Presentación

Huellas de espera

—10 de marzo de 2022—

Portada del libro «Huellas de espera» de Sol Beatriz Botero

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Sol Beatriz Botero es ensayista, narradora y poeta, licenciada en Psicología de la Universidad San Buenaventura y magíster en Psicoanálisis y Clínica de la Universidad de Barcelona. Practica el psicoanálisis en su consultorio de Medellín, así como la vida contemplativa en medio de la naturaleza. Ha escrito artículos en «a.Verare», revista italiana de psicoanálisis y cultura, y en 2019 publicó «Velo del instante» (poesía). «Huellas de espera» es su primer libro de cuentos.

Presentación de la autora y
su obra por Patricia Vargas.

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La colección de cuentos Huellas de espera idealmente debería dividirse en dos partes bien diferenciadas […]. Los protagonistas, de una parte, son animales pertenecientes a diferentes especies. Están atrapados en sus contextos de vida, tienen existencias comunes, dedicados a las actividades habituales y ordinarias de la especie a la que pertenecen; en algunos casos son animales hablantes, como en la tradición de cuentos de hadas y bestiarios. El oso y la mariposa, por ejemplo, discuten entre sí las diferentes características de su especie y en medio del diálogo parecen aprender algo del otro: tienen un problema por resolver y buscan la solución juntos. Silenciosamente, en otro cuento, un jaguar debe rendirse a la determinación del pájaro carpintero, del que tal vez aprende que la fuerza no siempre puede ganar. Los protagonistas de las otras historias son, en cambio, seres humanos y sus vidas, tanto de gente corriente como de grandes personajes que han nutrido leyendas y narraciones, están marcadas por una tragedia que no parece tener salida, sólo —aunque no siempre— tímidos consuelos.

Franco Romano

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Sol Beatriz Botero

Sol Beatriz Botero
(@solbeatrizbotero)

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La espera de Sofía

~ Fragmento ~

La llamada

Después de la desaparición de su hermana, Sofía no quería involucrarse con nada del tema. Habían pasado ya muchos años y aunque no la olvidaba, la herida que su desaparición le propinó, estaba cerrada. Era una médica brillante, dedicada a sus pacientes y a la investigación clínica.

Uno día rutinario, como cualquier otro de los que colmaban su vida, al atardecer, atendía en su consultorio una otitis externa severa. En ese momento el teléfono interrumpió la concentración en su paciente. «Extraño que suene el fijo, hace tiempo que sólo entran llamadas al móvil», pensó. Mientras descolgaba el aparato, un escalofrío le recorrió el cuerpo, como si presintiera que algo importante estaba por pasar. Al otro lado de la línea una voz masculina preguntó:

—¿Es usted la doctora Sofía Carvajal?

—Sí, habla con ella, ¿en qué le puedo servir?

—Le hablamos de la Fiscalía General de la Nación. Desconcertada colgó. Siguió atendiendo a su paciente, completamente ajena a lo que hacía, por primera vez, en su vida profesional. Entre el sobresalto de sus pensamientos y la atención a su paciente, el teléfono sonó nuevamente, ella sabía que era otra vez la misma llamada, lo dejó repicar varias veces, dudó en contestar. «Pero qué será lo que quieren», pensó en voz alta. Al contestar, era la misma voz que le decía:

—Le hablamos de la Fiscalía General de la Nación. No cuelgue, es algo importante para usted.

En ese momento, más calmada, tapó la bocina, le explicó a su paciente que tenía que atender esa llamada privada y debía salir un momento a la sala de espera. Afortunadamente la sala de espera se encontraba sola y podía hablar con libertad.

Le informaron que tenían noticias de la desaparición de su hermana Eliza. Sofía no salía de su asombro y enmudeció. Continuó escuchando a quien le hablaba.

—Soy el detective Santiago Cárdenas, y debo hacerle unas preguntas. ¿Sabe algo del paradero de su hermana?

—No tengo ni idea de lo que ocurrió con ella. Sólo sé que hace treinta años desapareció en forma extraña e involuntaria; estaba llena de proyectos de vida, acababa de tener a Daniel, un hermoso bebé que era su ilusión.

—¿Y usted y su familia por qué nunca pusieron el denuncio?

