Poesía en Otraparte

Alma Karla Sandoval
Juan Manuel Roca

24 de junio de 2006

Juan Manuel Roca

Fotografía por Inaldo Pérez
El Espectador

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Alma Karla Sandoval (México). Egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García y la Escuela Nacional de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México – SOGEM. Experta en Enseñanza del Español como Lengua Extranjera por la Universidad Complutense de Madrid, ha sido becaria del Instituto para la Cultura y las Artes de Morelos y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes – FONCA. Miembro de los talleres de Dolores Castro, Verónica Volkow y Saúl Ibargoyen. En la actualidad es becaria del gobierno de su país en convenio con el ICETEX dentro del programa Maestría en Literatura de la Universidad Javeriana en Colombia. Ha publicado los poemarios «Muelle insomne» (1997), «Corredor de las Antorchas» (2000), «Todo es edad» (2003) y «Estacionamiento de avestruces» (2006).

Juan Manuel Roca (Medellín, 1946). Poeta, cuentista, ensayista y periodista. Ha publicado, entre otros: «Memoria del agua» (1973), «Luna de ciegos» (1975), «Los ladrones nocturnos» (1977), «Señal de cuervos» (1979), «Fabulario real» (1980), «País secreto» (1987), «Ciudadano de la noche» (1989), «Prosa reunida» (1993), «La farmacia del ángel» (1995), «Tertulia de ausentes» (1997), «Lugar de apariciones» (2000), «Los cinco entierros de Pessoa» (2001), «Arenga del que sueña» (2002), «Un violín para Chagall» (2003), «Cartografía memoria» (2003), «Esa maldita costumbre de morir» (2003) y «Cantar de lejanía» (2005), con prólogo de Gonzalo Rojas y epílogo de Manuel Borrás. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura con su obra «Las hipótesis de nadie». Otros premios nacionales que ha recibido son el Cote Lamus (1975) y el de la Universidad de Antioquia (1979). Ha realizado libros en compañía de artistas plásticos como Augusto Rendón, Antonio Samudio, Fabián Rendón, José Antonio Suárez, Darío Villegas y Patricia Durán. Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, francés, rumano, ruso, japonés y portugués, entre otros. Reconocido como uno de los poetas colombianos más representativos de su época, Juan Manuel Roca hace de su poesía una vasta reflexión sobre la libertad a través de la imaginación. Es un poeta que entiende sobre todo con la inteligencia del corazón. A decir de él mismo, los temas que siempre le han interesado han sido de modo recurrente la libertad, la muerte, el silencio, el agua, la palabra, la noche y «lo que creo que es el tema único de mi poesía: el tiempo».

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Lectura de poesía
en complicidad con
«Colombia Literaria»

Colombia Literaria nace de un afán de integración. Se dirige a todo el público en general, desde estudiantes, escritores, literatos, investigadores hasta aficionados de todo Colombia y el mundo, con el objetivo de proyectar la rica y variada literatura colombiana hacia un contexto en el que sea conocida en todos los hemisferios.

Consideramos como una obligación dar a conocer una tierra tan prolija en grandes escritores. Sólo así ampliaremos nuestras fronteras y nos afirmaremos en el mundo. Asimismo, creemos que podemos servir como epicentro cultural, como un gran río en el que desembocan todas las vertientes literarias capaces de irradiar la cultura colombiana para el resto del mundo.

Si tenemos expectativas altas, nuestras metas serán igualmente altas. Si tú eres una de esas personas que comparte nuestras ideas, te invitamos a ser parte de este proyecto que como todo río que nace necesita de afluentes hasta volverse grande y llegar a su destino.

