgenes aún…”—, fue rudamente controvertido, desdeñado, silenciado. Pero es lo cierto que al descubrir fascinantes mundos interiores y expresar su verdad en un estilo diáfano, directo, denso y cautivante, dejó atrás una manera alambicada, metafórica y artificial de hacer literatura.

Por ese camino nos introdujo en formas y métodos nuevos, originales y llenos de vitalidad, que van mostrando un camino individual, el de cada uno de nosotros, irrigado de sinceridad y perspectivas de futuro.

Es, pues, un pensador de singulares características, no solamente en las letras colombianas sino también en las hispanoamericanas, en donde está llamado a ejercer una creciente influencia sobre las nuevas generaciones.

Sobre todo, porque el conjunto de su obra contiene un admirable mensaje de autenticidad.

Fuente:

Henao Hidrón, Javier. Fernando González, Filósofo de la Autenticidad. L. Vieco e Hijas Ltda., quinta edición (ampliada), Medellín, enero de 2008, pp. 31 – 33.