—Cuando Eliza desapareció la buscamos por avisos de prensa, en estaciones de policía, hospitales y medicina legal. Luego pusimos el denuncio, y a las pocas semanas de estarla buscando recibimos la llamada de un hombre enfurecido que nos decía, «¡No la busquen más! Si no hacen caso, lo pagará el resto de la familia». Ante esta amenaza decidimos guardar silencio y parar la búsqueda, hasta el día de hoy, que usted me llama. Siempre estuvimos aterrorizados y no supimos a quién dirigirnos. Cualquier intento de búsqueda a través de las autoridades terminaba siempre en un «es mejor dejar ese caso así».

—Entiendo doctora. Ahora el caso de su hermana ha sido acogido por el dispositivo de justicia y paz, creado por el gobierno nacional para la reparación de víctimas del conflicto armado en Colombia, y por eso le estoy llamando.

Sofía sintió cierto descanso y después de tantos años, un atisbo de esperanza. Por fin las autoridades del país habían escuchado. Por fin se hicieron cargo del caso de la desaparición de su hermana. Por fin se interesaron en buscarla. Por fin la nombraron como desaparecida. Era como si descargara un gran peso que la había acompañado desde lo ocurrido hace tantos años. Estaba emocionada y a la vez triste. Por su mente pasó una cascada de recuerdos, en especial aquel en el que, luego de los dos primeros años de la desaparición de Eliza, y mientras comía helado con su sobrino, el niño le preguntó, con una expresión entre reproche e impaciencia, «Tía, ¿cuándo es que regresa mi mamá para que volvamos a estar juntos?».

Ella sintió un gran vacío y no supo dar respuesta a la pregunta del pequeño. Sentía una soledad inmensa, la incertidumbre de no saber nada, de no tener ninguna respuesta para él. Sólo pudo darle un abrazo. Entonces pensó que el niño y la familia debían tener un acompañamiento psicológico que les ayudara a comprender algo de la desaparición de su hermana, algo que se había convertido en un doloroso interrogante sin respuesta. Era como un espacio vacío en el tiempo que hacía sombra a la existencia de todos, era el velo que opacaba los colores de la vida, para ella y toda la familia.

Luego de mucho investigar supo que pasados dos años de la desaparición de una persona, ante la ley, esta es declarada como muerta. Por recomendación de la psicóloga, a la cual visitaba con frecuencia y luego de dos años de ausencia, decidió organizar un funeral simbólico que se realizó en una pequeña capilla adecuada para la ocasión. Allí llegaron todos, incluso el pequeño Daniel, en compañía de su padre, que ya contaba con tres años de edad.

Sofía recordó como llevó entre sus manos el cofre adornado con una orquídea blanca, que representaba los restos de su hermana, para ponerlos frente al altar, y en medio de cantos, realizar el ritual de despedida, nombrándola como muerta, pues era la única posibilidad de respuesta ante tanta incertidumbre, silencio, impotencia y desconcierto. Era también la única forma de apaciguar el dolor. Al terminar el ritual eucarístico, sintieron algo de paz y consuelo. Daniel, en compañía de su padre, se despidió de su madre entre oraciones y cantos.

—Ya tenemos algunos indicios de lo ocurrido, ella nunca salió del país, hemos investigado y su salida no se encuentra registrada en Extranjería. También hemos hallado su carta dental, pero para continuar con el proceso necesitamos que la familia vaya nuevamente y se notifique ante la Fiscalía y asista a un interrogatorio para reanudar la investigación. Por favor, tome nota de mi número de teléfono, por si tiene alguna pregunta o recuerda algo que nos ayude con el esclarecimiento de lo ocurrido.

Sofía, con mano sudorosa, lo escribió con afán, se despidió del detective y colgó la llamada que duró un par de minutos, para ella eternos.

Al regresar con su paciente, aunque tenía que aplicarle un delicado lavado de oído, no dejó de pensar en su hermana, de revivir la incertidumbre y tristeza por su desaparición a la vez que sus manos sostenían las pinzas y se movían sobre su paciente mecánicamente, más por los años de experiencia que por una plena consciencia de lo que hacía. Era el último paciente del día, la tarde era lluviosa y fría. Sofía fijó su mirada vacía en la ventana, vio como las gotas de lluvia chispeaban sobre el cristal y al rodar parecían reflejar su sentir. Su aparente indiferencia se había derrumbado, en ella continuó fluyendo una cascada de recuerdos.

