Presentación Séptima Edición

Fernando González

Filósofo de la autenticidad

—14 de febrero de 2019—

«Fernando González - Filósofo de la autenticidad» de Javier Henao Hidrón - Séptima Edición

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Esta nueva edición de «Fernando González, filósofo de la autenticidad» se publica con motivo de los cincuenta y cinco años del fallecimiento del maestro (1895-1964) y de la pronta inauguración del Parque Cultural Otraparte, proyecto que preserva su residencia campestre en Envigado, Antioquia, hoy convertida en Casa Museo y en Bien de Interés Público y Cultural de la Nación. El autor, nacido en Medellín, es abogado de la Universidad de Antioquia, ex Secretario de Educación y Cultura del Departamento de Antioquia y exmagistrado del Consejo de Estado. Profesor en universidades de Medellín y Bogotá, ciudad donde está domiciliado y ejerce su profesión. Miembro de la Academia Antioqueña de Historia y de la Sociedad Bolivariana de Antioquia, y autor de obras de contenido jurídico e histórico como «El poder municipal», «Uribe Uribe y Gaitán – Caudillos del pueblo», «Panorama del derecho constitucional colombiano» y «Derecho procesal constitucional», entre otros.

Presentación del autor y su obra
por Ernesto Ochoa Moreno
y Gustavo Restrepo Villa.

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Ediciones Otraparte

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La motivación para escribir este esbozo biográfico reside ahí: en razones de experiencia vital y la devoción por la obra filosófica y literaria de Fernando González.

Por haber tenido la osadía de «vivir a la enemiga» y desnudar vicios de comportamiento —intuyó con perspicacia que sus compatriotas no podrán encontrarse sino en «vientres vírgenes aún…»—, fue rudamente controvertido, desdeñado, silenciado. Pero es lo cierto que al descubrir fascinantes mundos interiores y expresar su verdad en un estilo diáfano, directo, denso y cautivante, dejó atrás una manera alambicada, metafórica y artificial de hacer literatura.

Por ese camino nos introdujo en formas y métodos nuevos, originales y llenos de vitalidad, que van mostrando un camino individual, el de cada uno de nosotros, irrigado de sinceridad y perspectivas de futuro.

Javier Henao Hidrón

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Otraparte, 1959. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Vélez Correa, Fernando González, Javier Henao Hidrón y Mauricio Correa Restrepo.

Otraparte, 1959. De izquierda a derecha: Luis Alfonso Vélez Correa, Fernando González, Javier Henao Hidrón y Mauricio Correa Restrepo.

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Capítulo 4

El derecho a no obedecer

Pueblos en que la juventud no piensa, por miedo al error y a la duda, están destinados a ser colonias. (F. G.)

Después de tres años de intensa concentración, dedicados a la lectura, el conocimiento de sí mismo y la gestación de Pensamientos de un viejo, Fernando reanudó sus estudios secundarios, no sin cierta dificultad causada por su manera de ser y de pensar, pues en entrevista del 28 de noviembre de 1915 le había dicho a su compañero y amigo Fernando Isaza:

Eso de asistir todos los días a la clase, a cierta hora señalada; de aprender en idéntico texto una lección limitada de antemano, y de verle diariamente la cara al mismo profesor, es cosa que me aterra.

El título de «bachiller en filosofía y letras» le fue conferido por la Universidad de Antioquia el 8 de febrero de 1917.

Decidido a seguir la carrera de abogacía, se matriculó en la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Políticas de la misma universidad. Joven de inteligencia superior, validó por lo menos la mitad de las asignaturas del pénsum académico; y transcurridos tan sólo dos años, obtuvo su título de abogado. Se le otorgó el 14 de mayo de 1919, siendo rector de la universidad Miguel María Calle, y, presidente de tesis, Víctor Cock. El jurado examinador estuvo conformado por un grupo de prestigiosos profesores: Gonzalo Restrepo Jaramillo, Miguel Moreno Jaramillo, Alfredo Cock Arango y Carlos E. Restrepo.

La tesis de grado quiso denominarla de un modo sugestivo, y con cierto atrevimiento la llamó El derecho a no obedecer. Sin embargo, los directivos de la universidad, aduciendo disposiciones del reglamento académico, exigieron el cambio de nombre por otro más acorde con la naturaleza del título profesional que se le confería. Le advirtieron, al mismo tiempo, que era menester precisar los conceptos emitidos en relación con las doctrinas del anarquismo y el totalitarismo.

