Presentación

Las huellas no
cuentan los días

Diciembre 4 de 2012

“Las huellas no cuentan los días” de Víctor Rojas

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Víctor Rojas (Bogotá, 1953) estudió derecho y ciencias políticas en la Universidad Nacional de Colombia. A la edad de 29 años se radicó en Suecia, donde obtuvo el título de trabajador social en la Universidad Pedagógica de Jönköping y el de máster en literatura comparada en la Universidad de Gotemburgo. Allí mismo inició un doctorado con especialización en literatura nórdica, fundamentalmente “La saga de Islandia”, que por razones personales nunca culminó. Durante un corto periodo ejerció como trabajador cultural y como docente invitado en la Universidad de Jönköping. En 1996 debutó en Colombia como escritor con el libro de cuentos “Los suicidas no van al cielo”. Después de ese libro han aparecido los siguientes, que comprenden cuentos, poemas, novelas y ensayos: “Poemas para un pájaro ciego”, “Sin curar mis heridas”, “Un grito en la tierra”, “Mientras los vikingos saquean en París”, “Palabras en remojo”, “Textos de la bruma nórdica”, “Esos benditos vecinos”, “Una gota de lluvia en el paraíso”, “La revancha de los siervos”, “Patibulario” y “Las huellas no cuentan los días”.

A la par de su actividad como escritor y traductor dirige la editorial sueca Simon Editor, cuya finalidad es la introducción de escritores latinoamericanos en Suecia y viceversa. La colección de poesía Artur Lundqvist que publica la editorial hace homenaje al poeta sueco artífice de gran parte de los premios Nobel que han recibido los escritores latinoamericanos. Entre ese intercambio poético se pueden nombrar los poetas Juan Manuel Roca (Colombia) y Lasse Söderberg (Suecia). En la actualidad se desempeña como inspector de libertad vigilada del departamento de asistencia penitenciaria en Suecia. Por sus actividades culturales ha recibido algunos reconocimientos, entre ellos Escritor extranjero del año (1997), otorgado por la Federación de Escritores de Suecia, Premio cultural de la ciudad de Jönköping (1998), Premio de la Academia de Småland (2002) y Premio de la Academia Sueca por sus aportes a la divulgación de la literatura sueca en el extranjero (2004). Parte de su obra ha sido traducida al sueco, inglés y alemán.

Presentación del autor
por Luis Fernando Cuartas

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El estilo de Víctor Rojas es vigoroso, directo. Sus frases suelen tener una fuerza descriptiva y una acerada capacidad de síntesis que indican la influencia provechosa y fructífera de grandes maestros: Guimaraes Rosa, Rulfo, Quiroga, Poe.

Carlos Vidales

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Víctor Rojas

Víctor Rojas

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Tres poemas
de Víctor Rojas

Todos los días

Todos los días
a las cuatro en punto
me asomo a la ventana
para hablar con el sol

Todos los días
a las cuatro en punto
me asomo a la ventana
que con la barrita de tiza
he dibujado en la pared de mi celda

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La nieve de ahora

Yo fui tu guía
por las calles de Berlín

te señalé que la nieve
que cubría la ciudad
no distinguía oriente de occidente

murmuraste:
qué bondadosa es la nieve de ahora

mientras caminábamos bajo el frío cielo
te conté la inevitable historia
del joven de la armónica y su novia

dos cuadras sin puntos cardinales
separaban sus suspiros

me tomaste del brazo conmovida:
los obligarían
a quererse con cartas de amor
puestas al correo

una noche, ya lejana a la memoria
el joven antes de caer en su cama
impregnó su armónica
con el sabor de los besos de su amada

fue la última melodía del único Berlín

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Yo te ailovyu mucho

(Sinfonía en Neruda)

A Olga Cristina Rojas

Yo no sé a ciencia cierta por qué tú y yo nos olvidamos durante tanto tiempo. Creo que fue a causa de que tú empezaste a trabajar en un hospital atendiendo heridos mortales en el turno de la noche. Por eso nunca más volvimos a caminar La Séptima en las horas de la tarde, mientras yo te cantaba al oído poemas de amor aprendidos de memoria. Un día me entregaste tus labios impregnados de carmesí en una hoja de cuaderno. ¿Te acuerdas? Yo, con mucho cuidado doblé la hoja y guardé tus labios en mi billetera de cuero de vaca llanera que había comprado en el Pasaje Rivas que hoy, por desgracia, ya no existe. Tus labios iban conmigo a toda parte. Me ayudaban a pagar cuando compraba cuchillas de afeitar en la tienda de la esquina o cuando me deshacía de los doscientos pesos que costaba viajar en la buseta ejecutiva que rodaba por la Carrera Décima. Cuando me sentía deshabitado, abría mi billetera y conversaba con tus labios. Y en las noches estrelladas y de astros titilantes, como esas de tu poeta preferido, tus labios me decían que no eras de otro pero tampoco eras el último dolor que me causabas. Podría creerse que yo andaba por las fronteras del desvarió hablando con una hoja de cuaderno y besando a escondidas unos labios rojos que a nada sabían. En verdad tus labios me acompañaron hasta una noche, propicia para escribir versos tristes, en que un ladronzuelo en Venecia, el barrio ese que se inunda cada vez que llueve torrencialmente en Bogotá, sintió celos o qué sé yo y delante de los pocos y fríos transeúntes que recorrían la calle principal, sacó a relucir con la poca luz del alumbrado público, un cuchillo de acribillar marranos. ¡Entréguemela!, me ordenó. Y mi cobardía te entregó sin más ni menos. Entonces, protegido por las sombras y hablando con tus labios, vi al manilargüelo perderse sin ningún apuro al doblar la esquina. A partir de entonces los días para mí se volvieron de suicidio. No sólo no tenía quién me acompañara a comprar cuchillas para quitarme las incipientes barbas sino que tampoco tenía con qué pagar. Así fue, acosado por la desesperanza pensé en aprender inglés y marcharme lejos, muy lejos de tu olvido y los ladronzuelos de suburbios. Pero sólo alcancé a llegar al barrio Kennedy y ahí, en la parada del bus, fue donde te encontré de nuevo. Yo te ailovyu mucho, te dije para impresionarte con lo poco que había aprendido del idioma de los que se marchan. Pero tú fuiste más racional y te convertiste en hoja de cuaderno. Y con tus labios carmesí manchaste los míos de rojo mientras gruñías que los poetas cuyos versos yo te recitaba de memoria eran mentirosos porque los falsos olvidos son cortos y los verdaderos amores son largos.

Fuente:

Rojas, Víctor. Las huellas no cuentan los días. Simon Editor, Polonia, 2012.