Le pasaban imágenes de su infancia. Recordó que fue con carencias, pues su padre murió cuando ella y Eliza estaban pequeñas. Esta pérdida dejó un vacío en sus vidas y desde entonces su madre se hizo cargo de ellas en medio de muchas dificultades económicas, y una profunda tristeza y nostalgia por la pérdida del padre de sus hijas. Cada una desarrolló su carácter de maneras muy diferentes. Sofía era introvertida, reservada y tranquila, mientras Eliza se mostraba con un carácter fuerte, dominante, algo difícil, llevada de su parecer. Era creativa, inclinada a la actuación, un poco díscola e indisciplinada en el estudio, pero con una alegría desbordada que atraía la atención de todos.

Mientras Sofía creció entre sus libros y sueños apaciblemente, Eliza tenía un brillo especial. Era una joven con un estilo original para las artes escénicas. Al llegar su adolescencia tuvo la oportunidad de incursionar en el mundo artístico como modelo y reina de belleza. Su vida se convirtió en un sueño de lujos y fama que rápidamente la llevó a relacionarse con hombres influyentes y poderosos. Se casó con un empresario que le garantizaba ese mundo de lujo y fantasía en que vivía. Por otro lado, Sofía se convertía en una profesional juiciosa y dedicada al saber.

Todo iba bien para ambas, eran confidentes, y aunque Sofía permanecía al margen del mundo de su hermana, conservaban una relación de respeto mutuo y solidaridad. En persona se veían poco, en reuniones familiares, de resto sólo se hablaban por teléfono. Un día Sofía recibió una llamada de Eliza. Le extrañó el tono de voz, no era el acostumbrado, siempre alegre y jocoso, pero esta vez notó que le hablaba en un tono de preocupación y tristeza; le comentó que su esposo estaba en dificultades económicas y debía salir del país para ayudarle a solucionarlas. Le habían ofrecido un contrato de modelaje que en acuerdo con él, aceptó. Ya habían organizado para que él se quedara con el pequeño Daniel, y ella enviara los recursos económicos para pagar algunas deudas y salir ellos también del país a buscar nuevos horizontes. Entonces le pidió el favor a Sofía que acompañara mucho al niño, lo cuidara y estuviera pendiente de él. Sofía la escuchó con atención, y sin más preguntas, le expresó todo su apoyo. Eliza quedó en llamarla cuando estuviera instalada. Sin embargo, Sofía extrañó que no le dijera a qué país iba, aunque pensó que debía ser a Estados Unidos, donde siempre iba de compras y de vacaciones. Quedó intranquila, sabía que algo no marchaba bien.

Eliza se despidió normalmente de todos. Su esposo la llevó al aeropuerto, una escena usual entre ellos. Los días pasaron y no se comunicó con nadie. Sofía seriamente preocupada, llamó a su cuñado y le preguntó si tenía alguna noticia, él también estaba preocupado, de ella no había ninguna señal. Pasado un mes de espera, silencio y ausencia, acudieron a las autoridades y a noticiar a los medios de comunicación de la desaparición de su hermana. Era una época en la cual el narcotráfico, la guerrilla y la extorsión eran el denominador común en el país y Sofía con gran temor, se preguntaba si Eliza había sido víctima de algún grupo criminal. Pregunta que tendría, sorpresivamente, respuesta treinta años después. Sofía se dio cuenta que su hermana no había reaparecido, siempre fue un fantasma rodeado de preguntas, de incógnitas no resueltas. Fue como una sombra que siempre la acompañó en medio de la espera de su regreso; era una ausencia vacía de respuestas, de relatos, sólo preguntas: ¿Qué le habría ocurrido? ¿Por qué? ¿Dónde estaba si estaba viva o dónde estaban sus restos si estaba muerta? Interrogantes insoportables que sólo supo recubrir con una frágil máscara de indiferencia que se quebró cuando recibió la llamada de la Fiscalía.

Fuente:

Botero, Sol Beatriz. Huellas de espera. Vásquez Editores, Medellín, agosto de 2021, pp. 13-19.