El incidente entre las autoridades universitarias y el graduando suscitó interés en el ambiente estudiantil y alcanzó a tener repercusión en la prensa. Pero Fernando González, convencido por sus familiares de que era preferible evitar mayores problemas, procedió no solamente a cambiar la denominación del ensayo por un nombre breve y escueto, Una tesis, sino que además introdujo algunas modificaciones en el contenido del mismo.

El presidente de tesis, por su parte, en informe fechado el 12 de abril de 1919, reconoció en González a uno de los jóvenes más inteligentes entre los que en los últimos años había frecuentado la Escuela de Derecho, y en relación con el trabajo sometido a su consideración aseveró que así no se aceptaran o prohijaran los conceptos allí expresados era de «valía incontestable».

Dedicada a sus padres y a sus hermanos Alfonso y Laura, Una tesis (1) es un ensayo socio-político cuya primera reflexión versa sobre la ley de la proporcionalidad de las actividades. Por no regir esta ley fundamental, en Colombia es fértil el semillero de poetas, doctores, políticos y empleómanos; en cambio, hay poca agricultura, pocos caminos, escasa tecnología. La consecuencia no puede ser más desalentadora: un pueblo aislado, ignorante y pobre.

El hombre tiene la orgullosa pretensión de creer dirigir la vida, pero las leyes naturales son las que presiden la vida y nadie puede reemplazarlas. De aquí induce que el auge de la metafísica y la exaltación romántica pronto tendrán que ceder ante la vida real, racional y positiva que ofrece la ley de la proporcionalidad de las actividades.

En el desequilibrio que la ausencia de aquella ley genera, se encuentra, además, la causa de la corrupción de la democracia. Un número exagerado de semi-intelectuales entra en competencia con un pueblo mísero y fanático —depositario formal de la soberanía— con el propósito de representarlo en congresos y asambleas. Y desde estas corporaciones simulan fanatismo y un engranaje de pasiones repugnante.

El enunciado del principio acerca del hombre-causa: «En los pueblos se puede hacer lo que se quiera», resultaría engañoso o susceptible de abusos y falsas apariencias, de no ser sometido a una rigurosa disección. Será verdadero si por tal principio se entiende que los deseos de los pueblos son realizables porque la necesidad los hace nacer, pero si se utiliza para deducir que un gobernante puede modificar a su amaño una nación, es falso y peligroso. Como consecuencia, la ley debe ser expresión de la necesidad y someterse a la evolución; de lo contrario es absurda y entraba el progreso.

El hombre es principio y fin de la economía. Trabaja porque es imperfecto y siente necesidades; si fuese perfecto, no saldría de sí mismo. La naturaleza le suministra el modo de perfeccionarse y la sociedad le sirve como medio para dar cumplimiento a su ciclo vital.

Su crítica a los colectivistas obedece, por tanto, a que cambian el medio en fin y el efecto en causa, dando origen a la estatolatría; el hombre para la sociedad, no ésta para aquél.

De modo tajante deduce dos conclusiones:

1.ª En ningún caso se puede sacrificar al individuo en bien de la comunidad. Y,

2.ª El progreso es el levantamiento general de la humanidad, pero no la igualdad de los individuos.

El arco toral es la división del trabajo. Origen de la sociedad, base de la economía política y fuente del desarrollo de la personalidad humana, este sistema explica muchos fenómenos sociales: el surgimiento del trato y relaciones de intercambio entre los individuos y los pueblos; el aumento de la producción; la paulatina supresión de los fanatismos; la dificultad para que se produzcan nuevas guerras; y está llamado a convertir a los hombres en ciudadanos de la tierra.

La necesidad de gobierno, por ende, es proporcional al grado de civilización. El pueblo en donde menos necesidad haya de gobernar será el más civilizado, aproximándose de este modo al anarquismo (2).

En el fondo es la defensa de una tesis: la escuela liberal —sobre todo la escuela liberal evolucionista— no es una antigualla, puesto que sigue siendo regida por las leyes naturales que presiden la vida del hombre. El socialismo de Estado, en cambio, resulta ser una mistificación alemana, una forma de militarismo.

En el año de 1919, ante las experiencias surgidas de la recién terminada Guerra Europea y el auge del socialismo de Estado, Fernando González —que nunca cohonestó con su silencio los atropellos al hombre o a la verdad— se niega a admitir los nuevos modelos de poder absoluto. Ante todo, por una razón simple pero decisiva: porque para él ostenta la primacía el in-di-vi-duo. (La palabra conviene dividirla en sílabas para apreciarla y entenderla mejor, así como Stendhal solía hacer con la ló-gi-ca).