Eduardo Bechara
Robert Max Steenkist
Sebastián Pineda

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Alma Karla Sandoval
(México)

Lluvia Alada

Sólo te apoyas en el lápiz,
en su punta conmovida.
—El silencio trae espuma
en cada labio—.
Y las sombras vuelan,
se esconden en nubes alargadas.
Hay un azul enfermo,
azules en noviembre
como el arco iris
cayera del naranjo.
En el jardín
las hojas aprenden a olvidar
donde alguna vez se accidentó el silencio,
donde se ahogaban golondrinas.
Después algún cometa,
jirones vespertinos:
túnel de palomas,
viento narrador,
pasos de agua
en la escalera.

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Juan Manuel Roca
(Colombia)

Tristeza de las cosas

Estos zapatos
Me acompañaron a un estanque
Donde el único sonido lo hacían Dios
Y un caballo tragalunas.
Alguna vez se empinaron
Frente a una madona de cabaret,
Una mujer que parecía
Subida en dos gatos de lomos erizados.
Estos zapatos desaliñados
Se agitaban solos,
Cuando la voz de Big Mama Thornton
Brotaba de algún lugar del vecindario.
No fueron de un inválido,
Pero mi pereza les recetaba
La cuarentena del reposo.
No fueron de un ahorcado
Pero nunca traicionaron su vocación de aire.
Alguna vez subieron
Al pequeño pedestal de un lustrabotas
En una alameda olvidada.
Jamás se negaron,
Cuando les caía del cielo un balón perdido,
A romper un trozo de lejanía.
No hicieron fila con los veteranos de guerra
Y se mantuvieron lejos del reparto de mendrugos.
El zapatero que los fabricó
Debió ser descendiente
Del judío errante que huye de sí mismo
Tras el viento tragaleguas.
Volteaban a su aire la esquina de los bares
Y en ciudades desconocidas
Me acompañaron a buscar calles sin fondo.
Estos hermanos siameses como espejos
Que ahora viajan en el camión de la basura,
Se llevan el secreto de caminos desandados
Mientras la noche esconde millares de zapatos debajo de las camas.

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Espejos de
Juan Manuel Roca

Uno de los poetas latinoamericanos más representativos, habla, entre otras cosas, de sus obsesiones.

Por Mary Carmen S. Ambriz

Confiesa Juan Manuel Roca: quiso ser artista gráfico, pero a falta de talento o destreza pictórica se ha conformado con «intentar pintar con palabras». En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ministerio de Cultura en Colombia, por el libro «Las hipótesis de nadie». Es considerado uno de los poetas más representativos de América Latina, también frecuenta el ensayo y la narrativa. Gonzalo Rojas ha dicho que le habría gustado escribir muchos de los textos firmados por el colombiano. Roca vino invitado a participar en la 5.° Feria del Libro en el Zócalo de la Ciudad de México. Hoy presentará la antología que el Fondo de Cultura Económica editó en su filial de Bogotá: «Cantar de lejanía». Con este volumen celebra 30 años en la lírica. De 1954 a 1957 vivió en el Distrito Federal. Por aquellos años su padre Juan Roca Lemus (Rubayata) se desempeñaba como agregado cultural de la embajada de Colombia en México. Evoca: «El recuerdo más claro que tengo de México tiene que ver con la calle Lope de Vega. Me veo jugando fútbol en ella o mirando desde un balcón una región del aire que en verdad, sin ninguna hipérbole debida a Alfonso Reyes, era transparente».

¿Su acercamiento a la poesía tuvo que ver con su tío Luis Vidales? Y, por cierto, ¿qué tanto fue apreciado el poemario de Vidales?

En buena parte es cierto. Luis Vidales, hermano de mi madre, fue una influencia evidente en mi aproximación a la poesía. Cuando publicó, siendo adolescente, su libro vanguardista «Suenan timbres» en 1926, el país literario dormía en medio de un largo bostezo, todavía virreinal. Sólo hacía dos años de la publicación de los manifiestos del surrealismo, movimiento al que se quiso de manera posterior vincular a Vidales. Por supuesto que el solemne país de las letras colombianas recibió su humor como una especie de mosca en la nariz del orador, como una bofetada. Él se limitaba a decir: «Si te pegan en la mejilla izquierda,/ pon la derecha, me dijeron./ Pero si todos hacen lo mismo/ ¿quién es el que pega?». Ahora se ha venido a valorar de manera evidente su obra que adosó el humor y la paradoja en la poesía colombiana.

