Poesía y Música

Juan Fernando Uribe
y Beatside

Agosto 13 de 2010

Juan Fernando Uribe (centro) y Beatside - Foto por Mariana Fernández

Juan Fernando Uribe (centro) y Beatside
Foto por Mariana Fernández

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Juan Fernando Uribe es médico de la Universidad de Antioquia, jubilado de Metrosalud, donde conoció de cerca lo más crudo de la violenta realidad social de Medellín. Deportista y músico, hizo parte en su juventud de varios equipos de baloncesto y —como fiel exponente de la generación de los años sesenta— participó en la fantasía de la nueva ola y en los inicios del rock en la ciudad, actuando en concursos radiales y perteneciendo a grupos juveniles tan en boga durante la “década feliz”. Cantante profesional de tango, conformó en la década del noventa el grupo “Noches de tango”, que tuvo presentaciones exitosas en todo el país, y fue llamado “el médico cantor gardeliano hasta el bisturí”. Hace 5 años fundó la agrupación Beatside, de la cual es manager y director espiritual, única banda colombiana que rinde tributo a la obra de The Beatles. Poeta y cuentista, toda su obra es inédita y actualmente trabaja en una novela autobiográfica.

El recital en El Café de Otraparte estará acompañado del dúo acústico de Carlos Andrés Álvarez y Jhonny Esteban García, integrantes de Beatside, quienes interpretarán temas Beatle y de su propia autoría.

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Poemas de
Juan Fernando Uribe

La mañana

Todos los días despierto a esta hora
y contemplo tu rostro silente
                              de un tranquilo respirar a mi lado.
Me incorporo estirando mis carnes y agotando los sueños.
Mis pasos son los de siempre:
no tan seguros como los del felino
ni tan grotescos como los del gorila.
La calle está solitaria
sólo José el de la esquina,
sueña con la noche.
Los árboles con las copas húmedas de rocío,
                              inventan las flores para la tarde.
En el horizonte mis ventanas no habitan,
los ascensores están vacios:
                              no existen afanes a su espera.
Temo que los viejos siguen durmiendo su sueño centenario
sin la ilusión de una temida muerte.
El desayuno lo preparamos juntos
cuando te dejes tentar con el jamón de siempre.
Ahora con el sol el silencio muere
y en las montañas  es derretida la nube
que extraña las sombras para procrear
                              su prole de monstruos blancos.
Los bosques se hacen lejanos y las aves persisten.
Aunque mis movimientos sean los mismos esta mañana,
hay tibieza y por qué no decirlo,
poco frío para morir.
Sigues dormida a mi lado y tu pelo es mi refugio
                              en el que me oculto.
Respiras y a veces soñando sonríes y yo:
                                                  también sonrío…

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Rincón del mar

Arreboles
el mar como espejo inexpugnable de olas en desbandada
o zafiros alados que se columpian en parapetos de sol.
Ese néctar a beber en el verano de cielos limpios
y esos atardeceres de viento que cantan al paso de tu amor.
Huyo en conexiones inconclusas buscando una soledad
                                        de hamacas y flautas anónimas
hay rezos que sucumben ante los altares derruidos
                                        por flechas lácteas
lanzadas por danzantes morenas con senos de coco
y en los felices presagios de la tarde,
la popa de relámpagos salados
                                        se arrulla en el mástil
                                        que surca un horizonte de delgada lluvia tibia.
Las flores y sus hijos más jóvenes,
                                        pistilos de pólenes fecundados en sacrificios felices
y de colores es tu sonrisa de savias dulces, vida mía.
¡Ah! y el mar latiendo en latigazos de inviernos castigados
                                        y tu piel de algas azules
tus pies que se sumergen en mí y la carne que emite cantos
                                        de huevecitos
y ese brillo como óleo que desborda la mirada
y esas lechugas acuáticas que en cataratas de nácar
                                        se esconden tras un cristal impostor.
Al arribar, la madera cruje sobre el coral roto del manglar
                                        que muere su muerte de sal y almejas
hay dos alcatraces que navegan en el cielo
                                        divisando su isla de refugio crepuscular.
Yo canto al lado de los negros, en el baile de su ritual
                                        de tambores inexactos
o en el saltar de los perros en la arena
o en la ternura eléctrica de las aves
                                        o en tu nido desolado de sirena huérfana
y tú a mi lado como colación elástica del agua
                                        que en los estanques finge océanos de luz.
Unas mujeres van y vienen,
desnudeces sofocan sus trajes verdes.
Muchos cuchillos despedazan frutas en laminares tajadas
                                        para las lenguas
                                                  del sol.
¿Cuándo en mi baraca han aparecido los hombres rana
                                        envueltos en corales?
¿Y los peces en sus cabezas como saetas marinas
                                        jadeantes y sorprendidos?
Allí en ese rincón del mar,
en ese caserío de pescadores de silencios blancos
                                        —como ostras de perlas invisibles—
estuve los días en que la cruz bendice ufana
                                        la muchedumbre que danza
y esta noche de ojos seductores
                                        con sus orejas largas y su hocico cariñoso
y tú, mujer que esparce su cuerpo en las telas sofocantes
                                        de la playa
                                                  amándome, amándome…

Fuente:

Comunicación personal.