Casi tres lustros después, siendo cónsul en Génova, observaba el espectáculo que ofrecía el fascismo. En su libreta, el 8 de mayo de 1932, escribió:

Todo régimen en que se pierda de vista que el fin es el individuo, es una maldad humana. Sólo el hombre es promesa; la sociedad no. Esta es una manifestación accidental del hombre. De ahí mi antipatía por este socialismo gregario de Italia (3).

Y si la sociedad ahoga la libertad, peor aún. Porque estará desfigurando, de modo grotesco, su misión. Que es la de formar individuos posesos de sí mismos.

Del mismo modo, en 1936 advertía cómo el desprestigio del individualismo conduce al auge de la acción gregaria, a la muerte en los hombres del sentimiento de libertad y al prestigio creciente de las dictaduras. «¿Podremos evitar —se interrogaba— el ser arrastrados por Europa ensoberbecida y demente?». «¿Podrá América salvar la civilización, salvar el espíritu de libertad y de mesura?». Quizá estos pueblos latinoamericanos —era su respuesta—, a pesar de estar tan púberes y ser tan inocentes, pudieran reconquistar los valores que la humanidad ha venido perdiendo, si entienden la herencia bolivariana y obtienen el apoyo de los Estados Unidos (4).

Actuando siempre dentro de la misma línea de pensamiento, en 1959 señalaba que para los de su profesión no hay «masa», «todos», sino individuos. O en lenguaje metafísico: «tantas agonías como seres».

¿Deberá concluirse que Fernando González es un individualista? Que el individuo forma parte esencial de su ideología, es una verdad insoslayable. Sólo valorando el individuo, respetando su dignidad, asegurando su libertad, podrá la sociedad cumplir su verdadera misión; y el hombre aspirar a la plena posesión de sí mismo, mediante la conquista de los niveles superiores de conciencia.

Pero de ahí a calificarlo de individualista, a secas, hay notoria diferencia; más aún si a tal expresión se le quiere otorgar una connotación exclusivamente económica, o asimilarla a una actitud egoísta frente a sus semejantes.

Lo cierto es que sólo una clase de individualismo lo conmovía hondamente. Sin duda a causa de que articulaba mejor que nada con la orientación de su pensamiento hacia la metafísica. Es el individualismo místico, que convirtió en tema fundamental de reflexión.

Existe, por otra parte, en Una tesis, un detalle aparentemente nimio pero que conviene resaltar, pues denota su inclinación por el estudio de las lenguas extranjeras, aspecto que constituye una nueva y atrayente faceta de su personalidad. Allí se encuentran citas en francés e italiano, de Augusto Comte y Gina Lombroso, respectivamente (5), sin su correspondiente traducción española. Es una muestra de interés por aquellos idiomas, estudiados en su juventud al margen de compromisos académicos. Durante los años de consulado en Génova y Marsella perfeccionaría su conocimiento de los mismos, advirtiéndose la predilección por el francés, pues el italiano no le parecía hermoso a causa de tanto che, che, chi… (Adquirió también una aceptable comprensión del inglés y, sobre todo, del latín; en Don Benjamín, jesuita predicador, las expresiones latinas le otorgan al libro un especial encanto).

Su comprensión del mundo empezaba a encontrar la zona más atrayente del conocimiento, en los límites donde la ciencia y lo desconocido parecen hallar su punto de contacto. Allí —creía— estaba palpitante la revolución: entre las leyes y el porvenir…

Notas:

(1) GONZÁLEZ, Fernando. Una tesis. Medellín, Imprenta Editorial, 20 de abril de 1919.
(2) Dos son las verdaderas ramas del gobierno —sostenía en 1937 en sus «Nociones de izquierdismo»—: la una coactiva, proporcional a lo primitivo de los hombres, y la otra creadora de libertad. (En: El Diario Nacional, Bogotá, 27 de abril de 1937, p. 3).
(3) El Hermafrodita dormido, op. cit., p. 47.
(4) «Panorama espiritual del mundo». En: Los negroides, op. cit., pp. 141-149.
(5) Una tesis, op. cit., pp. 11 y 14.

Fuente:

Henao Hidrón, Javier. Fernando González – Filósofo de la autenticidad. Ediciones Otraparte, séptima edición (ampliada), Envigado, diciembre de 2018, pp. 75-80.