Hay un par de mexicanos presentes en sus poemas: Rulfo y Posada. ¿Qué representa la obra de Rulfo y qué admira de los grabados de Posada?

Tanto Rulfo como Posada son dos artistas que tuvieron frecuentes tratos con el allá, con el trasmundo. Los admiro y he querido darles, en una precaria medida, las gracias en algunas alusiones y en algunos poemas. En Rulfo es maravilloso su lenguaje de cosa hablada, el ascetismo de su palabra, su gran imaginería poética de cuño expresionista. Para mí es el más grande narrador que haya dado nuestra América. «Pedro Páramo» es una suerte de «Biblia pauperum», de Biblia de los pobres. Posada, que hizo más de quince mil grabados, hace su «Talita cumi», su levántate y anda con una gavilla de Lázaros que nos traen noticias de un allá poblado de peones y revolucionarios, de soldados y de tenderos, de mujeres de bien y federales. La suya no es la muerte vista a la trágica, como ocurre en Holbein y en Merian, ni el horror visto como en Goya o Callot. Tampoco tiene una ansiedad deformadora como Daumier. Es pura y legítima actitud benévola frente a la muerte, la muerte, que es lo más demócrata que existe. Con una parábola maravillosa los grabados de Posada nos dicen que mientras haya quien los mire, habrá triunfo sobre la muerte.

Alguna vez usted citó una frase de José Eustasio Rivera: «Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia». ¿Así le ocurre a la literatura colombiana?

La frase de Rivera vertida en «La vorágine», resulta emblemática para la literatura colombiana. Desde las caucheras de la Casa Arana hasta hoy el tema de la violencia se nos hace insalvable. Con momentos tan altos como los del propio Rivera o con el espléndido cuento de Hernando Téllez «Espuma y nada más», hasta la falseada novela de la sicaresca de hoy. Como verá, la situación actual de Colombia se refleja en muchos de mis versos. Pero prefiero hacerlo en parábolas, en algo que no sea historicismo ni sociologismo, en algo que no sea poesía de cartel, de puño cerrado.

Su poesía se identifica por ciertas obsesiones: el agua, los espejos, los ciegos, los fantasmas, la muerte, la noche y, ahora, Nadie. ¿Considera que estos tópicos remiten a la esencia de su poética, al deseo de mostrar lo etéreo, lo inasible?

Me interesa en verdad lo inasible, lo que está en fuga. Como Nadie, que es un personaje, una entidad fantasma que nos permite presumir que somos Alguien.

«Memoria del agua» se titula su primer poemario. ¿Por qué se considera hidrólatra?

Los que somos amantes del agua, que reconocemos su poder seminal, deberíamos llamarnos, y así lo propuse en un vocablo, hidrólatras. Una vez soñé con una mujer que lavaba el agua y la hice un símbolo de la pureza, una divisa más romántica que surreal. «El alma adora nadar», dice Michaux. Después de publicar mi primer libro, «Memoria del agua», unos diez años más tarde, leí en una revista que habían descubierto científicamente que el agua tiene una memoria. Y lo celebré —sería hipócrita decir que con un vaso de agua— con un buen ron cubano. Soy hidrólatra confeso aunque mal nadador.

Hay una frase de Jean Cocteau que usted recupera: «Los espejos harían bien reflexionar antes de reflejarse». ¿Cómo sería un espejo ideal fabricado por Juan Manuel Roca?

Donde la gente no pudiera acicalarse la máscara sino la cara. Un espejo fabricado en la Espejería Narciso en el que se puedan ahogar nuestros egos.

Fuente:

Fondodeculturaeconomica.com